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M A G A Z I N E 
217   Domingo 23 de noviembre de 2003
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Gorro a rayas blancas y negras, de Ferré Jeans. Collar de fantasía plateado con cadenas y figuritas, de Liujo.
MODELO|LA TENAZ SANDRA IBARRA
Ocho años mirando de frente al peor enemigo

Está todavía tratando de dejar atrás su segundo cáncer en la sangre. La modelo Sandra Ibarra ya le ganó la batalla a esta enfermedad en 1995, cuando tenía 21 años. Siete más tarde, la leucemia volvió a asaltar su vida, a echar por tierra sus planes y a poner en suspenso su carrera. A punto ha estado, incluso, de costarle la existencia. “La primera vez no escondí la cara, no me lavé las manos y tampoco pienso hacerlo ahora”, dice. Once meses después de haber recibido el segundo trasplante de médula ósea, ha podido posar por primera vez sin unas gafas negras: todo un ejemplo de tenacidad que es, sin duda, un modelo en la lucha contra el cáncer.

 
Jersey de color burdeos con cuello cisne, de Christian Dior. Minivestido de color gris con raya diplomática y encaje lencero, B&G Donna. Medias blancas con rayas negras, de Calzedonia. Zapatos de charol de color rojo y tacón blanco, de Santino.
 
 
Jersey de colores, de Amitié. Minifalda negra, de Jota más Ge. Media calcetín con detalle de trabilla, de Calzedonia, y zapatos de charol en amarillo y rosa, de Santino. Gafas, de D&G.
 
 
 
 
Mono buzo de color fucsia, de B&G Donna. Abrigo negro con vuelo, de Angradema López. Botas negras con cremalleras, de D&G Jeans.
 
 
Vestido negro con volantes, de Blanco. Medias, de Berkshire. Zapatos negros de cuña con detalle en el empeine, de Moschino. Colgante, de Rebecca.
 

FLORA SÁEZ FOTOGRAFÍAS DE CHEMA CONESA


“La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar” (Susan Sontag, La enfermedad y sus metáforas).

Cuando Sandra Ibarra recibió, por sorpresa, el pasaporte de su otra ciudadanía, el pasaporte malo, estaba empezando a abrirse hueco en el competitivo mundo de las modelos. Se encontraba permanentemente cansada, parecía adelgazar por momentos y, aunque, cada dos por tres, la fiebre altísima conseguía llevarle algo de rubor a las mejillas, a ella le gustaba mucho la cara y el porte de mujer antigua que se le estaba quedando, de puro blanca que estaba su piel. “¡Me quedaba tan bien! ¡Me bastaba un toque de colorete para que quedara estupendo!”. Hoy le parece casi un chiste haber pensado que aquellos diminutos puntos rojos de sus piernas eran resultado de la depilación. Cumplió 2? años ingresada en el hospital, con un diagnóstico fulminante: leucemia linfoblástica aguda. “Infección en la sangre”, le dijeron a ella. Pero le bastó escuchar la palabra quimioterapia a su alrededor para empezar a llamar a todo aquello por su verdadero nombre.

Por entonces, marzo de 1995, Sandra no sabía quién era Susan Sontag, ni que compartía con ella, además de la enfermedad –la última Premio Príncipe de Asturias de Literatura estaba luchando contra el cáncer cuando escribió en 1978 La enfermedad y sus metáforas–, una intuición profunda: no hay manera de enfrentarse a las cosas si uno no habla claramente de ellas. Sin rodeos. “El modo más auténtico de encarar la enfermedad –y el modo más sano de estar enfermo– es el que menos se presta y mejor resiste al pensamiento metafórico… Aclarar estas metáforas y liberarnos de ellas es la finalidad a la que consagro este trabajo”, escribió la norteamericana en su ensayo-alegato contra el oscurantismo del cáncer. Y a demostrar que ni esta enfermedad ni la leucemia son sinónimo de muerte, ha decidido consagrar Sandra parte de su vida. Hablando claramente y sin rodeos.

