Reportaje

Su agudísima ironía va a juego con su impecable terno azul marino de Savile Road y esa sabiduría que sólo otorgan los muchos años de oficio y la superación de diversas catástrofes personales.

"He hecho películas memorables, otras supernaturalmente horribles, he hecho cosas tan impresentables que nunca se llegaron a estrenar... Pero lo peor de todo fue aquel tiempo en que perdí el placer de interpretar, el gozo de trabajar. Lo encontré en España y desde entonces no me ha ido nada mal. Logré recuperar aquel placer perdido y la estima de los demás, y en esto incluyo a los críticos y a la reina. Me han dado un segundo Oscar y otros premios, parece que no lo hago mal. Voy a cumplir 68 años, pero me siento en forma, así que espero estar por aquí bastante tiempo".


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Un almuerzo con Michael Caine en el salón Urumea del Hotel María Cristina de San Sebastián permite repasar la larga vida, hilarantes experiencias y compacta obra de un actor orgulloso de su humilde origen, recientemente elevado a rango de sir. "Soy lo que podría definirse como la peor pesadilla de la burguesía: un cockney con inteligencia, un millón de dólares en el banco y un título aristocrático", dice al tiempo que intenta contener la risa.

El dinero es un tema recurrente que entra y sale de la conversación de un hombre que nació en el Saint Olave's Hospital de Rotherhithe, una institución caritativa para pobres en Elephant and Castle, uno de los barrios más deprimidos e insalubres del Londres de los años 30. "Mi barrio era un lugar que no aparecía en ninguna canción, un planeta remoto respecto del corazón de Londres. Las casas eran peores que el horrible clima, el analfabetismo campaba junto con las ratas, las calles olían a miseria. Era un lugar que nadie quería visitar, no aparecía en ninguna guía turística", dice.

Bautizado con el nombre de su padre, Maurice Joseph Micklewhite -ha elegido ser ennoblecido por Isabel II manteniendo el nombre heredado de su progenitor, un cargador de pescado del mercado de Billingsgate, en la orilla del Támesis-, Caine recuerda su mísero hogar sin retrete ni calefacción de la calle Urlwin como "un sitio no para visitar, sino directamente para huir". Siempre vestido con ropa de segunda mano que recogía su madre, Ellen Frances Marie, en centros benéficos, recuerda que los dos únicos lujos de su juventud se los proporcionaron sendas taras físicas. "El primero, unas botas ortopédicas como remedio a una cojera producida por el raquitismo. El segundo, unas gafas que necesitaba debido a una enfermedad conocida con el cuasilírico nombre de blefora, que tenían los cristales tan gruesos como su montura de concha negra". Éstas se convirtieron más tarde en parte de su imagen de símbolo sexual -y muy activo seductor heterosexual- británico.

Su aspecto en la película que le lanzó al estrellato, Alfie, quedó inmortalizado en uno de los pósters más venerados por los adolescentes ingleses de los 90 e incluso los del amanecer de este siglo XXI. ¿Cuál es el secreto de esta permanencia como ídolo? Caine desgrana entre sorprendido y divertido las razones de su mantenimiento durante cuatro décadas en el imaginario colectivo juvenil inglés. "Creo que eso ha sucedido porque entre 1966 y 1969 hice tres películas cuyos personajes parecen haber quedado fijados entre los jóvenes de varias generaciones. En Alfie interpreté a un seductor promiscuo que se acostaba con todas las mujeres que se le ponían a tiro. En El asesino implacable era Jack Carter, un tipo que mataba a todos aquéllos que le cabreaban. Y en Un trabajo en Italia me cargaba a todos los gánsteres, ganaba al fútbol y me acostaba con muchas chicas. Imagino que son tres personajes con los que cualquier adolescente puede fantasear. ¡Yo lo hubiera hecho también..., de no ser yo! Ja, ja, ja".

Cuando alcanzó la gloria, llegó la música. Alguien decidió componerle una pieza en su honor, pero no una sinfonía o himno dignos de perdurar, sino simplemente un ska (My Name is Michael Caine) del alborotador grupo Madness. ¿Se sintió decepcionado por inspirar sólo un ritmo bailón? "En absoluto, me divertí mucho cuando llegaron al hotel donde estaba para pedirme que grabara la frase del título e incluirla en la canción. Pero déjeme decirle que ha vuelto a ocurrir. Hace unas semanas, en una tienda de discos de Miami, la dueña me paró para hacerme escuchar un CD en el que un grupo irreverente llamado -disculpe porque estamos comiendo- Bottomflies (Las moscas del culo) me ha dedicado otra canción. No puedo reproducir la letra aquí, es muy divertida..., y hace que la canción de Madness se convierta en toda una sinfonía", señala con cierta guasa.

