Reportaje

Ya que tenemos que discutir, discutamos por las grandes cosas y seamos tolerantes con las pequeñeces. Éste sería un principio que cualquier pareja suscribiría sin pestañear y que, sin embargo, casi todas ellas incumplen.

Y es que no es tan fácil resistirse a la tentación de regañar al cónyuge cuando se zampa el bote de mermelada y lo vuelve a meter vacío en la nevera o utiliza tus corbatas para limpiar el polvo del cajón. Porque este tipo de comportamientos sólo puede tener un objetivo: fastidiarnos. Como dice el escritor Manuel Hidalgo en su nuevo libro, La guerra del sofá (editorial Temas de Hoy), "hacer la guerra (del sofá) puede ser un método oblicuo de hacer el amor". De acuerdo, pero no olvidemos que en la guerra (y en el amor) de vez en cuando hay que cambiar de postura.

En un estudio realizado en 1989 en 160 países, la antropóloga Laura Betzig registró 43 razones que desembocaban en separación conyugal: adulterio, escaso apoyo económico, ausencia de hijos varones... En las sociedades occidentales hay una causa de separación que destaca sobre las demás: la incomunicación. Según Eva López, directora del centro de Psicología Ríos Rosas, el 90% de las consultas realizadas por parejas que piden ayuda se debe a este motivo.

Según diversas teorías científicas, la constitución genética tiene un papel fundamental tanto en los mecanismos de atracción de las parejas como en los de su disolución. Los cerebros de hombres y mujeres no son exactamente iguales. En 1997, el investigador danés Berte Pakkenberg demostró que el hombre contaba con unos cuatro billones de células cerebrales más que la mujer. Mientras, el neurólogo californiano Roger Gorski ponía de manifiesto que el cerebro de la mujer tiene un cuerpo calloso más grueso que el del hombre y, por tanto, un 30% más de conexiones entre los hemisferios que el varón. Según Gorski, el estrógeno, la hormona sexual femenina, impulsa a las células nerviosas a establecer más conexiones entre los hemisferios cerebrales y, por tanto, a mayor número de conexiones, más fluidez en el habla. Por otra parte, la testosterona, la hormona de la agresividad y el deseo sexual, es 20 veces más fuerte en el hombre, lo que explica que el 98% de los bocinazos en los semáforos sean efectuados por ellos, así como el 96% de los robos y el 88% de los asesinatos.

Según los investigadores australianos Barbara y Allan Pease, las mujeres necesitan hablar con mucha mayor urgencia: entre palabras, gestos, expresiones faciales y movimientos corporales, una mujer emite 20.000 señales comunicativas al día, mientras que un hombre se siente perfectamente satisfecho produciendo 7.000. Esta diferencia en el habla resulta muy patente al final del día, cuando las parejas se reúnen para cenar: él está muy a gusto viendo el fútbol, mientras ella busca la manera de dar salida a las cinco o 10.000 palabras que aún no ha podido pronunciar...

Así las cosas, no es extraño que cualquier pequeño motivo ("quién saca la basura", "tu madre ha llamado tres veces", "por qué no has recogido mi traje de la tintorería") dé pie a lo que Manuel Hidalgo llama la guerra del sofá: pequeñas discusiones que, según se resuelvan adecuadamente o queden dolorosamente abiertas, sirven para unir o desunir a la pareja. Según el terapeuta sexual Hernán Cancio, "las parejas que funcionan bien no son las que no discuten, sino las que saben discutir". Una discusión al año no hace daño, pero es más sano una a la semana. De acuerdo con los datos de Jaime González, psicólogo de la clínica Androclinic, ésa es exactamente la media de frecuencia de discusión por pareja. Pero, ¿cuál es el secreto para discutir bien?.

Si el roce de la convivencia y la incapacidad para comunicarse son los mayores causantes de los problemas de las parejas, tal vez debamos dedicar más atención al mensaje que lanza nuestro cónyuge cuando nos regaña por no cerrar el tubo de la pasta de dientes. Quizá sea muy sana esa discusión a la semana si nos enfrentamos a ella con las armas adecuadas: tolerancia, comprensión, sentido del humor, oídos bien abiertos y voz calmada.


El mando a distancia

"El mando es uno de los aparatos mimados de la casa. No sólo es importante tenerlo localizado y tenerlo a secas (...). Molesta mucho que al otro se le caiga al suelo y, por supuesto, que las pilas se agoten". Este entrecomillado y los de las siguientes páginas son extractos de La guerra del sofá, de Manuel Hidalgo.

Reportaje

Lorenzo, de 52 años, y Fátima, de 53, llevan 24 años casados. Ella es dueña de una tienda de modas y su marido está en el paro desde hace tres meses. "Él está todo el día en casa viendo la tele, siempre el maldito fútbol y con el poco tiempo que yo tengo, creo que debería dejarme ver un rato las cosas que a mí me gustan, pero no hay manera de que suelte el mando. A veces creo que lo hace por molestarme y me enfado de verdad", se queja Fátima.

Esta situación confirma la tesis de Jaime González, que asegura que "los problemas de pareja no suelen surgir de los grandes dramas, sino de los conflictos pequeños y continuados que quedan sin resolver. Muchas veces la discusión empieza porque hay un leve choque de intereses y uno de los dos cede, pero con el tiempo y cuando hay mucha frustración acumulada, se llega a atribuir al otro mala intención. Dentro de la relación, hay personas que se sienten como víctimas y otras llevan la etiqueta de ser los agresores y egoístas".

