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M A G A Z I N E 
200   Domingo 27 de julio de 2003
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Sala fría. Al-bayt al barid. La temperatura del agua es de 16 grados y se utiliza para activar la circulación de las piernas y brazos mediante el contraste entre el frío y el calor.
BAÑOS ÁRABES | LA “RECONQUISTA” DE ESPAÑA
Agua, jazmín y violeta para relajarse como un califa

Hubo un tiempo en el que lavarse en Al Andalus no era una necesidad, sino una obligación. Mahoma lo dictó en el Corán: “La higiene es la manifestación de la fe”. En las principales ciudades musulmanas comenzaron a construirse los “hammam”, es decir, baños públicos, auténticos centros de reunión social, de discusión política, de relajación espiritual. En 1492, durante la expulsión de los moriscos, los cristianos los prohibieron y cayeron en el más injusto de los olvidos. Hoy, regresan a las mismas ciudades de España en las que convivieron con la sabiduría, el gusto por la belleza y el placer de los sentidos de la antigua cultura andalusí.

 
Sala templada. Al-bayt al wastani. Su tempe ratura es de 36 grados y se trata de la piscina más grande, la que utilizan los bañistas durante más tiempo.
 
 
Sala caliente. Al bayt al-sajun. El agua se mantiene a 40 grados, una temperatura elevada para abrir los poros de la piel antes de recibir el masaje.
 
 
Pasillo de tránsito. El agua como elemento purificador. Las fuentes, como en la Alhambra, ocupan el centro de las salas. Los arcos intenta imitar a la mezquita de Córdoba.
 

por Alberto Rojas fotografías de Carlos Rubio


Hace 1.400 años, Mahoma impuso el baño como un rito de purificación religiosa e instauró el hammam público como centro de limpieza corporal. “La higiene es la manifestación de la fe”, dijo el marido de Fátima. Estos edificios se convirtieron pronto en una parte importante en la vida de los ciudadanos, en una actividad tan esencial como acudir a una mezquita o regatear en las tiendas del zoco, en un pasaje obligatorio para los grandes eventos de la vida: el nacimiento, la circuncisión y el matrimonio.

En la España andalusí, tierra de califas, infieles y muecines, los árabes utilizaron el ladrillo, la celosía, la fuente, los perfumes y los juegos de luces, sombras, brillos y reflejos para recrear lo único que nos queda del paraíso. Herederos de la tradición romana de las termas, los árabes pronto descubrieron el culto naturista al agua.

El poeta Ibn Zamrak, el más brillante de los que vivía y amaba en la Alhambra, decía en uno de sus versos: “El agua es como un amante cuyos párpados están henchidos de lágrimas”. Algunos de los baños eran muy humildes y económicos. Otros, en cambio, representaban todo un lujo para los sibaritas. Fueron centros de reunión social y cultural, de intercambio de ideas, como se muestra en algunos tratados antiguos que describen las costumbres higiénicas, la moda y los gustos personales de Al Andalus.

Todos los barrios de las grandes urbes andalusíes poseían varios hammam. En la época de máximo esplendor de Córdoba (siglos X y XI) existían 900 baños dentro de la ciudad. La mayoría fueron abandonados poco a poco tras la Reconquista, la toma de Granada por los Reyes Católicos y la expulsión de los moriscos en 1492. Poco después, los cristianos, que siempre vieron en ellos lugares de perversión, acabaron prohibiéndolos para evitar la seducción de los cuerpos desnudos y las reuniones clandestinas en su interior, debido a su carácter político.

Fue en 1996, cinco siglos después de su desaparición, y en plena era de Internet, cuando los baños regresaban a España con todo su floreciente pasado. Un joven matrimonio de Granada, formado por José María García Córdoba y María Jesús García, se jugó todo su patrimonio, varios préstamos y, sobre todo, su futuro, en adquirir una antigua casa morisca granadina, en el corazón histórico de la ciudad del Albaicín y a los pies de la fortaleza roja de la Alhambra. Tras dos años de duro trabajo para acondicionar el edificio, dos millones de euros como primera inversión, “mucha fe, constancia, cabeza y un poco de fortuna”, como reconoce García Córdoba, en 1998 abrió el hammam de la calle Santa Ana. Estos baños, nacidos de los libros de Historia y decorados con motivos nazaríes, representan una vuelta al esplendor de la dinastía de Boabdil y un respeto a la cultura de la ciudad que los acoge.

