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M A G A Z I N E 
242   Domingo 16 de mayo de 2004
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Rafael de Paula rompe su silencio
Rafael de Paula rompe su silencio
“No he sido ni una mínima parte de lo que pude ser”

 
Abucheado. En la madrileña Feria de San Isidro, en 1990, se negó a matar a su
primer toro. La reacción del público hizo que la policía escoltase al matador. EFE
 
 
Años 70. Rafael de Paula con su mujer, Marina Muñoz, y dos de sus tres hijos. Eran otros tiempos, cuando el torero y su esposa formaban una pareja feliz. EFE
 

ANTONIO LUCAS Y VICENTE RUIZ FOTOGRAFÍA DE CHEMA CONESA


Rafael de Paula cumple este mes 30 años desde que confirmó en Las Ventas la alternativa. Una fecha que puso un antes y un después en la Historia del toreo. Desde entonces, Rafael Soto Moreno (Jerez de la Frontera, 1940), ha dejado en los tendidos un reguero de arte y un catálogo de escándalos que forman parte de su gran leyenda. Solo y retirado de los ruedos, hace años que no habla a fondo de su vida, pero ha querido celebrar ahora el aniversario de su carrera repasando sin censuras su trayectoria, justo cuando algunos compañeros de profesión quieren rendirle un homenaje.


P.¿Recuerda la primera tarde de toros de su vida?
R.Sí, hombre. Lo primero que vi fue una novillada en Jerez. Y Gregorio Sánchez el primer torero, allá por el año 57. No pude presenciar más porque no me dejaban entrar, pero me quedé rondando por la plaza y al final el portero me permitió pasar en el último novillo. Ya tenía 17 años, algo tarde para esto de los toros, sobre todo hoy. Enseguida me entraron las ganas de querer ser torero y... Pues eso.
P. Y empezó a prepararse...
R. Así es. La verdad es que no frecuenté mucho los ambientes de maletillas ni ese tipo de cosas. Tuve la suerte de conocer pronto al que luego fue mi suegro, Bernardo Muñoz, en un tentadero en la finca de Fermín Bohórquez, cuando toreé mi primera becerra. Allí no lo hice mal del todo y Bernardo me apadrinó, me orientaba en los tentaderos y en dos años ya debuté con caballos. Imagínese que rápido pasó todo. Con 18 años debutando ya.
P. ¿Fijamos la historia de ese apelativo, De Paula, que le da nombre?
R. Si no hay nada que fijar. Las cosas son como son. Ni leyendas ni cosas raras de esas que dice la gente. De Paula es un apodo familiar que heredé de mi padre. Él se llamaba Francisco de Paula. Así que el primer día que yo me anuncié en un cartel de toros, a José María de Cossío se le ocurrió que lo hiciera con el segundo nombre de mi padre. Y así quedó: Rafael de Paula.
P. Empieza a torear por plazas del sur en 1960, pero la confirmación de la alternativa en Las Ventas no llega hasta 14 años después, ¿qué sucedió?
R. Es cierto que durante algunos años fui un torero provincial que despertaba atención. Entonces me llamaron varias veces para confirmar la alternativa en Madrid, pero yo he sido siempre de la idea de no torear cualquier cosa; me niego a ir a los leones, como se suele decir. Pedía ciertas garantías.

Llega Rafael de Paula al hotel de la cita con aroma de leyenda. En Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) atiza un viento peleón que llaman levantera y el sol se asoma sobre un balcón de nubes apretadas. Extiende la mano, se quita las gafas despacio y habla lento. Del bolsillo de la chaqueta de cuero, de un marrón rozado, asoma un pañuelo de seda verde en un gesto de dandismo calculado. “Bueno, señores, ¿er viaje bien, no? Pues vamoh a picar argo, ya habrá tiempo de preguntas”, sentencia. El Guadalquivir queda a la izquierda y este hombre camina haciendo un paseíllo permanente, con elegancia gitana y a compás, atendiendo a esa afición espontánea de la calle que le pespuntea los pasos con saludos como olés: “Hasta luego, maestro”... “Qué bien se le ve, Rafael”... Y la mirada se le ilumina. Y el viento le despeina las canas solemnes.

