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M A G A Z I N E 
186   Domingo 20 de abril de 2003
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La pequeña Kamala fotografiada lamiendo su plato de comida en el orfanato de Midnapore (La India), donde fue internada tras vivir un tiempo con lobos.
CIUDAD IDEAL | LA AUSENCIA
La humanidad salvaje

¿Qué ocurre cuando un niño crece criado por animales, totalmente alejado de la ciudad? ¿Es posible recuperarlo para la “civilización” urbana? La Historia es generosa en casos de este tipo y famosos escritores como Rudyard Kipling (“El Libro de la Selva”) o Juan Jacobo Rousseau, y cineastas como Francois Truffaut (“El niño salvaje”), han tratado de responder a estas preguntas a través de sus obras. Ahora, un libro del alemán P. J. Blumenthal recopila más de un centenar de casos que, desde la época de Rómulo y Remo, han formado parte de la gran peripecia del ser humano.

 
Kamala y Amala: la mayor de las niñas come de manos de una celadora.
 
 
Kamala y Amala: durmiendo una sobre otra.
 
 
Imagen de Donald y el chimpancé Gua durante su etapa de crecimiento en la que convivieron como hermanos en un experimento ideado por su padre.
 
 
Fotografía tomada en agosto de 1960 en un hospital de La India en la que se ve a un “niño lobo” llamado Ramu mientras es examinado por los médicos.
 

Les llaman “niños salvajes” y están presentes en la Historia de la Humanidad incluso antes de que Rómulo y Remo fuesen amamantados por una loba. Pero al margen de honrosas excepciones como la de los fundadores de Roma, la realidad es que sus leyendas siempre han servido para amamantar otro tipo de miedo: terror al licántropo, al vampiro o al monstruo incomprendido. Afortunadamente, la invención de héroes de ficción como Tarzán, capaz de conservar su humanidad, combinada con lo mejor del instinto animal, los han convertido en seres aceptables e incluso merecedores de la lástima que inspiran sus vidas. También han servido para recordarle al hombre, de forma dolorosa, que el barniz de la civilización es delgado y que su innata bestialidad animal puede resurgir en cualquier ocasión.

Más allá de los escritos de Rousseau y tras la historia de Mowgli, el famoso protagonista de El libro de la selva, la inmortal obra de Rudyard Kipling, esta fascinación hacia los niños criados por animales ha seguido alimentando a decenas de investigadores y literatos. La última entrega es el libro del periodista alemán P.J. Blumenthal, Kaspar Hausers Geschwister, que acaba de publicarse en este país, en referencia al famoso niño maltratado encontrado en Nuremberg en i828, y donde se recogen más de un centenar de casos desde el año 539 hasta la actualidad. He aquí alguno de los más destacados:

India Kamala y Amala. En i920, el reverendo Singh de Midnapore encontró a dos niñas salvajes –de unos tres y seis años de edad, bautizadas después como Kamala y Amala, respectivamente– viviendo entre una familia de lobos en un abandonado túmulo de termitas. Tras matar a la madre-loba, el sacerdote comprobó que las niñas eran tan diferentes físicamente que parecían no tener relación familiar, por lo que supuso que el animal las había recogido en momentos distintos. Las ingresó en el área deshabitada de un orfanato y trataron de vestirlas. Pero las pequeñas se quitaban la ropa a mordiscos y parecían insensibles al frío. Rehusaron tomar leche servida en tazones y no comieron hasta el día que las pusieron junto a los perros. Éstos sólo las aceptaron cuando una de ellas les quitó trozos de carne antes de irse a roer un hueso.

En los meses siguientes, las niñas fueron mostrando su carácter: eran nocturnas, poseían un excelente sentido del oído y de la vista, cierto miedo a la luz y a los humanos, dormían una encima de la otra, aullaban durante toda la noche y olfateaban todo lo que pasaba frente a ellas. Siempre intentaban jugar con los perros del orfanato, mantenían una dieta estrictamente carnívora y corrían a cuatro patas. Su adaptación fue tan difícil que el reverendo Singh se llegó a preguntar si no hubiese sido mejor dejarlas en el bosque. Un año después de ingresar en el orfanato, la más pequeña murió. Kamala pasó semanas refugiada en una esquina aullando por las noches. En i929 falleció de una fiebre tifoidea y fue enterrada junto a su compañera.

