Reportaje

Venir a lanzarote a visitar a Alberto Vázquez-Figueroa (AVF) es como venir a ver a Dios, lo dice Chema Conesa. AVF, en cambio, dice que la posteridad se la trae floja (sic): que está muy a salvo del pecado original, o sea de la soberbia.

Ustedes vean (es decir, lean) y júzguenlo. Se ha pasado la mañana discutiendo de vestuario con su mujer, paseando modelos como un figurín por el perímetro de la piscina, que si ponte el chándal azul que si ahora el amarillo, chándal que te quiero chándal, ora camisa oscura ora clarita. "¿Me vas a volver a cambiar de ropa?", le grita, y sale su voz como una flauta de ese cuerpo de macho todo brío. "Pero si luego la gente dice que visto muy mal, y que soy un frívolo". Lo de frívolo, porque le he preguntado si es frívolo a sabiendas, le ha llegado al alma. "¡Oíjte, Iche (otra vez a su mujer), que ésta dice que soy un frívolo!". AVF, en cambio, al primer asalto te deja caer un golpe de sensibilidad profunda.


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Se pasó 20 años diciendo que su novela Tuareg (1980, más de dos millones de ejemplares vendidos en España) era irrepetible, un éxito sin solución de continuidad. Pero hete aquí que el pasado enero el escritor escuchó una historia, hablaba de su querido pueblo del velo, y quiso encajarla en los personajes que ya conocía, por no inventar otros, sólo por eso. "Las tribus bereberes se habían opuesto a que el rally París-Dakar continuase pasando por sus tierras destrozando sus pozos y todo lo demás. Me pareció un tema importante: por qué nos asombramos de que diariamente lleguen pateras a España con gente subsahariana, cuando una vez al año enviamos allá una embajada de mil y pico personas haciendo un despilfarro total de riqueza, donde se pasa una miseria espantosa. Y esa gente piensa que, claro, si todo eso lo hacen los europeos por divertirse, qué no les darán a ellos por trabajar. Es un absurdo, a quién demonios le importa que alguien de quien no has oído hablar en tu vida llegue primero o se rompa la cabeza por llegar a un pueblo perdido de Níger. ¿A quién?, a las compañías que quieren hacer publicidad de cigarrillos y de alcohol en los diarios de todo el mundo". Tenía la historia y "en vez de poner a unos tuaregs cualquiera", se dijo, "voy a echar mano de unos ya conocidos. El tuareg protagonista de la primera novela había muerto, pero su espíritu permanece a lo largo de todo este segundo libro".

Revivir la historia de los pueblos del desierto: un homenaje a su infancia sahariana. "Yo vivía en un poblado en torno a un fuerte militar, pasé toda mi infancia recorriendo el desierto con ellos, que me enseñaron todo lo que supe de la vida". Ni siquiera tuvo esta vez que viajar al lugar de los hechos: llevaba todo en la memoria. La memoria primera que nunca se olvida.

Nació en el año fatídico del 36 (Santa Cruz de Tenerife), su madre pariendo y su padre condenado a muerte en las cárceles del alzamiento. Le conmutaron la pena por la deportación a África. No, el escritor no lo recuerda como lo cuenta ("¿cómo lo voy a recordar si tenía un año?"), pelado, esposado, embarcado junto a su familia rumbo a Marruecos. Era telegrafista, o ingeniero de telecomunicaciones -como su hijo ahora dice- no pudo ejercer y se ganó la vida vendiendo máquinas de escribir. Penuria. Vázquez-Figueroa menciona siempre las circunstancias trágicas que rodearon la muerte de su madre, nueve años contaba él. ¿No podrá o no querrá el escritor recordarlas? "Sí soy capaz de recordarlas. Mi madre había sufrido tanto durante la Guerra Civil, su marido en la cárcel y ella embarazada, su hermano y su padre condenados a muerte, fugados; cogió una depresión tremenda y, finalmente, se suicidó. A raíz de esta tragedia, mi padre agarró una tisis galopante y estuvo seis años en un sanatorio entre la vida y la muerte. A mí me mandaron con un tío que vivía en un fuerte militar en el desierto, a mi único hermano lo enviaron a Venezuela. Toda la vida se desplomó a mis pies. Cuando me preguntan por qué la guerra no me afecta, yo digo que quedé inmunizado: mi infancia fue tremendamente dura".

