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¡Bienvenidos! Adelante, por favor". La puerta se cierra y se descubre un ambiente de luz tenue, calor y ruido apagado de música y voces. Paco R., uno de los dueños de Deseo, saluda amistosamente a unos clientes. "Sentaos, por favor, enseguida estoy con vosotros", les dice. La pareja recorre la antesala y la barra del bar, en la que se apoyan varios hombres solitarios cuyos ojos les siguen hasta que atraviesan una celosía.

Una vez dentro, en la zona de copas, los nuevos clientes se encuentran con varias parejas de entre 40 y 50 años. Ellos, con trajes oscuros y ellas, vestidas para matar: medias, ligas, faldas cortas y tacones altos.

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Una de las mujeres ya está en sujetador (negro con incrustaciones plateadas, parece más bien el top de una trapecista) y se acomoda sobre las rodillas de su marido; otra pareja se está besando más que apasionadamente. Los demás están tranquilamente sentados, mirando a su alrededor y valorando cuál de las otras parejas podría ser de su gusto. Es la una de la madrugada.

Paco se acerca de nuevo. "Son 6.000 pesetas que os dan derecho a dos copas cada uno y a estar el tiempo que os apetezca. Si queréis, os enseño el local", propone. Poco a poco, los nuevos clientes van descubriendo este "pub privado de ambiente liberal", uno de los diez que existen en Madrid y de los 60 que se reparten por toda España. En Barcelona hay 14; en Alicante y Málaga, cinco; en Sevilla, Valencia y Galicia, cuatro; dos en Murcia; uno en Asturias, Canarias, Córdoba, Cádiz, Valladolid... A ellos acuden parejas en busca de otras personas que quieran practicar y compartir con ellos "sexo libre y no obligatorio".

Así lo explica Pepi, dueña y relaciones públicas de Trivial, con tono y gesto parecido al de las azafatas que detallan las medidas de seguridad en los aviones: "Si alguien pone la mano sobre vosotros, está intentando hacer contacto. Podéis decir sí, por favor o no, gracias. Si no queréis, nadie insistirá. La gente es muy respetuosa y educada". Ella y su marido Jesús montaron este local hace cinco años y parece que las cosas marchan bien, porque todos los fines de semana se llena a rebosar. La discreción es la norma y hay reglas de conducta muy estrictas, no escritas en ninguna parte, pero que todo el mundo cumple. Según Higinio, gerente de Garden Privé, "aquí nunca hay líos ni sucede nada desagradable; las discotecas tienen peor ambiente porque los que quieren ligar son muy pesados e insisten una y otra vez. Aquí, si tú no quieres, nadie te molesta".

Francisco Javier Hernández, director de Lib Internacional, la revista oficial de los locales de intercambio, opina que "la gente tiene muchos prejuicios, pero muy poca información sobre lo que sucede. Según mi experiencia, hay dos tipos de parejas: aquéllas en las que una de las partes viene forzada, obedeciendo a los deseos del otro, normalmente el hombre, y que suelen acabar separándose; y las que vienen de común acuerdo a disfrutar con otra gente de ideas parecidas. Estas últimas crean un vínculo muy fuerte de complicidad".

No es ninguna novedad. Estos ambientes han existido siempre, de una manera muy privada y discreta. "La moda del intercambio viene desde Holanda a través de Francia, donde está muy extendida. Allí existe un complejo vacacional enteramente dedicado a esto, llamado Cap D'Adge, con 50.000 plazas hoteleras y locales enormes. Uno de ellos, L'Extasia, llega a acoger a 1.000 parejas en cada fiesta. Antes en España, la gente se reunía privadamente en pisos y casas de campo; se hizo muy famoso un chalé que había en Aravaca", explica Francisco Javier Hernández.

La apertura del primer local de Madrid, Forum, se debe a Raúl F., que lo inauguró en 1982. Después se convirtió en Canas y ahora es Acuarela. "No hago esto por negocio, sino por afición", afirma. Cálido, Frenesí, Atrévete, Kisses, Cupido, Nuevo Horóscopo, Arabella, Cómplices, Sueños… Muchos de estos locales son negocios familiares cuyos dueños solían frecuentar el ambiente. Ana y Guillermo son dueños de Encuentros y Momentos, y con ellos trabajan tres de sus hijos, además de Pilar, la hermana de Ana. "Tenemos clientes de muy alto nivel: políticos, jueces, periodistas y, en general gente muy discreta y educada", comenta Ana. Ella y su marido llevan 13 años en este negocio, cuidan mucho las relaciones públicas y organizan fiestas privadas para sus clientes. En sus locales, que tienen licencia municipal como "círculo privado de ambiente liberal con hidromasaje", se juegan habitualmente partidas de strip-poker: según las normas del infantil juego de las prendas, pero llegando tan lejos como a cada uno le apetezca. Todos los locales organizan fiestas: la hora oscura, en la que se apagan las luces y todo está permitido, fiesta de la lencería, de la zambomba, de la caída de la hoja...

