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M A G A Z I N E 
186   Domingo 20 de abril de 2003
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Cielo y mar. Un grupo de niños ha dibujado para Magazine su ciudad ideal. Como la de Alejandra Julián, (2º de primaria, Colegio San Patricio Serrano), una tarta de cuatro pisos. En el primero –sumergido en el agua–, las viviendas; en el segundo, las zonas
CIUDAD IDEAL | EL FUTURO
Bienvenidos al año 2050

Le invitamos a un paseo por el mañana sin moverse de su casa. El aire será más limpio, los barrios residenciales se extenderán hasta el horizonte, muchos hospitales serán sustituidos por hoteles para pacientes y las cámaras de vídeo vigilarán cada esquina. La urbe de 2050, consagrada a la tecnología y al consumo, verá sus zonas históricas convertidas en parques temáticos y sus ágoras relegadas a centro comercial. Pero las desigualdades pervivirán y el sentido de comunidad se disolverá... si no lo remediamos.

 
Ecológica. La ciudad de María Camacho, (8 años, Colegio S.E.K El Castillo) es una enorme margarita. Los edificios han sido construidos en los pétalos, que rodean además una gran piscina. A los pies de la flor, los aparcamientos.
 
 
Naturaleza. Paula García (6 años, Colegio Montpellier) dibuja una ciudad árbol, en cuyo interior están las casas.
 

por Silvia Nieto


No se ponen de acuerdo. Mientras unos atisban una ciudad caótica y concentrada sobre un núcleo denso y superpoblado, otros preconizan el estancamiento de los centros urbanos y la disolución de la urbe en cinturones cada vez más extensos de colonias residenciales. Por ejemplo, nada tienen que ver la futurista Washington imaginada por Steven Spielberg para Minority Report y lo que augura para un mañana no muy lejano William J. Mitchell, decano de la escuela de Arquitectura del MIT (Massachussets Institute of Technology). Donde el cineasta ha visto grandes corporaciones habitando rascacielos centelleantes y tráfico intenso (incluso sobre las paredes de los edificios), el arquitecto pronostica la migración de las empresas hacia la periferia y la proliferación de las zonas residenciales alrededor del conglomerado metropolitano.

Por su parte, el holandés Rem Koolhaas, profesor en Harvard e ideólogo de la arquitectura actual más influyente, no está de acuerdo con esta visión y cree en un futuro más cercano al de Spielberg: la gran dimensión metropolitana. Así, ha propuesto como paradigma del próximo milenio la ciudad de Shenzhen –cercana a Macao y Hong Kong–, un lugar caótico, sin aparente planificación, el liberalismo más salvaje hecho urbe.

Contradicciones aparte, quienes se atreven a imaginar el futuro de las ciudades coinciden en un aspecto crítico: la conversión de sus infraestructuras y escenarios en un entramado inteligente. A partir de ahí, y sintetizando lo que piensan los principales futuristas, podemos iniciar nuestro viaje a ese mañana que posiblemente nos espera.

Skyline. La ciudad horizontal. Avanzamos por carretera hacia su ciudad en 2050. Vista desde lejos, no parece muy distinta a la actual. De hecho, es probable que le sorprenda el discreto tamaño de su núcleo, una masa de edificios que despunta sobre el horizonte, torres de pisos, unos cuantos rascacielos, si es que hay alguno. Como opina Josh Calder, futurista y creador de la web futuristmovies.com, “el rascacielos tiene futuro, pero desde luego, no es el futuro. La ciudad se está democratizando en el sentido de que refleja lo que la gente quiere, por encima de los planes administrativos y de los escenarios propuestos por arquitectos vanguardistas. Lo que está claro es que, aunque a veces las personas querrán una visión de altura, otras desearán un ambiente a escala humana, que permita ser vivido, más que dominado por él”.