Sus muros alicatados, sus estancias separadas por arcos y columnas, sus techos abovedados, el vapor dibujando figuras fantasmales y la luz penetrando por las lucernas los han vuelto a convertir en auténticos oasis de silencio, belleza y relajación. “En su construcción se utilizaron materiales propios de la época andalusí como el estuco de cal, el ladrillo y el azulejo”, explica Karine Brück, gerente de los baños de Granada. Y reconoce que “la acogida ha sido espectacular entre los turistas, que ven en ellos una nueva oferta de ocio. Hay una lista de espera de más de una semana para poder entrar y darse un masaje”.

Los baños árabes, iluminados por lucernarios, constan de tres piscinas con diferentes temperaturas. Al cambiar de una a otra se activa la circulación o se relajan las extremidades. La sala fría (al-bayt al barid) es una poza de agua a i6 grados. La sala templada (al-bayt al wastani) es la preferida por los bañistas, que se sumergen en ella la mayor parte del tiempo. El agua está a 36 grados. Por último, la sala caliente (al-bayt al-sajun) sirve para abrir los poros de la piel antes de recibir el masaje. Su temperatura es de 40 grados.

Otro de los secretos de su éxito es la limitación del aforo para evitar la masificación. Entre la bruma del vapor, saliendo de la piscina de agua caliente como si de una venus se tratara, aparece Teresa, de 23 años. Viene de Los Ángeles y comenta: “Llevo dos meses en Granada y he venido todas las semanas. En Estados Unidos no tenemos nada parecido. Me encanta disfrutar de la cultura árabe, muy desconocida en mi país”. En cambio, Hanna, otra rubia de mejillas coloradas que acaba de llegar de Nueva York, no le encuentra la gracia al asunto. Una vez que se sumerge en las salas de agua fría y caliente, ya no sabe qué hacer. Da vueltas por los baños sin ningún sentido. No entiende el hecho de estar tumbada para relajarse, sin otro objetivo. Para ella –“una chica acostumbrada a las carreras en el metro, a la vorágine frenética de la gran ciudad”, según dice–, “el tiempo es de otro orden”.

Las estadísticas sobre el origen de los visitantes revelan que un 50% de los clientes son extranjeros y que, de éstos, un 50% es estadounidense. “A pesar del fervor cristiano de Bush, muchos estadounidenses se sienten atraídos por la cultura árabe y sus tradiciones”, asegura Hanna.

Juan, uno de los masajistas, explica que su arte aprovecha varias técnicas de relajación. “No se trata de masaje terapéutico porque no tenemos un estudio sobre los problemas musculares del paciente. Yo diría que se trata de una práctica antiestrés que funciona muy bien, ya que la gente se va contenta. Partimos de las piernas y la espalda para terminar en las cervicales, una de las zonas del cuerpo que más sufre por la tensión”, afirma el masajista, ataviado con un atuendo blanco. “El cliente elige el aceite que desea, el aroma y las propiedades de cada esencia. Porque no es lo mismo el efecto del jazmín que el que proporciona la violeta”.

El pasado año, 28.569 clientes se bañaron en sus aguas, la mayoría entre los 25 y los 50 años, la edad en la que el estrés laboral se manifiesta con más virulencia. El éxito de combinar el baño, la relajante música sufí y el masaje llevó a los emprendedores María Jesús y José María a expandir la oferta hacia arriba: la segunda planta del edificio se utiliza como tetería, con más de 300 tipos de té, gran variedad de repostería morisca y actividades como clases de danza del vientre, cuentacuentos y música antigua en directo. La tercera planta, que sirve de restaurante, tiene en su terraza fabulosas vistas al barrio del Albaicín. Además, gracias al trabajo de un historiador y un chef, La colina de Almanzora, que así se llama el local, ofrece en su carta comida andalusí rescatada de los antiguos archivos árabes.

Como la empresa iba bien y daba beneficios, decidieron abrir otro local, aún más espacioso que el anterior –más de 1.000 metros edificados–, a tan sólo 50 metros de la Mezquita de Córdoba. Los Medina Califal se han convertido en los baños árabes más grandes de Europa y cuentan con cuatro piscinas y una tetería. Para su construcción se compraron cuatro casas antiguas en la calle Corregidor Luis de la Cerda y se gastaron más de i.800 millones de euros. Cada elemento en su interior ha sido objeto de un estudio profundo para trasladar al visitante a otra época. Las columnas con capiteles de avisperas, friso continuado, hornacinas para el perfume, los aromas y hasta un suelo radiante hipocausto –calentado por la circulación de agua caliente– completan estos baños, ejemplo de decoración de la época califal, en perfecta concordancia con la Mezquita de Córdoba y su entorno.