Y se habla con palabras, pero también con imágenes. Por ejemplo, a través de las imágenes de este reportaje. O también, con el hecho de que ella, para cubrir los efectos devastadores de la quimioterapia en su cabeza, siempre ha preferido los pañuelos. “Ésta es una enfermedad lo suficientemente horrible como para añadirle más fealdad. Tienes que cubrirte la cabeza. Pero nunca he llevado pelucas, a no ser que lo exigiera algún trabajo. Siempre, pañuelos, porque creo que también es una forma de asumir lo que te pasa. Los pañuelos forman parte de la imagen del cáncer”. Siete años después de su primera victoria contra esa enfermedad, la modelo los tuvo que recuperar como parte de su atuendo. Ya no contaba con ellos.

Cuando hace algunos días Sandra Ibarra (Medina del Campo, 1974) visitó esta redacción para mantener la entrevista en la que está basada este trabajo, algunos compañeros no podían evitar girar la cabeza a su paso. Esos 173 centímetros de mujer imponente que avanzaba con paso firme entre mesas y ordenadores no podían pasar desapercibidos. Pocos podían imaginar, sin embargo, que aquella imagen de gorra calada de piel negra y gafas igualmente negras bajo la luz eléctrica no se correspondía con la de una fashion victim, sino con la de una mujer valiente que está ganando su segundo pulso a la leucemia. “La primera vez fue muy dura. Es horrible enterarte de que tienes cáncer, pero en ese momento no tienes ni idea de lo que se te viene encima. La segunda vez ha sido mucho peor. Ya sabía, exactamente, a qué me enfrentaba, las cosas terribles por las que tendría que volver a pasar, y eso lo ha hecho todo mucho peor”.

Entonces y ahora, su salvación ha estado en la médula de César Antonio, de 25 años, el menor de sus tres hermanos. Una auténtica fortuna esa “cesárea medular” –así es como se refiere a veces Sandra, con bastante humor, a la donación de su hermano–: entre el 60% y el 80% de los pacientes que necesitan un trasplante de médula ósea no encuentran un donante compatible.
La segunda recuperación está siendo también mucho más difícil. El 11 de septiembre de 2002, Sandra tuvo la confirmación médica de su recaída.

Ironías del destino: acababa de hacer las fotos para una portada de la revista Quo en la que aparecería, con la cabeza monda y lironda gracias al maquillaje y al látex, como una boxeadora victoriosa contra el cáncer. Acababa de rodar también una película, Killer Barbys vs. Drácula, a las órdenes de Jesús Franco. Una campaña publicitaria, galas, desfiles, la presentación de un programa de televisión (en Sportmanía Canal Club)… En fin, una carrera profesional que volvía a truncarse y, lo que es peor, la propia vida otra vez en entredicho. “Primero tuve un ingreso de 47 días. Estaba en quimioterapia, pero todo se me complicó con una neumonía fortísima. Los médicos y yo misma llegamos a pensar que no la superaría. Luego tuve una alergia medicamentosa. Se me puso todo el cuerpo de un morado increíble, con mucha fiebre. ¡Me han pasado tantas cosas! Pero pude con ellas. Tras un mes de alta, los médicos dudaban si darme o no otro ciclo de quimioterapia antes del trasplante. Les convencí de que no lo hicieran porque, sinceramente, no creía que pudiera aguantarla”.

Una vez más Sandra Ibarra volvió a asombrar a todos con su capacidad de resistencia y su titánico esfuerzo por la recuperación. “Dije a los médicos que en Navidades estaría en casa. No querían desanimarme, pero pensaban que no sería posible. Conseguí salir un día antes, el 23 de diciembre. ¡Lo que hacen las ganas de vivir!”. Había superado lo peor, pero quizá no lo más difícil. A Sandra, que iba a la biblioteca de la Facultad de Medicina para leer y conocer todo lo que pudiera sobre su enfermedad, le quedaba todavía por delante familiarizarse con un nuevo y doloroso término: enfermedad injerto contra huésped. Una reacción grave, a veces fatal, consecuencia del trasplante, que se desata cuando las células T del donante, las encargadas de reconocer a los agentes extraños, no reconocen los tejidos del receptor como propios y se lanzan a destruirlos como si fueran invasores. Una lucha que todavía se está librando en los ojos y el hígado de esta mujer de voz suave y voluntad de hierro. “He estado mucho tiempo sin poder abrir los ojos, sin poder leer un libro, sin ver la televisión, dependiendo de los demás para muchas cosas. Apenas puedo todavía quitarme las gafas. Yo soy una persona de voluntad. Todo lo que tenga que ver con la voluntad y con el ejercicio, yo lo hago. Comer, aunque no tenga saliva, beber un vaso de agua, aunque vomite, levantarme de la cama sin fuerzas… Pero ahora esto no depende de mi voluntad y, para mí, eso es lo peor”.

