Reportaje

Es uno de los italianos más ricos de su país, pero ante todo, es un hombre hecho a sí mismo.

E l avión que nos lleva a Las Palmas aterriza al grito de "¡viva la Virgen del Pino!", alzado sobre un mar de aplausos al capitán de la nave. Pino, Pinito, Pinito del Oro, ¿cómo he de llamarla?, le pregunto. "A mí me llaman Pinito". Mayormente. La mujer que supo volar. La más grande del trapecio: trapecio de equilibrio a vuelo. Gloria de España. Viajada a América, contratada por siete años en el circo de los circos, Ringling Bross. Premio Internacional en 1960: el oscar al trapecio. Sin red. "Yo volaba sobre el público". Regresaba a España, y multitudes la esperaban en el aeropuerto, éste de Gran Canaria, su isla de adopción. Se puede ver en su pisito-museo, avenida de Escaleritas, parte alta de la ciudad, azotea humilde de noblezas ajardinadas. Museo de fotografías coloreadas, portadas de revistas, a toda página en el New York Times; en estuches de long plays, cartelones: el ángel español. "A mí me nombran". La nombran mucho en Internet: cientos de referencias ("¡Que te vas a caer, a ver si te crees Pinito del Oro!"), sinónimo de destreza en las alturas. "Fui un mito".

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1. Una fotografía actual de Pinito del Oro, a sus 70 años, tomada en su casa de Gran Canaria. 2. Junto a Yul Brynner en la película "El mayor espectáculo del mundo" (1952). 3. La trapecista, a la izquierda del escritor Ernest Hemingway.
Le acaban de abrir el pie para erguirle los dedos, encorvados de tanto puntear en el trapecio, de 12 a 30 metros sobre el suelo. Le abrieron también las manos: tres veces rotas, dos veces rompió el cráneo, contusiones cerebrales. En el 48, 58 y 68. Años desgraciados. Caídas casi mortales. "Si tienes miedo no subes ahí arriba". Se retiró como un torero: Mary Sampere le cortó la coleta en Madrid, el circo Price lleno de artistas, año 70. Fin. Pero ella sigue siendo trapecista en sueños, y sueña que es joven subida al trapecio, y eso le rejuvenece. Volar, el sueño absoluto del hombre. "Nunca lo he pensado así. Sí, me veía por encima del público, volaba, pero no era superior. Sueño casi todas las noches con el trapecio, voy a trabajar y me falta una cuerda, o se rompe la escalera, o llueve torrencialmente, o...". Trapecista como torero. "Ellos también sueñan que el toro lleva dos puñales grandes o que resbalan. Es la consecuencia del peligro". Pero no siente angustia, no, lo que se siente es más joven. Su corazón, duro como la esmeralda, también sigue arriba. Dos pájaros colgados.

Cuando no sueña, escribe (novelas), y cuenta. Cuenta que nació en el circo de su padre. Cristina María del Pino Segura, 1930. "Soy canaria por la guerra. Mi madre normalmente iba a parir al pueblo, a Albaladejo (Ciudad Real), pero ya había rumores de contienda". En las islas no había tiros ni otros circos. La menor de los siete hijos que le quedaban a la madre, que tuvo 19. Artistas todos, así que su madre, a la pequeña, la encerró en la burbuja de sus cariños: "Ésta que no sea artista. Esta última me la reservas para mí", al padre. La quería partera, como aquellas mujeres que tanto dolor le quitaran: 19 milagros. "Había sufrido mucho con las caídas de sus hijos, a mí me crió a su manera. No iba con los otros niños, me tenían apartada, hasta que un día mi padre me llevó: `A ver tú, vamos a probar qué puedes hacer'. Me desmayé. Y mi padre: `Venga, Atilana, haz lo que quieras con ella, métela a modista'. Pero a eso de los diez años, ya estaba yo desarrollando, insistió: `¡A ver tú, antes de que críes más culo, vamos a saltar!'. Entonces me puso en el alambre, que era lo que hacían las niñas, con la sombrillita. A mí no me gustaba, porque tenía miedo al público, me daba vergüenza: tenía complejo de pequeñita. Mi hermana, la más vieja de todas, hacía el trapecio".