En el corazón de la urbe. Aquí nos llaman la atención los túneles subterráneos que canalizan el tráfico hacia el centro, la calidad de los accesos y la ausencia de atascos. Pero en cuanto al paisaje, ¡oh!, decepción. Nada de edificios de aspecto innovador, salvo los pocos que salpican aquí y allá las vías principales. Desde que, alrededor de la primera década del siglo XXI, el suelo urbanizable se agotara en el centro, se ha construido poco y restaurado mucho. Numerosos edificios de oficinas se han transformado en viviendas, y el centro se ha revitalizado. Pero el paisaje sigue siendo el mismo: bloques de pisos de estilo más o menos homogéneo, algunas construcciones históricas... Lo espectacular queda reservado a instalaciones deportivas, palacios de congresos, puentes y a los centros comerciales, que compiten por atraer visitantes con su deslumbrante aspecto.

Como explica Mitchell en el libro e-topía, las ciudades no serán muy distintas, porque “los modelos

de asentamiento tradicionalmente establecidos y las convenciones sociales son muy resistentes; incluso ante la poderosa presión del cambio suelen transformarse de una manera lenta, desordenada, desigual e incompleta”.

Hiperconexión. La mayor diferencia entre la ciudad de 2050 y la actual será invisible y estará basada en las redes de información sobre sistemas de telecomunicaciones que mantendrán conectado todo entre sí. Mitchell cree que las urbes serán sistemas de lugares inteligentes, saturados de programas y de silicio, interconectados e interrelacionados. Si hoy ya nos hemos acostumbrado a la omnipresencia del cajero automático, mañana también lo estaremos a las terminales automáticas de compra o información, a los sistemas de vigilancia informatizada, quioscos electrónicos...

Publicitaria y consumista. Si hay algún cambio visual notable en el aspecto de su ciudad, ése es la repetitiva presencia de pantallas gigantes que no sólo han sustituido a las tradicionales vallas publicitarias, sino que pueden llegar a cubrir partes enteras de algunos edificios. En Las Vegas, por ejemplo, ya se ha utilizado una pantalla informatizada de 420 metros, 2ii millones de bombillas y 54.000 vatios de sonido para cubrir la bóveda de la zona comercial Fremont Street. Gracias a ello, el techo del edificio no sólo cambia de color a placer, sino que permite psicodélicos efectos visuales que convierten la visita a la zona en una especie de experiencia sensorial de alto voltaje.

En 2050, la gestión estará en gran medida a merced del capital privado y, más que en una comunidad de ciudadanos, viviremos en colectivos de consumidores. Excitarlos a la compra se convertirá en una prioridad para las empresas, por lo que la publicidad será extraordinariamente invasiva. Entra dentro de lo posible que, como imaginó para el 2054 el grupo de expertos del MIT contratado por Spielberg para dar forma a la futura ciudad de Washington en Minority Report, las vallas publicitarias reconozcan a las personas que pasen por delante de ellas y les hablen, gracias a la tecnología del escáner de retina vinculada a bases de datos.

Algunos expertos, como Scott Beechuk, cofundador de la empresa de software PrivacyRight, es escéptico respecto a dicha tecnología, pero lo que sí cree es que el marketing, por el medio que sea, alcanzará sus máximas cotas de personalización. Si tenemos en cuenta que hoy, y sólo en España, las empresas manejan unas 235.000 bases de datos que incluyen información acerca de nuestra persona, es fácil imaginar hasta qué punto puede explotarse esa información.

Centros mínimos, periferias enormes. Numerosos expertos coinciden en pronosticar que, debido a varios factores, entre ellos el auge del teletrabajo (no se hará extensivo, pero cobrará mucho peso) y que, como defiende Rita Süssmuth, quien fuera presidenta del Bundestag alemán, “la población con empleo remunerado será más pequeña”, las empresas necesitarán cada vez menos espacio y los empleados podrán elegir con mayor libertad el lugar donde prefieren vivir. Esto generará un movimiento de la población empleada hacia urbanizaciones residenciales bien comunicadas (el teletrabajo no acabará con los desplazamientos ni con los contactos personales, así que la gente seguirá necesitando moverse con facilidad) que, debido a su proliferación, convertirán la metrópoli en una especie de malla descentralizada que se extenderá hasta el horizonte.

