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M A G A Z I N E 
229   Domingo 15 de febrero de 2004
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El rostro del Gobierno: Nació en Cartagena (Murcia) el 3 de abril de 1956. Es ministro de Trabajo desde el 9 de julio de 2002, cargo al que sumó el de portavoz del Gobierno el pasado 3 de septiembre. Licenciado en Derecho y abogado de profesión, ingresó en el PP procedente de la extinta UCD. En 1991 comenzó su carrera meteórica al ser elegido alcalde de Benidorm. Está casado y tiene tres hijos.
LOS SILLONES DEL PODER (6)
Eduardo Zaplana

¿Para qué quiere el poder? “Para eliminar el hambre, las miserias, las desigualdades. Ojalá con sólo desearlo pudiéramos ayudar a los más desfavorecidos”

ESTHER ESTEBAN . FOTOGRAFÍA DE ROSA MUÑOZ


Nada de lo que ha sido su vida ha resultado según lo previsto por sus progenitores. De padre militar y el único varón en una familia de cuatro hermanos, su destino estaba marcado desde que nació. Por eso nada más terminar sus estudios de COU se trasladó a Granada, al centro de selección de la Academia Militar del Aire: “No me entusiasmaba ser militar, pero tampoco podía decepcionar a mi padre, que deseaba con todas sus fuerzas que su único hijo continuara la tradición familiar. Así que le dije que ingresaría en el Ejército para ser piloto”. El destino quiso que le dieran la baja en vuelo, circunstancia que aprovechó para dejar la Academia y continuar sus estudios de Derecho en la Universidad de Valencia.


Eduardo Zaplana era, como todos los jóvenes de su edad, un chaval inquieto, reivindicativo y sobre todo con una enorme curiosidad sobre el momento histórico que le tocó vivir. Su llegada a la facultad coincidió con la muerte de Franco, en una etapa de intensa actividad estudiantil de reivindicación de democracia y libertad a la que él no fue ajeno. Varios de sus compañeros eran militantes del PCE y algunos otros estaban en el movimiento liberal: “Me atrajo mucho la idea de que el liberalismo luchara por la democracia tanto o más a como se hacía desde la izquierda, y me apunté a una cosa que duró muy poco tiempo, llamada Federación de Partidos Demócratas y Liberales, con la que me identificaba bastante”. En esa época conoció a Joaquín Muñiz Peirat y a través de él a Joaquín Garrigues. “Fue Garrigues quien defendió que nos integráramos en la Unión de Centro Democrático (UCD). Hubo muchas discrepancias, pero al final lo hicimos”.

A medida que fue creciendo su compromiso político, aumentaron también los problemas familiares: “Mi padre no llevaba muy bien mi entusiasmo político porque en esos tiempos se abrían muchas incertidumbres con un régimen que agonizaba y una democracia imparable. Él nos había criado solo, porque mi madre murió cuando yo tenía nueve años y lógicamente tenía un elevado sentido de protección. Ahora, con la perspectiva del tiempo y de la edad, ahora que yo también soy padre, entiendo que se esforzó todo lo que pudo por evitar el inevitable choque generacional. Lo que más siento es que mi padre muriera sin verme desarrollar mi actividad pública, para que hubiera tenido la satisfacción de ver que todo aquello tenía un sentido”.

Y si su vocación política apareció de repente y a borbotones, aún fue mayor su precocidad a la hora de encontrar el que ha sido su primer y único amor: “Éramos escandalosamente jóvenes. Ella tenía 15 años y yo 16. La conocí un día de invierno en una cafetería de Benidorm. Recuerdo que no había mucha gente cuando me la presentaron. Se llama Rosa y creo que en ese mismo momento ya empezó nuestra relación”. La pareja empezó a salir meses después y –con algunos distanciamientos propios de los noviazgos tan largos– desde entonces no se han separado. “Nos casamos en 1981. Hemos logrado crear un clima de convivencia bastante bueno. Después de tantos años juntos, pienso que el mérito fundamentalmente es de ella, que se ha adaptado muy bien a la vida de un político, a sus ausencias, a su frenética actividad, a los cambios de domicilio, de ciudad y a muchas pequeñas cosas poco habituales en una familia”.

Después vinieron los niños: Rosa, que ahora tiene 22 años y estudia Derecho: María, de ?8, estudiante de Derecho y Empresariales en ICADE; y el benjamín, Eduardo, de ?3. Como en su familia hay mayoría de mujeres, reconoce que cuando se trata de aportar cada uno su granito de arena, lleva las de perder. “Mi actividad pública me ha impedido ser de los más activos en casa, aunque cuando estoy colaboro en lo que puedo. De todas formas, con tres mujeres siempre llevo las de perder. Me riñen mucho más ellas a mí que yo a ellas porque no hago bien las cosas ”. No oculta, eso sí, la debilidad que siente por sus hijos, “hacen conmigo lo que quieren”, y los malos tragos que en algunos momentos le han hecho pasar debido a la maravillosa inocencia infantil.

Si de muestra vale un botón, cuando le pides que te relate alguna de esas anécdotas, sonríe, se echa las manos a la cabeza y recuerda una que se le quedó grabada... y no sólo a él, sino a mucha gente que en ?99? siguió, a través de la televisión, las elecciones municipales y autonómicas, en las que era candidato de su partido a la alcaldía de Benidorm y al Parlamento valenciano. “Ese día nos levantamos temprano y nos fuimos toda la familia a votar.

