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M A G A Z I N E 
165   Domingo 24 de noviembre de 2002
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En casa. El príncipe Lorenzo de' Médici en un pasillo de su residencia barcelonesa junto a un cuadro de una antepasada
LIBROS | SAGA INCOMPARABLE
Paseo por la Historia con uno de los últimos Médicis

El historiador Henry Kamen entrevista a la historia viva, Lorenzo de’ Medici, descendiente de Lorenzo “El Magnífico”. Uno de los últimos de esta estirpe florentina cuyos miembros han contribuido a modelar Europa. El príncipe italiano, asentado en Barcelona, acaba de publicar una pequeña biografía familiar, “Los Médicis. Nuestra historia”, y admite que, en estos tiempos, echa en falta, sobre todo, los buenos modales y la educación.

 
Casa de los abuelos maternos del autor en Mantua.
 
 
Lorenzo de Médici junto a su abuelo y su hermano Carlo en Ginebra.
 
 
Los padres del autor junto a sus dos hijos
 

por Henry Kamen. Fotografías de Chema Conesa


Las grandes familias de la aristocracia europea han luchado por sobrevivir, pero, con los siglos, muchas han desaparecido. En su día fueron ricas y poderosas, controlando vastos territorios y el destino de millones de personas. Con frecuencia invertían su dinero inteligentemente, patrocinaban a los mejores artistas, científicos y músicos, y construían hermosos castillos en el campo. De entre estas familias, una de las más conocidas ha sido la de los Médicis, de la Italia central.

El origen de este linaje hay que buscarlo oculto en las profundidades de la Toscana. Sus primeros vestigios históricos los hallamos en Florencia. En un principio fueron granjeros que se trasladaron a la ciudad, luego se convirtieron en mercaderes y después en banqueros. Juan de Bicci, fallecido en i429, fue el primer gran promotor de la familia, que acumuló una enorme fortuna gracias a sus almacenes y los intereses bancarios. Los Médicis, muy pronto, lograron convertirse en los gobernantes de Florencia y, a través de enlaces matrimoniales, llegaron a dividirse en varias ramas. De la más antigua nació el famoso gobernante de Florencia, Lorenzo de’ Medici, El Magnífico, cuyo segundo hijo se convertiría en el prestigioso papa renacentista León X.

Bajo esta estirpe, Florencia se convirtió en el centro de la cultura de Europa y en cuna del Humanismo. En i569, con Cosme I se inició la dinastía de los grandes duques de Médicis, que dirigiría la Toscana hasta i737. Esta familia dominó la política florentina durante dos siglos y medio y tuteló un éxito cultural sólo igualado por Atenas en su época dorada. Asimismo, los Médicis se emparentaron con las familias reales de mayor rango de Europa y, a través del matrimonio, desde el siglo XVI en adelante, estrecharon los lazos con la aristocracia española y con las dinastías reinantes de España.

¿Qué queda de esta gran tradición? En un libro que acaba de publicarse, uno de los últimos vástagos de esta dinastía, el príncipe Lorenzo de’ Medici, nos ofrece un fascinante estudio de las peripecias de su familia a lo largo de los siglos, así como de las que él ha sido partícipe durante sus 5i años de vida. Tres cuartas partes de la obra se dedican inevitablemente a sumariar lo que los Médicis hicieron en los 500 años que formaron parte esencial del tejido político europeo. El autor aborda en el texto tanto lo bueno como lo malo y se extiende en la dinastía, no sólo en Italia sino también en otros países europeos donde desempeñaron un papel crucial. El manuscrito brinda, por ejemplo, un excelente capítulo sobre las reinas mediceas de Francia en los siglos XVI y XVII. También muestra cómo “la sangre de los Médicis corre en prácticamente todas las casas reales” de Europa. El príncipe, en realidad, posee un amplio conocimiento de su historia familiar y un apasionado interés por los avatares de la aristocracia europea.

Entre los títulos que Lorenzo de’ Medici ostenta se encuentra el de Grande de España y se siente orgulloso de sus conexiones familiares con el país. Ha elegido ahora vivir en Barcelona, a donde llegó hace cuatro años y desde donde dirige sus negocios. Cuando le visité en su atractivo piso en el Ensanche de Barcelona, estaba alegre y relajado. Fuera resplandecía un espléndido sol de otoño. Me invitó a sentarme en un sillón de su despacho, que ostenta en cada rincón objetos que evocan su pasado familiar. “Debo empezar”, le digo, “felicitándole por el éxito de su libro, que al parecer ha vendido casi i0.000 ejemplares en pocas semanas. ¿Será este el preludio de otros libros?”. “¡Oh, no!”, contesta riéndose, “después de éste necesito un descanso. Ya me han pedido una secuela, pero entre los negocios y las entrevistas no me queda tiempo para volver a escribir. Quizá lo haga en el futuro”.