"Provengo de uno de los estratos sociales más bajos de una sociedad clasista. Alcanzar un título por una carrera interpretativa es extraordinario. Un título nobiliario es algo que llega tras un escrutinio de tu vida. Lo considero una victoria de mi gente, la clase obrera"

Siempre presidida por el humor, su conversación va y viene del pasado a gran velocidad, porque es un orgulloso miembro de la clase obrera que ha alcanzado la cumbre en la rígida sociedad clasista británica, lo que le produce una gran satisfacción. No obstante, fueron sus delictivos días juveniles en las deprimidas calles del sur de Londres -"donde si hubiera permanecido más tiempo me habría convertido en un criminal profesional, ya que me inicié en una banda de la zona y la dirigí durante un tiempo"- los que le permitieron interpretar con acierto a uno de los personajes que le convirtieron en el icono que es: Jack Carter, de El asesino implacable. Al momento, recuerda que en algunas ocasiones ha regresado a esos sórdidos ambientes. El rodaje de Mona Lisa, en 1986, le plantó inesperadamente frente al hospital donde nació -"que habían convertido en un sanatorio mental"- y su penúltima película, Shiner, en la que interpreta a un promotor de combates de boxeo amañados, le devolvió a las calles de sus raíces. "Mi personaje es un fantasma de lo que podría haber sido yo si me hubiera quedado allí, empleado en los círculos del crimen de barrio organizado", apunta con realismo.

No hay amargura ni tristeza en su voz. El suyo es uno de los casos de redención a través del arte, aunque el proceso fue complicado. "Durante los primeros 30 años de mi vida, nada fue fácil", aclara mientras selecciona bocados indistintamente entre aperitivos de carne y pescado. La copa de vino permanece intacta. Acompaña el almuerzo con agua sin gas y sucesivas tazas de café. No es que se haya retirado de la bebida, sino que todavía le duran ciertos efectos del alcohol que consumió hace tres días con motivo del cumpleaños de Sean Connery.

Durante los tumultuosos años 60, Caine fue uno de los máximos animadores nocturnos del "swinging London". Junto a él, una pandilla de seductores y bebedores del calibre de Peter O' Toole, Richard Harris, Oliver Reed y Terence Stamp, que salían todas las noches "a quemar la ciudad". ¿Qué resta de aquello? "Me temo que quedamos Londres, Terence y yo". Oliver Reed murió el año pasado reventado por el alcohol en el plató de Gladiator y Peter O'Toole tiene serios problemas de salud. Richard Harris sigue en la brecha, pero Caine y él se profesan un odio africano, y "Terence se ha convertido en un radical defensor de la vida sana. Tengo una estupenda amistad con él, gracias a que le pude perdonar que me levantara varias novias durante algunas borracheras", comenta.

La bebida llegó a ser un serio peligro hasta que Michael Caine vio un anuncio de café en la televisión. No es que sustituyera una bebida por otra, sino que conoció a su segunda mujer, Shakira Baksh. El responsable de todo fue el director de cine Ridley Scott (Alien, Blade Runner, Gladiator), que había rodado el spot para la marca Maxwell House con la bella Miss Guyana, radicada en Londres. Caine pensó que se trataba de una brasileña y se puso frenéticamente a hacer llamadas para conocerla. Si era necesario, estaba dispuesto a embarcarse inmediatamente en un vuelo a Río de Janeiro. Casi camino del aeropuerto de Heathrow se hizo con su teléfono. La llamó y ésta se negó a quedar con él. "Estaba divorciado, llevaba una vida de crápula y mi reputación era pública en aquellos días", recuerda tras un sorbo de café. Y sigue relatando el lento cortejo con la que es su mujer desde hace 28 años. "Ella vivía en la zona de Fulham con su madre, que me cogía el teléfono y me decía que su hija no podía salir conmigo porque en ese momento se estaba lavando el pelo... Tras varias negativas idénticas, pensé que era la chica con el pelo más limpio de Londres", recuerda con ironía.

Lady Shakira Caine o "mi bella esposa", como la prefiere llamar él, le aportó estabilidad familiar, una hija y serenidad. Hoy, familia es el término que más utiliza en su conversación. "Si sólo me hubiera dedicado a actuar me habría vuelto loco. Tengo una familia que es lo más importante para mí. Viaja siempre conmigo, tenemos una casa fabulosa de la que casi nunca quiero salir. Cultivo mi jardín, intento escribir un thriller, disfruto de la puesta de sol en la mecedora de mi porche y llego a estar tan tirado que ni siquiera me afeito en varios días. Mi utopía es mi casa con mi familia dentro... No me arrepiento de nada, ha sido una buena vida y, ¡qué demonios!, no se ha acabado aún", advierte enérgicamente.

