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M A G A Z I N E 
268   Domingo, 14 de noviembre de 2004
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Se reveló como una virtuosa tratando con niños discapacitados, pero sintió la llamada de la selva tras leer un libro del afamado zoólogo George B. Schaller
J.A.CEBRIÁN/ Mi galería de favoritos
Dian Fossey, la amiga de los gorilas

Pionera. Sus investigaciones de los gorilas del África ecuatorial se confirmaron fundamentales para la conservación de estos simios casi extinguidos. Su obra más conocida: “Gorilas en la niebla”.

J. A. CEBRIÁN


Nacida en San Francisco en 1932, tuvo una infancia desgraciada por la separación de sus padres cuando ella contaba apenas tres años de edad. La unión de su madre a una nueva pareja no mejoró, más bien al contrario, la situación familiar de Dian. Su padrastro le proporcionó un maltrato psicológico que, lejos de debilitarla, la impulsó a estudiar con más tesón en el intento de huir de esa injusta situación.

En 1954, obtuvo la licenciatura en terapia ocupacional por el San Jose State College, consiguiendo desarrollar su especialidad en el Kosair Children’s Hospital de Kentucky, donde existía una importante área en la que se investigaban modernas técnicas de trabajo con niños de educación especial. Desde su llegada al centro se entregó por entero al cuidado de los niños discapacitados psíquicos, quienes parecían haberla escogido como principal compañera de juegos y comunicación. Sus métodos gestuales consiguieron mayor cercanía de lo habitual con estos críos tan necesitados de afecto y, pronto, sus compañeros de trabajo coincidieron en que Dian parecía haber nacido para esta forma tan hermosa de enseñanza.

Sin embargo, el destino quiso que en 1960 cayera en sus manos el libro escrito por el afamado zoólogo George B. Schaller, primer texto especializado en gorilas de montaña. En sus páginas, además de extensas narraciones sobre el hábitat y comportamiento de estos grandes simios, se arrojaban cifras catastróficas sobre su censo. En efecto, según el recuento de Schaller apenas quedaban 500 ejemplares en una zona de África Central jalonada por ocho volcanes situados entre el Congo, Uganda y Ruanda. Y lo peor estaba por llegar, dado que la moda de coleccionar cabezas, manos y pies de estos primates estaba provocando una matanza indiscriminada a cargo de furtivos amparados por corruptos gobiernos locales.

Fossey sintió la llamada de la naturaleza y, en i963, viajó al continente negro con más emoción que conocimientos, dispuesta a luchar por la preservación de aquella especie tan amenazada. Contactó con el célebre antropólogo Louis Leakey, quien tras algunas reticencias consintió que Dian permaneciera en la zona con la intención de censar las últimas colonias de gorilas. De ese modo, en i967 la Fossey llegó a la majestuosa montaña de Virunga, ubicando su campamento base en Karisoke, donde permaneció varias semanas hasta poder localizar el primer grupo de gorilas. Según su propia descripción, aquel momento único y lleno de magia fue lo más impactante acontecido en su vida.

Lo cierto es que los primeros encuentros entre la científica y sus nuevos amigos fueron de lo más aparatoso: desconfianza, persecuciones, gruñidos..., pero su formación académica, su lenguaje gestual y, sobre todo una infinita paciencia consiguieron poco a poco el beneplácito de los simios, llegando incluso a poder relacionarse con ellos, en especial con Digit, un hermoso ejemplar macho de lomos plateados con el que trabó auténtica complicidad. Durante años Dian exploró aquel maravilloso vergel volcánico contabilizando 220 gorilas de montaña distribuidos en varios núcleos.

En 1974 recibió por su trabajo el doctorado en zoología por la universidad de Cambridge. Todo hacía ver que se transitaba por buen camino en el anhelo de proteger a estos parientes lejanos del ser humano. Empero, aquellos gozosos avances se vieron truncados cuando los cazadores furtivos se adentraron nuevamente en el territorio de Virunga. Digit murió en una de estas masacres, lo que desató la furia incontrolada de la zoóloga. Llena de rabia, mantuvo entrevistas con las autoridades de la zona, tendió trampas a los furtivos y los persiguió denodadamente en compañía de algunos malpagados guardas forestales. Mientras tanto, sus reportajes publicados en la revista National Geographic empezaron a concienciar a miles de personas, las cuales, en un capítulo de sensibilización sin precedentes, iniciaron campañas para promover la protección de los cada vez más escasos gorilas de montaña. Se crearon fundaciones como la Digit Fundation o el Karisoke Research Center. Aquel sueño quimérico tomaba forma real con Dian Fossey convertida en adalid de una causa más que justa.

En 1983, publicaba el libro Trece años con los gorilas de montaña, conocido popularmente como Gorilas en la niebla, donde se explicaban sus experiencias en las brumosas montañas africanas y su contacto con los primates. Esta obra literaria de imperecedero recuerdo sirvió junto a otras de similares características para desmitificar el carácter agresivo y carnívoro atribuido, desde tiempos ancestrales, a los casi fantasmagóricos pobladores de aquellas cumbres legendarias.

Por desgracia para ella, su proyección internacional provocó la inquina fatal de los traficantes que operaban en el territorio y, en no pocas ocasiones, recibió amenazas de muerte para que abandonase Virunga.

El 27 de diciembre de 1985 se cumplieron los peores vaticinios: fue hallada en su cabaña cosida a machetazos. Durante años, el misterio sobre su muerte permaneció anclado en el ostracismo, aunque por fin se supo que el autor del crimen había sido Protais Ziriganyirago, cuñado del presidente ruandés y capo de los furtivos que mataban gorilas. Este miserable no consiguió sus propósitos pues, finalmente, los gorilas de montaña que aún quedaban recibieron la protección por la que tanto había luchado su gran aliada.

Lo último que escribió Dian Fossey en su diario fue: “Cuando te das cuenta del valor de la vida, uno se preocupa menos por discutir sobre el pasado, y se concentra más en la conservación para el futuro”.


 
 ENEMIGOS ÍNTIMOS
 
Viriato vs. Cepión


Con frecuencia, las historias más gloriosas han sido teñidas por los miserables trazos de la infamia y la traición. En 150 a.C., Viriato consiguió escapar de una encerrona perpetrada por Galba, pretor de la provincia Ulterior hispana. En la emboscada murió casi todo el pueblo lusitano. No obstante, algunos consiguieron sortear peligros para, tres años más tarde, confiar al indomable guerrero el caudillaje de su tribu. Desde ese momento se desató una auténtica pesadilla sobre las tropas romanas acantonadas en la península Ibérica. Fueron ocho años en los que los guerrilleros derrotaron una y otra vez a las legiones hasta que, finalmente, el Senado romano aceptó el poder de su oponente nombrándole “amicus populi romani”. Al poco se rompieron los acuerdos y se encomendó al general Cepión que acabara con él. El “magister militum” resolvió el asunto sobornando a tres oficiales del líder tribal. Como ya sabemos, estos hombres cumplieron con su horrible traición, más Cepión no quiso, según una leyenda apócrifa, ejecutar su parte del trato espetando “Roma no paga traidores”. Sea como fuere, la potencia latina reprobó al ambicioso militar la manera de acabar con su enemigo y Viriato pasó a la Historia con honores propios de un carismático rey.
 
 
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