El 90% de la clientela es fija. Francisco Javier Hernández, que tiene una amplia base de datos gracias a la sección de contactos de sus revistas, estima que "en Madrid habrá unas 800 parejas que son habituales; la edad media andará por los 40 y muchos, aunque cada vez se apunta más gente joven". Si Limusina es el local más grande de Barcelona, en Madrid ese honor le corresponde a Garden Privé, que tiene una superficie de 400 m2, 80 m2 de camas, una cama redonda de 30 m2, jacuzzi, cadenas para atarse a la pared y una galería del morbo que consiste en pista de baile, cuarto oscuro y sillones de dentista y ginecólogo.

Algunos opinan que los que intercambian parejas o se acuestan con la suya en público son liberales; otros piensan que todo el asunto es sórdido y que quienes lo practican están desequilibrados. Hay quien no acudiría nunca a este tipo de locales y quien está deseando ir. Para Juan José Borrás, sexólogo y director del Instituto Espil de sexología de Valencia, "las parejas pueden encontrar que este tipo de experiencias crea una fuerte sensación de complicidad que les vincula entre sí, aunque no es un elemento fácil de manejar. También es posible que recurran al intercambio como una huida hacia delante cuando se tienen problemas en la esfera de lo íntimo. Pero una pareja que disfruta haciendo el amor no se avergüenza de ello, y si todo es libremente asumido por ambas partes, puede resultar hasta pedagógico".

Este es un viaje por las cinco actividades que se practican en estos lugares -mirar, exhibirse, relacionarse en tríos, cambiar parejas y tocar/ser tocado-, que para no pocos representan la sodoma y gomorra del siglo XXI.

MIRONES

En la zona de copas de Deseo, una pareja joven atrae la atención de otros clientes: el hombre ha situado a su novia con las medias bajadas en una comprometida postura a la vista de otras seis u ocho parejas que les observan. Él la está acariciando y la expone delante de los demás. La chica gira la cabeza de vez en cuando y mira a los otros que la observan. Su novio disfruta tanto de las caricias de ella como de la atención del resto de las parejas.

Los mirones no sólo miran. Una pareja ha cogido dos sillas y están sentados uno al lado del otro, como si estuviesen en el teatro contemplando un espectáculo. Sus manos están muy activas. Otro hombre ha colocado a su mujer de espaldas a él para que ambos puedan mirar y excitarse; varias parejas empiezan a acariciarse. Nadie habla, sólo se oyen suspiros. Cuando los protagonistas terminan, la escena se deshace.

Algunos sólo van a tomarse una copa y no participan en nada. Se estimulan mirando a los demás y eso puede animarles a hacer cosas con su propia pareja. Lidia y Gonzalo llevan 13 años casados y son conscientes de que su matrimonio no es muy apasionado; desde hace cinco vienen una o dos veces al mes. Les da cierto reparo mezclarse con otras personas, pero reconocen que les encanta mirar. "Sólo ver las ligas de las mujeres me vuelve loco. Saber que vienen aquí dispuestas a que las miren sin ningún tipo de reparos me da un morbazo tremendo", confiesa Gonzalo.

No todas las noches son iguales y el ambiente puede resultar más o menos caldeado dependiendo de la gente que haya y de lo que les apetezca hacer. A diario suele haber entre cinco y diez parejas por local, y es normal que los fines de semana se junten 40 por noche. Según Lidia, "hay veces que no se ve nada especial y, en otras ocasiones, todos están con todos y te tiras aquí hasta muy tarde". Su marido añade: "Cuando estamos solos en casa recordamos todas las cosas que hemos visto aquí y nos las contamos uno a otro para excitarnos".

TRIOS

Los sábados es sólo para parejas, pero los demás días pueden venir tríos y hombres solos", explica Pilar, la relaciones públicas de Encuentros. Eso sí, los hombres que vienen sin pareja tienen muy limitada su capacidad de movimiento, porque nunca pueden ir más allá de las celosías que protegen las zonas privadas. "Esto es la jaula del morbo. Aquí entra una pareja y a través de estos agujeros, los hombres pueden meter las manos y tocarles mientras bailan. Se lo pasan bárbaro". Además de meter mano en la jaula del morbo, los solitarios vienen con la esperanza de ser escogidos por una pareja y formar un trío; sólo así podrán traspasar las fronteras que de otro modo tienen prohibidas. "Algunos son solteros, pero otros están aquí a escondidas de su mujer", comenta Paco, uno de los dueños de Deseo.