P. ¿Esencial en su vida fue Juan Belmonte?
R. Creo que sí. Lo conocí. Iba a su finca, Gomezcardeña se llamaba, y allí tuve ocasión de torear en numerosas ocasiones durante los años de aficionado. Qué gran suerte poder conocer a ese hombre. Aquella relación es una de las cosas más extraordinarias que he vivido. Era un ser superior. Incluso diría que fue uno de los grandes filósofos de este país. Además de uno de los mejores toreros del siglo XX.
P. ¿Y José Bergamín? Él escribió para usted aquel tratado de armonía taurina: La música callada del toreo.
R. Bergamín siempre permanecerá en mi recuerdo. Como escritor todos sabemos lo que supuso. Estoy muy honrado de que me dedicara el libro al que ustedes se refieren. Así me vio él, porque Bergamín sabía ver a los toreros, sabía sentirlos. ¡Qué difícil es eso! Don José decía las cosas mu bien... Y como las decía las escribía. Modestamente estoy orgulloso de que los intelectuales, los escritores, se hayan fijado en lo mío. A mí también me ha servido la literatura, la poesía. Me gusta leer y admiro a los poetas, a los buenos poetas. Me gustaría coger una pluma y saber garabatear unos versos... Siento cierta envidia –envidia sana, ojo– por aquéllos que lo pueden hacer. Pero también algunos toreros me han emocionado con sus ideas, como el maestro Domingo Ortega, al que le oí decir que el toreo reside en las palmas de las manos: ¡Qué definición más perfecta!
P. ¿Quiénes son esos poetas que admira?
R. Hombre, a todos los que conocemos. A Miguel Hernández, a Federico, a mi amigo José Bergamín, a Neruda. Hace unos días estuve precisamente en compañía de unos amigos y nos cogió en un momento de esos con ganas, y ahí que estuvimos leyendo a Neruda y a Alberti. Qué cosas más hondas.
P. Son todos poetas de izquierdas, que lucharon por la libertad...
R. Lo sé. La libertad es lo más grande, lo más hermoso. Lo único de lo que no se puede privar a un ser humano.
P. ¿La ha tenido como torero? ¿Se ha sentido un torero libre?
R. Sí, siempre me he hecho respetar. He mantenido una forma, un comportamiento, una dignidad y una ética estética.

Habla con esa música cansada del sur salpicada de pausas como abismos, masticando las palabras o dejándolas flotar en el paladar antes de dejar caer una certeza o una intuición. Después de la comida en el restaurante de Secundino, con sinfín de anécdotas y platos, el cantaor José Menese se acerca a saludar al torero. Y la cosa queda de lo más jondo: “A los flamenquitos que nos gusta el camino recto ya sabes lo que te admiramos, Rafael, mi arma”, dice uno. “Eah, gracias”, dice otro. Todo esto después de que el maestro atendiera a admiradoras y firmara autógrafos. Ya en su casa, la levantera se hace dura y Rafael de Paula se atusa el pelo, cuidadoso, y se hace con las manos una diadema de dedos. “Zopla que no veas”, dice. Soporta la sesión fotográfica de Chema Conesa envuelto en un silencio como incienso.

Un malestar del que sólo sale, de vuelta al centro de Sanlúcar, cuando la tarde sigue y el viento arrecia. Su casa tiene un punto distinguido de abandono y El Guadalquivir lame las tapias. Los azulejos con poemas trepan las paredes y una imagen del Cristo del Prendimiento choca con los alados versos que repasa con un punto de nostalgia. Rafael de Paula vive solo y la casa encierra el rumor de un misterio en marcha.

