Reportaje

Encaramado a 15 metros del suelo en su mirador de caza, Helmut Von Liepzig parece esperar las señales premonitorias de la catástrofe. Allá a lo lejos, a unos cientos de kilómetros hacia el oeste, el cielo enrojece por los incendios. La selva de Zimbabue arde por los cuatro costados, incendiada por un presidente pirómano que está lanzando a sus "antiguos combatientes" al asalto de las propiedades de los blancos.


Reportaje Granjero blanco de Namibia, Von Liepzig sabe que el fuego no respeta fronteras y que podría terminar por alcanzar la sabana del antiguo suroeste africano. Sin embargo, conserva la serenidad. Helmut hace gala de la calma de los viejos soldados del África Korps, el famoso ejército de África del Reich. Y además, no en cualquier puesto. Durante dos años, el joven Helmut Von Liepzig fue el chófer de guerra del mariscal Rommel, el Zorro del desierto, ese guerrero legendario que murió por haberse rebelado finalmente contra la locura hitleriana.

Pero sereno no quiere decir optimista. "Creo que la vida en África va a seguir degradándose", pronostica Helmut sin bajar sus prismáticos de los ojos. Desde su torre puede divisar todo lo que construyó, cuando la paz volvió a traer hacia su Namibia natal el ganado y los animales salvajes: unas 5.000 hectáreas de sabana delimitadas por alambradas bien plantadas y grandes pistas que cruzan su reino. Hoy, las vacas pastan en las parcelas que se extienden a la derecha de su punto de observación. La vida parece comenzar precisamente a estas horas, cuando el sol se pone. Levantando un brazo que todavía no tiembla, el viejo cazador de 78 años muestra un trío de antílopes, un gran kudu y una pareja de facocheros que se arriesgan a atravesar las pistas. En la "colina del elefante", que está en los límites de su dominio, los babuinos le chillan a la noche que cae.

En el pesimismo de este granjero se vislumbra la nostalgia de aquella África colonial, en la que reinaba el orden y la prosperidad de aquellos a los que ese mismo orden protegía. Pero en su vida hay mucho más que eso. Y es que Helmut Von Liepzig no encaja en los estereotipos.


La vida en África.

¿Antiguo chófer de Rommel? Uno tiende a imaginárselo como un viejo oficial prusiano lleno de nostalgias y prisionero de la sombra del gran hombre al que sirvió. ¿Granjero blanco en África? Y se tiende a imaginarlo en una gran casa de madera, con su mecedora, sus botas y sus vasos de ginebra, en los que tintinean los trozos de hielo en medio de la calma del atardecer. Y sin embargo, Von Liepzig no vive replegado en su pasado. Hace gala de la sencillez de vida de un honrado granjero de cualquier lugar de Europa. Pasa 12 horas al día trabajando con sus jornaleros en estas tierras ingratas y se traslada en un viejo Mercedes, mientras su mujer cocina para sus huéspedes.

En África, las medidas y las distancias suelen engañar. Helmut es propietario de una segunda granja de otras 5.000 hectáreas a unos 15 kilómetros, pero no por eso es un terrateniente. "Para vivir bien aquí se necesitan 600 cabezas de ganado. Yo tengo 800. Antes, se necesitaban unas ocho hectáreas por cabeza de ganado. Hoy, hacen falta 25, porque el monte está ganando la partida a las praderas". Los arbustos se comen a las hierbas. El granjero muestra una parcela con hierba que sembró "con una avioneta, hace algunos años. Es un sistema eficaz, pero muy caro".

Cazador blanco, corazón negro. Helmut Von Liepzig dedica sus días a cultivar las tierras de su propiedad africana.

Según Helmut, el propio Gobierno está cayendo en la trampa del efecto escala. Tras la independencia de 1990, las granjas compradas por las autoridades fueron troceadas en lotes de 500 hectáreas para ser distribuidas. "Pero eso no basta para vivir y, de hecho, no tuvieron más remedio que reconocer su error".

De esta lucha contra una naturaleza extrema, Helmut Von Liepzig sabe que se puede salir derrotado. Hace cerca de 70 años una gran sequía obligó a su padre a vender su granja. Llegó como oficial en el cuerpo expedicionario enviado para pacificar el suroeste de África y se instaló en el Sur del país. Y fue aquí, en esta colonia alemana del final de África donde Helmut nació y creció, antes de ir a cursar sus estudios de ingeniero a Alemania. Allí le coge la guerra. Enviado a África del Norte, sirvió primero como cartero antes de reemplazar al chófer de Rommel, herido en combate. Los meses que vivió al lado del mariscal le marcarían para siempre. Von Liepzig nunca olvidará su primera experiencia con Rommel. Estaban delante de Tobruck, en aquella época en manos de los ingleses. El chófer del mariscal acababa de ser gravemente herido y el que le había reemplazado se había hundido al cabo de 24 horas. ¡Y con razón! El mariscal le pide al joven Helmut que le lleve al frente y le hace cruzar las últimas defensas alemanas. El coche llega a un campo de minas. Y Rommel se baja y se abre camino en medio de estas trampas mortales. Las líneas inglesas están cada vez más cerca...

