PUBLICIDAD

 elmundo.es
 /suplementos
 /magazine

 
M A G A Z I N E 
176   Domingo, 09 de febrero de 2003
OTROS ARTICULOS EN ESTE NÚMERO
 
Homenaje. Nina Pacari, siempre con el traje tradicional, saluda a sus seguidores en Otavalo

Homenaje. Nina Pacari, siempre con el traje tradicional, saluda a sus seguidores en Otavalo
ECUADOR | EL TRIUNFO DE UNA INDÍGENA
Nina ha tardado 500 años en ser ministra

Su nombre significa en quechua “Fuego de Amanecer”. Nina Pacari, ministra de Exteriores de Ecuador, es la primera indígena americana en llegar a un puesto de tanta relevancia. Nada más tomar posesión del cargo, dos reporteros de MAGAZINE la han acompañado hasta su tierra para recibir el homenaje de los suyos y han compartido sus primeras horas en el despacho. Exigente y tenaz, no deja de vestir el traje tradicional para hacer frente a una formidable labor: luchar contra 500 años de explotación.

 
En el despacho. La ministra de Exteriores ecuatoriana pertenece a un partido indígena.
 

Por sus venas corre la sangre de los indios que acompañaron a Francisco de Orellana en su travesía por el Amazonas; la de aquéllos que, ante la inminente llegada a Quito de Sebastián de Benalcázar, general de Pizarro, quemaron sus casas para entregar a los españoles una ciudad destruida. O la de los que trabajaron como esclavos en las enormes plantaciones de caucho, expuestos al látigo y a las enfermedades.

Tras 500 años de explotación y discriminación, ignorados y despojados de cualquier instrumento de poder, ahora una mujer quechua accede a un puesto de gran responsabilidad cerrando, por fin, el largo paréntesis que se remonta al gran Atahualpa o a Rumiñahui. A Nina Pacari, 42 años, le han encargado la cartera de Asuntos Exteriores, como querían sus compañeros del Pachakutik, el partido indígena, miembro de la coalición que llevó a Lucio Gutiérrez al poder.

Gutiérrez conoce de cerca a los indígenas, sobre todo desde que apoyó, como coronel del Ejército, el levantamiento de enero de 2001 contra el Gobierno. Ese poderoso movimiento popular tomó, de forma pacífica, el palacio presidencial y destituyó al entonces presidente Jamil Mahuad. Y contribuyó a que un independiente e inexperto ex coronel derrotara a los partidos tradicionales para gobernar Ecuador con la vista puesta en los pobres, que representan al 80% de la población del país.

Tan sólo tres días después de su nombramiento, acompañamos a la nueva ministra al homenaje que le rindió el pueblo de Otavalo, el más importante para su etnia. Allí llegó en su coche oficial, junto a su edecán –el coronel responsable de su seguridad– y una asistente. La alcaldía puso a su disposición una escolta, un coche de policía, aunque en Ecuador los ministros no suelen llevar más de un par de guardaespaldas. Recorrió las calles, repletas de gente, hasta la Plaza de los Ponchos. Alguno de sus vecinos se atrevió a acercarse hasta ella y darle un abrazo, aunque los indígenas no suelen ser muy expresivos en sus muestras de afecto. “Es un orgullo para nosotros”, era el comentario más oído en la población. “Al menos conoce nuestros problemas. Veremos qué puede hacer”.

Sonriente en todo momento, Nina llegó hasta la sede de la asociación indígena local, donde le impusieron la Insignia del Sol, símbolo de identidad nativo. Como parte del homenaje, comió el plato de los invitados de honor: cuy, una especie de conejo local, pollo, arroz, yuca y garbanzos.

La ministra sabe que su nombramiento es un paso más en el largo camino hacia la igualdad de los pueblos, que aún debe derribar muchas barreras y superar recelos y estigmas. La semana pasada, un diplomático europeo le preguntó si conocía su país o algún otro de nuestro continente. Ella, ante la cara de asombro de su interlocutor y de otros colegas, le recitó algunos de los países y ciudades que ha recorrido desde que, siendo universitaria, comenzara a viajar por el mundo, primero con sus ahorros y más tarde por razones de trabajo. “Les sorprende hasta que distinga el gótico del románico”, dice.

También conoce los chistes que circularon por internet cuando su nombre sonó como ministrable. “Dicen que Lucio Gutiérrez ha llamado a Nina al Palacio de Carondelet para un puesto”, comienza uno de ellos. “¿Le va a ofrecer ser asistenta o fija?”.