P. ¿Es consciente de ser una leyenda del toreo?
R. Yo me realizo toreando con profundidad, con hondura. Me siento hondo. Soy un hombre humilde, aunque consciente de lo que he sido en el toreo. Ya le he comentado que me hice torero en dos años y eso fue así porque he entendido esto. Cada uno es como es. Sé que soy una clase de torero particular, ni mejor ni peor, pero también soy consciente de que no he sido un torero de época, mis condiciones físicas me han condicionado totalmente y no me han permitido estar delante de los toros como tenía que estar. Vamos, que no he sido ni una mínima parte de lo que he podido ser. No tengo más valor ni más miedo que nadie. Y como dijo en una ocasión el maestro Domingo Ortega: “En el torero el valor es estar preparado”. Por tanto, tengo claro lo que he sido. Aunque no puedo estar satisfecho... En esta profesión hay que hacer más, pero mis piernas no me lo han permitido. Por una cosa o por otra se me ha escapado el tren.
P. Nunca se le había oído hablar de este modo.
R. Pues es así. Yo soy un hombre sincero y conozco mejor que nadie mis virtudes y mis defectos.
P. ¿Cuáles son?
R. Pues lo que les digo, mis piernas han sido mis peores enemigas, porque cualidades de torero he tenido. Llevo nada más y nada menos que 10 operaciones en mis rodillas. Y a pesar de todo, sé que he pasado a la Historia como un buen torero.
P. Pero... ¿Considera que ha fracasado?
R. No, eso no. Se me han ido toros vivos al corral y me ha dolido, pero no he fracasado.
P. ¿Se siente víctima de su propia singularidad?
R. El público, en general, va a la plaza con la intención de ver una corrida lucida. Y al que ha conseguido reunir en torno a él cierta expectación, se le va a exigir. Por eso, la exposición a decepcionar es también natural, porque una corrida de toros es un espectáculo donde no se pueden preparar las cosas que van a suceder. Estás ante un animal imprevisible, no ante un ordenador. Muchas veces yo he podido estar excepcional en algún toro, y se me ha escapado. Soy el primero en reconocerlo. Pero el porqué de esto es muy difícil de explicar, entiéndanme.

Por entre las rejas de una de las ventanas de la casa, Rafael de Paula nos muestra un cuadro embalado, un bulto de papel. “Es un retrato grande que me hizo Ramón Gaya. Ese pintor, pa mí, es una delicadeza de artihta. Esto ahora se habrá revalorizado, ¿verdad?”.