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Si tienen menos de 25 años, los hombres que vienen sin pareja reciben el nombre de petit-suisse, son danones hasta los 31 y cuajada a partir de esa edad. José es cuajada y muchas veces se va de vacío. "Vengo a lo que caiga, pero lo más morboso de los tríos está en que sea otro hombre el que venga y te pida que hagas cosas con su mujer". Un varón de unos 50 años se acerca a José, le dice que su compañera se ha fijado en él y le propone unirse a ellos. "Ella no me gusta mucho", confiesa. "Pero me encanta que me lo pida su marido". Ella tendrá 45 años, está bastante entrada en carnes y lleva top y minifalda muy ajustados. Es precisamente al desnudarse cuando recupera el aspecto de gastada ama de casa; le pide a José que se quite la ropa y le acaricia con sus pechos. Su marido se ocupa de ella mientras la insulta en voz baja.

La fantasía masculina de ver a la propia compañera con otros hombres es muy corriente. "Yo no tengo mucho interés en estar con mujeres, a mí lo que me gusta es ver a la mía disfrutar con otros hombres", comenta Arturo. Daniel tampoco tiene excesivo interés en acostarse con mujeres distintas y prefiere mirar a su novia con otras chicas. "A mí me encanta la facilidad que tienen las mujeres para enrollarse entre sí, les sale muy natural", comenta. "Solía venir con una chica que se aficionó tanto a las mujeres, que se asustó y tuvo que dejarlo".

Según comenta Paco, son mucho más frecuentes los tríos con dos hombres que con dos mujeres. "Una mujer puede satisfacer mejor a dos hombres que al revés. Además, es muy raro que vengan mujeres solas y si las ves, hay que desconfiar porque suelen ser ganchos". Las prostitutas no son bienvenidas, aunque algunos hombres las contratan para que les acompañen. Si son detectadas, se les invita inmediatamente a marcharse. "Yo desconfío de las parejas que usan condón", dice Arturo, uno de los clientes. Además, las prostitutas no dan morbo en estos ambientes, donde lo suyo es echar un vistazo a las mujeres legítimas de los otros. Según Pilar, de Encuentros, "a nuestro local sí vienen chicas solas y, como hay muchos más hombres, algunas de ellas se van encantadas después de haber estado con varios chicos muy guapos. Yo me encargo de presentarles y de que nadie se sienta avasallado".


EXHIBICIONISTAS

Viendo a la gente desnuda es difícil hacerse una composición de su procedencia social, aunque la manera de hablar siempre aporta datos. "A nuestro local viene gente entre 25 y 55 años, aunque la mayoría va de 35 a 50", informa Paco, de Deseo. "Suelen ser parejas estables, pero también hay hombres que dejan a la mujer en casa y vienen con sus amigas. La clase social es media, media-alta". El tipo de público varía de unos locales a otros porque la gente acaba sintiéndose a gusto entre iguales. En algunos sitios no hay quien baje de 40 y hay quien ya no cumplirá 60. Los cuerpos de todos corresponden a sus edades. Con determinada luz, todos los gatos son pardos...

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Robert y Lola tienen alrededor de 40 años y son clientes habituales. Ella frecuentaba estos bares antes de conocer a Robert y fue la que le introdujo en el ambiente. Es una pareja atractiva, simpática y habladora, a la que le gusta montar espectáculos y sentirse el centro de atención. "Una de las cosas más divertidas que hemos hecho fue empezar a hacer el amor en el cuarto de baño, con gritos y gemidos, escandalizando mucho. Poco a poco, fue llegando gente a mirarnos y algunos hombres empezaron a acariciarme.

Además estábamos muy expuestos, porque en el baño hay mucha luz", relata Lola. "Cuando les cuento a mis amigas las cosas que hago aquí sienten mucha curiosidad y no se lo pueden creer del todo". Robert es solicitado frecuentemente por otras mujeres y se siente muy orgulloso de ello. A Lola, feliz de poseer un buen ejemplar masculino codiciado por las demás, también le halaga el interés que despierta su novio. "A veces siento celos si me parece que a él le gusta demasiado otra mujer", confiesa. "Nos enfadamos y lo pasamos mal, pero intentamos superarlo". A Robert no le importa nada ver a Lola con otros hombres, pero no puede soportar que hable con ellos. Después de charlar un rato, se quita las bragas y llama a Paco para que se las guarde en el bolso.


