Reportaje

¿Qué haría si le tocasen 100 millones de pesetas en la lotería? Xavier Gabriel, propietario de la administración de lotería La Bruixa d'Or, de la localidad leridana de Sort, lo tiene claro.

"Invite a su mejor enemigo a descorchar una botella de champaña francés en una limusina en plena Quinta Avenida de Nueva York. Llénele de envidia y, a continuación, piérdase para siempre". Gabriel sabe un rato de ganadores millonarios de la lotería: desde 1994 ha repartido en premios una media anual de 5.000 millones de pesetas y ha hecho felices a muchos de sus paisanos.


Reportaje
El 57% seguiría en activo

Sin embargo, sus consejos no siempre son seguidos. José Francisco Arias se hizo multimillonario de la noche a la mañana un 17 de octubre de 1991. La Lotería Primitiva le deparó, junto a Reyes Varela, un premio de 1.007 millones de pesetas a compartir. Pocas veces una inversión de 200 pesetas había dado para tanto. Pero lejos de perderse como la mayoría de los grandes agraciados por la suerte, sigue en su pueblecito de Tapia de Casariego, en la parte más occidental de la costa asturiana.

Campechano y amigo de sus amigos, Arias asegura que nunca tuvo la más mínima intención de abandonar Tapia de Casariego o esconderse. "¿Para qué iba a querer irme con lo cómodo que estoy aquí?", pregunta. Y cuando se le plantea la posibilidad de que algún delincuente atraído por tanto dinero pudiese planear un secuestro o un robo no esconde su extrañeza. "No, nunca he tenido ese temor. Me siento muy arropado en el pueblo. Además, ¿a quién se le iba a ocurrir venir a Tapia de Casariego a secuestrar a una persona?".

Reportaje
Por afición. Con las ganancias de la lotería, Teodoro Adell hizo realidad su sueño: crear una ganadería de reses bravas. Ha alquilado por cuatro años los palcos de la plaza de toros de Alcañiz (Teruel).

Es, ante todo, una persona tranquila. Sus conocidos explican que se enteró de que había ganado la Primitiva cuando dijeron los números por televisión y que no demostró gran alegría. "La verdad es que los primeros meses, cuando ya eres consciente de la suerte que has tenido, no se sabe muy bien lo que se hace. Después transcurre el tiempo y te das cuenta de que hay gente que quiere aprovecharse. Ha sido una de mis mayores desilusiones, pensaba que tenía un montón de amigos y me di cuenta de que amigos de verdad sólo eran unos cuantos".

Hijo y nieto de pescadores, José Francisco regentaba el bar El Rincón del Pescador cuando la diosa Fortuna se fijó en él. Al principio, intentó seguir con su trabajo, pero dos años más tarde se vio obligado a dejarlo. "Soy así. Si monto un negocio tengo que estar detrás de él y llegó un momento en que era imposible estar en la barra después de haber salido en todos los periódicos y en un pueblo donde te conoce todo el mundo. Al principio pensé que era cuestión de tiempo y que la gente se acabaría olvidando, pero al final tuve que traspasar el bar".

Quien sueñe con un premio como el suyo para dejar de trabajar, que no se fije en su ejemplo. "Mis amigos me dicen: `Parece mentira que te haya tocado tanto dinero. Si trabajas más que antes'. Y es verdad, pero también lo es que trabajo porque quiero, que hago lo que me gusta y que, cuando no me apetece, no estoy obligado a hacerlo. Es la libertad que te da el dinero".

Cuando recibió el premio, decidió que tenía que hacer algo por su pueblo y su gente, así que compró tres barcos de pesca, uno para alta mar y dos de los denominados del día (que salen a faenar y vuelven a puerto la misma jornada), y montó un almacén. En total, creó dos empresas, Pesqueros de Tapia y Pachilán (en honor de su padre, a quien sus paisanos conocían con este mote), que dan trabajo a 28 personas.

