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271   Domingo, 5 de diciembre de 2004
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Celebridades. De izda. a dcha., los actores Tony Franciosa, Zsa Zsa Gabor y Barbara Rush, el músico Pete Rugolo y Jean Leon.
CINE/ El restaurador Jean Leon
Un emigrante encantador de estrellas

Nació en Santander con el nombre de Ceferino, pero pasó a la posteridad como Jean Leon (1929-1996). Una película recrea la leyenda del dueño del célebre restaurante de Los Ángeles La Scala por donde pasaron desde Liz Taylor a Nixon. No contento con eso, elaboró en el Penedés uno de los 10 mejores vinos del mundo.

 
El sueño americano. Un joven Jean Leon en EEUU, donde llegó cuando tenía 19 años. Empezó lavando platos.
 

Por Albert Hurtado


Ceferino Carrión vio por primera vez la bahía de Manhattan en 1947, a bordo de un barco en el que viajaba de polizón a la búsqueda de un futuro incierto. Tenía 19 años, una pequeña maleta y un puñado de dólares. Así empezó a forjarse la leyenda de Jean Leon, el joven emigrante de Santander que acabaría por triunfar en el Hollywood más glamouroso de los años 60. Forjado a sí mismo, con la obstinación de quien se sabe ganador, no hay duda de que su vida fue lo más parecido a un guión de película, algo que no ha pasado desapercibido para el equipo del laureado documental Balseros, que ocho años después de su muerte se ha enfrascado en recuperar la historia de un personaje desconocido.

“Fue un visionario lúcido, con la intuición de los elegidos, y un pionero valiente en algunas cosas importantes y complejas como la hostelería o el vino”, escribe Sebastián Moreno, autor de Jean Leon. El rey de Beverly Hills (Ediciones B), la única biografía sobre el restaurador. “Su largo triunfo profesional”, señala Moreno, “puede resumirse en dos imágenes: tuvo haciendo cola a la puerta de su restaurante La Scala a las grandes estrellas del cine, desde Gary Cooper a Marilyn Monroe, y logró un vino que abrió nuevos caminos en la viticultura en España, con una calidad que dejó huella y que llega hasta nuestros días”.

Nacido el 28 de abril de 1929, con el nombre de Ceferino Carrión, danzó siempre al compás del azar, sacando el mayor partido a las oportunidades que le brindó la vida, a la que rejoneó como nadie cuando llegaron los reveses. Éstos vinieron pronto, ya que la primera fatalidad le sobrevino con apenas 12 años; el gran incendio que azotó su ciudad natal redujo a cenizas las posesiones de su familia.

Las desgracias no habían hecho más que comenzar. Unos meses después, su padre, marino mercante, y el mayor de sus ocho hermanos murieron al ser torpedeado, en plena Segunda Guerra Mundial, el barco en el que trabajaban y que probablemente transportaba material de guerra para el Tercer Reich. El suceso marcó profundamente a Ceferino, tanto que, como contaba su hermana Ana, “con i2 años aseguró que cuando Franco lo llamara al servicio militar, no iría”. Una promesa que cumplió a los 19 años al enfrascarse con tres amigos en un viaje sin retorno a Francia. En París, donde trabajó de cocinero e intérprete, recibió la llamada a filas desde España y se convirtió en prófugo.

Tras varios intentos fallidos, pudo colarse en un barco con destino a Estados Unidos, su particular tierra prometida. Al llegar a Nueva York, un pariente le dio su primer trabajo lavando platos. Pronto le llegó la denuncia por prófugo, y puso tierra de por medio hacia Hollywood. Corría el verano de 1950 y era la primera vez que Leon pisaba las colinas de Beverly Hills, el lugar donde se convertiría en un mito en sólo una década.

Ya como ciudadano norteamericano, le llamaron a filas justo antes de estallar la Guerra de Corea. Pero se escabulló de varios campamentos de instrucción antes de entrar en combate, huyendo a México y Texas, hasta que finalmente lo dejaron por imposible. De regreso a Hollywood, ya como Jean Leon –el mismo nombre de un pintor francés del siglo XIX por el que sentía pasión–, el cántabro volvió a aprovechar otro guiño de la fortuna cuando trabajó como camarero en el restaurante Villa Capri, propiedad de Frank Sinatra y Joe DiMaggio, el jugador de béisbol casado con Marilyn Monroe. “Tuvo en su vida esa extraña virtud de la oportunidad, que muchas veces suele confundirse con la suerte: estar en el sitio adecuado, en el momento preciso”, afirma Moreno.

Buenos amigos. Ese momento llegó cuando, en una noche de celos, DiMaggio y Sinatra abrieron a patadas la puerta de un motel en el que supuestamente Marilyn se encontraba con su amante. El problema es que ella se encontraba en el piso de arriba, lo que no evitó que el tipo al que apalearon antes de darse cuenta de su equivocación acabara denunciándolos. El testimonio –falso, por supuesto– de Leon ante la policía afirmando que Sinatra y compañía habían pasado toda la noche en el restaurante fue definitivo, no sólo para que La Voz no diera con sus huesos en la cárcel, sino también para sellar una amistad imperecedera entre ambos. Fue así como empezó a codearse con la elite del cine del momento: Natalie Wood, Grace Kelly, Lana Turner o Judy Garland.

