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Através de la fría neblina de la madrugada y respirando el fresco aire de la montaña, docenas de jóvenes etíopes corren al mismo ritmo en apretado grupo.

Lo hacen como si su vida dependiera de ello y, en cierta manera, es verdad. Llevan así una hora y el final del recorrido ni siquiera está a la vista. Cogen una velocidad asombrosa y, sin embargo, no se trata de ninguna carrera; sólo es otro día más en el rutinario entrenamiento de unos adolescentes que han puesto sus miras en la lejana, aunque no imposible, oportunidad de competir algún día fuera de sus fronteras. En una de las naciones más pobres del mundo, el atletismo representa para ellos la posibilidad de que les toque la lotería de la vida. De forma similar a las historias de éxito en el baloncesto o el boxeo que sacaron del gueto a unos pocos estadounidenses para lanzarlos al rutilante mundo de la riqueza gracias a los cordones de sus zapatillas.

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El entrenamiento. El joven Sentayehu (de naranja) corre por las calles de Adis Abeba junto a uno de sus compañeros del equipo de atletismo. Antes se entrenaba dos veces al día, pero su preparador le ha recomendado dosificarse porque no ingiere suficientes calorías.

Fue en los Juegos Olímpicos de Roma (1960) cuando el mundo descubrió el talento de los corredores etíopes. Un todavía desconocido Abebe Bikila voló hacia la victoria en el maratón masculino. El hecho de que un africano, descalzo, ganara la carrera causó gran sensación. Representó el triunfo simbólico de la resistencia y el coraje humano sobre las obvias carencias y pobreza material del Tercer Mundo. Cuatro años más tarde, Bikila volvió a repetir su olímpica gesta en Tokio. En esta ocasión luciendo un par de zapatillas que bien se había ganado. Otra recompensa, un coche, resultó ser un arma de doble filo. Un accidente automovilístico le dejó paralítico.

La preocupación inmediata de la mayoría de los etíopes resulta mucho más modesta. "En nuestro país existe un problema de dinero. Si lo posees tienes comida y una auténtica vida", explica Sentayehu, un muchacho de 18 años, uno de los miles que se dedica en cuerpo y alma a intentar culminar el sueño de su infancia. La teoría es muy sencilla. Si provienes de una región de las tierras altas de Etiopía, demuestras ser el mejor en tu escuela y consigues derrotar a todos los demás en tu región, tienes una posibilidad de convertirte en el mejor corredor del país; incluso en el mejor del mundo, dado el talento innato entre los atletas etíopes de larga distancia. La realidad es mucho más dura. En una sola localidad existen centenares de jóvenes con la misma obsesión. La competencia es tan feroz que en las carreras de las escuelas podemos ver tiempos similares a los de clasificación olímpica.


UNA MINA DE ATLETAS. Al abrigo de una montaña de 4.100 metros y a 2.500 de altitud, las tierras que rodean Asela, en la región de Arsi, son una mina de oro humana de plusmarquistas y medallistas en la categoría de larga distancia. El más famoso de todos es Haile Gebrselassie, posiblemente el corredor de fondo más grande de todos los tiempos. En el mismo año, 1998, batió el récord de los 5.000 metros en Helsinki y de los 10.000 en Hengelo. Las victorias le han traído riqueza y respeto, incluso el título oficial etíope de Héroe Viviente de los Tiempos Modernos. Otros corredores a nivel mundial procedentes de Asela son Fatuma Roba (medalla de oro en el maratón de Atlanta'96), Deratu Tulu (campeona mundial de campo a través) y Hailu Mekonnen, el poseedor del récord de la carrera de las dos millas en pista cubierta.

El impacto de las victorias olímpicas de Bikila supuso todo un fenómeno en Etiopía que inspiró a futuros campeones. Mirus Yifter (cariñosamente conocido como Yifter El volador por su cambio de ritmo capaz de reventar a sus competidores) haría doblete en las pruebas de 5.000 y 10.000 metros en los Juegos de Moscú (1980). Estas leyendas atléticas sembraron en Haile Gebrselassie, un colegial entonces, la semilla del deseo. El corredor vivía entonces en las afueras de la ciudad de Asela. Hijo de un granjero, corría hasta el colegio con los pies descalzos y los libros de texto bajo el brazo. Quizás no sorprenda saber que la distancia que separa la granja del colegio sea exactamente de 10 kilómetros, la misma que ha dominado atléticamente durante años...

Aquellos días que pasó corriendo para no llegar tarde a clase al tiempo que respiraba el aire de la montaña dejaron su huella. Este ejercicio diario no sólo proporcionó a Haile su asombrosa capacidad aeróbica, sino que también le dotó de su peculiar estilo a la hora de desplazarse por la pista. Mientras corre, uno de sus brazos se eleva más alto y más pegado al cuerpo que el otro, una secuela fantasmal de todos esos años que pasó corriendo con los deberes a cuestas. Unos meses antes de acudir a Sydney, y rodeado por docenas de atletas admiradores en un campo de entrenamiento en la capital, Adis Abeba, Gebrselassie afirmaba estar buscando un heredero, "un corredor con el don y el talento para correr, alguien especial".

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El peso de la leyenda. Campeonato de campo a través.