Sigue conservando una parte importante de su fortuna. "Al menos es lo que me dicen los bancos cuando voy a preguntarles", señala y, de hecho, presume de que su vida no ha cambiado demasiado con la lluvia de millones. "He acomodado a la familia, pero he derrochado lo justo. ¿Juergas?, ¡claro!, pero siempre de pandilla sana". Cuando le tocó el premio tenía 35 años y estaba soltero, actualmente sigue sin pasar por la vicaría, aunque confiesa que comparte su vida con "una compañera". Se le nota un hombre realizado, aunque reconoce que los primeros tiempos como millonario fueron duros. "Lo que pasé no se lo deseo a nadie, no pude evitar que se supiese y estar constantemente en el punto de mira es algo muy complicado. Por suerte, ahora es algo que parece olvidado". La fortuna sí que cambió la vida de los hermanos Teodoro y Silvano Adell Royo, que ahora viven a caballo entre Barcelona y Castellote (Teruel). Teodoro era en 1994 el presidente de la asociación cultural y gastronómica Peña del Orujo de Castellote y, como tal, le tocó comprar el número de la Lotería de Navidad de ese año, que vendieron en participaciones de 80 pesetas. Unos días antes del sorteo los dos hermanos se quejaban de haber colocado pocos números y de haberse visto obligados a quedarse más de los que tenían previsto.

Pero como la suerte es caprichosa, el Gordo de ese año fue a parar a sus manos. En total, el bombo les deparó unos 120 millones de pesetas, según ellos, y "bastante más", según algunos conocidos del mercado barcelonés de Lesseps, donde tenían varios puestos. Al principio, decidieron seguir trabajando como si todo continuase igual, pero poco después vendieron sus negocios: Silvano, su tienda de ultramarinos, y Teodoro, sus dos droguerías.

Con el dinero de la lotería y el traspaso de los locales, Silvano optó por retirarse y vivir de las rentas. Teodoro, que en su juventud fue novillero y actualmente es un apasionado de los toros, prefirió hacer realidad uno de sus sueños: montar una ganadería de reses bravas en Castellote, el pueblo de su infancia. Se trata de una finca de 380 hectáreas en la que pastan cerca de 500 animales. "Lo de la ganadería lo he hecho más por afición que por razones comerciales, y del trabajo no le digo nada más que hoy me he ido a dormir a las cuatro de la madrugada porque teníamos que entrar unos toros que hemos recibido", asegura Teo, como lo conocen sus amistades. Para rentabilizar el premio, además, ha comprado diversos locales en Barcelona y en algunas ciudades vecinas que tiene alquilados.

Satisfacciones. Invitar a su peor enemigo a champaña, montar una ganadería, comprar una casa, entregarse a las aficiones para las que nunca tuvo tiempo o simplemente desaparecer.
"La verdad es que ahora es cuando verdaderamente me doy cuenta de la suerte que he tenido y empiezo a notar cómo ha cambiado mi vida. Durante los dos o tres primeros años no te enteras realmente de lo que ha pasado y al principio no asimilas nada, ni lo bueno ni lo malo", explica. Teo Adell recuerda aquellos días de locura. "Fui a Teruel y la gente no me dejaba ni caminar. Lo clásico: abrazos, saludos..., aún hoy en muchos sitios se acuerdan de mí". Tampoco olvida algún que otro mal momento. "Hubo personas que no compraron lotería y cuando tocó el Gordo se molestaron con nosotros".

"He intentado seguir llevando el mismo estilo y forma de vida que antes", asegura, aunque reconoce que la suerte le ha permitido algunos lujos impensables antes del 22 de diciembre del 94, como alquilar para los próximos cuatro años los palcos de la plaza turolense de toros de Alcañiz. "No todo el monte es orégano, según la cantidad que te toque la lotería puede hacerte mucho daño. Si empiezas a despilfarrar o te metes en negocios raros, eso sin hablar de los problemas familiares que puede llegar a crearte, te puede arruinar la vida. Conozco el caso de una persona a la que no le ha traído más que desgracia", asegura.

Rafael Espinosa, de Sabadell (Barcelona), está de acuerdo con este análisis. Los 20 millones que le tocaron en la Lotería de Navidad de 1998 apenas le han dado para ayudar a sus tres hijas (dos de ellas emancipadas), cambiar la furgoneta con la que trabaja de transportista y permitirse algún capricho y, sin embargo, han levantado más de una envidia. "Después del premio nos fuimos a Disneyland-París, y ahora mi mujer está empeñada en que vayamos a Mallorca, pero ya le he dicho que hasta que no pongan carretera lo tiene claro, porque a mí no hay quién me haga subir a un barco o un avión". En su caso, no cabía plantearse dejar de trabajar. "Veinte millones no dan para retirarte, si acaso para tomarte las cosas con más tranquilidad. Tampoco sé si hubiera dejado de trabajar si el premio hubiese sido mayor. Creo que terminaría aburriéndome. Eso sí, me iría a pescar y cazar, que son mis dos grandes pasiones, mucho más a menudo".

