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M A G A Z I N E 
211   Domingo 12 de octubre de 2003
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Antoni Tàpies por Antoni Bernad. “Se trata de una imagen con mucho significado, pues está inspirada en un autorretrato suyo de cuando era joven, en el que aparece señalando su firma. Es la autodefinición del artista”.
FOTOGRAFÍA|LA ERA DIGITAL
Ellos le harán más guapo sin operarle

En la era digital de la fotografía casi todo vale. De una imagen suya, tal y como es usted, los maestros del lápiz electrónico consiguen todo cuanto les pida. ¿Los dientes alineados? ¿Eliminar las bolsas de los ojos? ¿Reducir la cintura y resaltar el pecho? Cuatro retratistas españoles, Antoni Bernad, Juan Gatti, José Manuel Ferrater y Manuel Outumuro, desvelan a magazine sus “trucos de belleza”, los elementos más utilizados en su profesión. También muestran su retrato favorito y ofrecen su opinión acerca de esta distorsión de lo real. Los cuatro maestros coinciden cuando hablan de resaltar virtudes y de los excesos de su especialidad, que ante todo defienden: “Nosotros no somos reporteros de guerra que debemos reflejar una realidad”, dicen.

 
Nicole Kidman por Outumuro. “Me encantó trabajar con Nicole aunque no la estaba fotografiando a ella sino a Anne, su personaje en “Los otros”, ya que esta foto forma parte del material promocional de la producción de Amenábar”.
 

Covadonga Pelayo


Testino, Lindberg, Avedon, Newton... Frente a sus objetivos se ha colocado la crème de la crème del showbusiness mundial. Son los fotógrafos del glamour y la fama, de las modelos de primera fila, de los actores con al menos un Oscar, de las familias reales, de los multimillonarios, de los pintores, de los literatos, de los modistos con yate, de los autores de best-sellers, de los cantantes de éxito. Ellos nos enseñan la cara, a veces la otra cara, de los famosos. Y, en algunos casos, se convierten en personajes tan prestigiosos como sus modelos.

Bernad, Gatti, Ferrater y Outumuro son lo más parecido, con permiso de algunos colegas, que tenemos dentro de nuestras fronteras a Testino, Lindberg o Avedon. Todo el star system nacional (y parte del internacional) les reclama para que inmortalicen su belleza en las portadas de las revistas. Con una formación autodidacta de la que todos se sienten orgullosos (proceden del diseño gráfico o Bellas Artes), han publicado en las revistas más influyentes de aquí y de fuera. De su habilidad técnica (y de su talento) depende que la estrella aparezca lo rutilante y glamourosa (o lo interesante y sorprendente) que exigen las circunstancias, unas circunstancias que se empeñan en negar el paso del tiempo o los efectos de la gravedad.

Pero, ¿son realmente las estrellas tan perfectas como nos hacen creer? ¿De verdad existe una raza especial que no sufre las inclemencias del resto de los mortales? No vamos a descubrir la pólvora al decir que lo que vemos en las portadas de las revistas está más cerca de la ficción que de la realidad.
Hace unos meses, la actriz Kate Winslet, protagonista de Titanic o Iris, levantó la liebre al revelar la escandalosa manipulación de su imagen que había perpetrado la revista GQ, que la mostraba, vestida con un exiguo corpiño negro, con una docena de kilos menos. Gracias a procedimientos digitales, habían afinado sus caderas, reducido su cintura, afilado sus pómulos y alargado sus piernas.

El editor de la revista, Dylan Jones, se defendió explicando que su imagen no fue alterada más de lo que lo suelen ser otras: “Da igual cuál sea tu talla. Prácticamente el cien por cien de las fotos que vemos en las revistas están sometidas a este tipo de tratamiento digital. Hoy por hoy, sólo podemos ver dos tipos de fotografías de los famosos: las tomadas por paparazzi o éstas en las que la magia digital logra que salgan tan bellos como sea humanamente posible”.

“En Estados Unidos está ocurriendo una cosa muy curiosa”, relata Juan Gatti (Buenos Aires, i950), retratista de cabecera del clan Almodóvar y reputado diseñador gráfico y director de arte (para, por ejemplo, la edición italiana de Vogue). Junto a Antoni Bernal, Manuel Outumuro y José Manuel Ferrater, muestra su retrato favorito en estas páginas. “Las grandes publicaciones de moda han optado por poner estrellas del cine o la música en las portadas en vez de modelos, pero no se resignan a su aspecto y pretenden convertirlas en top models a base de retoques, con los que logran que ya no se parezcan a ellas mismas, pero sí que se acaben pareciendo entre ellas. Así, caen en la contradicción de coger a gente conocida que, debido a los retoques, acaba irreconocible”.