Once meses después de su segundo trasplante, y pese a las reacciones injerto contra huésped, los análisis indican que el cuerpo de Sandra se está volviendo a hacer fuerte y que todo marcha por el buen camino. “¡Si esta misma semana ya he empezado a correr un poquito!”, argumenta con ostensible orgullo. Ahora la principal batalla, además de en el hígado y los ojos, se está librando en su cabeza: “En vez de cabeza tengo rompecabezas. Otra vez se te vuelve a caer la escala de valores, tus ilusiones, tus proyectos… Te empiezas a plantear todo de nuevo. ‘¿Por qué?’, te preguntas. Si ya he luchado una vez y no me he lavado las manos. Si he colaborado en la lucha contra el cáncer todo lo que he podido y más, incluso me he comprometido con ello en mi vida personal. Bueno, esto no se lo merece nadie… Pero, ¡dos veces! Ahora tengo que tratar de que esto no me afecte personalmente. Tienes que hacerte fuerte, pero no dura. No quiero convertirme en una persona triste, llena de miedos. No quiero que la enfermedad me cambie. No quiero hacerme una mala persona. Porque lo primero que se te ocurre en estos casos es echar la culpa a alguien: a Dios, a quien sea. Sin embargo, he decidido que, hasta que no se sepa cuál es el origen del cáncer, no voy a dirigir mi dedo contra nadie”.

Hoy sabemos que algunos dinosaurios murieron de cáncer de huesos. Que, como explica Carlos Cordón Cardo, director de la división de Patología Experimental del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York y uno de los españoles que más saben de este mal, éste es un proceso que discurre paralelo a la propia vida, mucho más viejo que el ser humano y que el resto de seres vivos que pueblan la Tierra. Que, tras las enfermedades cardiovasculares, es la segunda causa de mortalidad en las sociedades desarrolladas. Que si viviésemos 150 años, probablemente todos lo padeceríamos. Pero, también, que cuanto más sabemos de él, más complejo se nos antoja. Y que, en muchos casos, como el de la leucemia linfoblástica aguda, desconocemos por qué razón se desencadena ese error genético que hace que las células empiecen a crecer desordenadamente y acaben por colonizar la sangre, los tejidos o los órganos, y a afectar a su funcionamiento. En 1998 (últimos datos disponibles en el INE), más de 2.800 personas murieron en España de leucemia. Algo más de 14.000, de otros tipos de cáncer.

“¿No dramatizar? ¡Pero es que ésta es una enfermedad dramática! Todavía se sabe poco de ella. Todavía son muchas las personas que fallecen, muchos los que recaemos. Hasta cierto punto, es lógico que siga pareciendo tan terrible. Lo desconocido es lo que nos genera más miedo, más tabúes, más prejuicios. Los que vamos saliendo adelante somos quienes nos tenemos que encargar de decir: ‘No señores. Esto no es así. Esto se puede curar. Cada vez somos más los que lo contamos’. Y creo que es así como la forma de ver el cáncer puede ir cambiando poco a poco. Sí, es horrible, pero no es sinónimo de muerte.

Cuando hablo con otra gente, sobre todo cuando hablo con enfermos, procuro no engañar. Tienes que saber bien a qué te enfrentas para poder emplear todas tus fuerzas contra ello. Es increíble lo que importa que te encuentres bien psicológicamente. El día que estás desanimado, reaccionas peor a la quimioterapia, vomitas más. Yo he visto a mi lado a gente que se ha dejado morir y a otros que estaban clínicamente muy mal pero que, con fuerza de voluntad y ánimo, han conseguido unos resultados espectaculares”.