"Franco iba a los toros y al fÚtbol, pero no al circo: no le gustaba...VenÍa SolÍs, eso sÍ, como ministro. No voy a decir que era un asesino, como ahora dicen en esos libros del colegio, pero era una España oscura, con aquella iglesia dominante y beatas que venÍan a verme escandalizadas" y

Sucedió entonces que, viajando la troupe Segura desde Cádiz a la feria de Sevilla, cayeron en el camino unas gotitas, nada, y el camión que vuelca. Murió la hermana, Esther. Y su padre, que no creía en Cristina, pero sí en el espíritu de los muertos, la colocó en el trapecio: "Por mala que seas no serás peor que en el alambre", le dijo. Su madre no llegó a verla. La noche que debutó, cuando la niña Cristina llegó a la casa en Guanarteme (barrio de Las Palmas), le había dado a la madre un acceso de glucosa en la sangre. Murió ella y nació Pinito del Oro: las dunas de Guanarteme, de arena dorada como el sol, le dieron el nombre: su padre era un poeta, o un visionario. "Yo, en cambio, ya no creo en nada, he llamado tantas veces a los espíritus y nunca he visto aparecer a ninguno, ni a nadie que me diera un consejo, que soy agnóstica total. Quisiera creer en la reencarnación, como creía mi padre, porque es garantía de un futuro". Lo cierto es que llegaría lejos, lo más lejos posible tal vez. "Perdona la inmodestia, pero fui única en mi género. Los críticos decían que rompía la ley de la gravedad, porque me salía del trapecio. Ahí puedes verlo, en aquel dibujo, ven. (Se levanta cada vez, me lleva, señalando sin puntero las paredes del museíto). Volaba". Bajo la cama de su hijo guarda el trapecio alado de la hermana Esther.

Y los hermanos varones, que no la creían. Se burlaban de ella, la Shirley Temple, que por entonces empezaban a llamarla. "Los muchachos del circo son muy brutos, no son cariñosos. Mis hermanos hacían varios números, quitaban el circo, y luego lo volvían a montar, y no había máquinas hidráulicas, se hacía todo a mano y, claro, andaban excitados y chillaban, `tú vente pa'cá. A mí me tenían por la tonta, la pazguata. Cuando empecé a triunfar no se lo creyeron, no me valoraban". Porque entonces vino lo de Nueva York. "Fue unas Navidades en Valencia, con el circo de los hermanos Díaz. El Ringling tenía un representante para Europa, y allí me vio, y me quiso contratar. Pero era menor de edad, con 18 años de entonces". Para irse a América se ennovió y se casó y enseñó a su marido el oficio de ponerse debajo, o sea, aguantarle la escalera al trapecio. "Primero fue a disgusto de mis padres y luego a disgusto mío, así que me divorcié". Dos hijos y 20 años casada.

Pinito se ha levantado a las ocho de la mañana para arreglarse y recibirnos a las once en punto. Hay que decir que está muy bien maquillada. Tiene ojos de fondo alegre. Ella es guapa, de belleza antigua y talante joven aún. "Mi compañero tiene 20 años menos que yo. Le dejo las puertas abiertas", por si encuentra otra más tierna que le convenga. Llevan 28 años juntos, "y estamos muy bien. Me quiere mucho y mis hijos lo quieren; mi nieta le llama tío: hasta mi ex marido dice que es como un hermano para él". El ángel de las alturas juega al bingo, las tardes de sábado, y también sale de copas.

América. Siete años en el circo de los circos. La contrata Cecil B. de Mille, Hollywood, para una película sobre el circo. Cuando regresa a España, estrella, gloria nacional, multitudes la reciben. Pero ella se retira, a sus camerinos. Vive en la carretera. "Yo no alternaba, aunque Chicote le haya dado mi nombre a uno de sus cócteles". Sólo en las fotografías sale con otras estrellas. Regresa a la España de Franco. "Dejé una España en blanco y negro y por primera vez vi una lavadora, un paquete de kleenex, unos tampax. También llegué allí muy orgullosa de la cultura de mi país, que si Goya, que si Cervantes. Hasta que un señor me dijo: `¡Pero si solamente en Nueva York hay más cuartos de baño que en toda Europa!'. Me dejó callada. Yo soy proamericana". Regresa: "Seguía siendo la España enlutada, oscura y supersticiosa que siempre ha sido". La colocan entre los intocables de Franco: fútbol, fandango y feria. "Franco iba a los toros, y al fútbol, pero no al circo: no le gustaba. Y mira que yo hice nombre para España, pero nunca me dieron el lazo de Isabel la Católica. Venía a verme Solís, eso sí , como ministro" (foto sobre la viga de la salita). "No voy a decir que era un asesino, como ahora dicen en esos libros del colegio, pero era una España oscura, con aquella Iglesia dominante y aquellas beatas, que venían a verme escandalizadas". Horrorizadas porque el maillot de Pinito llegara de América recortado de más, enseñando las nalgas y el entresijo. "Así que en ABC me censuraron: me sombrearon el escote y me pusieron dos sellos en las ingles. España estaría muy bien sin los españoles, sin sus atavismos; y la culpa de todo la tiene la Iglesia".

