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M A G A Z I N E 
206   Domingo 7 de septiembre de 2003
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Jennifer es una apasionada del circo, donde actúa tres meses al año como clown o acróbata
IRREPETIBLES | JENNIFER MILLER | LA MUJER BARBUDA
“Siempre sentí que no iba al mismo ritmo que el mundo. Con la barba mi rebeldía se hizo tangible”

Jennifer, la mujer barbuda. Su madre le dejó una peculiar herencia: una barba que ha aceptado y que cuida con esmero. Podría eliminarla definitivamente, pero está acostumbrada a cuestionarse los dictados de la sociedad. “Las mujeres sufren por tener que plegarse a una imagen y, para ellas, algo así es inconcebible”. Hija de profesores, enseña teatro en la Universidad de California y dirige un circo en Nueva York, pero nunca ha interpretado en los escenarios el papel que desempeña en su vida, el de mujer barbuda. Tiene 43 años, es lesbiana y desde hace 20 años convive con su pareja. “Estoy tan acostumbrada a que me confundan con un hombre que ya no me doy ni cuenta”.

 
 
 
| 1 | DANNY RAMOZ GÓMEZ | HOMBRE LOBO | “Mi diferencia marca distancias y me protege. Nunca me quitaría el pelo que cubre mi cuerpo”
 
 
| 2 | LORI Y REBA SCHAPELL | SIAMESAS | “Nuestro destino era vivir juntas. Hasta que una fallezca no nos separaremos”
 
 
| 3 | JEFFREY STANTON | EL NEGRO BLANCO | “Me duele sentirme marginado. La gente teme incluso que la contamine. Soy una provocación”
 
 
| 4 | HERVÉ PAILLET | EL ACTOR SIN PIERNAS | “Sólo deseo que mis hijas no aparten su vista de mi cuerpo, ellas son lo más importante en mi vida”
 
 
| 5 | DEB TEIGHLOR | UNA MODELO DE 250 KILOS | “La obesidad es una debilidad tan tolerable como otras. Ahora ya no odio mi cuerpo”
 
 
| 6 | JIMMY VIDALES | EL ENANO TORERO | “La valentía y la grandeza no se miden en centímetros. Yo me siento orgulloso de mí mismo”
 
 
| 7 | LAS HERMANAS LAUNEY | CUATRILLIZAS | “Somos iguales pero diferentes. No somos clones. Fabricar seres idénticos nos parece inhumano”
 
 
| 8 | CONNIE CHIU | ALBINA | “Mi apariencia desafía las normas, pero me gusta. No sería la misma sin esta peculiaridad”
 
 
| 9 | ALISON LAPPER | PINTORA SIN BRAZOS | “Mi cuerpo es bello, no estoy acomplejada. Aprendí a amarme sola y a mejorar mi autoestima”
 

por Virginie Luc. Fotografías de Gérard Rancinan


La seña de identidad de Jennifer tiene un nombre propio: hirsutismo o, lo que es lo mismo, crecimiento excesivo de vello en zonas del cuerpo habitualmente libres de él. Es más frecuente en mujeres y, en el caso de Jennifer, la barba le viene de familia: la ha heredado de su madre y su abuela.

Sin embargo, lejos de acomplejarse, la muestra con orgullo e incluso se siente herida si le piden que se la afeite, como le ocurrió en su antiguo trabajo, en el cabaret Side Show by the Seashore, donde hacía un número con cuchillos. Resulta curioso, porque nunca ha estado dispuesta a representar en los escenarios el que es su papel fuera de ellos: el de mujer barbuda.

Conocí a Jennifer, de 43 años, en Los Ángeles, donde se encuentra cuando no está dirigiendo el circo Amok de Nueva York. Trabaja como profesora de teatro en UCLA (Universidad de California) y en el California Institute of Arts. Aquí o allí, es una mujer incalificable. “Hablar de la diferencia es confesarse diferente. Yo me considero una persona normal. El mundo de la diferencia se fabrica aceptando ese término. Conseguir que la gente se olvide de la imagen clásica de la mujer barbuda no es fácil. ¿Cómo puedo hacer comprender las diferencias que hay entre esa imagen victoriana de la típica mujer barbuda de circo y mi propia imagen en el siglo XXI?”.