Nina tuerce el gesto y recuerda una de sus discusiones a causa del racismo. “Un día en un bus, cuando estaba en la universidad, oí a una pareja comentar que mi mamá debía de ser blanca, porque yo iba limpia y bien arreglada. Me pasé tres paradas, pero les dije lo que opinaba sobre su comentario”.

O la indignación que sintió el pasado diciembre cuando a su hermana Blanca Matilde, abogada en Quito, no le dejaron alquilar un despacho en un buen edificio. Le dijeron que no podían hacer el contrato porque era un lugar muy exclusivo y lo iba a llenar de indios. De nada sirvió su larga trayectoria profesional ni su vínculo con una futura ministra. Pero la discriminación hacia ella y sus hermanos no ha hecho mella en el carácter de Nina. Pudieron más los consejos de su padre, José Manuel Vega, y la educación que dio a sus ocho hijos, que una sociedad que sigue mirando al indio por encima del hombro.



FUEGO DE AMANECER. A los 18 años, en cuanto la legislación ecuatoriana eliminó la paradoja de permitir nombres anglosajones de telenovela pero ninguno de lenguas vernáculas, cambió su nombre de pila, María Estela, por el quechua Nina Pacari (Fuego de Amanecer). No ha querido abandonar la vestimenta tradicional por la occidental. Sus padres lucharon contra las normas que obligaban a utilizar uniforme y ganaron. Por eso, siempre lleva la camisa blanca bordada, la falda negra y blanca rematada por una faja tejida de colores, alpargatas, las pulseras de coral rojo y la huelca, varias gargantillas de oro que en su día, según el grosor, hablaban de la riqueza de quien las lucía.

Tiene una seguridad aplastante en sí misma y el orgullo de alguien que ha llegado a la cima gracias a su propio esfuerzo. “Nuestro padre nos educó igual a mujeres y hombres; quiso que todos estudiáramos, aunque él no pudo terminar ni la primaria”, recuerda su hermana Claudia. “Siempre decía: ‘Quiero que ganen plata con su sola firma’”. Por eso, a costa de tejer y vender jerséis y otras prendas de lana los sábados en el mercado artesanal de Otavalo, uno de los más famosos del continente, consiguió mandar a los cinco mayores a la universidad. El resultado fueron dos abogadas, dos ingenieros y una médico. Para su disgusto, los menores prefirieron seguir otros caminos: dos son comerciantes como él y uno, músico.

Pero ahí no acabaron los consejos paternos, inusuales en una sociedad tradicional y machista como la de Cotacachi, población de 7.000 habitantes situada entre montañas verdes a dos horas de la capital y a 20 minutos de Otavalo. “Si tu marido te trata bien, te quedas con él; si no, lo dejas. Si algo le pasa, aquí siempre tienen su casa”, solía decir José Manuel Vega. Esa casa familiar es tan humilde como las del resto de Cotacachi: una puerta de hierro, pintada de granate; un patio al que dan la pequeña sala de estar, la cocina y el taller; en la segunda planta se sitúan las habitaciones, con las paredes blancas casi desnudas y alguna fotografía descolorida.

Indio quechua de los otavalos, considerados como los fenicios de Ecuador debido a su espíritu comercial y viajero, Vega, muy aficionado a la política, transmitió esa pasión a su hija mayor, a la que ponía como ejemplo de persona responsable ante el resto de sus hermanos. Él creó la primera sociedad deportiva indígena en Cotacachi y se involucraba en cuanta iniciativa social surgiera. Y a todas las reuniones se llevaba consigo a Nina, para que tomara notas. “La aspiración de papá era que llegara lejos”, rememora Claudia.

La hija dilecta siguió al pie de la letra los dictados paternos y con los años escaló los peldaños que se fijaba como meta. Estudió Ciencias Políticas y Derecho, ejerció como abogada y activista indígena, comenzó a participar en la política ecuatoriana, ganó un escaño, se convirtió en la primera mujer de su país en ser vicepresidenta del Congreso, es miembro de numerosas organizaciones no gubernamentales internacionales, sobre todo de aquéllas dedicadas a la defensa de los derechos humanos y, además, permanece soltera. “Es que mujeres como ella necesitan extraterrestres para que estén a su nivel”, comenta con sorna Ana Miranda, una vieja compañera del Pachakutik.

“Es muy estricta, exigente, tiene un gran equilibrio y analiza todo con racionalidad”, agrega Miranda. “Es una negociadora nata, la buscan para mediar en conflictos”, añade Janneth Villareal, su asistente. “Vive todo intensamente; cuando es bailar, baila; reír, ríe de adentro; cuando se enoja, es explosiva. Te hace sentir todo lo que ella siente, disfruta cada minuto de su vida. Además, es incorruptible”. Si no fuese por su procedencia, a nadie sorprendería su nombramiento.

