PUBLICIDAD

 elmundo.es
 /suplementos
 /magazine

 
M A G A Z I N E 
211   Domingo 12 de octubre de 2003
OTROS ARTICULOS EN ESTE NÚMERO
 
MODA|UNA MIRADA A LAS PASARELAS
Los jóvenes hacen sombra a los mayores

Ya se lo habíamos anticipado y las últimas ediciones de las pasarelas Gaudí y Cibeles lo confirman: una nueva generación de diseñadores toma el relevo. Mientras los nombres consagrados pierden fuerza en diseño, el talento de los jóvenes se consolida. No obstante, la moda española corre serios riesgos y puede reproducir graves errores del pasado.

 
David Delfín: Presenta una colección limpia en colores y tejidos y depurada en las formas; una colección clásicamente fresca y con muchas piezas fáciles de llevar. Sus mayores aciertos están en las series en algodón blanco y a rayas (todas las prendas de inspiración de camisería) y en la seda para la noche. El hilo conductor de la colección es la ausencia de algunas piezas de cada patrón y su resolución es notable en algunos y fallida en otros. Resulta brillante en los pantalones sin cinturilla pero con trabillas para el cinturón; es poco favorecedor en las americanas con costados abiertos y bandas. Tampoco acierta en la caricatura que hace de los complementos de rapero (cadenas gigantes y bolso-radio).
 
 
Josep Abril: Después de dos colecciones espléndidas, Josep Abril presenta una colección de verano menos novedosa y algo oscura. Sus hombres son, no obstante, contemporáneos y de calculado riesgo estético. Domina el patronaje sobrio y el grafismo destinados a la ciudad, creciendo en el prolífico universo de las camisetas. Junto con Miró Jeans, abandera el look del catalán moderno.
 
 
Spastor: Mantienen su línea neogótica, que en algunos aspectos coincide con la que descubrió Hedi Slimane para la división de hombre de Dior. Pero ni siquiera la firma francesa, con todo su aparato de marketing, consigue hacer arrancar las ventas de la colección masculina. Spastor mezclan con solvencia tejidos y siluetas, y son más valientes y sofisticados con el hombre.
 
 
Jorge Gómez: Sabe vender ropa y vuelve a demostrarlo en una colección de apariencia sencilla pero de complicado concepto en la que invierte el uso de los tejidos: los de noche para el día (lentejuelas) y los de día (popelín y punto de algodón) para la tarde. Muy personales sus teñidos y cremalleras al bies. Preciosas gabardina y camiseta en popelín de camisa. Fallo: prisas en la confección.
 
 
Jorge Vázquez : Se deja influir con demasiada fuerza por otros. En este caso, recuerda al Michael Kors del verano pasado para Celine y a la antigua Stella McCartney para Chloé. Y es una lástima, porque tiene un afinado sentido de la estética, buen gusto en la combinación de colores y tejidos, hace patrones favorecedores y cose prendas de acabado impecable. Con el hombre pierde el norte.
 
 
Miriam Ocáriz: Seriedad y madurez son nuevos calificativos para una diseñadora considerada hasta la fecha alternativa. Se dirige a gustos más burgueses apostando por un sentido elegante de la ropa, que se materializa en recursos sofisticados como la seda estampada, el punto de viscosa brillante y los bordados de lentejuelas. Su repertorio decrece en la sastrería, carente de estilo propio.
 
 
Miró Jeans: Diseño dinámico destila la colección de José Castro para la línea más joven de Antonio Miró. Castro propone prendas sin pretensiones que funcionan con total fluidez entre el público al que se dirige. Juega con un estilismo tribal muy marcado (por desgracia alusivo a la estética de Jean Paul Gaultier), pero sus sastres, “jeans” o vestidos de fiesta mantienen entidad propia.
 
 
José Miró : Es valiente al apostar sólo por el blanco (aunque la propuesta ya se había visto otras temporadas, con malas ventas para quienes las presentaron). Y lo es al hacerlo con tejidos básicos. Pero tal apuesta exige un desarrollo magistral de la colección para que resulte creíble. Y no lo logró. Tiene buenas piezas, pero no es una de esas colecciones con las que las mujeres se ven favorecidas.
 
 
Julie Sohn: Contrarresta la monotonía del blanco en toda la colección, con diseños ingeniosos y bien desarrollados en cada serie. Tiene además patrones favorecedores y de corte juvenil para prendas de uso real y no sólo de pasarela. Desde sus vestidos de línea ánfora hasta su camisería experimental, todo responde a un trabajo poético y depurado que merece tiempo y atención.
 
