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ESPECIAL VINOS
La bodega número 1 de España está en Cáceres (en el restaurante Atrio). La revista norteamericana “Wine Spectator” ha concedido por primera vez su “Grand Award” a una carta de vinos española. Con este prestigioso galardón, que sólo han recibido hasta ahora 18 establecimientos en toda Europa, se premia la ilusión de una pareja que ha logrado situar a Cáceres en el mapa de la restauración mundial. JUAN MANUEL BELLVER FOTOGRAFÍA DE CHEMA CONESA “Aunque casi todos los grandes restaurantes españoles están en el norte, en el País Vasco y en Cataluña, para encontrar la mejor carta de vinos de la Península hay que viajar al sureste, hasta la improbable región de Extremadura y la vieja ciudad fortificada de Cáceres. Allí, José Polo y Toño Pérez, amigos desde los ?4 años, codirigen un templo del vino y la cocina aventurera llamado Atrio”, escribe el 3? de agosto en Wine Spectator el director de la prestigiosa revista estadounidense, Tom Matthews. Palabras laudatorias y un artículo a toda página en el medio vinícola internacional de mayor tirada, para justificar el reciente Grand Award concedido al restaurante cacereño: máximo galardón con que el bimensual de Nueva York premia las más espectaculares cartas de vino del planeta. Y una enorme satisfacción para la pareja propietaria de Atrio, que llevaba años haciendo méritos para recibir un trofeo que sitúa, desde ya, su ciudad natal en el mapa de la alta restauración mundial. “Cuando empezamos, en ?986, no sabíamos nada de vinos”, recuerda José. “Llamamos a la revista Club de Gourmets para que nos aconsejaran. Fueron muy simpáticos. Todavía tengo guardada la lista que nos hizo Andrés Proensa con 20 o 30 marcas. Luego, decidimos reunir todas las denominaciones españolas y algunos vinos de autor. Dimos la lata en Vega Sicilia para comprar añadas viejas. Por aquel entonces, en España no había grandes cartas de vinos y Cáceres estaba un poco apartado. Pensamos que el vino iba a ser un aliciente para el restaurante, una forma de publicidad”. José, en sala, y Toño, en cocina, forman quizá el dúo más carismático e influyente de toda la cocina extremeña y han logrado situar su restaurante entre los mejores de España. Tienen un gusto exquisito para la decoración y la elección de cristalería, mantelería y valiosas vajillas de porcelana antigua, además de una sensibilidad gastronómica que se traduce en una cocina de técnica impecable: cien por cien autóctona, a la par que cosmopolita; creativamente inquieta, pero sin veleidades rupturistas. Inauguraron su comedor cacereño hace algo más de tres lustros y el éxito pronto les llevó a obtener una estrella Michelin y el Premio Nacional de Gastronomía, que han logrado ambos en años alternos. Hoy son socios de otros dos negocios laureados, en Badajoz (Aldebarán) y Mérida (Altair), y no paran de lloverles las ofertas. Pero desde hace tres temporadas, su mejor carta de presentación es un libro de ?94 páginas, lujosamente editado e ilustrado con dibujos, fotografías y poemas, donde recopilan una apabullante oferta vinícola de más de 25.000 botellas y cerca de 2.000 referencias. “Reunir una bodega como ésta es un trabajo duro, se hace poco a poco”, prosigue José. “Para aprender, hay que probar. Y eso te va atrapando, te lleva al coleccionismo, a acumular añadas. Es como el arte. Cuanto más conoces las cosas buenas, más las amas y te das cuenta también de lo poco que sabes... Al principio, en nuestro caso, todo era muy artesanal: mi padre copiaba a mano la lista de vinos con su caligrafía clásica y Toño se encargaba de los dibujos. Hacíamos 25 ejemplares al año y cada carta era única. Cuando nos cansamos de que los amigos y clientes nos pidieran un ejemplar de recuerdo, decidimos imprimirla. Desde 2001, editamos de 200 a 500 ejemplares para uso del restaurante, promoción, regalos... La cobramos a precio de costo, 90 euros. Nos pasamos dos meses al año seleccionando el material que vamos a incluir: ilustraciones de Toño, obras de nuestra propia colección... Nos gusta cuidar la carta igual que algunos bodegueros miman sus etiquetas, logrando convertir sus botellas en arte”. Por supuesto, por