Cuando no viaja y rueda, el protagonista de La huella, El hombre que pudo reinar, Vestida para matar y Hannah y sus hermanas alterna su vida en dos residencias, una mansión en el barrio de Chelsea y una casa de campo en Home Counties, con un jardín en el que ha enterrado a su madre Frances y a su hermanastro David, junto a los que ha manifestado su deseo de ser sepultado. Caine tiene una hija, Dominique, de su primer matrimonio con la actriz Patricia Haines, y una segunda, Natasha Halima, nacida de Shakira. Su conversación retorna inevitablemente a los suyos: "¿Sabe?, usted puede sacar al muchacho de Elephant and Castle, pero nunca podrá arrancar Elephant and Castle de dentro del muchacho. El sur de Londres es un poco como Sicilia, la familia es lo que importa. Y nunca se pierde el sentido de la responsabilidad hacia ella", afirma muy convencido.

La belleza de Shakira y su propio físico son motivo de otra broma: "Mire, hay días en que tengo la sensación de estar casado con el mismísimo retrato de Dorian Gray. Me levanto, me miro al espejo y ahí está ese tipo de cara fofa, gafas y pelo blanco. Miro a Shakira, y nada, ahí está inmutable, como si el tiempo no pasara para ella". Pero al contrario que otras estrellas del género masculino, Caine no piensa rejuvenecer artificialmente su físico: "Voy a cumplir 68 años y no quiero aparentar ni un mes menos. No me pienso teñir el pelo con Grecian 2000 ni operarme la cara para seguir interpretando tipos que se llevan a la chica joven. Ahora me dan buenas películas con interesantes papeles de hombres que se llevan a la madre de la chica. Me parece bien. Le veo ventajas a lo de envejecer, el estrés desaparece por completo, sobre todo el estrés de tener hijas adolescentes, ¡eso sí que es tensión! Ja, ja ja".

Sir Maurice Micklewhite se dispone a afrontar una de las épocas más laboriosas de su vida. Tras conseguir un segundo Oscar por su papel de médico abortista en Las normas de la casa de la sidra (el primero fue en 1987 por Hannah y sus hermanas) y el estreno de Shiner, pronto le veremos como el sádico doctor Royer-Collard de Quills, el consultor de belleza homosexual Victor Melling de Miss Congeniality y en un irónico cameo del remake de Un asesino implacable. "Estoy entrando en lo que denomino mi período australiano", enfatiza pomposa y humorísticamente. A continuación, hace referencia a tres películas, dirigidas por realizadores de las antípodas, que va a rodar: Last Orders, de Fred Schepisi y basada en la novela de Graham Swift, el remake de El americano tranquilo, de Philip Noyce, a partir de la narración de Graham Greene, y James Boswell: The Defence, de Bruce Beresford. "En ellas seré un delincuente veterano, un cínico corresponsal periodístico y un abogado".

Tras 100 películas en 45 años y dos Oscar, el dueño de seis restaurantes ve así las cosas: "Lo lógico sería parar un poco, ahora que estoy envejeciendo, y retirarme a disfrutar más de mi familia. Pero me llegan guiones extraordinarios y ofertas que no puedo rechazar. Y no me refiero al dinero, sino al trabajo que me proponen. Ya no hago las películas por dinero, las hago por amor. Hacer cine es la pasión que me impulsa cada mañana". Al margen de los proyectos mencionados, prestará su voz a la tortuga de plastilina que los autores de Evasión en la granja han ideado para llevar al cine la fábula de Esopo La tortuga y la liebre. Y es que no hay límites para su genio, corroborado por un logro del que se siente especialmente orgulloso, su título de sir. "Provengo de uno de los estratos sociales más bajos en una sociedad en que la rigidez clasista es todavía un hecho. Cuando comencé, nadie en mi barrio podía soñar con ser actor, pero yo luché duramente contra eso. Y alcanzar un título por una carrera interpretativa es sencillamente extraordinario. Un Oscar está bien y te lo dan por un trabajo único. Un título nobiliario es algo que llega tras un escrutinio detallado de tu vida y obra. Lo considero una victoria de mi gente, la clase obrera".

El pasado 16 de noviembre, Isabel II proclamó a Michael Caine sir Maurice Micklewhite en un solemne acto. Tras imponerle la espada en los hombros, la reina le comentó que llevaba ya mucho tiempo en la profesión de actor. "¿Sabe una cosa Majestad?, yo tengo la misma impresión sobre usted", respondió. Caine no puede reprimir la tentación de teñir de ironía incluso el momento más importante de su vida.

Vida, obra y noticias de actualidad sobre el actor, en: http://www.citizencaine.f2s.com/index2.html
www.canoe.ca/JamMoviesArtistsC/caine.html


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