El tío, administrador civil del fuerte, encomendó su educación a los libros de aventuras. Le contagió el virus de la ficción. "Él era un gran lector. Date cuenta de que él y mi madre habían nacido en la isla de Lobos, hijos del farero, los únicos habitantes allí. Mi abuelo era un farero muy culto, siempre hubo en mi familia una gran afición a la lectura. ¿Y qué otra cosa iba a hacer yo en el desierto? Jugar con los..., moros y leer". Sin escuela. "No, no había escuela ni bachillerato, mi tío me daba toda clase de libros, no sólo novelas". Así que cuando Alberto Vaacute;zquez-Figueroa, adolescente, pensó por vez primera en su futuro, tuvo que embarcar rumbo a la civilización, de vuelta a Santa Cruz de Tenerife. "Tenía una preparación muy superior a la de cualquier chico de mi edad en cuanto a filosofía, historia, literatura, geografía y así, pero también unas carencias tremendas en matemáticas, latín...". Todo lo que significara un sistema: tuvo la suerte de compensar unas con otras, en un curso de escuela con los curas. Debía de sentirse como un mono de atracción, el muchacho del desierto. "Muy extraño, tenía que usar un zapato cuatro números mayor porque mis plantas eran un puro callo; negro renegrido, flaco. Sigo siendo un bicho raro, pero nunca me ha preocupado lo que la gente piense de mí, me preocupa mi felicidad". Al tiempo se metió a nadar, mares había nadado en las costas del Sáhara, y entró en el equipo de España de natación; luego se presentó a profesor de buceo, aprobó, se enroló con Cousteau dos años en un buque escuela. Pero lo que el chico quería ser estaba escrito en los libros.

Entre la realidad terrible y conocida, y el mundo maravilloso de los libros ("yo quería ser como aquellos señores que contaban cosas extraordinarias") que le habían salvado, literalmente, la vida, "porque me hacían soñar, me llevaban a lugares fantásticos donde yo no había estado nunca, me hacían olvidar; era prodigioso. Me hice periodista por eso, me metí en guerras por eso, follones: aprendí a ver el mundo desde ese punto de vista". El lado fantástico de la vida. Enseguida logró vivir de contar sus viajes en las revistas. Desde La Vanguardia, con 27 años, llegó a ser el periodista joven mejor pagado del país, una fortuna, y también llegó a ser el periodista más muerto de hambre. Se la jugó la política, una y dos veces consecutivas, por ponerse del lado de quienes se sublevaban al poder porque sí. "Los cambios son necesarios, acostumbrarse a algo, por muy bueno que sea, a la larga produce insatisfacción. Me pagaban mucho, me creía la mamá de Tarzán, pero lo que yo deseaba en el fondo, que era ser escritor, lo estaba desperdiciando".

A la tercera no volvió a intentarlo. Tenía 40 años, además de tantos reportajes, llevaba plasmando sus sueños en páginas desde los 16, escritor sin suerte. Pero esta vez se empeñó, lo dejó todo y fue al fondo. Escribió Ébano y, en tres meses, subió al parnaso de las ventas. ¿Supo en qué consistía el éxito? "Tsssh... No. Es un misterio", dice. "La gente se empeñó en que aquella novela le gustaba y todo se disparó. ¿Por qué? No lo sé. La línea entre el éxito y el fracaso es tan sinuosa, que no vale la pena plantearse los porqués".


"He sido muy mujeriego, perdía más tiempo organizando mi vida sexual que escribiendo libros, si no fuera por el sexo ahora sería riquísimo. Pero tengo sesenta y tantos y mi mujer ya no está por la labor. Sí, con ella asenté la cabeza. Ella es... apasionada como todas juntas"

Quijotesco. Las novelas de aventuras le habían contagiado la querencia por la quimera. Hasta hace seis años... AVF relata su quehacer diario: "Tomar el sol en la piscina, no dar más golpe que escribir cuando me apetece, unos libros que me pagan maravillosamente; rodeado de mis hijos, feliz, con mi mujer y mi barquito de paseo y mis partidas de dominó cada tarde, y ningún problema en el horizonte". Pero un día hizo un dibujo y descubrió que el agua, precipitada 700 metros en el vacío, se desalinizaba. Si entonces había logrado una posibilidad entre cuatro millones (es decir, vivir de las novelas), por qué ahora no iba a conseguir una probabilidad de éxito entre el millón, que así se lo plantearon los ingenieros que tradujeron su ocurrencia. Se hipotecó, se enfrentó al mundo intentando demostrar su razón: "Ahora soy 200 millones de pesetas más pobre, pero también más feliz. Estamos a punto de darle a Jordania y a Palestina un río de agua dulce gratuito". Doscientos millones para pagar patentes y estudios y montar la compañía Desaladora AVF. Un visionario, AVF, que ya en un libro del 78 escribiera sobre la clonación humana: "Yo dije cómo tenía que ser la clonación. Ahora quiero conseguir que en lugar de morirse ocho niños al minuto por falta de agua, mueran sólo cuatro, y que la gente riegue y viva menos contaminada". ¿La sed de los niños o cabezonería pura? "Si no lo hubiera intentado, entonces sí lo hubiera perdido todo, empezando por la fe en mí mismo, por no haberle echado los cojones suficientes, con perdón. Estos seis años de lucha y de sueños no me los quita nadie, aunque nadie me devuelva los 200 millones".