encima del continente sobresale un contenido irresistible, que pasa por un completo recorrido por todas las regiones vinícolas de España y del mundo, en el que destacan 32 añadas distintas de Vega Sicilia (incluyendo la de ?9?8), además de otras selecciones verticales de todos los premiers crus del Médoc (36 cosechas de Mouton-Rothschild) y más de 60 de Château d’Yquem, su vino favorito. “Con Yquem tuvimos un flechazo instantáneo –rememora Toño–, en parte por culpa del importador François Passaga, que nos contagió su pasión por los grandes châteaux de Burdeos y especialmente por el Sauternes. Incluso nos vendió un Yquem de ?900 de su reserva particular... Con ese vino hemos tenido también el mayor susto de nuestra vida en términos vinícolas. En enero de 2001, se nos rompió una botella del año 1806. La habíamos conseguido en una subasta en el Christie’s de Londres, junto con otras 23 añadas, y se quebró por el cuello cuando la estábamos desembalando. Menos mal que, al ir precintada con plástico, no se derramó el líquido. La salvamos viajando hasta la bodega, donde la volvieron a embotellar con una nueva etiqueta certificada. Esa particularidad, lejos de disminuir su valor, la ha hecho única. Hay muy pocas botellas así de valiosas en el mundo. En carta, cuesta 100.000 euros. Pero hay cosas que no se pagan con dinero”. Efectivamente, en un negocio donde algunos vinos muy exclusivos apenas alcanzan unos cientos o unos pocos miles de litros, y con tantos grandes restaurantes y millonarios caprichosos dispuestos a pagar lo que sea por una de esas marcas exclusivas, conseguir según qué caldos no es ya cuestión de solvencia económica, sino de prestigio, buenos contactos y mucha pasión. “El bodeguero es el que decide y escoge, en función de dónde más luzca su vino”, apunta José. “Y nuestra carta es un objeto único, no hemos visto nada igual en el mundo. Eso te abre algunas puertas”. Hay restaurantes legendarios con bodegas decimonónicas que albergan cientos de miles de botellas, tales como Taillevent en París o el Louis XV en Montecarlo; hay negocios nuevos con cartas apabullantes construidas a base de talonario como el Veritas de Nueva York. Y hay, también, listas de vinos más discretas, que se han formado a fuerza de tenacidad y sentido de la oportunidad, como Atrio. “Nuestra bodega”, señala José, “está hecha con mucho esfuerzo, aprovechando años en que todavía se podían encontrar grandes vinos a precios asequibles. Nosotros hemos comprado por 5.000 pesetas botellas que ahora valen más de 80.000 (500 euros). Gracias a eso, estamos aquí”. «La prueba del algodón en los restaurantes españoles para ver si su carta de vinos es seria se centra en: ?) que incluya vinos de denominaciones nacionales y extranjeras que no sean las del puro cliché; 2) que incluya una oferta de vinos tintos (y de blancos con crianza) de más de cinco años de edad; y 3) que también incluya una oferta de, al menos, unas cuantas verticales de varias añadas de un mismo vino”, proclama acertadamente VS en el chat La Sobremesa, de www.elmundovino.com. Y Atrio reúne todas esas exigencias, al igual que otros restaurantes españoles reputados por su oferta vinícola como El Celler de Can Roca (Girona), Viridiana (Madrid), Rekondo (San Sebastián), Adolfo (Toledo), El Portalón (Marbella, Málaga), Zalacaín (Madrid) o El Bohío (Illescas, Toledo). Alguno ostenta un premio de categoría inmediatamente inferior (El Bohío, Best of Award of Excellence), pero sólo Atrio ha sido admitido por los puntillosos críticos norteamericanos en esa primera división mundial oficiosa que es el Gran Award. “Tuvimos que pasar un examen en toda regla”, cuenta Polo. “El mismísimo director, Tom Matthews, se acercó a Cáceres a hacernos la revisión. Cenó, visitó el restaurante, controló el servicio del vino y, a la mañana siguiente, nos entrevistó, revisó la bodega, preguntó acerca de los proveedores, sacó una lista de botellas y nos hizo traérselas una por una, vigilando la temperatura y el tiempo que tardábamos. Luego se despidió sin decir ni una palabra y no supimos que habíamos ganado el premio hasta que salió publicada la revista”. |
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