P. ¿Diría que es un torero de soledades, sin público pero con devotos?
R. Pues sí, en eso están ustedes acertaos. Los que son míos lo son sin duda alguna. Y yo no podría darles mayor alegría que la de que pudieran verme torear un toro bien toreao.
P. ¿Y ha sentido la soledad como torero?
R. La soledad es compañera inseparable de esta profesión.
P. Sus trajes de torero le definen también, ¿se lo propuso así?
R. ...No sé. Siempre me gustó vestir bien, de una manera clásica. Dio mucho que hablar aquel traje negro y azabache que me hice en una ocasión. Sin embargo, el primero en llevar un vestido así fue Joselito, El Gallo, que se lo hizo a la muerte de su madre. Aunque los colores que he usado con más asiduidad son los antiguos. Me ha gustado visitar a los sastres, me han dado muchas pistas y a la vez también han aprendido conmigo. Quizá lo que más me cueste sea escoger uno sólo de mis vestidos. La noche antes de torear, por ejemplo, siempre le decía al mozo de espadas que preparase dos. Dejaba la elección para el final. Y esa misma singularidad de mis vestidos de torear la he intentado mantener también en mis formas de diario. Ser torero siempre.
P. Alguien dijo que hay que estar en torero hasta bajando una cuesta...
R. Yo ahora es que ando muy mal (risas). Es verdad que se han perdido ciertas formas de antes. Por ejemplo, hay buenos matadores, pero uno mira alrededor y casi todos se parecen. Pasa igual con buena parte de la afición. Antes, les hablo de hace no más de tres décadas, se entendía más, existía más calidad en los tendidos. Y que no se entienda con esto que aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Yo no creo en los refranes.
P. Otra de sus pasiones es el flamenco...
R. Sí, me gusta... Soy gitano. No me considero ningún erudito, pero sé escucharlo y sentirlo; y lo que me emociona sé que es bueno.
P. De hecho, a usted cuando toreaba en Jerez le cambiaron el pasadoble por las palmas por bulerías, ¿es así?
R. Sí, palmas por bulerías. Ahora lo he visto ya en muchas partes, hasta en los partidos de tenis. ¡Se han contagiao!
P. ¿Ser gitano es entender de otra forma el arte?
R. Pues miren ustedes, en mi caso sí. Toreando me siento gitano. Aunque les voy a decir algo [calla, chasquea los labios y, solemne, continúa]: soy gitano pero no sé tocar una palma, ni entonarme siquiera. Yo expreso mi arte toreando. Así que por algún lado me tiene que salir mi vena gitana. Eso sí, yo no echo mano del baile cuando toreo, que no me gustan las florituras ni las tonterías delante del toro. Soy lo opuesto. Incluso diría que soy un gitano ezaborío.
P. ¿Le ha pesado serlo?
R. Pues sí, pero lo soy y no puedo renunciar a ello ni traicionarme, para lo bueno y para lo malo. Es mi raza y es mi sangre, con todas las consecuencias. Pero en la vida lo que procuro es mantener una buena conducta y ser buena persona.

Quienes conocen a Rafael de Paula hablan de su alto concepto de la dignidad. Pasa sus días cerca del Guadalquivir, atendido esencialmente por una de sus hermanas. “Con los matadores de ahora no me relaciono demasiado. Curro Vázquez viene a verme. Y a veces se ha dejado caer José Tomás”, comenta. Pero le gusta hablar de toros y mueve las manos a cada explicación como el que sueña con el lance perfecto, como el que recoge el capote en media verónica de nervio y dulzura. Sus manos vuelan sobre la mesa, sobre el oro joven de la manzanilla, y se detienen un momento en un zureo imprevisto.