Su padre era profesor de física y su madre también era maestra. Ella cursó estudios superiores en Hartford (Connecticut). Sin embargo, pronto se sintió atraída por el mundo del espectáculo. Con apenas 20 años, a finales de los 70, dio sus primeros pasos en la danza experimental y el teatro de vanguardia. “Cuando entré en ese mundo todavía no tenía barba. Me gustaba ese universo incluso antes de que empezara a ser marginada y rechazada por mi físico”.

Su fuerte carácter pronto se materializó en su cara a través del vello. Era otra forma de romper las convenciones, otro desafío. Como si su cuerpo viniese al encuentro de su espíritu, lleno de interrogantes y de reivindicaciones; como si su rebeldía se inscribiese también en su piel. “Antes de que apareciese la barba tuve el sentimiento de que el mundo y yo no caminábamos al mismo ritmo. Con la barba ese sentimiento se hizo tangible”.

Se dio cuenta del crecimiento anormal del pelo con los años y cuando una enfermedad le impidió depilarse, pero no tardó en aceptar su barba y dedicarse a cuidarla. Tiene la misma personalidad fuerte de su madre y su abuela. “Ellas me enseñaron el significado de la palabra respeto y a tener el coraje de decidir por mí misma”. Por su aspecto, ha tenido que soportar el peso de las normas establecidas como un desafío más. “El cuerpo es un territorio de opresiones. Las mujeres sufren por tener que plegarse a una imagen, y para ellas una barba es inconcebible. Una mujer no lleva barba. Ante todo, tiene que ser femenina. Yo he tenido miedo a esos clichés. Legitimar la diferencia es también legitimar sus sufrimientos. Seré, pues, una mujer barbuda, sin que por eso sea diferente”.

Gracias a ella y un grupo de amigos nació en 1989 el circo Amok, a medio camino entre el teatro callejero y el circo popular. Desde entonces, su pequeña carpa amarilla y verde se pasea por los barrios más desheredados de la periferia de Manhattan: Bronx, Harlem y Queen. Jennifer tiene un triple papel: es un clown, una madonna que toca la guitarra y una acróbata. Ella siempre abre la función. “¡Señoras y caballeros!”, exclama, mientras su voz se torna más grave y las formas de su cuerpo se disimulan bajo vestidos amplios. Tres meses al año, los siete actores que integran este circo parten al asalto de las murallas de ladrillos y de prejuicios. Un pequeño circo generoso, en el que cada representación es un espacio de diálogo. Un circo obstinado que se encarga de denunciar la marcha del mundo: el ii de Septiembre y Giuliani, Irak, la guerra y el petróleo o el racismo y sus víctimas.

La barba no es su única seña de identidad. “También sería feliz si no la tuviese. Conozco a mucha gente que piensa como yo sin tener barba o una peculiaridad física determinada. Lógicamente, tuve que luchar para aceptarme, para imponer mi aspecto. A pesar de todo, no creo haber conseguido ninguna victoria personal. Ser capaz de ver a los demás como son es ser capaz de salir de uno mismo. Ser capaz de comunicar es saber compartir. Y la primera condición de toda comunicación es el respeto. Respetar al otro es considerarlo como parte de uno mismo. Todo está relacionado. La vida es un juego solitario en el que participan más personas. No creo mucho en el desarrollo personal aislado, egoísta. Para llegar a esta maravilla que es la capacidad de saber ser hay que beneficiarse de las miradas de los demás. Pertenezco a un amplio movimiento de personas que intenta comprender, que cuestiona el mundo por su lenguaje, por sus normas y por la oposición de los géneros”.

Pese a todo, asegura que su peculiaridad no le ha creado obstáculos insuperables. “Tuve que vivir humillaciones, pero nada traumatizante en comparación con las que sufren los auténticos oprimidos. No es necesario o suficiente llevar una barba para experimentar la exclusión y la represión. En cambio, si hubiese sido de color, sin duda nunca habría olvidado mi diferencia”, afirma.