A lo largo de la Historia, algunos príncipes de la familia viajaron por España, pero ninguno decidió establecerse aquí. “¿Qué puede hacer un Médicis en España que no pueda hacer en Italia?”, le pregunto. “Bien”, explica, “prefiero vivir en Barcelona, que es una hermosa ciudad mediterránea, con un maravilloso clima, gente amigable y con mayores perspectivas que muchas ciudades italianas”. “Sin embargo, el papel de un aristócrata”, le explico, “es el de no hacer nada”. “No lo dirá en serio”, objeta, “tenemos que trabajar, como siempre ha trabajado la familia. Y sobre todo tengo que intentar vender el nombre familiar”. El blasón de los Médicis es ahora el centro de sus actividades de negocio. El diseño del escudo de la familia ha cambiado varias veces a lo largo de los siglos. Al principio estaba formado por ii bultos rojos (que en heráldica se llaman roeles) sobre un campo dorado; después se convirtieron en ocho bultos, Lorenzo El Magnífico los redujo a seis y, por fin, el gran duque Cosme los organizó en la forma oval que mantendrían en el futuro. El escudo se puede encontrar en una variedad de productos que se venden bajo el nombre de la familia de los Médicis.

Antepasados. Cuando le interrogo sobre la historia de su familia, el príncipe está listo para relatar la compleja evolución de la estirpe, que ayudó a crear una Italia que no siempre los trató bien y menos su propia ciudad. La tensión entre Florencia y los Médicis tuvo extrañas consecuencias. “Aún hoy”, escribe en su libro, “el nombre de los Médicis sigue completamente borrado del mapa topográfico de la ciudad, como si su memoria fuera una vergüenza para la ciudad”. Pensando en ello y en la pobre reputación que tienen también en Francia voy más allá: “¿Cree que se pueden justificar los aspectos negativos de la reputación de esta familia a lo largo de los siglos? ¿Tiene ésta aún algún impacto?”. Considerando la importancia de las cuestiones, replica: “No diría que sólo hay una reputación negativa. Más bien positiva. Lo negativo nace de la envidia y de los celos por lo que mi familia ha conseguido y que nunca ha sido igualado en toda la Historia. El único impacto negativo que queda es fruto del morbo de ciertas personas por el aspecto de ‘novela histórica’ de ciertos acontecimientos”. Llegado a este punto, él cree que tenemos que asumir la responsabilidad de reconocer a los Médicis la reputación por su destacado papel en la cultura de la civilización occidental.

“Reducir tantos siglos de la historia gloriosa de una familia que tanto ha dado al humanismo, al mecenazgo, a las artes y a la cultura en general y que todavía hoy en día es toda una referencia, a unos pocos episodios típicos de su tiempo y de este ambiente renacentista, es como decir que uno ha tenido una vida horrible y de sufrimiento porque una vez el dentista le sacó una muela. Me parece exagerado”. “Estoy de acuerdo con usted”, le corroboro, “la búsqueda de sensacionalismo en la Historia y en el Periodismo distorsiona la verdad e impide que veamos las cosas como realmente son. Me imagino que esto forma parte de la debilidad humana y los que se hallan en primera línea, como lo estaban los Médicis, tienen que aprender a vivir con ello”.

Actualmente, Lorenzo de’ Medici se encuentra ocupado promocionando las empresas de su nombre, tanto en Italia como en España. Ello le lleva a desplazarse constantemente; precisamente acababa de regresar de uno de sus viajes cuando le hice la entrevista. “Así que vuelve de nuevo a las actividades mercantiles que un día contribuyeron al crecimiento de la familia en el siglo XIII”, le apunto. Sonriendo, acepta mi comparación. “Hay una gran diferencia entre el siglo XIII y el XXI, pero se sabe que la historia siempre se repite”, señala. “Me interesan especialmente los negocios a escala internacional, porque, ya que haces un esfuerzo para crear y vender un producto, más vale que sea para el mayor mercado posible. Se trata aquí de sumarse a las ventajas de la globalización”. Durante estas semanas, este hombre emprendedor ha participado en negociaciones para crear la Fundación Medici, financiada con dinero de algunos proyectos suyos y también contando con la ayuda de otras fundaciones, con el propósito de proporcionar ayuda a artistas. El proyecto encaja perfectamente con la tradición familiar.

