Reportaje

No hay en "La casita del príncipe" una sola foto que recuerde a Marilys, pero ni con la estrategia de sepultar retratos en los cajones consigue Alfonso de Hohenlohe ahuyentar la pena.

Construida hace 20 años a los pies de la Sierra Blanca de Marbella, en el exclusivo parque de Nagüeles, esta antigua cuadra reconvertida en luminosa vivienda con jardín y piscina, "romántica y acogedora", es ahora su refugio de viudo.

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Arriba, durante la celebración de un rally, a los que ha sido aficionado. Abajo, bailando con María Albaicín, y en una capea, en con su amigo Jaime de Mora y Aragón
"En Ronda no podría vivir; me trae demasiados recuerdos", reconoce con ojos tristes el artífice de la Marbella de la jet-set, a quien la prensa alemana ha calificado como "uno de los hombres que mejor ha sabido vivir en Europa". En los años 50 consiguió convencer a las familias europeas más importantes -los Rothschild, los Bismarck, los Matternich-, amigos que huían del avance soviético, para que vinieran a tostarse a la Costa del Sol. Ingeniero agrónomo de carrera, empresario e incansable promotor turístico, desde su centro de operaciones, el hotel Marbella Club, convirtió un pueblo de pescadores de 900 habitantes en el escaparate mundial del glamour. Jeques árabes, princesas destronadas, navieros... Aquel brillo fue apagándose, y hasta el casposo Torrente apatrulla estos días la ciudad.

Casualmente, la fecha fijada para la entrevista coincide con el estreno de la película de Santiago Segura. Le propongo a don Alfonso ir a verla juntos para comentar luego la evolución de su añorada Marbella. Tenemos tiempo (ha tenido la gentileza de alojarme en su casa durante el fin de semana), pero declina amablemente la invitación. "Últimamente apenas hago apariciones públicas", se excusa. No está de humor para estos saraos. Quizá mejor así: con la sobredosis de realismo sucio de Torrente II podría morirse de nostalgia recordando viejos tiempos de gloria. Detesta el mal gusto, la falta de educación y esos carísimos mamotretos de mármol en primera línea de playa que entusiasman a los nuevos ricos de la gil époque.

En 1990 decidió apartarse del ruido de las hormigoneras y de las fiestas de pseudofamosos pretomboleros para retirarse al cortijo rondeño de "Las Monjas" junto a su tercera mujer, la inglesa afincada en Gibraltar Marilys Heynes. Lo restauró expresamente para la boda, ante el horizonte de una vejez tranquila, sin sobresaltos y en armoniosa compañía. Al contrario que sus anteriores esposas (la princesa Ira de Fürstenberg y la actriz Jackie Lane), ella prefería la tranquilidad del campo a las juergas nocturnas. Durante una década el matrimonio vivió feliz en este idílico paraje serrano. "He buscado por todas partes la ciudad soñada y al fin la he encontrado en Ronda", escribió Rainer Maria Rilke. Como el poeta checo, el Gran Gastby marbellí acabó hallando su particular Arcadia andaluza. Rodeado de un lago de truchas, un coto de caza repleto de perdices, una frondosa biblioteca con títulos en varios idiomas y unos viñedos que producen cada año 150.000 botellas de burdeos Príncipe Alfonso, él declaraba sentirse un hombre satisfecho. Hasta que el destino se torció.

El pasado verano le diagnosticaron cáncer de próstata, una enfermedad que lo ha debilitado en la última etapa de su vida (en mayo cumple 77 años), pero que sobrelleva con moderado optimismo gracias a unas "píldoras mágicas que han inventado en el Memorial Hospital de Nueva York" y al batido de frutas y verduras que toma a diario. El 6 de octubre, precisamente en el viaje de vuelta de Estados Unidos, su esposa le dio un primer aviso. Al parecer tomó un tranquilizante durante el vuelo que le provocó una reacción alérgica y la dejó en un estado semiinconsciente. En Barajas la esperaba una UVI móvil, y no despertó hasta el día siguiente.