EEUU Donald. En junio de i931, la chimpancé de siete meses Gua entró a formar parte de la familia formada por el psicólogo Winthrop Niles Kellogg, su esposa y su hijo Donald, de 10 meses. Kellogg pretendiá comparar científicamente la evolución paralela de las dos criaturas en su propia casa. Así, el niño y el simio fueron criados como si fueran hermanos, sin diferencia: usaban las mismas cucharas, los mismos pijamas y los mismos orinales. Los resultados fueron sorprendentes: Gua tardó menos que Donald en aprender a comer con cuchara y a no mojar los pañales. Al final, el niño empezó a imitar a Gua y a los 14 meses emitía una especie de ladrido para indicar que tenía hambre. Lamía los restos de comida del suelo y al año y medio comenzó a mordisquearse los zapatos.

A los 19 meses, edad a la que los niños saben decir medio centenar de palabras, Donald sólo pronunciaba seis. Pero las complementaba con una serie de gruñidos, gritos y ladridos que había aprendido de Gua. El niño estaba en pleno proceso de animalización cuando su docto padre puso fin al experimento. Afortunadamente, parece que su convivencia con el chimpancé no pareció afectarlo: décadas más tarde, Donald se licenció en Medicina por la universidad de Harvard con buenas calificaciones.

India Ramu, el “niño lobo”. A mediados de los años 50, un niño fue encontrado en las cercanías de la ciudad india de Lucknow totalmente desnudo, en actitud muy agresiva y articulando sonidos que no parecían humanos. Tenía aproximadamente nueve años y era incapaz de andar sobre sus dos piernas. Sólo comía carne cruda y para dormir se acurrucaba en una esquina protegiendo su cabeza con ambas manos, de la misma forma que hacen los lobos en sus guaridas. El pequeño, bautizado como Ramu, permaneció durante i5 años al cuidado de un equipo de médicos llegados de todas partes del país para estudiar su caso. Tras este tiempo, y un intenso aprendizaje, el joven no llegó a aprender más de 40 palabras.

Este hecho, según el lingüista mexicano Alfredo Urzúa, “confirma la importancia de un medio ambiente verbalmente propicio para la adquisición del lenguaje, así como la constatación de que existen límites a lo que un individuo puede aprender si no crece en un medio que le proporcione contacto social, psicológico y afectivo con sus semejantes”.

Francia La “niña esquimal”. En septiembre de i73i, una niña de unos io años de edad llegó al poblado de Sogny, en plena Champaña francesa. Apareció descalza, vestida con pieles de animales y con una calabaza a modo de sombrero. Armada con un garrote, logró matar al perro que un campesino lanzó contra ella. Tras su captura descubrieron que sus pulgares estaban muy desarrollados y que sus rasgos físicos se asemejaban muchísimo a los de los esquimales.

Durante un tiempo, la niña permaneció muda y su dieta se componía de pequeños animales que atrapaba y comía crudos. A medida que pasaban los años aprendió a hablar y los científicos supieron más detalles de su vida. Al principio sólo recordaba a un gran animal que vivía en el agua y haber cruzado el mar dos veces. También que la dejaron sola en un bosque junto con otra niña “de piel negra” a la que más tarde le rompió el cráneo en una pelea. Decía que siempre iban desnudas hasta que una mujer desconocida las recogió y les dio ropa. Pero tras la muerte de su compañera, la muchacha decidió huir. La deducción fue que la pequeña podría pertenecer a una tribu de esquimales que se dedicaban a cazar cetáceos y que llegó a Francia procedente de Norteamérica traída por algún viajero en compañía de la niña “negra”. Después presuntamente las abandonaron a su suerte por razones desconocidas.

Sin embargo, parece que los supuestos beneficios de la civilización no le sentaron muy bien: no se acostumbró al régimen alimentario humano, perdió todos sus dientes y enfermaba con frecuencia. Algunos médicos poco inspirados vieron en esto una rebelión de su naturaleza salvaje y le practicaron sangrías para debilitarla. Finalmente, la salvaje acabó ingresada en un convento parisino, destino común de los niños perdidos, donde desaparece su pista definitivamente.

Otro caso singular fue el publicado por el tabloide británico The Daily Mirror, en su edición del i de febrero de i97i, en el que narraba el encuentro de uno de sus periodistas con un niño gacela que se desplazaba a saltos entre estos animales en el Sáhara español. Este hecho fue confirmado meses más tarde por el antropólogo francés Jean Claude Armen, que vio al extraño pequeño lamer la frente de sus amigas gacelas como signo de reconocimiento. El niño nunca fue capturado.

    + “Kaspar Hausers Geschwister”, de P. J. Blumenthal. Editorial Deuticke. www.Deuticke.at


 
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