Reportaje

Cuando Richard Branson fue nombrado el año pasado sir o caballero, muchas personas pensaron que ese honor le había llegado un poco tarde. Hubo otros, sin embargo, que creyeron que le había llegado demasiado pronto.

El caso es que, si bien tal distinción estaba avalada por sus servicios a la economía empresarial, las acusaciones de mayor calado hacían referencia a que el todopoderoso Branson, el capitalista hippy convertido en ídolo de masas, abarca mucho y aprieta poco.

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De hecho, sus detractores dicen que las promesas que hace, como la de convertir Virgin Rail en el servicio de ferrocarriles más eficaz de Europa, nunca llegan a hacerse realidad, y que algunas de sus propuestas, como la de ayudar a Tony Blair a mejorar el National Health Service (servicio nacional de salud) o la de quedarse con la administración de la lotería nacional a fin de canalizar hasta el último céntimo de sus beneficios hacia obras de beneficiencia, sólo están motivadas por determinados intereses, que no son precisamente de una pureza idealista.


Circulan rumores en el mundillo financiero de que los negocios amparados en esta marca tan extraordinariamente poderosa no son tan sólidos como Branson pretende hacer creer, y que la razón por la que acaba de vender a Singapore Airlines el 49% de la empresa que era la niña de sus ojos, Virgin Atlantic, es la de compensar las pérdidas en las que ha incurrido con la liquidación de la empresa de venta de discos y con su costosa compañía de grabación, la V2. Por supuesto, no contribuye a acallar los rumores el hecho de que Virgin sea una empresa privada -la mayor del Reino Unido- y de que, en consecuencia, sus cuentas no sean tan transparentes como lo serían si cotizara en bolsa. No obstante, si en la trastienda hay algún problema, no se trata en todo caso de algo que este magnate tan admirado como denostado no pueda manejar.

Tal y como contó en su sorprendentemente ingenua autobiografía, titulada La pérdida de mi virginidad, su vida ha sido un viaje ininterrumpido en una montaña rusa desde que Virgin (que estuvo a punto de llamarse Slipped Disc) fue fundada en un hediondo y húmedo sótano del barrio londinense de Bayswater, hace más de 31 años. O desde los tiempos, a principios de los años 70, en que pasó una noche en la cárcel por importación ilegal de discos, hasta la época en que, a mediados de los 80, las deudas bancarias casi entierran a Virgin. O desde la venta de Virgin Records a Thorn EMI por 1.000 millones de libras para poder mantener Virgin Atlantic en funcionamiento.

Según Branson, "hay un montón de grandes empresas interesadas y un montón de empresas de relaciones públicas, pagadas por aquéllas, cuyo trabajo consiste en sacar cosas sobre nosotros. En términos generales, Virgin tiene buena prensa, pero cada vez que vamos a emprender un negocio, cada vez que nos metemos en algo nuevo, los periodistas se vuelven en contra. Creo que hay también un punto en el que, si haces mucho dinero en tu propio beneficio, nunca te critica nadie. Pero si haces algo con el objetivo de sacar dinero en favor de otros, recibes montañas de descalificaciones. Esto es muy típico de los británicos", concluye, haciendo una clara referencia al reciente caso de Tom Bower, el inquisitivo periodista que ha escrito una biografía en la que, según se dice, se descubre el pastel del imperio Virgin. Un autor, además, contra el que Branson va a querellarse por difamación en un artículo periodístico. "El elemento éste de Bower... Eso es como tener una cruz, de verdad. Anda desesperado, tratando de encontrar algo negativo, lo que sea, sobre mí: la parte más sórdida", se esfuerza en hallar la palabra exacta, "la parte más siniestra donde no la hay. Lo que importa es que somos la mayor empresa privada de Gran Bretaña y que tenemos la marca comercial inglesa más poderosa del mundo". Estamos sentados en la sala de estar de la enorme vivienda de Branson en Holland Park, al oeste de Londres, donde hay una mesa de cristal desde la que se domina todo el jardín, y en la cual vamos a comer. En un extremo de esta habitación destaca un piano imponente de color amarillo, adornado con una colección de fotografías de su mujer, Joan, y de sus dos hijos, Holly y Sam.


