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M A G A Z I N E 
225   Domingo 18 de enero de 2004
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Posó para él. Vicari sonríe frente a uno de los retratos que ha realizado del rey Fahd de Arabia Saudí. Quisieron que copiase de una fotografía, pero se negó.
ARTE|INCREÍBLE ANDREW VICARI
El pintor más cotizado y más hortera del mundo

Andrew Vicari es considerado por muchos el artista actual más hortera. A él poco le importan las críticas. Pintor oficial de la familia real de Arabia Saudí, es el más cotizado del momento. Su fortuna alcanza los 110 millones de euros, a los que unirá 37 más por un cuadro del tamaño de una pista de tenis que le ha encargado “alguien” en Emiratos Árabes. “Soy el último gran pintor en la línea de Goya”, dice el único que puede representar la figura humana en el mundo islámico sin recibir latigazos por ello.

 
En el estudio. Retrato del heredero de la corona saudí junto a otros lienzos (dcha.)
 

IRENE HDEZ. VELASCO


“Me encanta ser rico. Me encanta la buena vida”, sentencia Andrew Vicari mientras se acerca a los labios su tercera copa de champagne, rematando su confesión con una sonora carcajada que hace arquear las cejas de algunos de los caballeros que dormitan en el bar del exclusivo East Indian Club de Londres.

¿Andrew qué? Es muy probable que jamás haya oído mencionar su nombre. Pero este galés de 65 años, bajito y algo barrigón, es el pintor que más se cotiza del mundo. Sólo el año pasado, sus pinceles le procuraron unos ingresos de ?5 millones de euros, justo el doble de lo que, por ejemplo, ganó la también galesa Catherine Zeta Jones. En total, y según la lista de los ricos más ricos que cada año publica el rotativo británico The Sunday Times, su fortuna personal ronda los ??0 millones de euros. Como buen multimillonario, el pintor –soltero, por cierto– tiene casas en Montecarlo, París, Londres, Riad y Cannes, donde hace un par de años compró por cinco millones de euros una fastuosa villa que en su día perteneció a Picasso. Lo crea o no, un simple boceto salido de su mano cuesta 150.000 euros. Sí, Vicari es el artista mejor pagado que haya habido nunca sobre la faz de la Tierra, no hay duda. Lo que no quita para que muchos le consideren también el peor pintor del mundo.

Es cuestión de gustos. Pinta dramáticas puestas de sol, caballos desbocados corriendo a la luz de la Luna, mujeres de larga melena y mirada lánguida, paisajes bañados por la luz roja del crepúsculo, hombres de aspecto pensativo... “Sus obras son verdaderamente espantosas. No hay nada que se pueda salvar en ellas. Es el único pintor para quien se debería pedir la aplicación de la normativa talibán que castiga con un millón de latigazos la representación de cualquier ser vivo”, ha llegado a decir de él Adrian Searle, el implacable crítico de arte del diario The Guardian.

A Vicari, esos vituperios le resbalan. Al fin y al cabo, este británico hijo de padres italianos tiene un muy alto concepto de sí mismo. “Soy el último gran pintor en la línea de Goya, Velázquez, Rafael y Rubens”, sentencia con grandes aspavientos. “Soy pintor de reyes, soy el rey de los pintores”, dictamina sin sonrojarse.

Ciertamente, para él han posado reyes, príncipes, princesas, presidentes, héroes de guerra... Desde el rey Fahd hasta Carolina de Mónaco, pasando por François Mitterand, Sofia Loren, el general Norman Schwarzkopf... Además, lleva a gala ser el primer artista en 14 siglos de arte islámico al que se le permite oficialmente el sacrilegio de pintar la figura humana, algo que ha estado férreamente prohibido en la creencia de que de esa forma se le robaba el alma al retratado.

Vicari ostenta desde 1974 el título de pintor oficial de la familia real de Arabia Saudí, país que le ha hecho multimillonario y al que llegó en 1974 en una de las más felices equivocaciones de su vida. “Me subí en un avión y, al poco de despegar, le pregunté a una de las azafatas que cómo era posible que en un viaje a Río de Janeiro sólo nos dieran un jodido zumo de naranja. ‘¿A Río?’, me replicó ella. ‘Este avión no va a Río, señor, va a Riad, la capital de Arabia Saudí’”.

Su gran “error”. Sus más despiadados detractores ponen en tela de juicio la historia, pero lo cierto es que encaja a la perfección en el currículo de este artista, salpicado de extravagancias y locuras. La anécdota de cómo se convirtió en el pintor oficial de la primera guerra del Golfo es en sí misma toda una película, que su principal protagonista relata con maestría: “Estaba en París y, por solidaridad con el pueblo de Arabia Saudí, el ?5 de enero de 1991, el día antes del ultimátum dado por la ONU a Irak, decidí coger el último vuelo a Riad”. Esa misma noche, a las 2.30 de la madrugada, las sirenas antiaéreas sonaron en la ciudad árabe y Vicari acudió a uno de los búnkeres provisionales dispuestos por las autoridades saudíes. “El refugio estaba localizado en el centro de conferencias rey Faisal, donde se encuentran los 60 cuadros de la serie El Triunfo del Beduino que yo había realizado unos años antes. Fue una sensación muy extraña verme allí, en aquellas circunstancias, rodeado de mis propias obras”.