Tiene una barra fija encastrada en el arco de la puerta. Pero ya no se cuelga: no tiene ganas. "Al principio me colgaba, cuando me caí y regresé aquí. Para no criar mucha barriga y tal. Pero ya no: me duele mucho". Ni se cuelga ni nada ni camina ni hace ejercicio. "Para qué, yo estoy bien, estupenda". Tres caídas mortales. Está viva de milagro. En Huelva, en Suecia, en Laredo. Se retiraba y volvía, como los toreros. ¿Miedo? "Nooooo. No se puede tenerlo arriba, si tuvieras miedo no podrías trabajar. Habrá días que te entre cierta cosa o que no estés bien o que el público sea más duro. Pero ¿miedo?, en él no se piensa, imposible". Tal vez se cayera, como los toreros, por no estar al cien por cien. "Había pasado ocho años aquí, retirada del circo, y volví, hice toda la temporada estupendamente, y ya en Laredo volé más de la cuenta. El público entusiasmado, gritando `Viva la madre que te parió'. Me envalentoné. Fíjate tú que en el vuelo alante, que es el más difícil, toqué con las manos el telón". ¿El techo? "El techo, claro, mi trapecio estaba colgado de la cúpula, como esta foto, mira... (desaparece su voz en el pasillo)". Vuelve. ¿Qué se piensa cuando uno se está cayendo del trapecio? "No se piensa, el cerebro se bloquea, no te das cuenta, pierdes la noción, si no el golpe o el dolor te mataría. Automáticamente pones las manos delante de la cara. Yo no me acuerdo, mis hermanos me lo contaron". Está viva de milagro. "La peor caída fue la primera, me fracturé el cráneo, tuve derrame cerebral, ocho días en coma. Me salvé por lo jovencita que era, tenía 17 años, ya me querían hacer la trepanación. Las manos me las he roto tres veces. De ésta me quitaron el escafoides, en esta otra me quieren meter no sé qué". Se las toca, parecen muertas, contraídas como un manojo de bailarinas. Y volvía, con mucho valor o Dios sabe qué: "Porque se es artista".

Cuenta y escribe. Cristina Segura que no fue al colegio: "Nací en un circo". Cuando éste paraba, la madre la llevaba a la escuela del pueblo, que era la habitación de una solterona, "y allí me metía a cambio de unas entradas. Me enseñaron las primeras letras". Le leía a su madre, dentro siempre de las faldas de su madre. Y la madre, que era castellana, la corregía. Aprendió a amar la lectura. "Tengo ahí novelas de Tolstoi, Dostoievski, de una peseta y de 1,25. Escribía mis cuentecitos, poesías, cartas de amor: se me daba la escritura. Y ahora, por las tardes, después de la siesta me estoy hasta las ocho escribiendo, me gusta, me relajo". Hija del circo. Cuenta de su padre que iba para médico. "Mi padre era un hombre culto, no de circo. Tenía un almacén de salazón, en Alcoy. Le pagaba la carrera un tío, pero este tío se murió y vino otro tío, y le puso de condición que fuera sacerdote. Pero a mi padre le gustaban mucho las mujeres y la vida bohemia". Que una noche huyó de casa y lo primero que se cruzó en el camino fue un titiritero. Aprendió su oficio y así hasta montar compañía propia, a base de hijos. La casa de la cultura de Albaladejo se llama Pinito del Oro.

Antes ya de bajar del trapecio, antes ya escribía. Cuentos de circo, novelas de otras cosas y así hasta cinco libros publicados. "Cuando tenía tanto éxito, les decía a los periodistas que me gustaba escribir. La editorial Reus, en Madrid, me publicó los primeros cuentos. Pero ahora los he ampliado: Cuentos y leyendas". Le publicaban, ya no. ¿Por ser famosa o por su literatura? "Yo creo que está bien lo que escribo. Mando muchos artículos al periódico de aquí, a La Provincia. Por mi cara bonita no me iban a publicar". Hay a quien sí. Acaba de terminar una historia que se llama Soliloquio de una joven muerta. Pinito sabe de muertes. Apenas le queda familia, de tanta que tuvo. El trapecio alado de la hermana Esther duerme bajo la cama de su hijo. El trapecio de equilibrio a vuelo duerme con Pinito, que lo sueña. Nadie lo despierta. Nadie se sube a él, a nadie pasó el testigo. "A quién. Hace falta mucha afición, y los que salen, sufren las comparaciones". Con Pinito, claro. "Ya nada es lo mismo. El circo tampoco, y no es que no haya grandes artistas y buenos circos, pero la juventud no tiene interés por nada. Vas a la playa y hay 70 tíos tirados al sol sin un libro, y 40 mujeres hablando de la comidita, chiquiiiillo". Sus hijos son inmobiliarios. Si volviera a nacer, volvería a ser revolucionaria del circo. Pinito busca editor para su biografía. "No me importaría repetir mi vida".


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