Cuando apenas se había recuperado del susto, Alfonso recibió la trágica noticia de su fallecimiento. El martes 31 de octubre, tras haber pernoctado en la clínica Incosol de Marbella, donde sigue el tratamiento, la llamó por teléfono al cortijo para desayunar a su lado. Pero Marilys ya había sido encontrada sin vida en su dormitorio de Ronda. "La quería profundamente. Todavía no me lo puedo explicar", se lamenta. Con la mirada ausente desde entonces, quiere creer que la causa de su muerte fue "una pérdida de presión arterial". Y no hay más que hablar. Tras la incineración en Málaga, pasó tres meses fuera de España. El multimillonario y ex playboy Günter Sachs, su mejor amigo, le invitó a pasar el Año Nuevo en Alemania, y en Austria recibió el consuelo de sus primos y de su segundo hijo, Hubertus, fruto de su relación con Ira de Fürstenberg; deportista olímpico y cantante, quiso que su padre asistiera a los últimos campeonatos mundiales de esquí, de cuyo himno es autor. "Mis amigos y mi familia me han dado fuerzas para seguir luchando".

Es mediodía. Isabel, que lleva trabajando 14 años como interna en "La casita del príncipe", sale a recibirnos con entusiasmo. "Pasen, pasen. Don Alfonso les espera en el jardín". Dice que le cuida como si fuera su padre, y a la vista está que se desvive. Durante la sesión de fotos repara en su pelo huracanado y echa mano del cepillo. "A ver cuando vamos a la peluquería. Un señor príncipe tiene que ir arreglado de otra forma", le reprende cariñosamente mientras le peina. Y a continuación añade con mucho aje: "Es que él es un hombre llano, llano..., de lo que no hay". El señor sonríe. Además de hacer las tareas propias de la casa, Isabel filtra las llamadas telefónicas. "No paran los periodistas, pero don Alfonso no quiere ponerse y yo prefiero que le dejen tranquilo. Los de Corazón de primavera han insistido por lo menos diez veces. Ya no sé ni qué decirles". No ha mudado el príncipe su corazón de otoño.

Hohenlohe podría traducirse al andaluz por olé-olé, que así le llamaban en Marbella quienes nunca habían visto tantas haches juntas en una sola palabra. Él siempre ha llevado la broma con humor -"incluso monté un chiringuito con ese nombre"-, aunque recuerda que su apellido "está incluido en el Gotha, entre las 100 familias de raigambre milenaria". Segundo hijo en una familia de seis hermanos (Pimpinela, Christian, José Manuel, Elisabeth y Beatriz), Alfonso nació en Madrid el 28 de mayo de 1924, en un palacete de la calle San Bernardo número 62, y fue apadrinado en el Palacio Real por el Rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia. Su madre, Piedita Iturbe, nieta de un inmigrante bilbaíno que hizo fortuna en México, escribió unas memorias, Érase una vez. En ellas explica el árbol genealógico de su esposo, Maximiliano de Hohenlohe-Langenburg, al que conoció en la embajada de Viena: "Los orígenes familiares se remontan al siglo VI, a los Gaugrafen von Der Tauber, condes de Tauber, en línea ininterrumpida hasta que en el siglo IX toman el nombre actual, cuyo origen está en el castillo de Hohloch, ahora en ruinas, dado por el emperador Conrado a su hermano. Las distintas ramas se fundaron en el castillo, heredado por diferentes varones, Langenburg entre ellos. En lo que ahora es Wüttemberg estaba el principado en el que reinaron como soberanos hasta que Napoleón les quitó sus derechos por no hacer causa común a su política. Cerca de 100 fortalezas constituyen lo que aún se llama Das Hohenloische o País de Hohenlohe".