No es suerte. Tanto ha luchado Sandra por su propia vida, tan duro ha sido el camino, que no acepta de buen grado oír la palabra suerte. “Agradezco a la gente que me desee suerte. Pero cuando oigo a alguien decir que gracias a Dios me he curado, o qué suerte he tenido por haberlo conseguido, no me gusta. ¡Es como si, entre la suerte y Dios, yo no hubiera hecho nada! ¡Y me lo he currado tanto…! Quizá sea cierto que los dos me han ayudado algo, pero el trabajo más importante lo he hecho yo. El esfuerzo ha sido grandísimo. Ha sido tener que ir arrastrándome hasta mi cama, ha sido tener que bajar el termómetro para que mi madre no viera que tenía fiebre, ha sido no dejar pasar ni un solo día sin ducharme, aunque a duras penas me sostuviera en la ducha, ha sido conseguir que los médicos jamás me encontraran en la cama cuando venían a visitarme, ha sido no aceptar orinar en la cuña, levantarme para ir al servicio aunque no tuviera fuerzas”.

Una de las cosas que más temieron los médicos en la caso de Sandra es cómo aceptaría una enfermedad que causa tantos estragos físicos a una persona acostumbrada a verse hermosa y a vivir de su imagen, y en qué medida esto podría afectarla psicológicamente y comprometer su recuperación. “Es muy duro mirarte al espejo y no reconocerte, ver tanto deterioro. Yo he tardado en mirarme al espejo la primera vez y he tardado en mirarme la segunda. Pero hay que ser sensatos en la vida. La belleza es muchas cosas, no sólo ser guapa y tener unas determinadas medidas. También es tener una dosis de humildad. Y la verdad que cuando tienes cierta belleza y de repente la pierdes… Pues aprendes. Hasta hace muy poco he estado muy hinchada, con unos mofletes tremendos, como un hámster. Me ha salido pelo en la cara, por la medicación, y se me ha caído el de la cabeza. Pero no he dejado que me traumatice. Estoy así, ahora me ha tocado pasar por esto, pero no es ni muchísimo menos lo más importante ni lo peor de lo que me ha sucedido”.

Suponemos que, a estas alturas, si alguien pensó en algún momento que esta Sandra Ibarra, que alcanzó uno de sus mayores momentos de notoriedad en 2001, cuando su nombre apareció en las revistas junto al de James Hewit (amante de Diana de Gales), era una niña frívola, ya habrá cambiado de idea. Ahora, que a uno le da por preguntarse: ¿de dónde sale tanta determinación? Plantarle así cara a la leucemia, ¿es una decisión que se toma?, ¿es una cuestión de carácter? “Dicen que esta es una enfermedad que se da en las personas valientes, que esto fortalece y te forma el carácter, pero yo quiero seguir siendo la misma Sandra”.

Cuando habla, por momentos, sus ojos se humedecen. “¿Deprimida? No, no. Esa palabra se utiliza demasiado a la ligera. La depresión es una cosa muy seria. Estoy, eso sí, algo más baja. Hay días en que estoy peor y que parece que se me acaba el mundo, pero procuro salvarlos con técnicas de autocontrol. Hay que controlar el dolor y, también, los sentimientos. Cuando empiezas a pensar en algo negativo hay que saber parar a tiempo porque, si no, acabas enfadándote. Y si algún día no te queda más remedio, pues se trata de que toques fondo para que, luego, puedas subir. No se puede estar llorando una semana. Como mucho, una tarde. Entonces, ese día, hasta te pones el ambiente bueno para llorar: la música que te gusta y te emociona, tus velas... Y lloras y lloras. Luego te das un baño, te vas a la cama y, a la mañana siguiente, te levantas como nueva. Aquí no ha pasado nada”.

