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M A G A Z I N E 
266   Domingo, 31 de octubre de 2004
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Madeleine Albright nació en Praga en 1937. La imagen pertenece a su etapa como embajadora de Estados Unidos en la ONU (año 1992).
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Madeleine Albright

EL FEMINISMO LA ESPERA


Con su reaparición este mes, ataviada con un vestido de intenso color rojo brillante y un suéter con un escote en forma de ojo de cerradura, la melena sobre los hombros y su característico alfiler de diamante en la solapa, Madeleine Albright, que en cada centímetro de su piel representa los 67 años que tiene, es mi idea de una mujer atractiva. Durante la década de los 90, estuvo permanentemente en los titulares de los periódicos. Primero, en su condición de embajadora estadounidense en la ONU (fue nombrada en 1992) y, poco después, como secretaria de Estado del presidente Clinton, el mismo puesto que ocupa en la actualidad Colin Powell. Fue el cénit para una licenciada en Ciencias Políticas en Wellesley, un centro adscrito a la universidad de Harvard.

Madeleine es enormemente polémica. La critican tanto la derecha como la izquierda. Los programas de televisión la obligan a defender políticas indefendibles de Estados Unidos y su biografía es tan dramática como pueda serlo una película. Su padre, Josef Korbel, era diplomático en la antigua Checoslovaquia y desempeñó puestos en Belgrado, Londres y Praga antes de emigrar con su familia, en i948. De hecho, fue educada en el catolicismo para evitar la persecución nazi. A la familia le fue otorgado “asilo político” en Estados Unidos (no se les consideró inmigrantes), y su padre encontró un trabajo en la Universidad de Denver. No obstante, en i997 Albright averiguó que, en realidad, era judía, aunque la hubieran educado como católica, y que sus abuelos habían muerto en los campos de Auschwitz. Casada durante 20 años, tiene tres hijas y en la actualidad está divorciada de Joseph Albright.

Ahora quiere que el demócrata Kerry salga elegido presidente, lamentando en voz alta “el declive de esa clase media que ha hecho grande este país”. Con sus facciones tan marcadas, sus cejas sin arreglar y ese pelo de “rubia desvaída”, parece un águila planeando sobre un futuro que necesita que se preocupen de él.

Durante su trayectoria política ha visitado con frecuencia Oriente Medio. Debió de ser toda una experiencia, para gente desacostumbrada a negociar con una fémina, la de tener que tratar con los poderosos Estados Unidos a través de “esta mujer menuda”. También visitó muchas naciones occidentales tratando de pactar una coalición, pensando que la verían como una dócil interlocutora. Así y todo, Albright no se ha identificado a sí misma con el feminismo, ni se ha alineado con los derechos de la mujer. ¿Por qué? ¿Cuál es el mensaje que nos transmite con ello? ¿Se trata de una exigencia de que las mujeres metidas en política “mantengan una prudente distancia”, en una cuestión polémica si quieren “salir adelante” y ser aceptadas por la opinión general? No deja de ser curioso que en Suecia y otros países escandinavos la mayor parte de las mujeres en puestos destacados, e incluso los dirigentes varones, se sientan empujados a manifestar que son “feministas” porque esa es la postura políticamente correcta. Mientras, en Estados Unidos, Reino Unido o Francia resulta políticamente incorrecto proclamar que una es “feminista”, de modo que los políticos evitan incluso sacar a colación temas que estén relacionados.

En estos momentos, sin embargo, quizás Albright se equivoque si no liga su futuro político al “voto de las mujeres”, por más que en el pasado hiciera bien en evitar el tema con la pretensión de que la designaran para un alto cargo. En la actualidad, es dudoso que, en caso de que Kerry ganara, desempeñe algún cargo en su gabinete. Quizá debería dedicarse a aunar toda la fuerza del voto femenino, lo que la convertiría en idónea para un nombramiento. A fin de cuentas, son cada vez más numerosas las mujeres que votan por candidatos que levantan la voz en nombre de ellas, que ya no se dejan intimidar por bromitas y sarcasmos masculinos. En Reino Unido, el partido conservador ha perdido en el curso de los últimos i5 años la mayor parte de sus militantes mujeres porque no se ven lo suficientemente defendidas.

Aunque Madeleine Albright fue una inmigrante en Estados Unidos hasta que consiguió la nacionalidad en los años 60, cree ciegamente en los ideales de la democracia y en los derechos humanos. Yo también creo en el sentido de la democracia, con sus metas idealistas de igualdad de derechos para todos, ricos y pobres, hombres y mujeres. Por otro lado, Albright ha pasado por esos momentos en que ha resultado invisible como mujer. Durante las negociaciones sobre Kosovo en Francia, fue confundida con una mujer de la limpieza cuando la “masculina” delegación albanesa no la reconoció y le dijeron que, por favor, se marchara de allí. Hay que decir en honor de la señora Albright que no se retiró dócilmente sino que empezó a jurar contra ellos y, por supuesto, terminó apareciendo en todos los titulares de la prensa de Estados Unidos. Cuando fue entronizada en el Women’s Hall of Fame (Galería de la Fama de las Mujeres), se presentaron unos manifestantes para protestar contra ella y contras las sanciones de Estados Unidos y de las Naciones Unidas contra Irak, con afirmaciones como “Madeleine Albright debería ser llevada ante el Tribunal Internacional por crímenes de guerra en lugar de recibir honores de ninguna clase”.

Sus defensores aseguran que, en situaciones como ésta, sus manos están metafóricamente atadas y se ve obligada a realizar declaraciones que no comprometen a nada; la biografía que escribió de ella Thomas Lippman en el año 2000, por ejemplo, la defiende por esta vía. Madeleine Albright puede llegar más lejos. Puede convertirse en la primera política feminista de Estados Unidos con auténtico poder y marcar época. ¿Lo hará?


 
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