"Me han llamado cinco veces loco. La primera, por crear un lugar de veraneo al sur de España. La segunda, cuando introduje la Volkswagen en México. La tercera, cuando traje la volvo a españa. Despúés por montar un telesquí en Sierra Nevada y luego por criar burdeos en ronda"

El príncipe Maximiliano era abogado de carrera y terrateniente. En Checoslovaquia heredó el castillo Roten House (Casa roja), donde su hijo Alfonso pasó parte de su infancia y perpetró más de una travesura. "Recuerdo que desde la ventana del castillo se veía el lago lleno de carpas. Cogí un rifle del 22 y empecé a pegar tiros. El sol me cegaba los ojos, y no advertí que las balas rebotaban en dirección a mi padre hasta que le vi correr. Casi le mato. Aquella fue una de las pocas veces que me regañó".

Gracias a los continuos cambios de residencia y a una educación cosmopolita -tuvo dos institutrices austriacas y una irlandesa, la misma que educó a don Juan, el padre del Rey-, desde pequeño habla cuatro idiomas: alemán, español, francés e inglés. Las materias que más le gustaban eran la geografía y el dibujo. Su padre, un fanático de los automóviles ("tuvo el primer Hispanosuiza"), recompensaba sus buenas notas con viajes por Europa. El deporte tampoco se descuidaba: como profesor de tenis tuvo a un campeón del mundo checoslovaco. De su madre, que asistió a la coronación del último zar de Rusia y heredó una fortuna en México, recibió una educación "católica, estricta y cariñosa". En la residencia veraniega "El Quexijal", cerca de El Escorial, se empeñó en que sus hijos aprendiera a pintar.

Don Alfonso nos recibe con un pincel en la mano, ensimismado ante un cuadro. La pintura como terapia. Está plagiándose a sí mismo: en el lienzo original se observa la majestuosa Sierra Blanca y un arca de Noé de donde sólo salen perros y más perros que corretean por la playa. "Se subastó el año pasado en 500.000 pesetas", explica a sabiendas de que sobrevaloraron su obra. "Me lo encargaron para una asociación de perros abandonados; a mi hermana le gustó y me pidió una copia". Viste, con despreocupado desaliño, unos pantalones vaqueros, polo negro de cuello alto y zapatos náuticos. Luce una oronda barriga de bon vivant, un bronceado a tono con sus gafas de montura dorada y un recortado bigote. Le comento que me recuerda a Rainiero de Mónaco. "Es amigo mío, estudiamos juntos en Le Rosey", dice mientras hace carantoñas a Pastor, un perro labrador que refleja en sus ojos la mirada apesadumbrada del amo.

De su cuello cuelgan cuatro medallas: "La del Perpetuo Socorro que me regaló mi madre; la de la Virgen de Guadalupe, recuerdo de México; la del Sagrado Corazón, que me salvó de un accidente de avión donde murieron 90 personas, y la del recién beatificado Padre Pío, a quien visité cuando se llamaba Giovanni Rotundo para ver si podía solucionar mi divorcio con Ira de Fürstenberg". ¿Y las dos cruces? "Ésta de oro me la regaló Marilys, y el quitapenas de lapislázuli, la mujer de Gunter Sachs". La fe le ayuda a superar el trance: "Cada noche rezo dos padrenuestros".

Más de 2.000 árboles perfuman su improvisado taller, asentado en una antigua era de trigo. "Hace 20 años, este terreno era un cerro pelado de 18.000 metros cuadrados. Estaba situado junto al basurero de Marbella y a nadie se le ocurrió comprarlo por los malos olores. Pero yo sabía que algún día el basurero desaparecería. Y así fue. Así que le compré la cuadra al cabrero. Construí esta terracería y planté acacias, cipreses, ficus, papayas, mangos, palmeras, limas de California... Siempre he tenido visión de futuro". Le pregunto si se siente más empresario que príncipe. Tras un pequeño balbuceo, recurre a una frase impactante que parece ensayada:
-En mi vida me han llamado cinco veces loco.