"Siga, siga", no cesa de repetir Rommel a su nuevo chófer. La primera salva de los ingleses cae muy lejos. Las siguientes levantan la arena cada vez más cerca, mientras El Zorro observa al adversario.

"Cuando los neumáticos traseros explotaron alcanzados por alguna metralla, decidió dar media vuelta. Era muy duro, pero la clave de su éxito fue que daba ejemplo y asumía más riesgos que sus hombres", cuenta Helmut, que recuerda que "seguíamos las batallas de tanques en medio de los blindados en un coche descubierto".

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El retiro del guerrero. A la izquierda, en el coche con el mariscal, y a la derecha con su mascota, el guepardo Conde.

Cuando los problemas logísticos del África Korps se hicieron insoportables, Rommel no quiso un tratamiento de favor. "Como cualquier soldado, se contentó con 3/4 litros de agua al día. Además, podía estar 24 ó 36 horas sin dormir o sin comer". Un día, Rommel y su chófer se vieron obligados a pasar la noche aislados en el desierto. Helmut excavó dos agujeros en la arena y colocó su manta en el de Rommel. En plena noche, a la vuelta de una meditación por las dunas, el mariscal colocó de nuevo la manta sobre el cuerpo de su chófer. "Y eso que era un mariscal", recuerda con orgullo Helmut.

Cuando el Zorro abandonó el desierto, él ingresó en la escuela de oficiales, antes de tomar parte en los combates en Grecia, Yugoslavia y en el frente del Este. El final de la guerra le encuentra en Checoslovaquia, donde es hecho prisionero por el Ejército Rojo. El primer intento de evasión lo realiza saltando del tren que le conduce a Rusia. El segundo intento, en el campo de concentración en el que está detenido. Pero no lo consigue en ninguna de las dos ocasiones. Helmut pasó 10 años en los campos soviéticos y volvió a Alemania con el séquito del canciller Adenauer, tras su histórico viaje a Moscú de 1955.


Vuelta a casa.

Helmut no se instaló en Alemania, donde sólo permaneció el tiempo de casarse e, inmediatamente, decide volver a su Namibia natal. Los primeros años tuvo que contentarse con puestos de capataz en diversas granjas. Después, a comienzos de los años 60, Helmut alquiló las tierras de Otavi y construyó la granja Achalm, donde sigue viviendo.

Se trata de un edificio sin encanto especial alguno, situado en medio de un pequeño islote de verdor perdido en la inmensidad del monte. El jardín, con su parte de césped y de huerto, podría encontrarse en cualquier lugar de Baviera si no se pasease a menudo por él un guepardo. Cuando su dueño le llama para echarle un conejo muerto o un trozo de carne, Conde se acerca sigiloso y alerta, dispuesto a lanzarse sobre la presa en cualquier momento. "Por ahora no puedo acercarme a menos de dos metros de él. En cambio, el que murió hace dos semanas estaba completamente domesticado. Mis nietos podían acariciarle", explica. Los animales salvajes son su pasión. Una buena jornada es aquella en la que se cruza con las ocho jirafas que ha introducido en sus dominios. Y por pasión más que por motivos económicos, unos cuantos días al año se transforma en guía de caza para los occidentales que recibe en su granja Achalm.

Cuando, en 1990, la ex colonia alemana se liberó de la tutela surafricana para hacerse independiente, Helmut y los 60.000 blancos del país tenían las maletas preparadas para irse. Era previsible que el antiguo movimiento de liberación, SWAPO, que había conquistado el poder, les hiciera pagar este cambio de la historia. "Al principio pensamos que nos iban a echar a todos, pero como el comunismo se hundió...". Hoy, Helmut reconoce que "la independencia no cambió casi nada". Eso sí, a veces tiene que hacer frente a la arrogancia de los nuevos emancipados. "Pero es normal porque, antes, era a la inversa y la discriminación no era buena", concede Helmut. A su juicio, lo más grave es la regresión del país. "Han querido colocar a toda la gente y, en estos momentos, tenemos el récord del mundo en número de funcionarios en relación con la población". A pesar de estos numerosos efectivos, todos los servicios públicos, especialmente la sanidad y la escuela, se degradan cada vez más. Explicación de Helmut: la pertenencia al partido prima sobre cualquier otra consideración de competencia o de cualificación. "De hecho, los negros cualificados son los primeros en quejarse".

A su nivel, Helmut intenta controlar la situación, creando, con la ayuda de la cooperación alemana, un internado en Otavi para los hijos de los obreros agrícolas. Desde sus granjas perdidas en la sabana no podían enviarles a la escuela. Helmut, el africano, no olvida sus raíces. En 1987, fundó la Asociación Cultural Alemana de Namibia. Pero también sabe dónde se han alimentado sus raíces. Su pasaporte es namibio, hizo política en Namibia, cinco de sus seis hijos viven en Namibia y habla el damara con los trabajadores de su granja. En definitiva, Helmut asegura sentirse namibio mucho antes que blanco en Namibia.

El viejo granjero "por nada del mundo" querría regresar a Alemania. ¿Incluso si las cosas empeoran? "Incluso si las cosas se ponen muy feas", responde sin dudar. Y añade: "De todas formas, le vuelvo a repetir que, tanto aquí como en Zimbabue, las verdaderas tensiones no son entre blancos y negros, sino entre los propios negros".



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