"¿Las mujeres? Sí, Me encantan. Mi esposa y yo somos felices desde hace 25 años, pero ella no es tonta. Es consciente de que no puede encadenar a su marido de por vida, de que tiene que dejarle algo suelto, dejarle que se divierta y que saque un poco los pies del tiesto. Soy una persona contradictoria"

La verdad es que Richard Branson no resulta ser un hombre extravagante cuando se trata de las cosas materiales. A excepción de Necker, la isla que tiene en el Caribe, no presume de ninguno de esos típicos juguetes que cualquiera podría imaginar en un hombre cuya riqueza personal se estima en 2.400 millones de libras (unos 650.000 millones de pesetas). En cuanto a aparatitos, nada de nada. Como él mismo se encarga de reconocer, es un analfabeto de la informática que recurre a su querida reserva de libretas de tamaño folio cada vez que necesita poner algo por escrito. Por supuesto, siempre ha tenido un gusto bastante caro por los globos y otros deportes peligrosos. Pero, admite con cierta melancolía, hasta eso se le está pasando. "Estoy empezando a pensar que ya no tengo las mismas apetencias de hace apenas dos años. Ahora, si tuviera que elegir, preferiría con mucho dar la batalla por el tema de la lotería. Lo más importante que puedo hacer con mi vida en la actualidad es generar otros 2.000 millones de libras más para buenas obras. Hace falta organizar una cantidad impresionante de actos benéficos para conseguir una suma de dinero así. Muchísimas personas han dejado de jugar a la lotería pero, si se introduce ese factor de autosatisfacción, es posible que haya más gente que quiera volver a jugar. En cualquier caso, nosotros habremos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance, así que, en fin...".


Entonces, sin saber cómo terminar la frase, se coge su plateada cabeza entre las manos. "¡Oh, Richard!", se lamenta, "no te desanimes, ¿vale? Estoy seguro de que esto me pasa porque ayer por la noche estuve levantado hasta muy tarde. ¿Por qué tengo que ser siempre el último en irme?". Se refiere a una cena con el príncipe Carlos en la que estuvo sentado en la mesa principal, entre Camilla Parker Bowles y Heidi, la encantadora novia del piloto de fórmula uno David Coulthard. Sin embargo, en este tema se muestra un poquitín falso porque, aunque siempre está, o bien asistiendo a una fiesta,o bien organizándola él mismo (esta noche, por ejemplo, asistirá a un importante sarao de Virgin Atlantic; mañana es el lanzamiento de virginwines.com en los Roof Gardens de Kensington, que son propiedad de Virgin, y el domingo se celebra un partido de cricket que él monta cada año en su casa de campo de Kidlington, en Oxfordshire), no lleva, ni de lejos, una vida tan desenfrenada y enloquecida como le gusta aparentar. Nunca la ha llevado. Como atestiguan sus amigos, su afición a la bebida ha sido siempre mínima, su interés por la música rock es escaso y, en cuanto a las drogas, la única y solitaria ocasión en que tomó LSD, allá por los años 70, sufrió un horrible ataque de pánico. En realidad, el único vicio del que se ha sentido culpable es el de fumar, un hábito que dejó hace tres años. Tim Evans, su amigo y su médico durante diez años, puntualiza que "lo habitual es que estemos en Necker, que sean las tres de la madrugada y que, de repente, nos demos cuenta de que Richard no anda por allí. Eso es porque hace ya tres horas que ha desaparecido para poder levantarse a la seis de la mañana. Le gusta ocuparse de que los otros lo pasen bien, pero lo cierto es que, si te fijas en su vaso, te darás cuenta de que nunca hace falta volvérselo a llenar".

Richard Charles Nicolas Branson nació el 18 de julio de 1950 en Surrey y fue el hijo mayor de un ex oficial de caballería y abogado llamado Ted, nieto de un juez del Tribunal Supremo y pariente lejano de Scott, el del Antártico. Es, sin embargo, de su apabullante madre, Eva, que pilotaba aviones sin motor y que fue azafata de vuelo, de quien ha heredado lo fundamental de su dinamismo. Aquejado de una dislexia que nunca le diagnosticaron, Branson jamás destacó en sus estudios, que cursó en Stowe, pero sí demostró un desmedido afán por poner en marcha una revista para estudiantes. El primer número de Student (Estudiante) se publicó en 1968. Y aunque resultó ser un negocio caótico, Branson se las ingenió para rodearse de algunos nombres increíbles como colaboradores. Una de sus primeras entrevistas se la hizo a Vanessa Redgrave y, detrás de ella, muy pronto llegaron Mick Jagger, RD Laing y John Lennon. Este último se comprometió a componer una canción para la revista, que Branson pensaba grabar en un disco flexible para luego pegarlo en la portada. Cuando ya parecía que Lennon no iba a entregar la canción, Branson, con 18 años, en una muestra de su ya incipiente vena litigiosa, amenazó inmediatamente, tanto al cantante como a Apple, con presentar una querella por incumplimiento de palabra. Días más tarde fue convocado a una reunión con Lennon y Yoko Ono para escuchar el tema que proponían: se trataba de los latidos del corazón de su hijo nonato, que acababa de morir.