El artista estuvo un tiempo en Riad, oyendo los misiles pasar por encima de su cabeza. Pero, muy pronto, puso rumbo al campo de batalla, armado con un pincel de fino pelo de marta y decidido a pintar la guerra. Allí conoció al general Schwarzkopf y a todos los demás mandos de las fuerzas aliadas. Subido en un tanque, presenció el conflicto desde la primera línea de fuego. Y de ahí nació De la Guerra a la Paz en el Golfo: La Liberación de Kuwait, una serie de 225 óleos (algunos de hasta 10 metros de altura) en la que el pintor, siempre en su particular estilo un poco hortera, plasmó escenas de batalla, sombreó bombarderos, pintó misiles tierra-aire y retrató a algunos de los más significativos protagonistas del conflicto, incluido el rey Fahd. “Se trata del más importante conjunto de pinturas sobre una guerra realizado desde los tiempos napoleónicos”, subraya con su modestia habitual.

Por 125 de esas pinturas, en 2001, el príncipe saudí Khaled bin Sultan le pagó unos 50 millones de euros. El centenar restante se encuentra guardado en un almacén cuya localización mantiene en el más absoluto secreto, por aquello de que pueda ser víctima de un atentado artístico-terrorista: “Después de que los muyahidin iraníes quisieran comprármelas para destruirlas, comprenderá que es bastante sensato que no le diga dónde se encuentran”.

En su familia no hay ningún precedente artístico: su abuelo era payaso, y su padre regentaba una pequeña cadena familiar de hostales y restaurantes. ¿Que por qué se hizo pintor? Porque le pareció una forma muy fácil de ganar dinero. “Yo tenía ?4 años y presenté un cuadro a un concurso. Estaba de vacaciones en Italia y mi padre me mandó un telegrama dándome la noticia de que había ganado el primer premio, retribuido con una medalla de oro y un cheque de 10 libras (unos 15 euros), que por aquella época, y para un chaval como era yo, suponía una suma importante. Me quedé anonadado por lo fácil que resultó todo...”.

Así que ingresó en la afamada Slade School de Londres, una de las más prestigiosas facultades de Bellas Artes que había en el mundo por aquella época. Allí tuvo a Lucian Freud de profesor y conoció a Francis Bacon. Pero, a pesar de entrar en contacto con algunos de los artistas más vanguardistas y revolucionarios de la época, siempre se mantuvo fiel a sus muy tradicionales principios artísticos. “El arte que se hace hoy en día es espantoso, sencillamente espantoso. A este aciago periodo de la Historia del arte le llamo la era de la oscuridad”.

A Vicari siempre se le han dado muy bien las relaciones públicas, lo que, unido a su excepcional capacidad para moverse en las altas esferas, explica en gran medida la clave de su éxito. Era un jovencito cuando, por ejemplo, tuvo el atrevimiento de ponerse en contacto con Nelson Rockefeller y con el coleccionista de arte estadounidense Sam Salz. Uno de sus primeros defensores fue el ayudante de campo de Constantino de Grecia y otro de sus más tempranos contactos Tom Watson, presidente de IBM. Tenía ya una amplia agenda de amigos bien situados cuando aterrizó en Arabia Saudí en 1974 donde, gracias a su sagacidad, recibió el encargo de pintar los cuadros que habrían de decorar el centro de conferencias Rey Faisal. Dedicó cuatro años a completar la tarea, pero su trabajo fue tan bien recibido que enseguida le encargaron retratar al rey Khaled, primero y, después, al rey Fahd.

Vividor. Pero que nadie piense en Andrew Vicari como en un hombre sufrido y resignado. Todo lo contrario: es un auténtico bon vivant. “Me considero latino, así que tengo un sentido de la vida absolutamente mediterráneo. Aunque debo decir que de los británicos he aprendido la disciplina”, subraya dando un nuevo sorbo a su copa de champagne.

Es esa férrea disciplina, amén de su amor al arte, la que le impulsa a pintar una media de dos o tres cuadros cada semana, alrededor de un centenar al año. “Y sin asistentes de ningún tipo. Mis cuadros los pinto yo solo desde el principio al fin. Incluso la serie De la Guerra a la Paz en el Golfo: La Liberación de Kuwait la pinté sin ayuda de nadie”, asegura. Sus lienzos siempre llevan rimbombantes títulos en francés, porque tiene la teoría de que gracias a eso su obra adquiere una dimensión mística: Le crépuscule bleu, Dans le Forêt, Dans l’Océan des mes Rêves, La Vigonade Italienne o La Vigonade de la Victoire des motards de la Police nationale française son algunos ejemplos. Lo de La Vigonade es un título recurrente en muchos de sus cuadros. ¿Qué significa? “Nada. Es una palabra que me he inventado. Suena muy bien, ¿verdad?”.

La ya de por sí abultada fortuna de Andrew Vicari, estimada en esos citados 110 millones de euros, recibirá en breve una inyección adicional de dinero. El artista asegura haber recibido el encargo de pintar el que será el mayor retrato del mundo, un óleo descomunal de 30 metros de alto por nueve de largo (lo que una pista de tenis). La obra llevará el grandilocuente título La Parábola de la Majestad, y por su ejecución recibirá 25 millones de libras, unos 37,5 millones de euros.

El artista, experto en manejar a los medios de comunicación y en rodearse de un aura de misterio, se niega a revelar el nombre de la persona que le ha hecho tan singular encargo. “Sólo puedo decir que en el retrato aparecerá una persona muy ilustre en compañía de sus hijos”. Y otra pista más: una vez finalizado, el cuadro se exhibirá en Abu Dabi, la capital de Emiratos Árabes Unidos.

Un dato nada baladí: el artista asegura que en la realización de una obra de un tamaño tres veces menor del que tendrá La Parábola de La Majestad, se dejó en cierta ocasión 600.000 euros en concepto de pinceles. “Los utilizo de pelo de marta cibelina, que son los más caros. Es muy difícil ser pobre y pintar al óleo”, sentencia con su habitual insolencia.

Todo sobre el pintor, sus museos, colecciones y obra más reciente, en www.geocities.com/andrew_vicari/Site_Map.htm


 
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