|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
HALLAZGO/EL “ATAPUERCA ANIMAL” DE GRANADA <-- ENDIF --> Un día en la península Ibérica hace 1.800.000 años A orillas de un sinuoso río, que parte en dos una gran llanura rebosante de vida, acuden a diario grupos de grandes felinos como guepardos gigantes, toros y extrañas jirafas, entre otros animales. Van a reposar y aplacar la sed después de largas jornadas en busca de alimentos. Unos de los más asiduos son los tigres de dientes de sable que, tras devorar enormes ciervos, buscan el cobijo de las sombras cercanas al río. Nada les excita. Ni siquiera los perros salvajes, cuyas mandíbulas pueden abrir en canal, de una sola dentellada, el vientre de un rinoceronte. No así las hienas pardas que, inquietas, acechan desde un meandro seco del cauce. Saben que, tras la digestión, sus satisfechos vecinos, los tigres, caerán en una profunda somnolencia. La espera tiene su recompensa. Después de descuartizar lo que aún queda de los cadáveres, los carroñeros almacenan los huesos en su cubil y comedero.
PACO REGO. FOTOGRAFÍAS DE MIGUEL GARCÍA RAMOS Cuenca de Guadix, Fonelas (Granada). 16 de julio de 2000. Gilberto, 61 años, camina pausado por un barranco cercano a su huerta de melocotoneros. Ignora que bajo sus pies está enterrada la Historia. Que a escasos 20 centímetros de la tierra que pisa se abre un infinito túnel que arroja luz sobre una de las épocas más decisivas y oscuras de la vida en la península Ibérica. Los de Atapuerca, con 800.000 años de historia homínida, son restos jóvenes comparados con las osamentas que se entierran bajo una capa árida de color gris. Al coger en sus manos aquel hueso que sobresalía del suelo, Gilberto Martínez, agricultor de profesión, ni siquiera intuyó que estaba desenterrando uno de los grandes agujeros negros de la evolución, los albores del Cuaternario. El primer rayo de sol que iluminaba, después de ?.800.000 años, la tibia de un primitivo mamut. No era el único. A dos pasos del lugar donde el campesino se topó con el fósil del coloso, saltaban a la vista cientos de huesos desgastados, de todos los tamaños. “La emoción fue indescriptible”, recuerda el paleontólogo Alfonso Arribas. Tenía ante sus ojos el retrato petrificado jamás visto de los primeros mamíferos que colonizaron nuestra Península cuando el Terciario llegaba a su fin. Algunos, como los antepasados más remotos del toro y el chacal, de cuya existencia no se tenía noticias. Un hallazgo que ha convertido el yacimiento granadino de Fonelas no sólo en el mayor zoo de la Prehistoria del Viejo Continente. También explica por primera vez un evento migratorio único, la larga marcha que emprendieron diversos grupos de animales, africanos y asiáticos, hacia tierras de Iberia y de la Europa occidental. Hoy sería necesario acercarse a Kenia para contemplar rinocerontes o guepardos. Pero lo que nadie sabía hasta ahora es que estos conocidos y románticos animales vivieron hace tanto tiempo a sólo 60 kilómetros de Granada. En lo que un día lejano fue el meandro de un caudaloso río, situado a unos tres kilómetros de donde se levanta el pueblo andaluz de Fonelas, que da nombre al nuevo yacimiento, han aparecido trozos de cráneos, dientes, mandíbulas enteras, extremidades mutiladas por depredadores... Son instantáneas de un pasado que habla a las claras de la existencia en Andalucía de una fauna tan única y variada como desconocida. Como los restos de un bóvido con cornamenta recta y afilada, nunca antes identificado en la península Ibérica y del que evolucionaron los toros actuales, el antepasado del lince y el lobo, tejones primitivos... Y la presencia, igual de sorprendente, de gigantescos mamuts, cuyos descendientes aparecen, de cuando en cuando, congelados en Siberia, y que una vez llegaron hasta las inmediaciones de la cálida Granada. La cosecha, tras dos campañas de excavaciones (veranos de 200? y 2002), da una idea de la envergadura del hallazgo. En apenas 28 metros cuadrados de terreno, de un total de 800 que tiene el yacimiento, un equipo de científicos españoles ha podido rescatar cerca de tres millares de fragmentos óseos que durante ?.800.000 años durmieron ocultos bajo un manto de tierra de 20 centímetros de espesor. “Es como haber encontrado un pasadizo del tiempo que nos transporta directos a un periodo ciego de la historia animal en Europa occidental”, explica Alfonso