Virgin se hizo realidad cuando Branson empezó a acariciar la idea de dedicar las últimas páginas de su lánguida revista a anuncios de venta de discos baratos por correo. Hacia 1973, con sólo 23 años, este joven emprendedor ya había prosperado lo suficiente como para tener una cadena de tiendas llamadas Virgin Records, unos estudios de grabación y un sello discográfico. El primer artista con el que firmó fue Mike Oldfield y, después del éxito de su primer álbum, Tubular Bells, llegó toda una tropa de nombres importantes, como Phill Collins, Boy George, Sex Pistols y Rolling Stones. No obstante, no fue hasta 1984, con el lanzamiento de Virgin Atlantic, cuando Branson dio de verdad la campanada. Entre medias, se había casado y se había divorciado de su primera mujer, una rubia norteamericana llamada Kristen Tomassi, y había conocido también a la segunda, una rubia de Glasgow llamada Joan Templeman que, por aquellas fechas, estaba casada y trabajaba en una tienda de antigüedades. Empezaron a salir juntos en 1975, decidieron casarse 15 años más tarde y no se han separado desde entonces.

Joan, según reflejan los recortes de prensa, sólo tiene una cosa que decir sobre su marido y es la siguiente: que sus dos grandes debilidades son el pudin bien empalagoso y las mujeres. "Ah, sí, eso del pudin es absolutamente cierto -tartamudea- y los trocitos de ruibarbo son los que más me gustan. ¿Las mujeres? ¡Sí, me encantan! Es una pena que Joan y yo seamos tan felices como lo éramos hace 25 años. Pero ella no es tonta, ella es consciente de que no puede encadenar a su marido de por vida, de que tiene que dejarle un poco suelto, que se divierta y que saque un poco los pies del tiesto. Lo que quiero decir es que una mujer no tiene que estar siempre al lado de su marido, que es bueno que cada uno de los dos tenga su propio espacio vital y, bueno, yo estoy seguro de que ésa es la razón por la que nuestra relación es, bueno, ¡tan fuerte!", explica convencido de sus argumentos.

Pero, ¿quién es el auténtico Richard Branson? ¿El cargante exhibicionista al que nada le gusta tanto como depilarse las piernas y disfrazarse de travesti para promocionar un producto, o el hombre humilde que se sienta frente a mí y que casi ni se atreve a mirarme a los ojos? La diplomática valoración de Tim Evans es que uno y otro se alimentan entre sí. Todo eso de los disfraces y de desconcertar a la gente no es, dicho de otra forma, más que "una prolongación de su timidez". La verdad es que él no tiene ninguna teoría al respecto. "Yo creo que soy una pura contradicción, y que soy muy tímido. Quiero decir que me aterra pronunciar discursos en público y que se me hace enormemente cuesta arriba pensar intensamente en algo y mirar a alguien a los ojos". Joan, que le lleva seis años y le ha dado tres hijos (la primera, Clare, a la que pusieron el nombre de la tía de Branson, murió cuando sólo tenía cuatro días), es sin duda alguna su motor. Ella constituye, de acuerdo con la mayoría de la gente que los conoce en los ambientes sociales, el resorte de la vida de Branson, como también lo son sus hijos, de los que se siente tan manifiestamente orgulloso.


Volvemos a vernos el domingo, en el partido de cricket. De acuerdo con lo prometido por los organizadores, es una fiesta de lo más corriente, hasta arriba de niños, con un castillo infantil, de esos hinchables, en el camino de entrada a la finca. Su familia anda por ahí mezclada con los invitados: Holly, Sam y, naturalmente, Joan. El magnate es el perfecto anfitrión, va a buscar las tazas de café, le trae a todo el mundo los platos con la comida y grita como el que más cuando una pelota se desvía en dirección a los espectadores. Al final acaba por sentarse para poder comer algo, con una botella de vino blanco en una mano y unos vasos de plástico en la otra. Demasiados NT, se diría, que es la nueva bebida a base de vodka y ginseng que Virgin acaba de sacar al mercado.

A medida que avanza la tarde, empiezo a pensar en que tengo que irme, pero los invitados todavía andan paseando por allí. Alguien que acaba de incorporarse a la fiesta se abre paso hasta su mesa y le presenta a su novia, una norteamericana de pelo largo que llegó esta misma mañana en un vuelo desde Nueva York. No, no ha volado con Virgin, se apresura a añadir. Branson se levanta de un salto para presentarse. "¡Vaya, vaya!", dice, mientras estrecha calurosamente la mano de la mujer, "¡entonces, lo mejor que puede hacer es, eeeeh, irse a la m...!". Todo el mundo rompe a reír a carcajada limpia, gracias también a que están un poco alegres. Pero el vaso de Branson, yo me doy cuenta, está sin tocar.


Sobre Richard Branson:
- www.execpc.com/~shepler/branson.html
- www.businessweek.com/1998/43/b3601013



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