“¿Podemos hablar un poco más sobre usted y su mundo?”, continúo. “Quiero decir, el mundo del que usted procede”. “Por supuesto”, señala, “con sumo placer”. Una de las partes más fascinantes del libro del príncipe son sus recuerdos sobre Italia y de ese mundo casi medieval en que él y su familia se movieron. En sus páginas, nos habla de los distintos universos en que los Médicis y sus lugareños llevaban a cabo su existencia. Cuenta cómo “en el pueblo casi todos trabajaban para el abuelo” y cómo “cuando pasábamos andando por el pueblo, cosa que sucedía muy de vez en cuando, nos observaban en silencio, con curiosidad”. “Por la descripción que hace de su infancia”, le indico, “queda patente que usted pertenece a un mundo especial, el de los señores y criados, un mundo que se está extinguiendo rápidamente. Además, en su libro argumenta que aquel mundo, en palabras suyas, ‘ya no tenía razón de ser’. ¿Lamenta el final de esta época?”.

“Cuando digo”, comenta, “que ‘ya no tenia razón de ser’ me refiero especialmente a las relaciones ancien régime entre mi familia y la gente que trabajaba en nuestras fincas y los criados. Se notaba que fuera de casa se respiraba un aire diferente y que era necesario adaptarse a ese mundo para no quedar atrapado en un sistema obsoleto. La única cosa que echo en falta de esos tiempos son las buenas maneras, el profundo respeto que había entre cada uno, incluido entre los propios miembros de la familia”. Éste es un tema en el que obviamente coincidimos del todo y voy más allá: “En su libro habla de cómo los niños tenían que ponerse de pie cuando los padres entraban en la habitación. Aquéllos eran modales excelentes, ¿deberíamos volver a ellos?”. No duda en su respuesta. “La vida sería seguramente más agradable para todos si la gente tuviese mejores maneras. Todavía me choca si veo a un joven que no deja su asiento a una persona mayor en el autobús”.

Diferencias. “También encontré muy interesante”, le apunto, “observar que las diferencias culturales entre clases sociales también venían definidas por el lenguaje. Escribe cómo ‘en familia hablábamos sólo francés’ y, en consecuencia, los criados hablaban en dialecto italiano, creyendo que así nadie les entendía. Esto me recuerda varias escenas de Guerra y Paz, de Tolstoi, donde los nobles sólo hablaban francés y el ruso quedaba para los campesinos. Ahora nosotros hablamos en inglés. ¿Cuál es su idioma preferido?”. “No tengo un idioma preferido, aunque me resulta más natural y fácil relatar en francés. Pienso en el idioma que hablo en el momento y puedo pasar de un idioma al otro sin problemas”.

La familia de los Médicis dio tres Papas y, por lo tanto, estuvieron íntimamente asociados con la Iglesia. La propia educación del autor del libro fue estrictamente religiosa y en su niñez la religión dominaba el municipio. En las páginas de su obra nos describe cómo en misa “la abuela llegaba siempre la última y nadie se atrevía a salir de la iglesia antes que ella”. Le pregunto qué piensa sobre la desaparición de la religión en la vida moderna. “No creo que haya desaparecido,” opina, “simplemente no tiene el mismo papel preponderante de antes”.

En los primeros años del régimen de Mussolini, al padre de Lorenzo de’ Medici se le hizo imposible la vida bajo el dictador y la familia emigró para siempre, viviendo principalmente en Suiza. Esto reforzó la separación entre los Médicis y su país de origen. El autor escribe: “Nuestra relación con Italia siempre fue bastante ambigua”. Le pido una opinión del mundo político italiano de hoy. Con el gesto de separar sus manos indica que la cuestión no tiene una respuesta sencilla. “En Italia se dice que ‘tutto il mondo è un paese’ y eso significa que todo es igual en todos los países del mundo. La política italiana es igual que la española o la americana. Yo no me ocupo de política, porque no puedo permitírmelo, aunque eso no significa que no tenga mis opiniones”.