Al poco de conocerla, Nina Pacari deja evidencia de su inteligencia, serenidad, preparación, amabilidad. Es una mujer seria, pero también alegre y cálida. Tiene una voz clara que refuerza la firmeza de sus ideas. Da la impresión de que sabe bien hacia dónde camina y su posición actual –dicen los que la conocen– no es sino la lógica conclusión de una carrera jalonada de éxitos.

Para ella no todo es trabajo. Su segunda pasión son sus dos familias y entre ellas reparte su escaso tiempo libre. En cuanto puede, deja su apartamento de Quito, donde vive sola, para reunirse con ellos. La primera, la de sangre, se reúne al completo el día de Todos los Santos, la festividad, junto a la Navidad, más importante en la vida social de Cotacachi. Las familias preparan un picnic que comen en los cementerios, alrededor de las tumbas, acompañando a los que se fueron.



CALOR FAMILIAR. Cuando los hermanos están juntos en Cotacachi apenas salen a la calle. A todos les gusta conversar sobre cualquier cosa durante horas o cantar. Nina, a veces acompañada por su hermano menor, coge la guitarra y canta a Pablo Milanés, a Silvio Rodríguez, a los Chalchaleros, a sus compositores locales. En la parte trasera de la vivienda se encuentra el viejo taller de confección, donde aún trabaja el progenitor, junto a dos empleados y los hijos que quedan en la casa. A los ocho hermanos les tocó en su día contribuir a la empresa familiar cuando acababan las clases en el colegio, bien en el taller o bien en el pequeño puesto de Otavalo. A su colorista mercado llegan cientos de indígenas y de turistas los sábados. Fue el padre de Nina el primero en colocar su mercancía en la plaza. Como le daba vergüenza, él se situó en la acera opuesta hasta que vio que la gente se paraba interesada por sus mantas, pulseras, alfombras o blusas.

Antes de la grave crisis provocada por la dolarización de la economía, la familia de la ministra tejía hasta tres bultos (sacos) de ropa y casi todos los vendían. Hoy día, hay semanas enteras en que no hacen ni siquiera uno y no sacan más de 60 euros de beneficio.

Nina, que acompañó a su padre en sus viajes de vendedor por Colombia, combinó más tarde sus ansias de ver mundo con su compromiso social. En una pared de la sala de estar cuelga una vieja foto en la que aparece saludando a Fidel Castro. “Yo tenía 24 años. Me invitaron a una conferencia y pronuncié un discurso que fue muy comentado. Era crítico con la izquierda porque, a mi juicio, marginaba a los indios”, explica. Ahora quiere llevar a sus sobrinas, Maicito de Oro, Inicio de Vida, Tierra del Amanecer y Princesa de la Alegría, a otros lugares, para que amplíen su mente y conozcan, de paso, las huellas de su civilización.

La segunda familia de la ministra reside en Riobamba. La forman la hermana Julia, misionera seglar de la Caridad, nacida en Gacíaz, Cáceres, que llegó hace 20 años a Ecuador; Jácome, religiosa ecuatoriana; y dos jóvenes, Daniel y Coco, de la etnia puruhá. Se incorporaron al grupo hace ya 17 años, al fallecer su madre. Entre las tres los criaron y para Nina son ya parte de ella. “Conocí a Nina porque yo buscaba un abogado para unos indígenas, ya que el bufete que nos ayudaba no hacía nada. Ella estaba terminando la carrera y aceptó de inmediato”, recuerda la hermana Julia. “Mirando atrás era impensable tener una indígena en el Gobierno y máxime en Exteriores. Es un animal político y su mayor preocupación es dar una vuelta al país para transformarlo por completo. Tiene la tenacidad de sus ancestros; es lectora compulsiva y aprende rápido”.

Consciente de que su nombramiento ha levantado muchas expectativas, su propósito ahora es ver cómo la traduce en ventajas para su objetivo de construir una nación y un mundo igual en su diversidad. “Nos ven como piezas arqueológicas, como fuimos hace 500 años, y ahora sólo somos mano de obra barata. Pero seguimos vivos y aún podemos, incluso, seguir construyendo templos”.