P. Por cierto, maestro, llevan años intentando hacerle un merecido homenaje, ¿qué no le llega a convencer?
R. ¡Pero si yo no me resisto a nada! Lo que sucede es que de lo del homenaje se han dicho muchas cosas y nada en claro. Se extrañarán, pero es que a mí nadie me ha hecho una propuesta formal, de esa manera en la que se deben decir las cosas. ¿Me entienden? Lo que no quiero son palabras huecas de cara a la galería. No entiendo cuando me hablan en chino.
P. ¿Eso quiere decir que le gustaría?
R. Claro que me gustaría. Eso sí, algo bien hecho. No sé otra forma de hacer las cosas que no sea por derecho.
P. ¿Y qué piensa sobre la iniciativa de que Barcelona sea ciudad antitaurina?
R. Qué error. No puedo asimilar algo así. Pero si la afición taurina en Cataluña es muy antigua, ¿por qué acabar con eso? Hace no tanto tiempo allí era donde más corridas de toros se daban y la gente acudía en masa a las plazas. Por algo será. Puede que ahora la afición vaya menos a los toros, pero cuando hay un gran cartel el público está ahí, no hay duda. Imagino que serán cosas de política.
P. ¿Rafael de Paula es un torero de tinieblas?
R. ¿Perdón? ¿Tinieblas? [es difícil sondear lo que este hombre calibra en sus silencios. Y de repente...] Yo he sido una clase de torero diferente. Y contrariamente a lo que pueda parecer, he sido un torero rentable al que ninguna empresa le ha regalado nada. He justificado mis honorarios más que suficiente. Si tenía 10, 20 o ningún contrato era en función de lo bien o lo mal que había estado. Lo que sí me he permitido ha sido decir que no a ofertas porque las corridas o los honorarios no me parecían bien. Esto son realidades y lo demás habladurías.
P. ¿Qué es, Rafael, eso que usted llama soplo?
R. Lo del soplo... [la metafísica se le instala en la cara] Bueno, el concepto no es exactamente cosa mía... Miren, hay toreros que torean estéticamente perfecto, pero no tienen soplo ni transmisión. Es decir, que no gozan de la protección del duende. Y ahora me preguntarán qué es eso del duende; pues a ver quién es el guapo que lo define.
P. Alguna definición habrá...
R. Lo que sé es que ha habido muy pocos toreros con ello. Debo decir en honor de la verdad que yo he sido uno de esos. Quiero decir que lo tengo.
P. ¿Hay toros con duende?
R. Claro. Hay toros de los que te enamoras.
P. ¿Cuáles?
R. No sé... ¡Qué mayor milagro que ver embestir a un toro bravo!
P. Un toro cómplice...
R. A mí la palabra cómplice no me gusta. Digamos mejor un animal colaborador, un compañero.
P. Y cuando miran los toros...
R. Eso sucede como con los hombres, existen miradas buenas y mirás malas. A través de la mirada es como uno descifra emociones y sentimientos. Cuando un animal sale por los chiqueros lo primero que se le mira son los ojos, más que los pitones. En ellos veo sus intenciones. Ahora, el toro que le da confianza al torero es aquel que tiene fijeza. Antes de dar un paso tú pones la mirada, ¿no es así? Bajas un escalón porque lo has mirado antes... Así que en los ojos está la lógica.
P. ¿Sigue conservando la ilusión por los toros?
R. [Rafael de Paula se envuelve en vacíos... Y al rato contesta] Sí, claro. Asisto siempre que puedo a ver corridas, pero... [Pide con un leve giro de cabeza ir a otra cosa].
P. ¿Cómo son sus días ahora, entre Sanlúcar de Barrameda y Jerez?
R. Pues... Con mis cosas... Y en mi rincón.
P. Bergamín lo dijo: “Sólo creo en un milagro: se llama Rafael de Paula”.
R. Pues bendito sea Pepe, que está en los cielos... Y que desde allí nos bendiga.


Más información en www.portaltaurino.com/matadores/rafael_paula.htm


 
 
 
Historia negra y “espantás”


La leyenda de Rafael de Paula se extiende mucho más allá de sus triunfos. De hecho, un asunto extrataurino fue el que le llevó a acaparar más portadas. En 1985, el diestro jerezano contrató a dos “profesionales” para dar un escarmiento al ex futbolista del Cádiz José Gómez Carrillo, que supuestamente mantenía una relación sentimental con su esposa, Marina Muñoz. El torero fue condenado, el 14 de junio de 1989, a dos años de prisión menor por un delito de inducción al allanamiento de morada con intimidación. Finalmente, sólo pasó en la cárcel 37 días, y después le fue concedido el tercer grado penitenciario, por el que sólo tenía que acudir a prisión a pernoctar. En la actualidad, este mito de los ruedos vive en la soledad de su casa de Sanlúcar de Barrameda, alejado de su ex mujer y con escasa relación con sus tres hijos, atendido por su hermana Inés, y apoyado por las continuas muestras de calor de amigos y compañeros de antes y de ahora. Pero de Rafael de Paula se recuerdan tanto sus triunfos como sus “espantás”. Como aquella tarde de 1997 en Las Ventas, en que no quiso dar un solo muletazo a su toro, mientras sonaban los tres avisos que devolverían al burel a los corrales. No fue ése el único astado que se dejó vivo en su trayectoria: una de las tardes más tristes de su carrera fue la del 18 de mayo de 2000 en su plaza de Jerez, donde se arrancó la coleta en un gesto de rabia y abandonó el ruedo llorando tras no haber podido matar ninguno de sus dos toros.
 
 
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