De cera . “Me han obligado a rebajar culos, me han hecho hacer de todo”, confiesa Jaume Laiguana (Barcelona, i966), autor de la última campaña de Alejandro Sanz. “Creo que la solución está en separar el trabajo publicitario, en el que la agencia o la revista harán el retoque si tú no lo haces, y el que es para ti. He hecho portadas y luego, cuando se han publicado, he pensado: ¡pero qué han hecho. Si esta chica parece de cera!”.

El uso indiscriminado del rodillo digital (llámese Photoshop o Paint Box, los dos programas más populares) por parte de las publicaciones, decididas a mostrarnos físicos perfectos desde sus escaparates de papel, hace que los fotógrafos más reputados tengan que prohibir que se realicen modificaciones que desvirtúen sus instantáneas. Inmortalizar estrellas no es fácil: existe un compromiso tácito por parte de fotógrafo y fotografiado para que el resultado sea del agrado de ambos. Y si bien es cierto que hay artistas más difíciles de contentar (Ana Belén, Marta Sánchez o Mónica Naranjo tienen fama de controlar mucho su imagen), casi siempre se encuentra un punto medio que, sin traicionar la realidad, no caiga en la crueldad. De la ética profesional del fotógrafo dependen las concesiones a la vanidad del modelo.

Es cierto que hay divas (Liz Taylor, Shirley McLaine, Liza Minelly, Kim Bassinger) y divos (Richard Gere, Sean Connery, Kevin Costner) que disponen de agentes para imponer una serie de exigencias previas por contrato (uso del retoque digital, disposición de las luces, no sacar ciertos perfiles o la parte posterior de la cabeza para ocultar calvas...). Sin embargo, la mayoría suele ponerse totalmente en manos del profesional tras haber dado el visto bueno a su book, una recopilación de sus mejores fotografías que actúa como aval profesional.

Así lo confirman las primeras espadas de nuestra fotografía, incluido Manuel Outumuro (A Merca, Orense, i952). Llegó al mundo de la fotografía a los treinta y muchos, pero ha tenido tiempo suficiente para consagrarse como uno de los profesionales que más glamour ha conferido a nuestros famosos a través de sus cuidados retratos. Como la mayoría de sus colegas, defiende el remozado digital como un arma más del profesional de la fotografía que queda sujeta a su propio código ético.

Donde Gatti dice “el límite lo pone el fotógrafo o el modelo”, Outumuro afirma: “Desde el momento en que coges un personaje y lo maquillas, falseas la realidad. No soy un reportero de guerra, pero no distorsiono lo que veo. No usaría la palabra eliminar defectos, sino resaltar virtudes. La gente identifica retocar con adelgazar y quitar arrugas, pero no es sólo eso. También permite solucionar problemas de revelado o eliminar motas de polvo, forzar una luz, que el cielo sea más azul... No convertiría a una actriz gruesa en delgada. Cada uno se marca un límite. Para mí es el desvirtuar al personaje”.

“Lo que más me horroriza del mundo es el retoque mal hecho, el que llamo ‘de muñecas’, que deja a la gente hasta sin poros en la piel... Me pone los pelos de punta”, confiesa Antoni Bernad (Bar- celona, i944), uno de nuestros fotógrafos más internacionales, con presencia en Vanity Fair o Vogue, y autor del retrato con el que el mismísimo Horst P. Horst, el Testino del Hollywood dorado fallecido en i999 tras 60 años de carrera, abrió su autobiografía. “Yo sólo corrijo lo que no se debe ver, pero no para conseguir un efecto lifting, sino para aniquilar distracciones, para una lectura más rápida y clara del personaje. Además, para hacerlo bien debes tener un background cultural que te permita afinar, saber, por ejemplo, por dónde pasan los huesos...”.

“No retocar no es signo de una mayor honestidad”, afirma, contundente, José Manuel Ferrater (Barcelona, i948), maestro del retrato (y de la fotografía) con una trayectoria internacional envidiable que le ha llevado a disparar al todo París, Nueva York o Milán. Sin embargo, el retrato, al que Ferrater califica “la sublimación de la fotografía”, no es precisamente su género favorito: “Es muy ingrato, porque rara vez logras desnudar al personaje. Es una lucha que desgasta mucho. Y no necesito pasar mucho tiempo con los personajes, como exigen la mayoría de los fotógrafos. Lo que intento es crear una situación divertida en la que casi consigo que la persona cumpla un sueño de la niñez”.

Su opinión sobre el retoque también es de lo más concluyente: “Lo utilizo, pero no para hacer a nadie más guapo, aunque es cierto que trabajo en favor de mis intereses y uno de ellos es cobrar los encargos. A veces tienes que realizar claudicaciones para ganarte la vida. Lo que no es lícito es irte a Sierra Leona a retratar una guerra y poner el muerto donde no estaba, porque a ese fotógrafo le están pagando para retratar una realidad. A mí nadie me paga para retratar una realidad”.


 
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