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M A G A Z I N E 
179   Domingo 2 de marzo de 2003
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19.00 Acaba la jornada. Al final del día, los becarios posan en el patio central con sus trabajos. En el centro de la fotografía, Elsa López, la directora de la Fundación, y a la izquierda, el último cuadro que pintó el poeta José Hierro.
FUNDACIÓN | LA CASA GALA
Un verdadero convento para jóvenes creadores

Son 16 elegidos, universitarios, hombres y mujeres a los que el escritor Antonio Gala les ha brindado la oportunidad de su vida: nueve meses mantenidos, lo que dura un embarazo, y recluidos en un antiguo convento cordobés para practicar, aprender y pulir todas las artes del Renacimiento: literatura, escultura, pintura y música. El mecenas español y la tranquilidad del entorno les ofrecen unas condiciones inigualables para la creación en comunidad.

 
10.30 Escultor trabajando. Tras el desayuno comienza la jornada de trabajo. Cada cual a lo suyo. El escultor Alexis Amador se dedica a dar forma a un bloque de madera del que emerge un cuerpo de mujer. A ella dedica diariamente unas siete horas.
 
 
11.00 Escribir en silencio. El trabajo más silente es el de los escritores. Paul M. Viejo se encierra en su “celda” para sacar adelante su nueva novela y una biografía de encargo que necesita tener terminada en dos meses. El silencio lo ocupa todo.
 
 
13.00 Acordes al sol. Algunos músicos prefieren trabajar buscando este sol de invierno andaluz. Una guitarra, una partitura, mucha concentración... La mañana se va apurando entre los nítidos acordes de una composición de la tierra.
 
 
14.00 Reponiendo fuerzas. La hora de la comida es uno de los escasos momentos del día que tienen para estar todos juntos. Una de las normas insalvables de la Fundación, como en los refectorios monacales, es que nadie falte en este momento.
 
 
16.00 Resolviendo problemas. Cada uno vuelve a lo que lleva entre manos. Es la hora de retomar las obras que quedaron a medio empezar, de intentar resolver los problemas que cada trabajo plantea.
 
 
18.00 Internet profundo. La biblioteca es una de las estancias donde más tranquilidad se aprecia. Allí hay cuatro ordenadores con todas las posibilidades, incluida Internet, herramienta imprescindible para los que escriben.
 

por Antonio Lucas, fotografías de Luis Davilla


El sol lo atraviesa con su lanza de luz. Córdoba inaugura la mañana como quien abre el portón del mundo. A las i0.00 horas, la ciudad se despereza, alma de nardo del árabe español, y en uno de sus edificios históricos, en un secreto rincón de la judería, en un convento rehabilitado se inicia un rito extraño, de espaldas a la ciudad. A unos metros de la mezquita, a unos metros de todos los sueños. Arranca así la liturgia sacra de la creación: suenan guitarras, garlopas que rozan ásperas maderas, bastidores que golpean contra la pared, máquinas de escribir que ametrallan el aire... Y silencio, todo el silencio del mundo en patios de cal y naranjos.

Intramuros, en la callada turba del convento, 16 jóvenes conviven 24 horas al día con una sola obsesión, sacar adelante una obra, realizar un proyecto en forma de poesía, de novela, de pintura, de escultura, de música. Son los elegidos, los primeros alumnos de la Fundación Antonio Gala, que abrió sus puertas en octubre con un objetivo claro: apoyar a los jóvenes creadores brindándoles la oportunidad de desarrollar sus trabajos con absoluta libertad, en un entorno privilegiado y sin más obligaciones que el compromiso con uno mismo.

Dieciséis jóvenes de entre los 18 y los 26 años, de distintos puntos de España –Sevilla, Jerez, Valdepeñas, Madrid, Barcelona, Canarias...– que fueron seleccionados entre 200 currículos para una oferta difícil de rechazar. La Fundación Antonio Gala de Córdoba ofrece la manutención y asistencia durante nueve meses a los que pasen el filtro de la selección. Todos ellos han dejado aparcada, momentáneamente, otras rutinas, las familias, las novias, los novios, los amigos, las fantasías domésticas... Aquí encuentran lo que necesitan, aseguran, tranquilidad, gastos de supervivencia cubiertos y un clima de creación propicio.

La Fundación Antonio Gala corre con casi todos los gastos: desayunos, comidas, cenas, materiales para los pintores, para los escultores, para completar los fondos de la biblioteca, con capacidad para 20.000 volúmenes y que, hasta ahora, se nutre de donaciones y de la colección particular del albacea de esta aventura, el escritor Antonio Gala. Acariciaba este proyecto desde hace décadas, deseaba tener la posibilidad de ayudar a jóvenes con talento sin más hipoteca que la satisfacción de ver cómo nuevos valores llevaban a cabo sus inquietudes. El desarrollo de la idea no ha sido fácil. Dos padrinos ayudaron: Cajasur, que cedió y pagó las reformas del convento del siglo XVI –rehabilitado por el estudio del arquitecto Rafael de la Hoz–, y la empresa de inmobiliaria local Arenal 2000, que cubre los gastos de mantenimiento de los primeros i6 adolescentes que pasan por el experimento de la Fundación, al frente de la cual está la poeta Elsa López.