Aunque sería James Dean quien cambió su vida por completo. La amistad con el protagonista de Rebelde sin causa fue el origen del nacimiento de La Scala. Como narra Moreno, una semana antes de la muerte del actor, ambos pasaron un buen rato haciendo cuentas sobre una servilleta de papel en el restaurante Villa Capri, ultimando los preparativos para abrir como socios un local en Hollywood en el que la estrella aportaría el dinero y Leon su experiencia en el sector de la hostelería. En septiembre de i955 estaban a punto de comprar un local, pero una vez más la fatalidad se cruzó en su camino. El 30 de septiembre, James Dean estrellaba su Porsche Spyder cuando se dirigía a una carrera. “Seguramente, de no haberse matado Jimmy, mi vida hubiera discurrido por otros caminos distintos a los que luego me llevó”, confesó Jean Leon. “Pero algo suyo me quedó para siempre: me enseñó a ponerle pasión a todas las cosas”.

Pidió un préstamo de 3.500 dólares e inauguró el local en el 9455 de Santa Mónica Boulevard, en el corazón de Beverly Hills. Aunque llegó a tener hasta seis establecimientos con ese nombre de La Scala en Los Ángeles, éste siempre fue el referente. La Scala original poseía acogedores rincones semicirculares presididos por una foto mural del teatro milanés. “Había creado un local intimista para que los clientes se sintieran como en casa”, proclamaba Leon, un clima que aderezó gracias a su personalidad discreta. “Las estrellas de Hollywood le adoraban como a un amigo”, recordaba Emilio Núñez, jefe de cocina.

Pero su ambiente coqueto no fue lo único que lo coronó como un restaurante mítico. La guinda fue su cocina mediterránea, destacando las variedades italianas. “Yo había observado en el Villa Capri que en América este tipo de cocina era muy apreciada. Los estadounidenses no saben comer como en Europa, por lo que me propuse cuidar las variantes italianas basadas en sus excelentes pastas, aunque también hacíamos la mejor paella del país, que levantaba entusiasmos”, explicaba Leon.

Como no podía ser de otra manera, el hado que le acompañó siempre se dio un paseo por el restaurante el día de la apertura, el 1 de abril de 1957. No estuvo mucho tiempo, sólo el necesario para darle un empujoncito al primer cliente del local, cuya elección no pudo ser más acertada: su amigo Arthur Loew Jr., con quien había compartido la amistad de James Dean. Era nieto del fundador y propietario de la productora Metro Goldwin Mayer. En una semana pasaron por el restaurante Gary Cooper, Gregory Peck y Lauren Bacall, entre otros.

En poco tiempo, el pequeño restaurante se convirtió en el centro de reunión de las celebridades de la época, desde famosos actores y directores a poderosos productores. Su lista de clientes distinguidos es de ensueño: Humphrey Bogart, Bette Davis, Liz Taylor, Billy Wilder, Gary Cooper, Fred Astaire, Marlon Brando, Paul Newman o Marilyn Monroe, que siempre se sentaba en la misma mesa, la 14. “Lo difícil sería acordarse de quién de los grandes de Hollywood no estuvo en mi restaurante”, recordaba Leon.

Enemigo de Welles. “Era el corazón de Hollywood”, comenta el productor Enrique Herreros, “se podía ver a todas las estrellas con la misma facilidad como si uno se asomara a una pecera a ver los peces”. Sólo hubo una excepción: Orson Welles. “Yo era amigo de Rita Hayworth y viví las cosas terribles que pasó con él”, aseguraba Leon. “Nunca debió enamorarse de él; era un payaso y un glotón”.

Pero no sólo el mundo del cine claudicó al encanto de La Scala y de su propietario. A John F. Kennedy le sirvió el catering –como haría con Ronald Reagan– en la cena oficial de su proclamación como presidente; otros inquilinos de la Casa Blanca fueron también asiduos: Gerald Ford, Lyndon B. Johnson y Richard Nixon.

Cualquiera que visite hoy La Scala notará que sus rincones destilan la magia de la generación dorada de Hollywood, una presencia que en los años 60 se percibía sobre todo en la carta. “La asiduidad de sus clientes especiales y sus preferencias gastronómicas propiciaron que Jean Leon bautizara muchos de los platos de su carta con sus nombres”, desvela Moreno. Fetuccini a lo Marilyn, granadina de buey a lo Paul Newman, mostaccioli Natalie Wood... No obstante, fue una iniciativa que tuvo que abandonar cuando algunos de sus famosos clientes empezaron a enfadarse al no ver bautizados con sus nombres sus platos favoritos.