Arribas, director de la investigación e investigador titular del Instituto Geológico y Minero de España. Tiempo récord. Pero, ¿qué es lo que les permite a estos mensajeros del pasado conservarse durante tanto tiempo y llegar casi intactos hasta nuestros días? El proceso es una lucha contrarreloj. Es necesario, para evitar su destrucción, que los restos animales sean cubiertos o sepultados lo antes posible en sitios donde la sedimentación sea rápida. Mares poco profundos, pantanos, lagos y lechos fluviales, como la antigua cuenca granadina de Guadix, son lugares idóneos para la formación de estos yacimientos. El de Fonelas se creó en un tiempo récord. En sólo tres años, un periodo demasiado corto a juicio de los paleontólogos, se fueron acumulando en su suelo decenas de miles de huesos de animales, que petrificaron. Y es que los fósiles pueden contarnos, sin equívocos, el largo y misterioso viaje de las criaturas que han marcado el pasado de la vida en el planeta. Su billete aparece tallado en las piedras, entre las entrañas de un barranco o en la resina que rezuman los árboles. Sólo así se entiende que millones de años después de su desaparición, podamos saber con certeza de animales cuya existencia en la Península podría parecernos inverosímil. Grandes carnívoros como el tigre de dientes de sable, el guepardo gigante o el antepasado remoto del zorro o del chacal. O de mamíferos mucho más pacíficos como el pariente lejano de las cebras actuales, o de una extraña jirafa, precursora del okapi, de la que nada se sabía hasta ahora en Europa occidental. El paleontólogo Arribas, al que algunas noches le cuesta dormir pensando en la trascendencia del hallazgo –“allí también podrían estar enterrados nuestros antepasados más antiguos”–, habla de lo que ocurrió hace mucho tiempo atrás, entre dos millones y ?,5 millones de años. Se refiere a los albores del Cuaternario, una época convulsa marcada por el vaivén de intensos cambios climáticos, cuando los ecosistemas euroasiáticos experimentaron un cambio evolutivo dramático que marcaría, de por vida, la Europa que hoy conocemos. El reparto de los continentes era ya similar al actual y nuestro primo lejano, el Homo ergaster, venido de África, campaba a sus anchas por tierras del sureste asiático. Pero la auténtica revolución estaba por llegar. Después de la desaparición de los dinosaurios y de otras formas de vida, les llegaría el turno a los grandes mamíferos. Algunos de ellos, como distintos tipos de hienas, se extinguirían para siempre, siendo reemplazados por los nuevos inmigrantes de origen asiático y africano, que colonizaron Iberia en grandes oleadas migratorias. Los expertos lo llaman Wolf event o evento del lobo para referirse a la fauna procedente de Asia, y Homo event o evento del hombre para la africana. Entre los primeros se encontraban los antepasados de los lobos y manadas de grandes bóvidos, mientras que de África llegaban a la Península hipopótamos antiguos y primates como los geladas gigantes, unos babuinos de gran tamaño. Migración.Lo que ahora explican por primera vez los restos hallados en el yacimiento de Fonelas es, precisamente, la larga marcha emprendida por diversos grupos de animales desde Asia y el Cáucaso hasta Europa occidental, camino que en su día también hicieron desde África otras especies. A este evento migratorio único se sumaría el jabalí de río, los jiráfidos, de los cuales no se tenía constancia de su presencia hasta este descubrimiento en tierras de Granada, y la hiena parda, de cuya existencia fuera de Sudáfrica tampoco se tenía noticia alguna. Fue, precisamente, esta hiena la arquitecta de este nuevo y singular yacimiento. “Estamos seguros de que este enorme depósito de fósiles en realidad era un comedero al aire libre de hienas”, cuenta Arribas. Eso explicaría, según las hipótesis del paleontólogo madrileño de 38 años, por qué muchos de los huesos encontrados hasta la fecha están roídos o machacados por lo que serían las mandíbulas de un experto devorador de cadáveres. En el menú de estos carroñeros, cuyo paladar no hacía ascos a carnívoros y herbívoros, los ingredientes apenas variaban. Despensa. Con precisión quirúrgica, las hienas extraían parte de la grasa y la médula ósea de sus víctimas, guardando el resto para sucesivos banquetes. Así, día tras día. Año tras año. Aquella primitiva despensa, fabricada a golpe de dentelladas y sedimentos