Cuando llegamos al colegio aquello estaba lleno de periodistas, porque esas elecciones habían levantado mucha expectación. Yo llevaba a mi hija María, que entonces tenía seis años, agarrada de una mano y, en la otra, mi papeleta del PP. Un momento antes de depositarla en la urna mi hija se soltó y se fue corriendo a la cabina, desde donde comenzó a gritar: ¡papá, papá, no eches ésa, ésa no. Quiero que eches ésta! María vino hacia mí corriendo y traía en su mano una papeleta de Izquierda Unida, de Julio Anguita, que le gustaba, empeñada en que la utilizara, mientras las cámaras no dejaban de grabar. La cosa luego se ha convertido en una historia entrañable”.

Tal vez María le dio suerte y la anécdota fue el preludio de lo que luego sucedió. No salió elegido alcalde de Benidorm porque obtuvo un concejal menos que sus adversarios. Sin embargo, ocho meses después el voto de una concejala socialista, que se pasó al grupo mixto, hizo posible su investidura.

Aunque Eduardo Zaplana nació en Cartagena, siente debilidad no sólo por su lugar de origen, sino por cualquier punto de la Comunidad Valenciana, muy especialmente Benidorm, su pueblo. Si entras en materia, aparece de inmediato su talante mediterráneo apegado al mar. Por eso, cuando le dices que te describa ese rincón secreto donde se siente como en la gloria, donde es capaz de olvidar al menos por unos instantes su cargo y condición, sólo pronuncia una palabra, mar: “Me encanta navegar, me da igual que sea invierno o verano. Tenemos un barco en Villajoyosa y me escapo siempre que puedo. Navego un poco, respiro profundamente para impregnarme de ese maravilloso olor del mar y me siento como nuevo. Es mi mejor antídoto contra el estrés de la vida diaria”.

Claro que si se trata de hacer deporte, no es el único que practica. En invierno, cuando puede, hace una escapadita para esquiar en Sierra Nevada y al menos dos o tres días por semana hace footing y esporádicamente juega al fútbol o al pádel: “Al pádel no tengo compañeros fijos. Juego poco. A veces coincido con Pedro J. Ramírez, Luis Herrero, Jaume Matas o Alberto Rodríguez Piñón [campeón del mundo], entre otros”. Aunque dice que no es de esos que se transforman cuando le entra en el cuerpo el gusanillo de la competición, sí reconoce que no le gusta perder: “No es que me cabree, pero no me gusta. No se puede decir que sea mal perdedor, pero prefiero ganar, como todos”.

Aunque la fiesta nacional no es lo suyo, le gusta, utilizando un símil taurino, salir por la puerta grande y a ser posible con las dos orejas y el rabo; de ahí que ni en la política ni en la vida haya optado por ver los toros desde la barrera. Tal vez por eso su secreto mejor guardado es que le hubiera gustado ser futbolista. Pero, sabiendo que no tenía cualidades, tiró la toalla: “He jugado siempre: en el colegio, en la universidad y en varios equipos de aficionados, pero no he reunido las condiciones necesarias para poder triunfar. Era muy malo”. Lo que no ha dejado en ningún momento es su afición a la lectura. “Me siento cómodo leyendo cualquier libro, me da igual. Ahora, por una especie de deformación profesional, suelo leer obras de Historia. Ahora he empezado una biografía de Martin Luther King, de Marshal Frady, y Nixon: la arrogancia del poder, de Anthony Summers”.

Y lo que desmiente con rotundidad es esa fama de coqueto, de hombre excesivamente preocupado por su imagen. “Me gusta comprarme la ropa yo mismo, pero no creo que eso sea sinónimo de ser coqueto. No hago ningún tipo de dieta porque siempre he sido delgado y si estoy moreno es porque tengo una piel oscura. Eso de la coquetería forma parte de la leyenda de todo personaje público”.

Lo que no es leyenda es que, al igual que el común de los mortales, no es inmune a la emoción y tampoco le importa mucho el qué dirán si, en determinados momentos, se le quiebra la voz o se le escapa una lágrima. “La última vez que recuerdo que lloré fue hace tiempo, cuando murió un íntimo amigo mío a consecuencia de un tumor cerebral. Fue un golpe durísimo, de esos que te hacen replantearte muchas cosas”. Precisamente la amistad es, para él, un valor fundamental y su traición el gran defecto que le cuesta aceptar. “Le doy excesivo valor a la amistad en los tiempos que corren y a ella va muy unida la lealtad. Creo que todos podemos cometer errores en alguna ocasión, pero cuesta perdonar la deslealtad. Me entristece que la gente sea así”.

Y si de sentimientos se trata, no se le cae de la boca la palabra solidaridad. Por eso, cuando le preguntas qué haría de tener en su mano el poder para cambiar el curso, a veces inevitable de las cosas, responde rápido sin darse un respiro: “Si tuviera ese poder eliminaría el hambre, la miseria, las desigualdades. Ojalá con sólo desearlo pudiéramos ayudar de verdad a los más desfavorecidos”. Al fin y al cabo, detrás del político competitivo, duro e implacable con sus adversarios, se esconde un hombre de carne y hueso con los mismos sueños, deseos y esperanzas que los demás, sólo que en su vida profesional está incluido en su sueldo saber ocultarlo.


 
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