HERMANOS INTELECTUALES. Como una Operación Triunfo, como un Gran Hermano intelectual –aunque ellos odian esta referencia– comparten todo el tiempo. Los horarios son estrictos. “Los chavales tiene libertad total para ocupar su jornada. Ellos saben a lo que han venido aquí, el privilegio del que disfrutan. Tienen todo lo necesario para ir cumpliendo sus aspiraciones. Sólo tienen que ceñirse a una norma estricta: los horarios de las comidas. A las 9.00 horas se desayuna. A las 14.00 se come. A las 21.00 se cena. Es de las escasas oportunidades que tienen al día para estar todos juntos. Y deben aprovecharlas. Entre esos intervalos cada uno se enclaustra en lo suyo”, explica Elsa.

El convento cuenta con 26 habitaciones. Algunas de ellas reservadas sólo para los visitantes esporádicos que suelen compartir unos días con estos jóvenes. Tal es el caso del poeta José Hierro, que protagonizó aquí su última aparición pública. Compartió con los i6 escogidos cuatro días de poesía y amistad. “Fue una experiencia increíble. Tenerle entre nosotros fue un estímulo para todos. Vimos al hondo ser humano que era Hierro. Al hombre sencillo. Ha sido uno de los encuentros que más nos ha impactado a todos en nuestra vida”, comenta uno de los becarios, el madrileño Gonzalo Escarpa, de 26 años, licenciado en Filología Hispánica.

Él, como todos los demás, ha venido a trabajar. “He dejado parte de mi vida aparcada en Madrid. Quiero aprovechar estos nueve meses para no preocuparme más que de los dos libros de poemas que llevo entre manos”, asegura. Igual piensa Juan Manuel Martín, de Barcelona, que ha terminado aquí una de sus novelas, La mirada de Ainhoa, un tocho de i.200 páginas. Como Rocío Cano, de Jerez de la Frontera, licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla, que tantea en la Fundación con el informalismo matérico. Igual que todos, cada uno en su ámbito.

Las conversaciones son animadas entre ellos. Comparten más tiempo del previsto. Tienen ciertas ideas claras, pero también conservan una extraña confusión sobre lo que será de sus existencias. Saben que son las cobayas de una aventura que acaba de comenzar. “En la primera convocatoria de las becas no nos publicitamos demasiado. No teníamos ni página web (ahora está en marcha www.fundacionantoniogala.org), así que sólo llegaron un par de centenares de solicitudes. Este año, sin embargo, cerramos el plazo de presentación de currículos en mayo y ya vamos por los 2.000 sobres recibidos. Va a ser una locura seleccionar la segunda promoción”, explica Elsa López.

Los chavales viven en una burbuja. Ninguno se quiere ir. Los días aquí son fáciles. Demasiado fáciles. Reciben todos los periódicos diariamente. Ven los telediarios en los lapsus de las comidas, pero la atmósfera del convento tiene algo de irreal, de hotel de lujo. Nadie supervisa sus trabajos. La Fundación no sirve de plataforma sólida para dar a conocer su obra. No hay un proyecto fijo que evaluar al final de su estancia en Córdoba. “Lo único que le interesa a Antonio [Gala] es que puedan crear a sus anchas. Ese es el espíritu de la Fundación. Esa es su generosidad”, añade la directora.



CÓMODA CLAUSURA. Los días pasan lentos en este convento. La mitad de los espacios están habilitados, pero tienen todavía que perfilarse. Hay estudios para los músicos. Talleres para los escultores y pintores; y las habitaciones, las antiguas celdas, han perdido ese rumor siniestro de la clausura para convertirse en espacios de confort: luz, mucha luz, duchas individuales y todos los equipamientos de un hotel de categoría.

Las risas son permanentes. Rasgan la atmósfera como una daga lúdica. “Hemos conseguido un grado de complicidad excelente entre nosotros. Aquí compartimos inquietudes, nos ayudamos en lo nuestro. Los escritores hablan de literatura con los músicos, éstos dan sus impresiones a los pintores y los escultores. Hay un diálogo permanente y muy enriquecedor. Y cada vez nos centramos más en nosotros mismos. Salimos poco. A nuestras familias las tenemos algo abandonadas. Ahora sí que sé que quiero ser pintora, cueste lo que cueste. Para eso he venido”, sostiene Cristina Megía. Pero extramuros todo es más difícil. ¿A dónde irán los sueños?

Han pasado todo el día ocupados en los suyo. La cena es el momento del reposo del guerrero. Esta noche toca sesión de ópera en vídeo. Hay discusiones sobre si será el plan más animado, pero al final habrá ópera: Wagner. Se saben privilegiados. Para ellos no hay más Eurovisión, más concurso de masas que su propio estímulo. “Esto no tiene que ver con Operación Triunfo ni con Gran Hermano. Estamos con idea de hacer algo serio”, afirma Juan Manuel Ruiz, otro becario.

Las subvenciones de la Fundación Antonio Gala son un misterio. El coste anual que supone cada uno de sus becarios es otro de los enigmas que Elsa López no descifra. Pero para levantar este proyecto hacen falta algunas decenas de millones. El nerviosismo agudo de la campana advierte que es la hora de cenar. Como de las madrigueras van saliendo cada uno de ellos. La directora preside la última comida del día como una madre abadesa jovial y heterodoxa, arengando a los suyos, estimulándoles. Sabe que hay demasiadas ilusiones cifradas. Quedan tres meses por delante todavía. Los sueños acaban de empezar.


 
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