que las lluvias se encargarían de sepultar, se ha convertido, ?,8 millones de años después, en un singular vehículo del tiempo. Sus tripulantes, ?5 paleontólogos y geólogos del Instituto Geológico y Minero de España y de siete universidades nacionales, restauradores, biólogos-dibujantes y especialistas en informática capaces de dar vida en el ordenador al paisaje de aquella época pretérita. Lo que hoy es un lugar prácticamente desértico, salpicado de miles de barrancos, en su día era una gran llanura exuberante de vida, alimentada por un sinuoso río. A sus orillas, sembradas de una espesa vegetación de árboles, acudían a diario grupos de grandes felinos, raras jirafas, lobos y antílopes. Iban allí a beber y descansar tras largas jornadas en busca de alimentos. No así el clan de hienas pardas que, impacientes, acechaban desde un meandro seco del cauce, como también han demostrado los estudios de los fósiles de Fonelas. En esa travesía a los inicios del Cuaternario, donde ya las estaciones marcaban el ciclo vital de plantas y animales, la muerte ha jugado un papel crucial. Las hienas sabían que, tras la digestión, sus satisfechos vecinos, los tigres, caerían en una profunda somnolencia. La espera merecía la pena. Los carroñeros se acercaban con sigilo hasta los cadáveres descuartizados por los felinos y los arrastraban a toda prisa hasta el meandro donde habían establecido su hogar. Cuando terminaban de despedazarlos, apartaban los huesos en una especie de basurero. De aquel primitivo cubil y comedero se formaría el yacimiento granadino. El único testigo fiel de la época. Tampoco el río ha perdurado. Hace poco menos de 200.000 años, a raíz de una inesperada conjunción de fenómenos tectónicos ocurridos en las cordilleras béticas, la cuenca del Guadalquivir capturó las aguas de la, hasta entonces aislada, cuenca de Guadix-Baza. La erosión haría el resto. Y aquel territorio que un día acogió los primeros mamíferos modernos de la Península, pasó a ser un sitio inhóspito, de aspecto casi marciano. Un lugar, por cuyo valor científico y cultural, de trascendencia internacional, las administraciones públicas ya han mostrado interés. “Lo que se ha descubierto es extraordinario”, afirma el secretario general de Política Científica del Ministerio de Ciencia y Tecnología, Gonzalo León. El compromiso con éste y otros proyectos relacionados con la evolución de las especies, incluidos los humanos, se verá reforzado, en palabras de Gonzalo León, en el nuevo Plan Nacional de I+D+I, que será aprobado el próximo mes de noviembre. En él, el Gobierno dará un mayor apoyo público a la Paleontología y a la Antropología, dentro de un nuevo programa de Humanidades que se incorpora por primera vez al Plan Nacional. Las razones parecen claras: “Los resultados que estamos teniendo”, asegura este gestor, “nos invitan a pensar que podrían cambiar las hipótesis existentes sobre la relación entre la fauna africana y la euroasiática”. Humanos.¿Y el hombre? ¿Dónde estaban nuestros antepasados cuando los primitivos lobos cazaban en Iberia y los mamuts imponían su ley en Andalucía, hace ?.800.000 años? El vacío de información es total. A diferencia del Cáucaso, donde una decena de fósiles humanos primitivos han sido desenterrados en el yacimiento de Dmanisi (Georgia), nada se sabe en la Península sobre este periodo de tiempo. Tampoco se descarta del todo la presencia de homínidos en aquella época. “Simplemente no se han encontrado, de momento”, puntualiza optimista Alfonso Arribas. Él, al igual que los investigadores de su equipo, mantiene la hipótesis de que la colonización humana de Europa occidental se produjo de una forma muy temprana, en los albores del Cuaternario. O sea, un millón de años antes de que el hombre de Atapuerca (800.000 años de antigüedad), el primer europeo conocido, se instalara definitivamente en la sierra burgalesa. Razón por la cual se empezarán a remover todas las tierras que rodean el yacimiento de Fonelas en las próximas campañas del excavaciones. Habría que reescribir la Historia. Borrar para siempre de la memoria las ideas de quienes sostuvieron, y aún sostienen, que la aparición del hombre en esta parte del continente no puede ir más atrás del medio millón o el millón de años. Entonces, ya no hablaríamos de nuestros primos, sino del europeo más anciano. Nuestro padre. |
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
|