Este año proyecta levantar el Templo al Sol en Cotacachi, un sueño que comparte con su cuñado, Auki Tituaña, alcalde de la localidad y premiado varias veces por la eficiencia y transparencia de su gestión. Será un centro del conocimiento y la sabiduría indígena, de enseñanza de la cosmología y de investigación de los saberes de una cultura ancestral. Además del mundo de los suyos, Nina Pacari tiene una visión amplia de la realidad ecuatoriana e internacional. “Los pueblos indígenas han tenido que luchar para recuperar los espacios perdidos. Pero mi propuesta no se dirige sólo a ellos, sino al conjunto de la sociedad ecuatoriana”.

Durante el homenaje que recibió en el pueblo de Otavalo, fuimos testigos de cómo recogió de los suyos el bastón de mando, un símbolo de gran valor entre los indígenas. “No es para ejercer el poder sin más”, explicó el aki (alcalde), “sino para que sea consciente de la responsabilidad que adquiere con sus semejantes”.


 
 
 
Ecuatorianos en España.

por Quico Alsedo
Los números bailan, pero la tendencia es constante: la colonización se ha convertido en un bumerán que se vuelve hacia España en este siglo XXI. Y los ecuatorianos son, en esta película, protagonistas principales. Se trata, por encima de los llegados de Marruecos, de la minoría foránea más nutrida. Según el Ministerio de Interior, un total de 84.699 ecuatorianos residen legalmente en nuestro país; en datos de la fundación hispanoecuatoriana Rumiñahui, la cifra podría superar ya “fácilmente” los 140.000. De ellos, comentan, “en torno a 1.000 serían indígenas, provenientes en su mayor parte del cantón de Otalvo”. El aumento de los ecuatorianos “con papeles” en España fue fulgurante durante 2001: creció un 174% con respecto a 2000. De ellos, 68.476 están dados de alta laboralmente. Y otro dato relevante: sólo 394 niños ecuatorianos estudian oficialmente en los colegios públicos españoles. En 2001, 210 mujeres y 99 varones procedentes de Ecuador contrajeron matrimonio en nuestro país. Respecto a las ocupaciones, el tópico de que realizan los trabajos que los españoles desprecian parece innegable: “En las grandes ciudades, las mujeres se emplean sobre todo en hostelería y limpieza de hogares, y los hombres en buzoneo y ‘guardianía’. En Levante, ya se sabe: el campo”, explican en Rumiñahui. Los aproximadamente 1.000 indígenas viven, trashumantes, “de lo que sacan vendiendo artesanía por los pueblos”.
 
 
 
 
Sebastián de Benalcázar llegó a Quito en 1534 después de desobedecer a su jefe, Pizarro

por Manuel Lucena
Era el centro del mundo, el ecuador terrestre, pero era también el fin del mundo para la conquista española, que iba desde el trópico de Cáncer al de Capricornio, en las Indias. Por ello fue casi una de las últimas que se emprendieron, en 1534, después de haberse acometido la de un territorio más meridional, como era Perú, de haberse recorrido dos veces el litoral argentino hasta el estrecho de Magallanes y casi en vísperas de la entrada de Almagro en Chile, que era casi el fin del mundo.

Y es que Quito ha sido siempre un mundo ignoto y oculto bajo las nubes. Hasta los incas llegaron tarde a dominarlo, y aún esto porque fue el sueño romántico de su penúltimo Inca, Huayna Cápac, padre de Huáscar y de Atahualpa, los dos hermanos que afrontaron una guerra civil, cuando Francisco Pizarro y sus hombres empezaron a entrar en el Perú. Huayna Cápac fue un enamorado de Quito. Construyó Tomebamba (Cuenca), una nueva capital para el imperio septentrional, hizo allí su corte, donde amó a una princesa quiteña, tuvo a su hijo Atahualpa y murió de la viruela que habían introducido los españoles en América en el año 1527. Quito quedó entonces en manos de su hijo Atahualpa, que marchó a conquistar y coronarse Inca en Cuzco, cosa que los españoles frustraron en la batalla de Cajamarca (1532).

La conquista del territorio ecuatoriano fue una empresa larga y difícil. En 1533 Pizarro mandó hacia el norte a su lugarteniente Sebastián de Benalcázar, con nueve caballeros, para asegurar Piura y evitar que se colaran por allí otros descubridores o conquistadores, disputándole su territorio. Benalcázar era un prototipo del conquistador de la primera ola. Nacido en Castilla o Andalucía en el seno de una familia de labradores, tuvo que trabajar la tierra sin poder educarse (fue analfabeto hasta su muerte). Benalcázar llegó a San Miguel de Piura y formalizó la fundación provisional hecha por Pizarro al entrar en Perú. Al poco tiempo aparecieron 200 soldados de Nicaragua con Gabriel de Rojas, vanguardia de otros tantos que llegaron poco después y con las noticias alarmantes de que el gobernador Pedro de Alvarado estaba preparando un ejército en Guatemala para ir a la parte norte de la gobernación conquistada por Pizarro. Benalcázar reunió sus tropas y decidió dirigirse hacia Quito para conquistarlo, desobedeciendo las órdenes de Pizarro. El porqué hizo esto se ha interpretado de formas muy distintas: ambición personal, perseguir el mito de El Dorado, acabar con los restos del ejército incaico, evitar que Quito fuera conquistado por los guatemaltecos, etcétera.