Por otra parte, según demuestran diversos estudios realizados en Estados Unidos, la tasa de divorcio de las parejas en las que la mujer gana más que el hombre es un 50% más elevada que cuando la situación se da en sentido contrario. Para Hernán Cancio, "cualquier situación externa que provoque cambios en la pareja puede causar una crisis. Cuando varía la autoestima de uno de ellos, éste se vuelve más susceptible frente al trato que recibe del otro: el equilibrio de poder es distinto, y si de repente la mujer es más segura, el hombre puede tener miedo de ella y desarrollar mayor agresividad, incluso física".

Lorenzo no duda en defenderse: "A mí siempre me ha gustado el fútbol y antes Fátima nunca protestaba, pero ahora se me sube constantemente a las barbas", dice muy convencido. Para él, conservar el mando es fundamental. Según Hernán Cancio, "las discusiones se producen a distintos niveles. Hay una realidad superficial en la que el mando a distancia o un calcetín tirado en el suelo se convierten en un símbolo de una realidad profunda que muchas veces no dejamos salir a la superficie. En este tipo de discusiones, aparentemente nimias, los hombres deberíamos ser menos pragmáticos y literales y profundizar en el sentido de las cosas, saber que no se está hablando realmente del mando a distancia, sino de una sensación de falta de respeto; las mujeres, por su parte, deben ser capaces de expresar con claridad lo que desean y no refugiarse en las pequeñas excusas".


El cuarto de baño

"Él contraataca.
-¿Y dónde dejas tú tus jabones íntimos?
-Eso, ¿dónde?
-No los dejas en la jabonera de la ducha, no, sino que ruedan a su antojo por la bañera, de modo y manera que esta mañana a poco me desnuco al resbalar sobre uno de ellos. ¿Acaso no sabes que la glicerina es altamente deslizante?
-¡No me digas! Ya me parecía a mí que tú usabas mis jabones de glicerina para ciertas manipulaciones inconfesables.
-¿Yo?, ¿qué insinúas?".

Reportaje

Es posible sentirse solo las noches en que el otro lado de la cama está vacío; también en el trance de descongelar una ración individual de canelones o si no hay nadie que intente arrebatarte el mando de la tele cuando estás tumbado en el sofá. Pero nadie necesita compañía para depilarse las cejas, sentarse en la taza a leer el periódico o mirarse los dientes con atención. El cuarto de baño está pensado para ser disfrutado en soledad.

Claudia tiene 33 años y es modelo publicitaria; Ramón, de 35, es profesor de educación física. Los dos están muy pendientes de su aspecto y han embutido en el cuarto de baño una bicicleta estática y un banco de pesas que utilizan a menudo. "Yo creo que es mejor ducharse con agua fría y no soporto el ambiente sofocante y el vaho que deja Claudia después de sus duchas de media hora con agua hirviendo. Además, se come el espacio con sus cremas y potingues". A Claudia le indigna este tipo de comentarios, aunque es consciente de que no merece la pena pelearse por tan poca cosa. "Sin embargo, no lo puedo evitar", dice, "intento discutir las cosas con calma, pero él se cierra en banda ante mis razonamientos y yo aún me pongo más histérica". "Sí, histérica es la palabra exacta", comenta Ramón lacónicamente, "debe ser que su trabajo le causa problemas, así que yo procuro dejarla en paz".

Lo cierto es que cuando un hombre ve a una mujer en situación de estrés, considera que la mejor manera de ayudarla es alejarse de ella y dejarle espacio libre para solucionar sus dificultades. Es exactamente lo que le gustaría que hiciesen con él en una situación parecida. Sin embargo, las mujeres necesitan hablar y consideran esta actitud masculina como un claro signo de indiferencia. Según datos de Allan y Barbara Pease, el 74% de las mujeres que trabaja y el 98% de las amas de casa considera que el mayor defecto de sus maridos es su desgana para hablar. Con un 50% de población activa femenina, las mujeres ya no piden a los hombres que traigan un buen sueldo a casa, sino que las escuchen. El hombre se siente agobiado, no sabe cómo reaccionar y desconecta.

Esta conducta está relacionada con el "síndrome de utopía", especialmente frecuente en las mujeres. En palabras de Hernán Cancio, "ellas esperan encontrar un príncipe azul y demandan de la relación un nivel de intensidad y romanticismo completamente utópico, así que la insatisfacción aparece con frecuencia".

Pero los verdaderos problemas, los de incomunicación, empiezan cuando en el estilo de las conversaciones aparece la venganza o las malas interpretaciones. Según Jaime González, "lo que importa no es la disputa en sí misma, sino la manera de llevarla. Si sientes que la pareja no te entiende y no negocia, tiendes a defenderte agresivamente. Por eso, en una discusión hay que dejar hablar al otro y demostrarle que puedes comprender que él no es un demente y tiene sus razones". Para Hernán Cancio, "hay una línea roja que nunca debe traspasarse: la del respeto; cuando el otro te ataca en el centro de tu propio ser, es muy difícil bajar la guardia y volver a confiar en él".

> Los celos. Salir sin ella. Los hijos
"La guerra del sofá" (edit. Temas de Hoy), de Manuel Hidalgo; "Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas" (edit. Amat), de Allan y Barbara Pease; http://www.psicologiaysalud.tuweb.net


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