Un par de novelas. Un contrato por dos libros sería suficiente para recuperar, "si yo renunciara al dominó de todos los días...". Tiene el récord de escritura en un fin de semana: un fin de semana, una novela. Normalmente le lleva escribirlas entre 15 días y un mes, de más a menos, o sea, que al final él mismo se ha aburrido de la novela. Denosta la palabra como materia prima de la escritura: "Talento e imaginación, es lo único que tienes que poner de tu cosecha: todo lo demás está en el ordenador. Hay que saber usarlo, eso sí, que no te ocurra como a esta señorita, que se te peguen aquí unos párrafos y te cambien los nombres y te lo pongan todo estupendo; pero si quieres sinónimos, o palabras más bellas: el ordenador puede enriquecer la novela hasta donde a ti te dé la gana". Hecho a sí mismo un antihéroe de la literatura, reconoce que sus libros no están bien escritos. Hay sin embargo en Los ojos del tuareg intentos de buen hacer que hasta..., bueno, hasta riman: "Habrá sido sin querer". A ver si le ha pasado lo de a la misma señorita... "A ver si he metido ahí frases que no son mías, habrá sido sin darme cuenta" (ríe, claro). "No, a veces tienes ganas de escribir más poéticamente por un ratito, pero sin que sirva de precedente, porque lo que tiene que ocurrir es que la historia (trisca los dedos) te interese, te enseñe mundos que no conocías, punto, no hay más que hablar".

AVF y el placer. Dos vicios le quedan en la vida, la escritura y las mujeres. Contra todo pronóstico y toda vocación literaria, la escritura no es para Vázquez-Figueroa un dolor necesario, sino, al contrario, un placer absoluto: "Me divierto como un enano, me río con los personajes, con lo que les pasa. La novela me cuenta las cosas. Mi mujer va leyendo lo que escribo y me pregunta, y ahora qué pasa: y yo qué sé". ¿Y de las mujeres?, ¿qué dice su mujer de las mujeres? "Yo he sido muy mujeriego, perdía más tiempo organizando mi vida sexual que escribiendo libros, si no fuera por el sexo ahora sería riquísimo". En lugar de haber publicado casi 80 libros, podrían ser 160; en lugar de haber vendido 15 millones de ejemplares en España, podrían ser 30. "Pero tengo sesenta y tantos años y mi mujer ya no está por la labor. Sí, con ella asenté la cabeza. Ella es… (suspira), apasionada como todas las demás juntas, lo cual (ríe) ya te compensa. Claro que si me dejaran echar unas canas al aire todavía lo intentaría".

La pregunta: Vázquez-Figueroa, ¿es usted frívolo a sabiendas? "El 90% de la humanidad pretende ser más listo y más serio de lo que es. Yo he descubierto que es mucho más efectivo pretender ser más tonto y más frívolo. En Venezuela hay una expresión: `navegar con bandera de pendejo'. Ya me gustaría a mí poder seguir siendo frívolo y beneficiarme a señoritas estupendas toda la vida". Hay una especie de contradicción entre esta bravuconería que lleva tatuada y la sensibilidad que se le cuela en los libros en forma de asuntos humanitarios que además llevan el sello de la actualidad: el hambre, las migraciones, los campos de minas, la contaminación, el consumo desenfrenado, la crítica feroz a la publicidad, al consumo, a los medios de comunicación en general. "El que yo sea capaz de meterme en una guerra o enfrentarme a una orca no está reñido con la sensibilidad. El valor no quiere decir darte cachetadas con la gente, yo no he tenido que pegarme con nadie en toda mi vida. Pero si por tu profesión te toca meterte donde se pegan tiros, lo haces, y pasas miedo: yo he pasado pánico, y me he quedado sordo, y he tenido mil accidentes. Y luego puedo llorar en las películas. El macho no es ese señor cachas que…, la mayoría de esos cachas luego son maricones".

Dice AVF que está acostumbrado a que le llamen loco. Hoy parece sin embargo una persona sospechosamente cuerda, "claro que estoy muy cuerdo: tengo mucho sentido común. La experiencia son maletas que uno va llenando a lo largo de la vida, es algo maravilloso, pero no puedes dejar que te jodan: a veces es preferible utilizar la intuición".

Son las cinco de la tarde en la casa de Dios. Las puertas siempre abiertas en la casa de Dios. Van llegando los del dominó, tipos isleños, mohínos, de parca expresión; timbran, atraviesan el umbral y saludan, tiesos, y se van agrupando en recepción en uno de los rincones de la casa. José, el guardés, ofrece puros en una gran caja de madera. Múltiples rincones en la casa, y plantas colgantes, y dorados y espejos y porcelanas, y telas y tresillos y mesas por doquier. Hasta que caes en la cuenta de que en esta casa de acogida normalmente se montan reuniones simultáneas. La del dominó empezó allá en el 76, cuando él venía de Venezuela y avisaba, que voy, vayan preparando la partida. Casa de acogida, son dos hijos de Iche (treintañeros), dos reconocidos de Alberto (más pequeños) y al menos tres arrejuntados, amigos con familias problemáticas que han ido arrimando el costado a la casa divina. La casa, profusa de cachivaches, a imagen y semejanza de su morador: "Ésta es mi forma de ser, viajo en primera y llevo mi filete empanado y mi tortilla, y si me convierto en uno de los diez hombres más ricos del planeta, con esto del agua (lo del agua no le deja), seguiré jugando la partida con los mismos". Y se escurre el escritor visionario escaleras arriba.

Alberto Vázquez-Figueroa acaba de publicar "Los ojos del tuareg" (Ed. Plaza &Janés).


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