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M A G A Z I N E 
186   Domingo 20 de abril de 2003
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Buen Ritmo. En 1999, el INE contabilizó 2,4 millones de adosados. Las consultoras calculan que la cifra puede haber aumentado anualmente en 125.000 unidades.
CIUDAD IDEAL | EL PRESENTE
España, el país de los adosados

Hileras de tejados bordean las autopistas. Kilómetros de casas pareadas se asoman a las carreteras, diluyendo la ciudad en una mancha poco densa y muy amplia de suburbios. El fenómeno, que ha proliferado en los últimos 10 años, puede ser criticado por muchos motivos: resulta caro de mantener, se derrocha suelo, la calle desaparece como lugar en el que relacionarse y formar ciudadanos, el coche se convierte en imprescindible... Que se lo cuenten a los tres millones de familias que integran la España del adosado.

por Luis Alemany


Imposible no recordar Médico de Familia, la serie de televisión que se ganó audiencias millonarias con un puñado de aciertos narrativos y uno sociológico: retratar por vez primera la España del adosado, el centro comercial y el tren de cercanías que nacía entonces. La apuesta fue arriesgada: en i993, las autopistas no estaban cuajadas de tejados a dos aguas y mucha gente creyó que aquel suburbio de clases medias sólo era un calco de las sitcom estadounidenses.

Mala interpretación: el adosado ya era entonces un anhelo para los españoles del baby boom de los años 60 y 70, los primeros que gastaron tanta infancia viendo series anglosajonas en televisión como jugando en la calle. Cuando esa generación se incorporó al mercado inmobiliario con el auge económico de la segunda mitad de los 90, el unifamiliar se convirtió en una realidad que hizo que las ciudades se extendieran como manchas de aceite.

En i999, cuando lo más increíble del último boom inmobiliario estaba por llegar, el Instituto Nacional de Estadística contó 2,4 millones de adosados; las consultoras calculan que la cifra puede haber aumentado al ritmo de i25.000 nuevas unidades anuales (el 25% del total de nuevas viviendas que se entregan anualmente) desde entonces; “y si no lo hacen más, no es porque no haya demanda, sino porque los promotores prefieren vivienda en altura: le sacan más rentabilidad al suelo y controlan mejor los estándares de construcción”, explica Carlos Ferrer-Bonsoms, director del área de residencial de la consultora Jones Lang LaSalle.

Además, el modelo de urbanismo que se asocia al adosado también hace las delicias de las administraciones, que lo consideran un sinónimo de calidad urbana, frente a los problemas de congestión de la gran ciudad. Y no es una cuestión ideológica: Rivas, la capital del adosado del sureste de Madrid, es uno de los ayuntamientos más consolidados de Izquierda Unida en España.

Hoy, Madrid y Barcelona ya no son ciudades sino algo más amplio y vago: grandes redes que se extienden más allá de sus provincias. El mercado inmobiliario de la capital, por ejemplo, no deja de hacer cálculos sobre lo que ocurrirá cuando el tren de alta velocidad una Madrid con Guadalajara y Segovia, que pronto serán satélites de la gran metrópoli. Y eso, ¿es bueno o es malo?

Para empezar por las buenas noticias, lo mejor es preguntar a los propios habitantes: “Es indiscutible que todos en la familia ganamos calidad de vida”, cuenta Víctor Fernández (23 años, informático recién licenciado), que vive en Villaviciosa de Odón, al sureste de Madrid, desde hace dos años. Tranquilidad, aire limpio, espacio, seguridad... la lista de virtudes es la que cualquiera podría imaginar. Y nadie podría llevarle la contraria: la urbanización en la que vive tiene un aspecto impecable y el jardín está cuidado con mimo. Como en las películas, la familia se ha enganchado a la botánica. Su caso, sin embargo, no es habitual. “Somos la única casa de la calle sin niños”.

Ferrer-Bonsoms cree que el adosado es “un sacrificio que hacen los padres por darles a sus hijos un tipo de casa en la que son los reyes... El sacrificio es relativo, porque no hay pisos en la ciudad que puedan competir”.

Ferrer-Bonsoms continúa: “Puede que en los 80 la gente buscara en los adosados un nosequé de prestigio. Aquellos chalés eran cajitas de zapatos en parcelas muy pequeñas: i80 metros cuadrados construidos en un solar de seis metros de ancho por i0 de largo... Al final, más que en un chalé, vivías en una escalera”. La situación ha cambiado: las parcelas son mayores y las casas, más cómodas. “Hoy en Rivas se venden adosados de VPO (Viviendas de Protección Oficial) mucho mejores que los que se construyeron en los 80 en Pozuelo de Alarcón”.

Claro que la familia más entusiasta de su adosado reconoce un par de pegas en su modo de vida. Por ejemplo: es caro. En casa de Víctor echan cuentas: “Los gastos de combustible se disparan. Y claro, en una familia de cuatro personas que trabajan o estudian fuera, dos coches son insuficientes en cuanto los horarios se complican. Tuvimos que comprar otro coche y el kilometraje se ha disparado”.

Sigan sumando: las casas son más grandes y están más expuestas al frío y al sol, lo que incrementa el consumo de gas en invierno y de electricidad para el aire acondicionado en verano. Poca cosa en comparación con toda el agua que necesitan los jardines. Hay estudios que indican que cualquier ciudad del oeste de Madrid (el cinturón verde de la capital) consume seis veces más agua que las del sur industrial.

Miren Ureña (4i años, arquitecta, tres años en una adosado de Playa del Hombre, a i0 kilómetros de Las Palmas de Gran Canaria) añade nuevas partidas: “Como no tenemos establecida una comunidad de propietarios cada vez que hay que reparar la fachada o la cubierta tenemos que asumir los gastos solos”. La lista podría alargarse: comidas fuera de casa, gastos en seguridad, reparaciones del automóvil...