Partió de San Miguel en febrero de 1534 y llegó a Zoropalta. Dejó sus tropas y fue en busca de alimentos al territorio de los indios cañaris. Allí obtuvo un buen botín de llamas, alimentos y mujeres, y algo más adelante encontró el Inkario o red de comunicaciones de los incas, que le llevaría a Quito. Luego se encontró con el ejército inca mandado por el general Rumiñahui. Estaba compuesto de unos 30.000 hombres, formados en un llano situado a unos 3.000 metros de altura y tras un campo lleno de hoyos, para que no pudieran correr los caballos. Dio varias cargas en las que murieron cuatro hombres y otros tantos caballos y se retiró. Un indio amigo se ofreció a guiarle por un camino secreto tras el cual fue a dar sobre la retaguardia de Rumiñahui, en Guamote. Los naturales huyeron en desbandada. Benalcázar hizo a continuación el trayecto desde Guamote hasta Riobamba combatiendo con las tropas del general inca Zocozopagua, mientras que las de Rumiñaui le acosaban por la retaguardia. Los españoles caminaron asombrados por un callejón entre majestuosos volcanes nevados. Habían pasado el Chimborazo y a su derecha se perfilaba el Cotopaxi. El aire era limpio y enorme la luminosidad, así como el silencio. Tras un encuentro en la laguna de Colta alcanzaron Riobamba, donde estaban las tropas de Rumiñahui y Zocozopagua. Un ataque victorioso les permitió tomar la ciudad el 3 de mayo. Al poco tiempo entró en erupción el Cotopaxi, lo que les favoreció, ya que, según las leyendas, cuando reventase sería el signo de la llegada de gentes extrañas que dominarían el territorio.

El camino restante hasta Quito no tuvo batallas frontales. Benalcázar entró en la ciudad el 24 de mayo de 1534. Los caciques de Chillo y de Latacunga lanzaron un ataque nocturno sobre Quito, que fue terrible para los españoles, ya que incendiaron las casas y esto les impidió utilizar los caballos hasta el amanecer. Al día siguiente, mientras el ejército inca se retiraba, llegaron siete caciques para mostrar sumisión. Fue el punto álgido de la conquista. Benalcázar ordenó luego varias correrías hacia el norte pero le alcanzó su primo Miguel Muñoz, que le traía un mensaje de Diego de Almagro pidiéndole reunirse con él en Quito (venía desde Perú) para hacer frente a la invasión de Alvarado, próximo a llegar. Junto a Almagro hizo frente a algunos focos de resistencia y bajaron al sur el i de agosto para asegurar la comunicación con San Miguel. Al llegar a Moche aparecieron ocho jinetes que eran la vanguardia de Alvarado. Los guatemaltecos notificaron que los castellanos habían llegado allí con poderes reales y que se dirigían a Cuzco, pidiendo paso franco.

Benalcázar fundó Riobamba (15 de agosto) y envió una embajada tratando de evitar el encuentro armado. El 26 de agosto de i534 se llegó a un acuerdo. Alvarado vendería todo (barcos, esclavos, armas...) por 100.000 pesos de oro y se volvería a Guatemala. Mientras se cumplía lo estipulado, Benalcázar fue a Píllaro tras el ejército de Rumiñahui. Una patrulla apresó a este último y otra se apoderó de Zocozopagua. Con sus muertes acabó la resistencia. El conquistador refundó Quito y estableció la ciudad de Guayaquil, el gran puerto ecuatoriano, a orillas del río Guayas. Finalmente fue en persecución de El Dorado, lo que le llevó hacia el norte, pasando al territorio colombiano (Pasto y Popayán). El conquistador se perdió por el río Magdalena y llegó a Bogotá, pero ésta es ya otra historia.

    Manuel Lucena Salmoral es catedrático de Historia de América en la Universidad de Alcalá.
 
 
  © Mundinteractivos, S.A. Política de privacidad