INTERCAMBIOS

El comentario general es "esto da mucho morbo". Las parejas se observan entre sí, buscan otra que les guste y se ponen en contacto, tomando una copa juntos o acariciándose en la pista de baile. Entre ellos hay risas, pero suelen ser un poco tensas. En la cama redonda de Garden Privé, dos parejas -a las que enseguida se añade una tercera- ya han pasado a la acción. Las manos se entrecruzan siguiendo el ritmo de las caderas en movimiento y ya no es posible saber quién es la pareja de quién. Daniel es un hombre de negocios de 43 años que vive con su madre y que visita habitualmente estos locales; ha venido a ellos con todas las parejas que ha tenido. "Antes de proponérselo a una novia, espero tres o cuatro meses. No me quiero precipitar para que no se asusten, pero tampoco espero mucho más, porque cuando empieza la relación las mujeres están más dispuestas a hacer cosas por ti, y luego ya no tanto. La verdad es que al principio nunca quieren y vienen un poco forzadas, pero luego se enganchan y son ellas las que piden repetir".

Una de las razones por las que muchas mujeres se tranquilizan y vuelven es porque el intercambio propiamente dicho no es la única posibilidad. Estos locales parecen servir de extensión al doméstico lecho matrimonial y las parejas vienen con la intención de añadir nuevos ingredientes a su relación sexual, pero no con el objetivo único y específico de acostarse con otras personas. Los relaciones públicas acaban conociendo los gustos de sus clientes y facilitan el encuentro y la charla de parejas que pueden resultar afines. Muchas de éstas se marcan sus propias normas y límites y el más frecuente de éstos es no besar y no penetrar a otros.

Arturo es cirujano del aparato digestivo y Rosi, administrativa. Llevan 19 años casados. Su matrimonio estaba a punto de naufragar de puro aburrimiento hasta que a Arturo se le ocurrió recurrir a este tipo de experiencia. A Rosi le costó mucho aceptar. "Lo pasé muy mal, pero temía que si decía que no, mi marido lo haría por su cuenta. Las primeras veces fueron muy duras". Ahora todo eso ya ha pasado y visitan estos locales casi todos los fines de semana. De hecho, sus padres, sus hijos y algunos amigos saben que frecuentan este "ambiente liberal". "El sexo está para disfrutarlo de todas las maneras posibles", comenta Arturo. "A todo el mundo le encantaría intercambiar parejas de vez en cuando, pero ni se atreven a hacerlo, ni tampoco a reconocerlo ante sí mismos". Aun así, Arturo y Rosi prefieren no dejar demasiado sueltos los lazos de su liberalidad; acuden siempre juntos a los locales de intercambio y no se les ocurriría tener amantes a escondidas de su respectivo cónyuge.

En Deseo, Paco es el único que permanece sereno y completamente vestido; entra y sale, retirando vasos vacíos y poniendo copas nuevas. Enciende el aire acondicionado y uno de sus clientes se distrae momentáneamente de su tarea: "Hombre, Paco, se agradece, nos estábamos asando…", y prosigue tan tranquilo. Cuando las parejas terminan, se ponen a hablar relajadamente, como si estuvieran tomando café en el salón de su casa, sólo que desnudos. "A principio de curso esto flojea un poco," comenta Paco en una de sus idas y venidas. "Porque los matrimonios tienen que pagar los libros y los uniformes del colegio".


TOCÓN

En la pista de Deseo, cerrada por cortinas, las parejas bailan mientras los hombres levantan las faldas de sus mujeres. Manos ajenas, femeninas y masculinas, se alargan para acariciar las redondeces que, enmarcadas por tangas y ligas, se ofrecen a la vista.

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Unas empinadas escaleras conducen a otra habitación. Una de las paredes está acristalada y a través de ella es posible ver lo que sucede abajo. Una televisión muestra películas porno, pero igual que en La rosa púrpura de El Cairo, no está muy claro qué queda dentro de la pantalla o fuera de ella. Aquí hay cómodos sofás y en uno de ellos un hombre de 50 años ha desnudado de cintura para abajo a la chica que le acompaña y la acaricia. Otra pareja se acerca y ya son tres pares de manos sobre la piel de la mujer. Algo en sus movimientos y gemidos delata que su placer se mezcla con cierta angustia, o tal vez sea esa angustia lo que le produce placer.

En sus bacanales, nuestros sabios antepasados griegos solían emborracharse y después decidir si organizaban una orgía o se dedicaban a filosofar. Tal vez consideraban que ambas actividades tenían la misma trascendencia y probablemente tuvieran razón. Como dice el sexólogo Juan José Borrás, "en el sexo, como en todo lo demás, lo mejor que nos puede pasar es tener la oportunidad de elegir en libertad".


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