“Señor, su cuenta”, le dice un camarero. “Me da igual, estoy tan acostumbrada a que me tomen por un hombre que ya ni me doy cuenta”. Jennifer no es muy alta. Lleva pequeñas gafas redondas, melena recortada a la altura de los hombros, zapatillas y chaqueta gastada. Con aspecto de chico malo en la ciudad de Los Ángeles. “Era lesbiana antes de ser barbuda. Las dudas sobre la feminidad son un tema a cuestionar cada día. Personalmente, no creo en ella. Es sólo un término. La feminidad se lee en un gesto, en una mirada, pero lo que yo me pregunto es si soy o no soy suficientemente femenina, porque la feminidad pertenece a todos”. Fue ella la que eligió dejarse crecer el pelo que enmarca su cara. Le sería fácil eliminarlo definitivamente pero, en lugar de hacerlo, lo exhibe sin reparos. Sin barba seguramente haría gala de la misma fuerza.

Queda, al menos, un dilema. ¿Se plantea la maternidad? “Tengo dudas y bastante miedo”. El tiempo pasa y tener un hijo por inseminación artificial no termina de convencerle, “por motivos de dinero”, según afirma. Desde hace 20 años vive con Maddy, su pareja. “Sobre todo, lo que no quiero es que nadie se burle de ella por culpa mía. A veces lo pasa mal, pero no por la barba únicamente, es porque a veces nos sentirmos solas”.

Hablamos de fraternidad para ahogar su soledad. Jennifer está enfadada. Hay demasiada violencia y demasiados olvidos en nuestra sociedad. “Me parezco a un político de los años 70, un poco pasado de moda”. Sonríe de forma irónica y dulce. Es una mujer áspera y luminosa a la vez.

“No soy muy tolerante porque no tengo tiempo para serlo, porque creo que la tolerancia es peligrosa. En cualquier caso, no es suficiente. Tolerar es creerse mejor que los demás siempre. Es consentir aceptar al otro”, sostiene. Respeto, pues. El respeto es mucho mejor.



10 IRREPETIBLES

“Este reportaje ha sido un viaje fuera del tiempo que nos ha trasladado lejos del mundo habitual y de nosotros mismos. Un viaje peligroso. Tanto para el que habla como para el que escucha” (V. Luc)

Son personas únicas. Nos acogieron en el corazón de su herida y nos permitieron entrar en un espacio resplandeciente de vida. Un espacio sin simulaciones, honesto y sincero por encima de todas las circunstancias que les rodean, por difíciles que nos parezcan a los demás. Un espacio acerado como un resplandor, como los cuernos de un toro.

Este reportaje no ha sido uno más. Ha sido un viaje fuera del tiempo que nos ha trasladado lejos del mundo habitual y lejos de nosotros mismos. Un viaje que encierra sus peligros. Y en esta ocasión, tanto para el que habla como para el que recoge esas palabras.

Precisamente, el riesgo de este peligro es que permite que aparezca una presencia irreductible. Así, Irrepetibles son una serie de encuentros, a menudo inquietantes, porque nos obligan a cambiar en profundidad y nos cuestionan a fondo. Nos hacen bucear en nuestros principios.

Este compromiso tan fundamental y humano pudo darse a conocer gracias a los más prestigiosos magazines internacionales, que publicaron nuestro trabajo en todo el mundo. Paris Match en Francia, Stern en Alemania, The Sunday Times Magazine en Inglaterra, Panorama en Italia y Magazine en España.

Todos ellos han contribuido, esperamos, a cambiar un poco el mundo y, sobre todo, la percepción que de él tenemos.

Y es que son raros los magazines del mundo que, hoy, siguen cumpliendo con esa misión. Porque eso entraña riesgo, fidelidad a lo que uno considera la verdad, sentido de la responsabilidad y, sobre todo, generosidad.


 
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