-¿Y eso?
-La primera, por crear un lugar de veraneo en el punto más al sur de España en 1947, cuando todo el mundo iba a San Sebastián o Biarritz. La segunda, en el 54, cuando introduje la Volkswagen en México, un país colonizado por los coches yanquis. ¡Y pensar que hoy se fabrican allí un millón de escarabajos! En los 60 volvieron a reírse de mí cuando traje la Volvo a España, algo descabellado, porque no había arreglos comerciales con Suecia. Después monté el primer telesquí en Sierra Nevada, cuando nadie sabía esquiar. Ya en los 90 empecé a criar burdeos en mi finca de Ronda. El marqués de Griñón examinó mis tierras, las analizamos en Francia y al poco tiempo me traje de allí 100.000 cepas. Ahora fabrico un caldo a lo Chateaux Cheval Blanc que ha ganado tres premios.

"He invertido 1.000 millones en una urbanización en Sanlúcar. El proyecto ha estado parado durante diez años por culpa de los ecologistas. No los puedo ni ver. ¡Van contra el progreso! no me canso de decir que en europa hay un turismo de gente que busca el contacto con la naturaleza"

-¿Le queda algo por hacer?
-Bueno... Se me olvidaba una última locura: he invertido 1.000 millones para crear una urbanización en Sanlúcar de Barrameda, con 1.070 viviendas, dos hoteles, campos de golf de 18 hoyos y pistas de tenis. El proyecto ha estado paralizado durante diez años por culpa de los ecologistas. No los puedo ni ver, ¡van contra el progreso! Como el complejo está situado cerca del parque de Doñana decían que molestaría a los linces. Tonterías. Sólo era cuestión de dejar pasar el tiempo. Al final, el ayuntamiento ha aprobado la construcción porque el 90% de los habitantes estaba a favor. A la larga, el pueblo tiene más peso que la política. Será un éxito, seguro. No me canso de decir que en Europa existe un turismo de gente culta y con nivel que busca el contacto con la naturaleza. ¿Sabes que será 70 veces más grande que el Marbella Club?".

A diferencia de Javier Bardem en Huevos de oro, el príncipe Hohenlohe no levanta castillos en el aire. Ni sueña con rascacielos. ¿De dónde sacaría los 1.000 millones para construir en Sanlúcar? "Yo era administrador en España de los concesionarios Volvo y vendí las acciones. La gente me decía: coge el dinero y dedícate a vivir. Pero ya ves...".

Es hora de comer. Vamos en su BMW ocho cilindros ("uno de los cien coches que he tenido, desde un 600 a un Rolls") a probar el pescaíto frito en la costa. Le espera su amigo Luis Cuevas, al que hace 30 años le encargó la dirección de la discoteca del Marbella Club. Un millonario árabe le da el pésame. De repente, el príncipe señala al mar. "¡Mi barcoooo!", y suelta una carcajada. "Es un barquito para turistas. El otro día, por primera vez en mi vida, pagué 1.000 pesetas por montar en él. Buscaba inspiración para mi cuadro". De vuelta a casa, parado en un semáforo, un joven le saluda desde un coche: "Usted es el príncipe Hohenlohe, ¿no? Sólo le había visto en la tele, pero encantado de conocerle". "Gracias", responde él. La enfermedad exige reposo, y a la vuelta se echa una siesta de cuatro a seis. Al levantarse lee el Herald Tribune. "Es mi biblia, me da una visión global del mundo", y decide reanudar la entrevista.

-¿Se considera un vividor?
-Sí, he vivido en castillos, en palacios venecianos y en los mejores hoteles del mundo. Me he mirado en los ojos de las mujeres más bellas y he sido amigo de Onassis. Pero he trabajado toda mi vida: siempre tuve visión de futuro. Lo que más me duele a estas alturas es que no me reconozcan con la medalla del Mérito al Trabajo. Gracias a mi iniciativa, sólo en la "milla de oro" de Marbella han acabado creándose 60.000 empleos directos e indirectos.