Transporte: menos y mejor. Aunque la empresa estadounidense Moller International lleve invertidos millones de dólares en un prototipo de coche volador (el M400 Skycar), no parece posible que se imponga. Lo que predice el ingeniero y diseñador de efectos especiales y vehículos Nick Pugh es más probable: hacia 2050 el volante será opcional y el conductor no tendrá que ocuparse de conducir, de decidir la mejor ruta o de reaccionar frente a los imprevistos. Por su parte, Amory Lovins (uno de los pensadores más influyentes de Occidente en materia energética y poderosa figura en la industria de la automoción) apuesta por el hipercoche, un vehículo movido por hidrógeno, no contaminante, seguro y rápido.

La existencia de vehículos mediante tracción con células de combustibles limpios y el desarrollo de las vías subterráneas contribuirán a acabar con los problemas que afectan hoy al tráfico. Lo que está claro es que los automóviles no desaparecerán. Mikel Murga, ingeniero y socio de la empresa Leber Planificación e Ingeniería, explica que “la experiencia acumulada enseña que muchos de los ahorros de tiempo en desplazamientos se invierten en nuevos trayectos. De hecho, la tendencia de las nuevas telecomunicaciones a aumentar las redes de contactos a nivel profesional y social se acaba traduciendo en la necesidad de mantener contactos presenciales”. Así, según este experto, el incremento de la suburbanización, aumentará el tráfico y podríamos perder el mayor activo de las actuales ciudades de densidades medias: “La proximidad peatonal a centros de empleo, comercios y servicios”.

La comunión, al centro comercial. Como ya ha advertido el innovador arquitecto Jon Jerde, la indiferencia de las administraciones a la creación de espacios destinados a que los individuos se encuentren, se relacionen, se comuniquen, va en aumento. Esta circunstancia dará lugar a que, en el futuro, sea la empresa privada la que monopolice las iniciativas en este sentido, con la consecuente orientación comercial de los lugares de encuentro. Las grandes compañías se adueñarán de los espacios de ocio, de los culturales y hasta de los naturales. Y, sobre todo, dominará el centro comercial, convertido en mastodóntica catedral consagrada al culto del consumo. Jerde es uno de los arquitectos que trabaja en este prólogo del mañana, con obras como el Core Pacific City, una construcción de 600.000 metros cuadrados y i9 plantas erigida en Taipei (Taiwán) que cumple, de forma simultánea, las funciones de centro comercial, de ocio y cultural y que ya se ha convertido en un icono del siglo XXI.

Servicios públicos. La burocracia se hará invisible y el contacto del ciudadano con la Administración tendrá lugar a través de Internet o el sistema que venga a sustituirlo. Incluso votaremos desde casa. Por otra parte, muchos de los servicios que actualmente presta el Estado serán transferidos a empresas privadas. Así, la presencia física de las instituciones será cada vez menor, limitada a funciones representativas. Por ejemplo, para asegurar la rentabilidad de los hospitales frente a la mayor demanda asistencial –el i0% de la población será mayor de 80 años– muchas consultas médicas se realizarán a distancia. Según el gerente del Hospital Universitario de Canarias, Julio Villalobos, muchos procesos ambulatorios e incluso la hospitalización de pacientes podrían realizarse en hoteles para pacientes o en el propio domicilio.

Las escuelas también disminuirán extraordinariamente, debido a la escasa demanda, serán más pequeñas y se encontrarán más dispersas, instaladas en las colonias de residentes de la inmensa periferia. No así las universidades, al menos según Mitchell: “No se fragmentarán en empresas descentralizadas de educación a distancia, como se ha sugerido, sino que buscarán la diferenciación y competirán por los mejores talentos potenciando una comunidad intensa, cara a cara, de ambiente agradable”.

Vigilancia. Dado que la metrópoli del futuro no está exenta de delincuencia, la vigilancia que permiten los sistemas basados en las nuevas tecnologías alcanzará cotas de Gran hermano. Si en algunas ciudades británicas, ya hoy, y en un solo día, una persona es grabada por más de 300 cámaras, es fácil imaginar cómo será en 2050. Serán registrados imágenes y sonidos de quienes transiten por la calle. Encuentros, recorridos, agresiones, accidentes... se someterán a una vigilancia constante por las fuerzas de seguridad del Estado. La policía contará con sistemas capaces de detectar automáticamente a quienes se salten un semáforo, existirán escáneres de matrículas que permitirán localizar un coche al instante y la tecnología de reconocimiento facial, ya en desarrollo, se implantará, como mínimo, en fronteras y aeropuertos. El resultado: menos delincuencia en las zonas más vigiladas y una ciudadanía que verá su privacidad muy comprometida.