Resistencia. ¿Alguna otra táctica? “Esta es una enfermedad de resistencia. Es cuestión de plantearte objetivos cortos y metas pequeñas, de luchar día a día. Así es como te lo acabas creyendo. Y, también, muy importante, que tengas alrededor gente que, si esto se te olvida, te lo recuerde. En mi caso han sido sobre todo mi madre y mi pareja quienes, en los malos momentos, más me lo recordaban: ‘Sandra, ya estás en casa y eso es lo que tú querías, estás fuera del hospital. De todas las cosas malas que podían haberte ocurrido, te han pasado las menos malas. Mira a tus compañeros...’. Y es muy bueno que te lo recuerden porque suele ocurrir que, cuando estás un poco mejor, mejor quieres estar, y todo esto se te olvida. También es importante darte caprichos, aprovecharte un poco ya que todo el mundo está pendiente de ti, incluso aprovechar el parón para, los días en que te encuentres con ganas, hacer cosas que no hayas podido hacer antes. Sí, tienes que quererte mucho”.

De su primer combate contra leucemia ha aprendido algunas cosas. “No, ya no me hago planes. Vivo el día a día. Me están empenzando a salir ya algunos trabajos, la gente me llama, aunque lleve pañuelo y gafas. La gente me quiere. He presentado alguna gala, he ido a actos. Lo bueno que tiene esta profesión es que puedes hacer tantas cosas... Pero me tengo que cuidar mucho, no quiero hacer como la otra vez, que casi estaba desfilando una semana después de que me dieran el alta. Tampoco pienso dejar de ver a otros enfermos, ni darles todo el apoyo que me pidan, pero todavía no es el momento. Ahora tengo que cuidarme yo. Ojalá que viva 20 años más, muchos más, y que el cáncer no vuelva a entrar en mi vida, sólo cuando yo quiera nombrarlo. Porque tengo muchas cosas que hacer todavía. He conseguido casi todo lo que me he propuesto y más. Y espero que esto también pueda conseguirlo”.

Quizá después de todo esto ya no haya manera de que Sandra Ibarra vuelva a ser Sandra, la modelo, y quede para siempre en la cabeza de todos como Sandra, la activista contra el cáncer. “No me importa. Quiero que se acabe esta enfermedad. La primera vez la superé y no me olvidé de ella, seguí dando la cara, y ahora también voy a hacerlo. Quizá mi destino vaya por ahí, ¿por qué me voy a poner en contra de él? A veces tú tienes unos sueños y la vida te lleva por otro lado. Creo que, en ocasiones, nos frustramos porque nos empeñamos en hacer una cosa cuando la vida nos está ofreciendo otra. No me da miedo y no me importa quedarme para siempre como Sandra Ibarra, la modelo que tuvo leucemia. Mientras no se haga morbo de ello, ni se manipule, ni se utilice, lo acepto. Lo que no me gustaría es pasar por esta vida sin haber hecho algo positivo. No, no me importa. Es más bien un orgullo”.

Asociación Española Contra el Cáncer: www.aecc.es; testimonio musical de la cantante Isabel Patton, “Canciones de oro latinoamericanas. Homenaje a A. Waitzman”, a beneficio de la lucha contra el cáncer..


 
 
 
Libros de otros luchadores


Susan Sontag. “La enfermedad y sus metáforas”. Un ensayo-alegato contra el oscurantismo y los prejuicios que se ciernen sobre esta enfermedad. Cuando la escritora norteamericana lo publicó en 1978, batallaba contra ella. La última Premio Príncipe de Asturias de Literatura la ha superado dos veces.

Mariam Suárez. “Diagnóstico cáncer: mi lucha por la vida”. En 1993 le fue diagnosticado a la hija del ex presidente del Gobierno un tumor en la mama que más tarde habría de extenderse al hígado, al pulmón y al cerebro. Tenía entonces 29 años, un hijo de tres y estaba embarazada. Una estremecedora lección humana y vital que ha vendido más de 270.000 ejemplares. Continúa peleando.

Lance Armstrong. “Mi vuelta a la vida”. En 1996, tres años después de haberse proclamado campeón mundial de fondo en carretera, el ciclista norteamericano se apartaba de las pistas para ser tratado de un cáncer en los testículos. Tras un esfuerzo titánico de recuperación que narró en este libro, consiguió alzarse en cinco ocasiones con la victoria en el Tour de Francia.
 
 
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