Siento que debo volver al tema de su educación elitista. “Por lo que dice de su educación es evidente que pertenecía a aquel pequeño grupo de gente que es auténticamente europeo, tanto en ideas como en idioma. ¿Esta pertenencia tiene ventajas o desventajas?”. El príncipe acoge el tema con entusiasmo. “Las ventajas son que en un mundo que cambia tan rápidamente, si se considera el lado positivo de la globalización, cuando se intenta crear una Europa unida, es muy importante pertenecer a esta generación en evolución continua, poder hablar el idioma del vecino y sentirse como en su propio país en cualquier lugar de Europa, olvidándonos del chauvinismo del pasado. La desventaja es, paradójicamente, no sentirse parte de un sistema en concreto, porque se disipan las nacionalidades y las diferencias. Creo que este sentimiento afecta especialmente a los de mi generación, que hemos vivido este cambio. Las nuevas ya no tendrán esta sensación. Hoy, cada uno está en condiciones de viajar al país vecino sin tener la sensación de vivir un cambio radical”.

Me pregunta amablemente si quiero beber alguna cosa. Acepto un vaso de agua, que me es servido en una bandeja de plata. No me puedo resistir a continuar con algo que siempre tiene un interés para un historiador. “Cada vez que pienso en la aristocracia dentro de la Historia, me acuerdo de aquellas palabras tristes de Don Fabrizio en El Gatopardo: ‘Vivimos en una realidad cambiante a la que intentamos adaptarnos como las algas siguen el impulso del mar. A la Iglesia se le ha prometido la inmortalidad; a nosotros, como clase social, se nos niega’. ¿Cree que hay un papel para la aristocracia en el siglo XXI?”. No duda en contestar. “Las generalizaciones nunca han sido justas. Se ha perdido mucho hoy en día el sentido de la dignidad, de la buena educación y del buen gusto. Un aristócrata puede tener un papel si su comportamiento es digno de referencia para otra persona”.

Peligro. De hecho, el único gran desastre para las familias aristocráticas ha sido siempre la inhabilidad para asegurar la sucesión del nombre de la familia o del linaje. En un famoso estudio sobre la nobleza británica, un historiador inglés señalaba cómo en cada generación la mitad de la aristocracia ha tendido a desaparecer, a causa del fracaso para producir herederos.

De la misma manera, la reunión de multitud de títulos hoy en la persona de la duquesa de Alba evidencia que todas las familias nobles españolas originalmente asociadas a estos títulos han desparecido por la falta de descendientes. El peligro persiste entre los Médicis, porque hubo muchos hijos únicos, como el propio padre del autor del libro. De hecho, actualmente solo quedan unos 20 Médicis. “Entonces”, continúo, “¿cómo es que al cabo de 500 años todavía puedo charlar con un príncipe de los Médicis en un soleado día mediterráneo? ¿Cuál es el secreto de la supervivencia? ¿Cuánto tiempo más sobrevivirán?”.

“El secreto ha sido mantener siempre muy alto el apellido, evitando comprometernos con situaciones dudosas. Por eso, por ejemplo, mi padre prefirió autoexiliarse antes de apoyar un régimen discutible. Hemos sido siempre una referencia para mucha gente y se ha hecho todo lo posible para no defraudar esta visión que tiene la gente de nosotros. Los Médicis sobrevivirán siempre, aunque no quede ni un solo miembro de la familia, porque no se puede abolir el pasado, tanto menos cuando este pasado es parte integrante de nuestro presente. El arte es pasado, presente y futuro. Y sobre todo, es universal”.

Asiento con la cabeza, le entiendo bien. Está hablando de temas clásicos de la Historia, de cómo el curso de los siglos no borra sino reafirma lo que pueda tener valor en la actividad humana. Los Médicis hicieron su contribución a la civilización occidental en épocas tan lejanas que casi parecen intocables. Sin embargo, aún se pueden tocar. Cuando me levanto para despedirme, Lorenzo de’ Medici me enseña un mapa que cuelga de la pared. Es un original del siglo XVI, con una dedicatoria a un príncipe de la familia. Acaricio su marco, es un mapa de Nápoles y, al tocarlo, tengo la ilusión de ser transportado a este mundo perdido de los Médicis que tengo ante mí en forma de un príncipe cortesano sonriente.

+ "Los Médicis. Nuestra Historia", de Lorenzo de' Médici. Ed. Plaza & Janés, 334 páginas, 18 euros. Más info: www.lorenzodemedici.net


 
 
 
EL ARISTÓCRATA LABORA.