“Ecociudad”. Más de dos tercios de la población mundial vivirá en ciudades, lo que significa, entre otras cosas, que la gestión de las basuras domésticas –que hoy suponen un 75% del total de los residuos que se generan, según Naciones Unidas– podría llegar a ser inabordable. Los expertos ya lo han previsto y apuntan algunas medidas para evitar que las urbes se conviertan en enormes vertederos.

Mary Loquvam, consultora de gestión de residuos y directora ejecutiva de Waste Not Inc. cree que la reducción de desperdicios en origen (disminución de los embalajes, por ejemplo) es hoy un auténtico anatema para la sociedad de consumo, pero considera que en 2050, estas vías, unidas al reciclaje, estarán plenamente desarrolladas. Por su parte, Lupe Vela, de la Oficina de Gestión de Residuos Sólidos de Los Ángeles, cree que hacia 2040 ya se enviarán residuos al espacio. Por su parte, el arquitecto norteamericano William McDonough, experto en ecoarquitectura, apuesta por ir más allá del reciclaje y desarrollar materiales i00% biodegradables. Si sus tesis se confirman en el futuro y se desarrollan convenientemente las energías renovables –según la Agencia Internacional de la Energía, en el 2050 el porcentaje de energías de fuentes renovables supondrá un 26% del total–, el sueño de la ciudad sostenible dará un paso más en su realización. La basura orgánica devendrá combustible y la inorgánica será reciclada casi en un i00%. Las zonas residenciales contarán con sistemas de recogida que llegarán hasta la propia casa y conducirán los desechos hacia su destino final (generar energía, reciclarse industrialmente o, directamente, destruirse).

Multiculturales, pero segregadoras. La creciente diversidad humana y cultural no servirá, desgraciadamente, para crear una ciudad más plural. Según Mitchell, en la nueva sociedad de la revolución digital habrá perdedores y ganadores. Los primeros serán los homepageless, aquéllos sin acceso a las tecnologías de la información, los desconectados. El ingeniero Mikel Murga cree que las consecuencias a largo plazo de esta segregación pueden llegar a ser especialmente graves, “dado que se crean barreras crecientes por falta de conocimiento y relación entre los diversos estamentos sociales”.

Patrimonio artístico y cultural: hacia el parque temático. ¿Cómo se insertarán los barrios y edificios históricos, los monumentos y los museos en esta ciudad? Benoît Peeters y François Schuiten, creadores de la serie de comics Las ciudades oscuras, dijeron recientemente, durante un debate en la Universidad de Lille, que los centros históricos iban ya camino de convertirse en museos del pasado, en espectáculos fosilizados, auténticos parques de atracciones orientados al turismo, a la comercialización de recuerdos. Estas zonas perderán las funciones de hábitat (como ellos mismos explican, ya en la actualidad es más difícil encontrar una panadería que una joyería en ellas) y se convertirán en una foto fija del ayer.

Vestidos para conectar. La ropa será, cuando la necesitemos, medicinal, mantendrá nuestro cuerpo a la temperatura aconsejable en cada momento y, como prácticamente todo a nuestro alrededor, será inteligente. Como dice Neil Gershenfeld en el libro Cuando las cosas empiecen a pensar, “los ordenadores para llevar encima suponen una revolución que estoy seguro tendrá lugar, porque ya está ocurriendo. Hay tres fuerzas que la impulsan: el deseo de la gente de aumentar sus capacidades innatas, la existencia de una tecnología que puede introducir ordenadores en la ropa y la demanda industrial de desplazar la información desde donde están los ordenadores hasta donde están las personas”. Llevaremos microprocesadores en las gafas, en los zapatos, en la camisa... que nos permitirán ver más, oír más, comunicarnos a distancia, consultar información en cualquier momento y lugar, cambiar el color de las prendas...