Lejos de acomodarse en el éxito, siguió su tendencia innata hacia la exploración de nuevos horizontes, una aventura que le llevó al vino que llevaría su nombre, sin duda, su apuesta más perdurable. Tras recorrer California y Francia buscando la tierra soñada, en i962, durante unas vacaciones en la Costa Brava, dio con El Pla-Torrelavit, en el Penedés. Su apuesta vinícola no podía seguir los parámetros habituales, de ahí que para gestar su vino empleó variedades de uva, como chardonnay y cabernet sauvignon, inéditas en España, lo que muchos catalogaron como un descalabro. La primera cosecha, en 1969, despejó cualquier duda, y en 1993, la prestigiosa revista Wines ya elegía su Cabernet Sauvignon del 83 como uno de los i0 mejores vinos del mundo. Paul Newman y Kirk Douglas fueron, desde las primeras botellas, fieles seguidores del Jean Leon, aunque la proyección internacional del caldo llegó cuando Ronald Reagan, en i98i, en las fiestas previas a su investidura como el cuadragésimo presidente de Estados Unidos, eligió el vino para la carta de los banquetes en Washington. Fue tal el éxito que el presidente autorizó a Leon para que su coche utilizara la matrícula de la Casa Blanca, un privilegio del que sólo goza un selecto número de norteamericanos.

Pero semejante proyección no fue un mero destello en el panorama vinícola. Todo lo contrario. Exportado a 40 países, las actuales cifras de la bodega testifican que el caldo catalán sigue deslumbrando como el primer día: con una producción anual de entre 90.000 y 125.000 botellas, el Reserva sigue siendo el buque insignia de la casa, seguido de otras estrellas como el Vinya Gigi-Chardonnay o el Gran Reserva. Aunque también hay otros productos para todos los bolsillos y paladares, como el blanco joven Terrasola Cupaje Muscat, que se vende a 8,50 euros, o el tinto Zemis, a 90 euros.

En los años 90, a Jean Leon le diagnosticaron un cáncer de laringe del que no se quiso operar y que acabó con su vida un 6 de octubre de i996 en Los Ángeles. “Al final, Cefe estaba muy solo; se hizo solo y murió solo”, decía su hermana Ana. Si en los negocios siempre tuvo la suerte de cara, no ocurrió lo mismo en su vida sentimental. “Decir que fue mujeriego es poco, era un seductor nato”, recuerda Emilio Núñez en la biografía de Moreno, quien a pesar de conocer sus múltiples conquistas entre las actrices de Hollywood, afirma que siempre estuvo prendado de Liz Taylor. Casado con Katie Morgan durante 24 años –con la que tuvo sus dos hijos, Jean Antoine y Gigi–, acabó teniendo un complicado divorcio por cuestiones económicas. Posteriormente, se casó con Karen, una chica mucho más joven que él.

Los últimos días de su vida los pasó navegando con su yate La Scala d’Amore en Tailandia, no sin antes haber pedido que sus cenizas fueran arrojadas al Pacífico. Justo ahí es donde empieza el largometraje que Bausan Films ya está grabando en torno a su vida. El estreno de la película, que se titulará Jean Leon, el maître de las estrellas, será en el otoño de 2005. “El mar y el exotismo de Tailandia, donde hemos localizado al capitán de su yate y a su última amante, representan la etapa final de su existencia, la más desconocida y, según él, cuando disfrutó de sus mejores años”, explica Susana Guardiola, miembro del equipo de producción del documental. Por su parte, Loris Omedes, responsable de Bausan Films, confiesa haberse “enamorado desde el primer momento de su historia. Me impresiona la pasión, la fuerza del personaje para seguir hacia adelante a pesar de las fatalidades. Todo el mundo sueña con tener aventuras, pero casi nadie consigue vivirlas. Él fue uno de esos afortunados”.

Gracias al vino. Por su parte, el director de la película, Agustí Vila, explica cómo le atrapó el personaje y su odisea: “Omedes me dio 20 euros para que me comprase una botella de su vino y me dijo que reflexionase sobre el tema mientras la bebía”. Los responsables del proyecto pretenden “dibujar a Jean Leon como persona y, a través de su vida, contar la historia de alguien que se forjó a sí mismo”. Para lograr este reto no escatimarán medios: entre los testimonios destacan los de sus dos hijos, junto a su ex mujer, Katie, así como celebridades del mundo del cine.

La discreción del protagonista, norma obligada en La Scala para evitar el acoso de los paparazzi, ha dificultado la obtención de imágenes de archivo del restaurador. De hecho, toda su vida estuvo rodeada de un halo de misterio, que es precisamente uno de los argumentos del largometraje. “En vida se negó a contar su historia porque consideraba que aún no estaba acabada”, asegura su hijo Jean Antoine, que junto a su hermana Gigi, actual propietaria del restaurante, serán dos de los hilos conductores del documental.

Esta es una muestra más de cómo la familia se ha mostrado receptiva a la hora de contar su historia en la gran pantalla. “Estoy encantado por esta película. Siempre he pensado que mi padre tuvo una vida muy interesante y es bueno que se conozca más”, afirma Jean Antoine, quien le recuerda como un hombre “optimista, lleno de energía y talento y con una gran visión de futuro. Lo pasó muy mal en su infancia, quería ser alguien y construir algo importante. Ese afán le permitió, finalmente, conseguir el éxito que anhelaba”.


 
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