Vayamos a la génesis. El hotel Marbella Club, la "gallina clueca" que produjo la expansión de la ciudad, fue su primera locura. La primera semilla. Con motivo de la Primera Guerra Mundial, la reforma agraria mexicana y la Guerra Civil española, su aristocrática familia fue perdiendo posesiones. Su tío Ricardo Soriano fue el primero en vender su casa en Biarritz para instalarse en Marbella. Cuando construyó El Rodeo (los primeros bungalows de la zona) y pidió una línea eléctrica, a él también le llamaron loco. Como los veranos en "El Quexijal" eran heladores, Soriano telefoneó a Max de Hohenlohe y le dijo: "Con lo que os gastáis en carbón os podéis hacer una casa en la costa".

En 1947, con 23 años, don Alfonso compró por 150.000 pesetas una finca infectada de filoxera, "La Margarita", donde plantó un vergel y construyó su primera casa. Con las visitas de sus amigos europeos se quedó pequeña, así que pidió un préstamo y construyó el Marbella Club, un hotel de 16 habitaciones. Frente a las grises colmenas de Torremolinos, levantó casitas blancas con frondosas palmeras. El paraíso soñado. "Cuando estudiaba en EEUU, gente como Bob Hope o Howard Hughes me invitaban a sus mansiones. ¡Eran fieles al estilo colonial andaluz!".

-¿Y cómo consiguió entrar en Hollywood?
-Mi amigo David Fairbanks jr., al que conocí cuando estudiaba en Los Ángeles, me presentó a las estrellas de la época: desde John Wayne a Gary Cooper. Además, Cholly Knickerbocker, una influyente cronista de sociedad de Nueva York, publicó una lista de los solteros de oro: Rainiero de Mónaco, Gianni Agnelli, Ali Khan..., y yo.

En 1955 se casó en Venecia con la princesa Ira de Fürstenberg, una Agnelli que le dio dos hijos: Cristopher (de profesión sus tierras) y Hubertus (el esquiador cantante). Ella tenía 16 años y él 30. La fastuosa boda duró 16 días. Y el matrimonio, apenas cinco años. Ira se fugó con el playboy brasileño Pignatari. "México era una ciudad muy dura para una chica tan joven, y yo trabajaba muchísimo en la Volkswagen". Después llegaron los romances con Ava Gardner y Kim Novak, con la que estuvo a punto de pisar el altar. En 1970, cuando Marbella ya era parada obligatoria de la jet-set, junto a Palm Beach, Gstaad o St. Moritz, y Hohenlohe el perfecto anfitrión de jeques árabes, políticos y navieros, se casó en Las Vegas por lo civil con la actriz Jackie Lane. Fruto de aquel breve matrimonio es su hija Arriana Teresa, que se casará en Marbella el próximo junio con un financiero estadounidense. Tras divorciarse de Jackie, el príncipe tuvo otra hija, Desirée, con la modelo suiza Heidi Balzar.

Es domingo. Don Alfonso decide ir a comer a El Pescador, un viejo y humilde restaurante que resiste, heroico, a la especulación inmobiliaria de la gil époque. Mientras repaso la carta, él mira una foto colgada en la pared donde aparece sonriente con Marilys, "mi amor más completo y maduro". Por unos segundos se ausenta de este mundo. Ya en casa, tras la siesta, quiere rematar la entrevista. En su dormitorio. Está metido en la cama con una especie de camisón-chilaba, atento al Campeonato del Mundo de Fórmula 1 de Brasil que retransmiten por la tele. Sobre el sofá hay un cojín con una frase bordada: "El dinero no lo es todo, pero es seguro que te pone en contacto con tus hijos". Me dice que es cierto y se levanta a orinar. Y entonces pienso que el señor príncipe es llano, llano. De lo que no hay.


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