Y la colectividad… ¿qué? Las ciudades no son sus edificios, sino el sentido de comunidad que se crea entre las personas que las habitan. En este aspecto, el futuro presenta visos oscuros. Según Margaret Wheatly y Myron Kellner-Rogers, directores del Berkana Institute, las tan cacareadas virtudes de Internet para crear comunidades virtuales esconden una trampa: “Crean fronteras más fuertes que nos aíslan unos de otros. A través de la web podemos buscar relaciones con otros que son idénticos a nosotros. Respondemos a nuestro instinto comunitario, pero formamos grupos altamente especializados a nuestra imagen, que refuerzan nuestro aislamiento del resto de la sociedad”. Esta exclusión progresiva jugará, según algunos autores, en beneficio del florecimiento de las iglesias, que acogerán a los que ya no se sientan aglutinados en torno a instituciones como la empresa, familia o vecindario.

Marshall Goldsmith, director de Kelty, Goldsmith and Company, una de las principales empresas de Estados Unidos en materia de formación de líderes, cree que la comunidad (ahora global) tiene el potencial de convertirse en una pesadilla, un mundo conformista donde la diversidad desaparecerá, un escenario de estímulos efímeros dominado por la televisión, los videojuegos o la realidad virtual, un espacio para el aislamiento. Pero también cree que esa comunidad tiene el potencial de convertirse en todo lo contrario: un mundo diverso en el que millones de personas puedan comunicarse, donde se construyan valores perdurables y que tienda la mano a la Humanidad.


 
 
 
Dejad hablar al futuro
Obras imprescindibles para comprender todo lo que está por venir.
por S.N.
Mutaciones. Varios autores. Ed. Actar, 2001. El “feísmo” urbanístico, desde Norteamérica hasta África, pasando por el sureste asiático, nunca había sido escrito ni fotografiado de una manera tan espectacular. El arquitecto holandés Rem Koolhaas y sus alumnos de Harvard completan su viaje por la geografía de las ciudades aceleradas: desde el “downtown” desértico de Detroit, hasta la masificación de las ciudades del delta de Río de las Perlas, en China, las aldeas de ocho millones de habitantes de Nigeria o los modelos en decadencia de Europa./ Luis Alemany

Cuando las cosas empiecen a pensar. Neil Gershenfeld. Ed. Granica, 2000. El autor parte de una premisa: por ahora, las máquinas son instrumentos pasivos que no nos facilitan mucho la existencia. Hace falta una revolución que los convierta en asistentes capaces de pensar, de “ponerse en nuestra piel” y de hacerse verdaderamente útiles.

e-topía. William J. Mitchell. Gustavo Gili, 2001. Mitchell señala que su libro no es una apología del futuro hiperconectado ni tampoco una visión fatalista de lo que nos espera. Su percepción es lúcida, llena de sentido común y muy cercana. El autor no se queda en los grandes conceptos, desciende hasta el impacto que los cambios tendrán en la vida cotidiana.

La comunidad del futuro. Fundación Drucker. Granica, 1999. Interesante colección de visiones del futuro de las comunidades en el siglo XXI, donde se abordan temas tan diversos como el nuevo papel de las ONG, las empresas, las iglesias o Internet. Sus autores, todos ellos grandes personalidades del mundo de la empresa, la investigación y la política, apuntan los riesgos y desafíos que depara el futuro así como las vías más efectivas para afrontarlos. Un libro que permite conocer mejor los fundamentos, la situación y las perspectivas de la ciudad humana.

Pisos Piloto. Células domésticas experimentales. Gustau Gili Galfetti. Gustavo Gili, 1998. Hace mucho que los arquitectos de todo el mundo se preguntan acerca del apartamento del futuro. En este libro es posible acercarse a las propuestas más utópicas y visionarias que se han realizado en las últimas décadas.

La galaxia Internet. Manuel Castells. Plaza & Janés. Areté, 2001. Este experto en la sociología de Internet describe los cambios que la Red ha introducido en nuestro mundo y apunta los peligros de la brecha del conocimiento, el principio de las desigualdades futuras que podría delimitar el mundo de quienes tendrían acceso a la información y el de quienes no.
 
 
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