Reconoce que, al principio, su esposa y él pensaron incluso vender el piso donde viven y "comprar una casa con garaje y todo eso", pero que al final no se decidió. "Pensé que qué necesidad tenía de cambiar de casa a los 52 años. Además, la niña tiene aquí su ambiente, su colegio..., así que arreglamos el piso bien arreglado y ya está", apostilla convencido.

Es un hombre con suerte o, al menos, eso es lo que creen sus compañeros de trabajo, que le piden que les compre lotería cuando viaja. Recientemente trajo un número, pero empezaron a ponerle pegas. "Decían que era raro y feo", explica, "así que me lo guardé. Me tocaron 250.000 pesetas". Quizá sea verdad ese dicho de que "dinero llama a dinero".

A quien no le ha tocado un duro en la lotería y, sin embargo, puede convertirse en archimillonario si todo le sale bien es Luis Hernández Barba. Recientemente descubrió que, junto a sus cinco hermanos y dos primos hermanos, era el heredero de una fortuna que puede alcanzar los 300.000 millones de pesetas. Después del revuelo que creó la noticia, es reacio a hablar con los medios de comunicación. "Compréndalo, puede ser un proceso muy largo, y nuestros asesores nos han aconsejado mucha prudencia".

Por lo visto, un tatarabuelo de su padre emigró de Almuñécar (Granada) a Suiza, donde creó la fortuna que ahora espera recibir, junto a sus hermanos y primos. No obstante, Luis, que vive en la localidad de Arcos de la Frontera (Cádiz), no quiere hacerse demasiadas ilusiones. "Hemos iniciado la tramitación y estamos acumulando todos los datos para reclamarla, pero se trata", insiste, "de un proceso muy largo. Además, no sabemos si no aparecerán más herederos ni a cuánto asciende realmente la fortuna. No tengo ninguna duda de que, si somos los legítimos herederos, el dinero llegará. Sin embargo, no quiero construir castillos en el aire". Cuando se le pregunta qué piensa hacer con tanto dinero, contesta que cuando lo tenga lo pensará. "No sabemos lo que vamos a cobrar, ni siquiera si vamos a cobrar algo. Además, tengo 64 años, así que mi vida no se ha alterado lo más mínimo y espero que, si finalmente recibimos algo, tampoco pase nada".

Eduardo Losilla tenía 24 años cuando, tras mucho pensar y probar, llegó a la conclusión de que había dado con el sistema ideal para acertar en las quinielas. En 1960 convenció a varios conocidos para cubrir las 120.000 pesetas de entonces que necesitaba para completar la combinación que había ideado. En aquella época cada columna costaba cinco pesetas, logró su primera de 14 y se lanzó a una carrera plena de aciertos.

Actualmente preside el Grupo Inversor en Barcelona, la peña quinielística que cada año consigue un mayor número de boletos premiados. Los beneficios oscilan entre los 500 y los 800 millones de pesetas; es decir, entre el 500 y 1.000% del capital desembolsado. Naturalmente, también existe un riesgo aunque, según Losilla, las pérdidas máximas difícilmente superarán el 20 o el 30%. "Llevo 35 años haciendo quinielas y sólo en dos temporadas se ha perdido dinero", señala. Basa sus aciertos en la intuición y el trabajo. Cada semana hace un estudio pormenorizado de todas las circunstancias que pueden influir en cada uno de los partidos, posteriormente, un programa informático desarrollado por sus hijos le permite plasmar las combinaciones que ha ideado. Los 40 millones que, por término medio, puede costar la quiniela se cubren, en un 60%, con las aportaciones de los 350 socios que forman la peña ("aunque hasta hay cola para entrar en nuestro grupo", dice). El 40% restante lo asume uno o dos grandes inversores.

Eduardo Losilla ha hecho del azar y de las probabilidades su forma de vida y su trabajo. Propietario de una administración de lotería, reconoce que se ha hecho millonario con las quinielas -por las que dejó su empleo de fisioterapeuta- y, sin embargo, no cree en la suerte. "Sólo juego a la lotería por Navidad".

> Una probabilidad entre 66.000


TOP  LA REVISTA VOLVER
Reportaje