 
Ailanto: Sus anteriores trabajos venían demostrando madurez creativa. Y el último confirma que los hermanos Iñaqui y Aitor Muñoz son una de las propuestas más sólidas. En su colección de primavera-verano 2004 conjugan con precisión todos los ingredientes que debe tener una verdadera colección de ropa: patrones, tejidos, colores, estampados, acabados... Hacen un espléndido ejercicio de lo que se llama desarrollo horizontal: encontrar una o varias ideas y conjugarlas con coherencia en distintas series y prendas (vestidos, faldas, pantalones, gabardinas...). No llegan todavía, sin embargo, al desarrollo vertical: aplicarlas a distintos productos (bolsos, zapatos, pañuelos...), aunque ni siquiera muchos de los nombres con más años de experiencia han conseguido hacerlo o hacerlo bien. Tampoco tocan prácticamente el punto y el vaquero, materiales cada vez más demandados y que algunas firmas internacionales trasladan a sus segundas líneas. Estas carencias no deslucen sus muchos aciertos, que hacen pensar que tienen discurso y que lo contarán de forma progresiva. Aciertan con la puesta en escena y la estética, a pesar de ser muy similares a las de la colección de otoño, y tienen un sentido del espectáculo que funciona en la pasarela y fuera de ella. Los diseños más llamativos del desfile son aplicables a la calle y además saben derivarlos en series muy comerciales.
 

En moda, los diseñadores que no evolucionan con rapidez se quedan pronto fosilizados. Así de cruel es su profesión. La competitividad, cada vez más agresiva, y el ritmo de las tendencias, cada vez más rápido, les obligan a vivir un permanente estrés para mantener sus propuestas actuales y por encima del umbral de la corrección. Duro oficio para el que, sin embargo, no cabe la compasión mal entendida cuando se trata de analizar sus trabajos, ya que ellos tienen un importante papel en la proyección de la moda española y, por eso, se benefician de cuantiosas subvenciones públicas.

En las colecciones para primavera-verano de 2004 vistas en las pasarelas Gaudí y Cibeles, muchos nombres consagrados han sido tacaños en diseño. En el mejor de los casos, han optado por la prudencia quizá para asegurar ventas en un momento en el que casi todos acusan crisis de ventas; en el peor, atraviesan una crisis de ideas y no saben adaptarse a los nuevos gustos sociales. Pero si los mayores han pecado por defecto, muchos de los jóvenes lo han hecho por exceso: por intentar demostrar que tienen talento, resultan poco creíbles. El exceso de diseño en contados casos es buen diseño.

Que la moda puede ser arte ya debería saberse; más las generaciones jóvenes. Y que toda colección debe tener dosis artísticas y a la vez ser vendible, también. El debate de que creatividad e industria han ser compatibles está muy superado en países cuyas industrias del ramo están más desarrolladas. En Italia y Francia se da por supuesto. Un diseñador no puede olvidar que una colección de ropa, por artística que sea, tiene un fin: que la gente la vista. Y no debe olvidar que un desfile no es sólo un espectáculo, por espectacular que sea. El fin de un desfile es mostrar una colección para que, meses después, la gente la compre. Entre los jóvenes se ha visto en ocasiones el espectáculo por el espectáculo, la búsqueda del aplauso fácil; un error para sus finanzas y una forma de tirar el dinero público, porque en moda no es rentable que la gente aplauda. No ocurre como en el teatro, donde el espectador pasa previamente por taquilla y hace rentable una función. La taquilla para el diseñador es que el consumidor vaya a una tienda y compre la ropa. Por eso, no se puede confundir a los consumidores con las ovaciones de los desfiles. Una colección tiene que parecer buena en el desfile, pero tiene que ser incluso mejor cuando cuelga de las perchas mondas y lirondas de cualquier tienda y, sobre todo, cuando cualquier hombre o mujer la vista.

El diseño visto en Gaudí y Cibeles refleja un futuro estimulante para una industria que, no obstante, corre serios riesgos, los mismos que ya corrió en los años 80 y por los que la moda española quedó desprestigiada en el mundo durante dos décadas. Vuelve a existir interés por nuestra moda, a raíz del fenómeno Zara, pero se intuyen los mismos errores: querer hacer imagen con diseño-espectáculo.

El corporativismo y proteccionismo entre algunos sectores del diseño y la prensa no hace sino agravar los intereses generales de un sector que pronto tendrá que enfrentarse a un nuevo y más difícil reto: la liberalización total de las barreras arancelarias.


 
  © Mundinteractivos, S.A. Política de privacidad