La tercera ciudad elegida para completar la propuesta fue Madrid. Su condición de capital, el veloz ritmo de vida de sus gentes y su pasado árabe la convertían en otro emplazamiento ideal para abrir un hammam. En esta ocasión, en vez de construir todo el edificio desde los cimientos como habían hecho en otros de sus proyectos, decidieron respetar y recuperar un antiguo aljibe. Con una inversión de 1,2 millones de euros, posee cinco salas y da trabajo a nueve masajistas. Igual que los anteriores, es de uso mixto.

Los baños, que se encuentran a escasos metros de la Puerta del Sol y de la Plaza Mayor, tienen cientos de años de antigüedad y están decorados siguiendo el estilo mudéjar, acorde con la historia árabe de Madrid. Se caracteriza por sus líneas muy puras y la utilización del ladrillo. Un poema árabe escrito en sus paredes recuerda que el agua también apaga la sed del alma. Antonio, uno de los clientes, admite que “se trata de una práctica muy saludable. Uno tiene la sensación de volver a nacer. Cuando terminas te vas en metro a casa y parece que viajas flotando”.

En su época de máximo esplendor, este pequeño edificio ocupaba la zona colindante a la Almudaina –hoy Catedral de la Almudena– y se hallaba rodeada de una muralla que separaba la plaza Jacinto Benavente de los arrabales. La llegada de las tropas cristianas terminó con el uso de este baño, que ha estado oculto hasta su nueva apertura en 2002. Para respetar la tradición andalusí, el visitante puede compartir un té al finalizar la visita en su restaurante. Además, este centro incorpora un espacio conocido como baño turco, en el que el vapor húmedo sustituye a la piscina, y una sala especial donde se eliminan las células muertas de la piel gracias a la fricción con guantes, igual que se hace en Damasco o en Estambul.

La siguente ciudad en recuperar esta tradición andalusí será Toledo –que abre su hammam en septiembre– y, ya para el año que viene, Zaragoza. Aunque José María y María Jesús no se limitan a expandir su negocio sólo por España. En Roma ya negocian la compra de unas antiguas termas para resucitar la tradición de los césares.

Gracias a la paulatina recuperación de estos baños, la cultura árabe y su gusto por la tranquilidad y el placer del cuerpo han escapado de un baúl olvidado de la Historia. Y todo, a pocos metros del ruido, la contaminación y el estrés de la gran ciudad.


 
 
 
Menú andalusí


Los árabes nos trajeron una rica gastronomía que ha ido evolucionando hasta nuestros días. Cuando la península Ibérica era Al Andalus actuó como receptora de una sabiduría culinaria acumulada durante siglos y punto de encuentro entre oriente y occidente. El ingrediente más reconocido como herencia musulmana es el arroz (ar-ruz), oriundo de La India, de China, y del Extremo Oriente, que en la cocina andalusí se consumía con canela, en horchata, en papilla, con miel, con agua de rosas, y mezclado con leche, almendras, pescado y pollo en diferentes estilos. La repostería y los cereales también formaban parte de la base principal de su dieta (avena, cebada, trigo…). El conocido plato de Harisa (las antiguas gachas), se hacía con migas de pan blanco o sémola, expuestas al sol, secas y fermentadas. De los antiguos archivos árabes han salido estos menús, los mismos que pueden degustarse en cualquiera de los restaurantes de los baños de Madrid, Granada y Córdoba.
 
 
 
 
Curar con perfume


Para nuestros antepasados, el elaborador de perfumes era una especie de hechicero, un sacerdote que aplicaba sus conocimientos de alquimia para crear incienso sagrado. Con él, elevaba el espíritu y conectaba la mente humana con el poder de los dioses. Se enlazaba la curación con la religión. Y no sólo con buenos olores: el hedor de las personas enfermas se empleaba para exorcizar los espíritus malignos. En los baños árabes, cuando recibimos un masaje con jazmín o violeta, por ejemplo, los componentes químicos de los aceites esenciales son absorbidos por la piel, entran en el torrente sanguíneo y producen reacciones químicas similares a las de los fármacos. La aromaterapia es la curación de las enfermedades y el desarrollo del potencial humano mediante la utilización de las fragancias. Se trata de una disciplina terapéutica que aprovecha las propiedades de los aceites extraídos de las plantas aromáticas, para beneficio de la salud y de la belleza.
 
 
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