Divorciado dos veces y sin descendientes, el príncipe organiza su vida en torno al trabajo. Usa su licenciatura en Economía para gestionar su fortuna familiar y dirigir una empresa de “licensing” (que otorga licencias de producción, no de franquicia) para que su nombre salga en las etiquetas de productos exclusivos como perfumes (“Lorenzo” para él, “Catalina” para ella), jerséis de cachemir, camisas... la mayoría de los cuales se venden en Estados Unidos y Japón. Actualmente, le roba bastante tiempo la organización de la Fundación Medici, la cual potenciará el talento artístico en Europa. Mientras florece la idea mecénica, ha decidido volver a la escritura y ya dedica tiempo a su nueva obra, en la que abordará a las mujeres de su familia. Aún tiene tiempo para hacer guías exclusivas de viajes para ejecutivos en las que descubre desde los mejores campos de golf hasta el vino que hay que pedir en selectos restaurantes florentinos.
 
 
 
 
ALGUNOS MÉDICIS PARA NO OLVIDAR


A lo largo de cientos de años de esplendor, la Historia de Europa ha estado marcada por muchos de los miembros de esta familia.

1150-?
Giambuono de Médicis. Se le considera el fundador de la dinastía medicea. La única constancia histórica que se tiene de él es una antiquísima inscripción con su nombre en la iglesia de la Asunción de San Pietro a Sieve, en el Mugelo, a pocos kilómetros de Florencia.

1360-1429
Juan de Bicci. Con este Médicis se culminaría la acumulación familiar de riquezas como banqueros. Prestaban dinero a los papas y los soberanos de la época, gracias a lo cual la estirpe consiguió acumular un patrimonio superior a cualquier soberano del momento y, con el tiempo, poder.

1389-1464
Cosme “El Viejo”. Fue el primer gran mecenas de arte y de las humanidades de la dinastía. Se rodeó de los artistas más célebres de la época, Luca della Robbia, Brunelleschi, Fra Angélico, Paolo Ucello, Donatello... a los que hizo múltiples encargos destinados a embellecer Florencia.

1449-1492
Lorenzo “El Magnífico”. Durante su ducado, Florencia fue la capital del mundo. Amigo de filósofos, poeta y político, favoreció nuevos caminos artísticos y el desarrollo de las letras. Además, creó un consejo de 70 personas que estudiaba los asuntos de la república a modo de parlamento embrionario.

1475-1521
León X. Imagen pura del Renacimiento italiano. Erasmo de Rotterdam dijo que con él “la edad de hierro se transformó en edad de oro”. Promulgó las bulas de la indulgencia para financiar San Pedro que provocaron el levantamiento de Martín Lutero.

1477-1534
Clemente VII. Hijo natural de Julianno de Médicis protagonizó uno de los papados más difíciles con la recrudecimiento del luteranismo alemán y el cisma de Inglaterra. Con sus intrigas, la familia alcanzó sus mayores cotas de poder en Europa.

1519-1574
Cosme I. Perteneciente a una rama secundaria de la familia consiguió del papa Pío V el título de gran duque de Toscana con carácter hereditario. Llevó a cabo la compra y ampliación del Palacio de Pitti hasta sus dimensiones actuales.

1536-1605
León XI. Fue el tercer papa mediceo, pero su pontificado tan sólo duró 27 días. Nieto de Lorenzo “El Magnífico”, renunció a tener una carrera de armas por la fe. En la Iglesia destacó por sus dotes diplomáticas y fue un gran mecenas de artistas como Giovanni Antonio Desio y Giovanni Balducci.

1519-1589
Catalina de Médicis. Mujer culta y refinada, muy aficionada a la Astrología, sufrió grandes penalidades como reina y regente de Francia. Estuvo profundamente enamorada de su marido, que la despreció hasta su muerte en público y en privado.

1575-1642
María de Médicis. Reina de Francia sin las dotes intelectuales de su predecesora familiar en este trono. Sufrió un matrimonio lleno de infidelidades y el acoso, hasta ser derribada y exiliada, del literariamente famoso cardenal Richelieu.

1671-1737
Juan Gastón I. El último gran duque de la Casa de Médicis. Como tal eligió a ministros ilustrados que abrieron las puertas a la masonería y el paso a los judíos al ducado de Toscana. No abolió la pena de muerte, pero dejó de aplicarla y quitó los impuestos a los pobres. Murió con su mente a la deriva.

1667-1743
Ana María Luisa de Médicis. Hermana del último gran duque de la Toscana y considerada por muchos la última de los grandes de la familia. Con visión de futuro, donó a Florencia sus colecciones privadas para poner el arte a disposición de todos.
 
 
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