Con su tórax en forma de barril, de carácter tranquilo y sonrisa encantadora, hay pocos motivos para sospechar que este diminuto hombre (apenas 1,60) es el más grande corredor de larga distancia de todo el mundo. Sólo su teléfono móvil de color amarillo, el tintineo de las llaves de su coche, el reloj, los zapatos y el vestuario de su patrocinador aluden a la riqueza que le ha proporcionado el atletismo a este hijo de granjero. En la búsqueda de su heredero y en un intento por devolver parte de su fortuna al atletismo etíope, hace dos años Gebrselassie creó el equipo de atletismo Global Adidas, llamado así por su patrocinador. Entre 70 y 80 jóvenes se entrenan en él. A los 26 mejor clasificados se les entrega una modesta dieta mensual que oscila entre las 4.800 y las 9.700 pesetas, lo justo en Etiopía para pagar mensualmente manutención y transporte. "Hoy día tenemos a corredores por doquier arriba en las colinas. Mientras me entreno por las mañanas puedo ver a 50 jóvenes por el camino, cuando antes sólo había unos cuantos", afirma Gebrselassie.

Uno de los responsables del equipo de corredores es Tesfalem Abossa. Mientras supervisa el entrenamiento, un hombre de mediana edad y un adolescente se acercan a él y le preguntan si el hijo puede incorporarse al equipo. "Constantemente nos vemos obligados a rechazar a personas que quieren unirse a nosotros. Resulta difícil hacerlo, nunca sabes quién será el mejor, pero incluso ahora mismo ya tenemos demasiados para poder entrenarlos adecuadamente", explica Abossa. "Cada año organizamos una competición mediante la que seleccionamos a los mejores. Si vemos a un joven entrenándose en la carretera y parece serio y resistente puede que nos acerquemos a él y le preguntemos si quiere unirse a nuestro club de atletismo", añade.

Abossa es consciente de las dificultades a las que se enfrentan sus corredores. "Es difícil salir adelante como atleta, por lo que si tienen la oportunidad de estudiar, les decimos que la aprovechen. Éste es un país pobre, donde resulta difícil labrarse un futuro". Quien lo intenta pero por medio de sus pies es Sentayehu Degefu, un huérfano de 18 años. A los 14 ganó las competiciones de 5.000 y 10.000 metros en su colegio. Dos años más tarde, mientras escuchaba la radio, oyó que había una carrera para seleccionar a los integrantes del equipo Global Adidas de Haile. Se preparó para la carrera de los 10.000 y quedó en tercera posición. Obtuvo una beca de 7.300 pesetas mensuales que le permite vivir, y como componente del equipo, recibe un chándal y ropa deportiva, además de dos pares de zapatillas para entrenarse y otro par con clavos por año. "Mi deseo es convertirme en alguien famoso. Famoso como corredor, eso es todo", dice Sentayehu. "Si te haces famoso consigues lo que te interesa, obtienes algo de dinero y vives con comodidad. Haile es un héroe, nos aconseja lo que tenemos que hacer y nos proporciona su experiencia".


CALORÍAS INSUFICIENTES. El equipo se entrena tres veces por semana. Los días restantes, Sentayehu se reúne a primera hora de la mañana con los demás chicos para salir a correr por las calles de Adis Abeba o por las colinas que rodean la ciudad. "Antes me entrenaba dos veces al día y obtuve buenos resultados, pero nuestro entrenador nos dice que no debemos hacerlo porque no ingerimos el suficiente número de calorías, lo que a largo plazo puede dañar nuestro organismo", dice Sentayehu. Tanto para este joven atleta como para sus compañeros existe una presión constante: la de mantenerse en forma. Sólo a los componentes de los equipos de la policía y el ejército les permitirán mantener su trabajo y salario en el caso de perder la forma física, aunque ello pueda conllevar el riesgo de una visita al frente de guerra eritreo como soldado de a pie. "Si obtengo buenos resultados permaneceré en el equipo. Si baja mi rendimiento recibiré una tarjeta roja, el equivalente a una expulsión permanente, y entonces tendré que encontrar otro trabajo", sentencia.

El hecho de que Sentayehu decidiera convertirse en corredor tiene mucho que ver con su protector en el poblado, un hombre de 82 años que vive a la vuelta de la esquina de su casa. De elevada estatura, si bien encorvado por los años, Wami Beratu es conocido como "el padre de los corredores etíopes de larga distancia". En sus tiempos, a finales de los años 50, barrió a todos los competidores de su país. Todavía hoy Beratu sigue corriendo a diario y se entrena para una carrera de veteranos de una distancia de 12 kilómetros. Desde aquellos lejanos días de competición, ha entrenado a más de 60 atletas internacionales y "a un número infinito de atletas locales, como el joven Sentayehu". El potencial de éste último captó la atención de Beratu cuando aún era un colegial. "Lo primero fue saber si estaba realmente interesado. Después fui a su casa y le dije a su familia que le ayudara con la alimentación y que se aseguraran que tenía bastante para comer. Les dije que compraran una vaca para tener leche y otros productos lácteos. Otros niños no tienen esa posibilidad y sin una buena alimentación nunca podrán conseguirlo", explica.

Los kilómetros y el sacrificio dirán si Sentayehu es el sucesor de Gebrselassie. Pero para alcanzar ese sueño primero tendrá que superar a los cientos de jóvenes que continúan entrenándose durante todo el año en las colinas de Asela. Entre ellos, Ababo, el hijo de un pobre y viejo granjero que, según dicen, es igual que Gebrselassie cuando éste tenía 12 años. Y corre descalzo al mismo colegio con los libros bajo el brazo.

Todo sobre los grandes atletas etíopes en:
- Http://www. ethiopians.com/Athletes.html


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