El automóvil, siempre el automóvil, es el socio inevitable del adosado: “Calculo que pasamos un 40% más de tiempo en la carretera (aproximadamente 45 minutos más al día cada uno) que antes”, reconoce Víctor.

Si el niño es el rey, el coche es el tirano de las urbanizaciones horizontales y poco densas de adosados. Las distancias siempre son demasiado largas, así que el peatón es el gran excluido. Sólo hay que preguntar al colectivo con problemas de movilidad por excelencia: los adolescentes. Cuando al niño se le queda pequeño el jardín, el adosado es una jaula.

Marta Cigüéndez (universitaria de 2i años), se conoce la historia. Mudarse con su familia desde el centro de Madrid a Pozuelo de Alarcón fue para ella un trauma: “Me quedé lejos de mis amigas en un pueblo en el que no conocía a nadie; ahora soy una esclava del coche, aterrorizada con cada ruido raro que hace. Gasto más dinero en gasolina que en cualquier otra cosa”.

Su caso, con todo, no es el más habitual. Para miles de adolescentes que han nacido en un adosado no existe ese mono de ensanche. “Y cada vez ocurrirá menos”, explica Ferrer-Bonsoms. “Con los centros comerciales, que también ofrecen ocio y la mejora de servicios –sanidad, educación...– hay cada vez más gente que tiene todas sus necesidades cubiertas en su suburbio y que no va nunca a la ciudad”.

Centro comercial. De hecho, el centro comercial es otra de las patas en las que se apoya la ciudad del adosado. La Asociación Española de Centros Comerciales contó 34 inauguraciones en 2002. “Con densidades inferiores a las 300 viviendas por hectárea es muy difícil que haya comercio en la calle. Para hacernos una idea: en el barrio de Salamanca de Madrid o en el Eixample de Barcelona, que no son lugares con problemas de hacinamiento, la densidad ronda los 400 hogares por hectárea”, explica el arquitecto Ramón Gámez, profesor en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Europea de Madrid.

Sin comercios, la calle muere, deja de ser un lugar en el que las personas se relacionan y se queda reducido a un simple viario, asfalto que conduce hacia los centros comerciales, los parques empresariales y los grandes recintos de ocio. Todo un cambio. Víctor vuelve a tomar la palabra: “Para mis amigos, bajar a tomar un café es algo literal. Para mí significa: coge el coche, busca aparcamiento y date un paseo hasta el bar. En ocasiones puedes sentirte un poco... apartado”. También tiene su contrapartida: la propia casa se convierte en un lugar, barato y seguro, para la vida social: “Ahora me encanta tener gente por casa... y no es por presumir de ella, sino por disfrutarla”.

Sin caer en la nostalgia, la pérdida de la calle preocupa a todos los que creen que no hay un lugar mejor para formar ciudadanos. Es un espacio para las relaciones más eficiente que cualquier otro modelo urbano: las gestiones se resuelven andando, y las funciones y las personas se mezclan.

Paco Pol, en nombre del Club de Debates Urbanos del que es presidente, expresa esa opinión: “En la calle hay integración, gente distinta que se encuentra y se comprende... Además está el tema de la obsesión por la seguridad. Yo creo que en la calle existe una dosis de riesgo razonable... puede sonar raro, pero lo que no es razonable es que los niños crezcan en una burbuja de sobreprotección, que no perciban el riesgo y acaben por conducir borrachos con 18 años”.


 
 
 
Ciudadanos adosados


Familias con hijos, que se trasladaron a las afueras tras vender su primera casa en altura, de nivel adquisitivo medio y satisfechos con su hogar. Así es el perfil tipo de los que eligen un adosado.

Propietarios. La mayoría de los habitantes de los adosados son propietarios de su casa. Por eso, la oferta de unifamiliares de los promotores se dirige sobre todo a la compraventa, mientras que el mercado del alquiler es reducido. Sólo el 10% de las casas de alquiler son unifamiliares.

Familias numerosas. En España cada vez quedan menos familias de cuatro o más miembros (en 1981, representaban el 49,4% del total de hogares; en 2001, el 32,9%), pero las que quedan tienen su reducto en los adosados: demasiado espacio para las familias monoparentales.

Nivel adquisitivo medio y medio alto. Profesionales, trabajadores cualificados... El precio del adosado no es más elevado que el de muchas viviendas en altura, pero habitarlos sí que exige un esfuerzo económico considerable.

El momento. Las familias llegan al adosado cuando los padres andan a mitad de camino entre los 30 y los 40 años, después de vender su primera vivienda en altura (y de aprovechar la revalorización). Son minoría los jóvenes que, como primera vivienda, adquieren una unifamiliar.

Satisfechos. Según la última oleada del Panel de Hogares de la UE (1999), publicado por el INE, el 46,7% de los habitantes de un adosado está plenamente satisfecho con su casa: no se les ocurre ningún defecto. La misma estadística se queda en el 37,9% entre los de viviendas en altura.

Las molestias. Según el mismo Panel de Hogares, los motivos de descontento más habituales en los chalés adosados son la existencia de humedades (23,5% de los casos) y goteras (15,8%) y la convivencia con ruidos procedentes de la calle (20,2).

Casas jóvenes. Y equipadas. Según el INE, los adosados cuentan con los servicios básicos en porcentajes superiores siempre al 98%. Sin embargo, el de los chalés independientes con calefacción (22,1%) es bajo por el gran número de residencias de veraneo ubicadas en zonas cálidas.
 
 
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