Reportaje

El 16 de julio de 2001 y tras más de dos décadas en el cargo, el presidente del Comité Internacional Olímpico (CIO) abandonará el puesto. Con su excepcionalmente activa y alabada dedicación, ha demostrado que, a sus 80 años, disfruta de excelentes facultades físicas. ¿Su método? Despertarse con el alba y dedicar media hora a su tabla de ejercicios.

Reportaje Cuando, el 16 de julio de 2001, en Moscú, Juan Antonio Samaranch abandone el sillón principal del Comité Internacional Olímpico (CIO), habrán transcurrido 21 años desde que, en la misma ciudad y la misma fecha de 1980, fuera elegido máximo mandatario del deporte mundial. Un retorno, un guiño sentimental en su biografía.

Los presidentes del CIO son, en general, muy longevos en su cargo. El Comité ha cumplido ya 107 años, pero sólo ha conocido siete rectores: el griego Demetrius Vikelas (1894-1896), el francés barón Pierre de Coubertin (1896-1925), el belga conde Henri de Baillet-Latour (1925-1942), el sueco Sigfrid Edström (1946-1952), el estadounidense Avery Brundage (1952-1972), el irlandés Lord Killanin (1972-1980) y el propio Juan Antonio Samaranch. Cuatro aristócratas. Tres por cuna y uno, el español, por nombramiento real. El título de Marqués de Samaranch figura en las tarjetas del todavía presidente y debajo de los papeles oficiales que llevan su rúbrica. Samaranch fue elegido una vez (1980) y reelegido tres (1989, 1993 y 1997), en parte gracias a su excelente estado físico, propiciado en buena medida por un estilo de vida basado en acostarse temprano (no sin antes escribir unas líneas de una especie de diario), levantarse con el alba y comer poco y sano (verduras, frutas...). Puede extrañar que Coubertin, padre de los Juegos Olímpicos de la Edad Moderna, no fuera el primer presidente del CIO. Pero estimó que semejante honor debía, en homenaje a los Juegos de la Antigüedad, recaer en un griego y él permaneció como uno de los seis vocales del Comité original. Un gesto caballeroso de quien quiso establecer de ese modo un nexo de romántica unión cultural y deportiva a través de los siglos.

Un vistazo a las fechas del cronológicamente dispar septeto y comprobaremos que, llegado el momento de la jubilación del español, sólo Coubertin habrá permanecido en el puesto más tiempo que él. Un acto de justicia y veneración histórica, por una parte, y, por otra, un reconocimiento también histórico de la importancia de Samaranch en la consolidación y crecimiento del Movimiento Olímpico. Y una similitud entre ambas figuras: Coubertin condujo al Olimpismo en el tránsito de un siglo a otro, del XIX al XX. Samaranch, del XX al XXI.

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Una postura casi de manual de yoga para, con la ayuda de un contrapeso, estirar y endurecer los músculos del cuello. La cabeza se mantiene inmóvil o se mueve de arriba a abajo o de izquierda a derecha tensando el cuello y favoreciendo de paso la actuación de las vértebras cervicales.
Hoy, naturalmente, a sus 80 años cumplidos el 17 de julio, el español goza del privilegio de ser el único presidente o ex presidente vivo. El 30 de junio del pasado año falleció el último superviviente del cargo, Lord Killanin, un irlandés jovial y aventurero, estudiante, of course, en Eton y Cambridge; periodista que cubrió para el Daily Mail, entre 1937 y 1938, la guerra chino-japonesa; soldado de la Royal Navy que participó en el desembarco de Normandía y productor de películas como El hombre tranquilo, dirigida por John Ford e interpretada, en los verdes campos del edén irlandés, por John Wayne y Maureen O'Hara.

Killanin tuvo una vida presidencial breve y bastante amarga. Debutó con la "matanza de Múnich" (1972) y se despidió con el boicoteo a los Juegos de Moscú (1980). Samaranch también ha pechado con unos cuantos problemas. Padeció el otro gran boicoteo de la historia, el de Los Ángeles (1984) y, sobre todo, sufrió, afrontó y resolvió la crisis de corrupción que, a causa de los votos comprados para la elección de Salt Lake City como sede de los Juegos de Invierno de 2002, empañó en 1999 el buen nombre del CIO. Expulsó u obligó a dimitir a diez miembros del CIO (otros muchos fueron amonestados), dirigió una profunda revolución estatutaria en el seno de la alta institución, fue ratificado por abrumadora mayoría en el cargo y, en definitiva, él y el Comité salieron reforzados y rumbo a una nueva era.

Según sus palabras, se quedará después de Sydney "contemplando la lucha por mi sucesión". Puede que sea una lucha cruenta en las oscuras trastiendas del CIO, o una pelea entre caballeros en el luminoso escaparate del organismo. ¿Entre caballeros...? Quizá entre algunos caballeros y una dama, la estadounidense Anita L. De Frantz, miembro del CIO desde 1986, vicepresidenta del mismo desde 1997 y medalla de bronce en remo en Montreal `76. Una figura en ascenso y una muestra del todavía tibio aunque evidente proceso de feminización del CIO. Sin embargo no cabe pensar aún en revoluciones tan drásticas, y dos hombres parecen en principio mejor situados para suceder a Samaranch. Son el canadiense Richard W. Pound, también vicepresidente del CIO, y el belga Jacques Rogge, miembro de la Comisión Ejecutiva. Un dúo también con experiencia olímpica como deportistas. Pound participó en los Juegos de Invierno de Squaw Valley `60. Rogge, como tripulante de una embarcación clase finn, en los veraniegos de México `68, Montreal `72 y Múnich `76. Los dos son bastante jóvenes para la (en retroceso) tendencia gerontocrática del CIO. Ambos tienen 58 años.


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