¡Qué bello es vivir!

Cuando se cumplen los 50 años de su estreno , ¡Qué bello es vivir! se ha situado entre las películas más populares de todos los tiempos, convirtiéndose en el título navideño por excelencia. Incluso Humphrey Bogart, el tipo más duro del cine americano, tenía su propia copia del filme en casa y lo veía cada mes de diciembre en compañía de familiares y amigos.


La influencia del mensaje de esperanza de la cinta de Frank Capra es enorme. En 1987, por ejemplo, un juez de Florida (EEUU) impuso la obligación de ver la película, como parte de la condena, a un hombre que había matado a su esposa enferma, tratando de suicidarse él después. El magistrado explicó que quería mostrarle al reo el valor de la vida.

En el momento de su estreno, sin embargo, el público no reaccionó tan bien. Fue el 7 de enero de 1947, recién acabada la Segunda Guerra Mundial. Los que antes del conflicto habían adorado el toque sentimental de Capra, lo consideraron pasado de moda y prefirieron el realismo duro de Los mejores años de nuestra vida, en la que William Wyler mostraba las trabas de los veteranos para reincorporarse a la vida civil.

Capra y Wyler habían combatido en la guerra y eran socios en Liberty Films, la productora de ¡Qué bello es vivir! La película, que se preestrenó en el mes de diciembre, para poder optar a los Oscar de ese año, no logró ninguno -frente a los ocho que obtuvo Los mejores años de nuestra vida- y sus pérdidas en taquilla fueron superiores al medio millón de dólares de la época. La carrera del director ítalo-americano -Capra nació en Sicilia- no se repuso del golpe. Durante la contienda había hecho cine de propaganda, pero éste era su primer trabajo de ficción desde Arsénico por compasión, rodada en 1941 aunque estrenada tres años después, en 1944. Sus días de gloria, en los años 30, cuando ganó tres Oscar como director y salvó a la Columbia de la ruina, habían pasado.

El famoso toque Capra ya no conectaba con un público que había perdido su inocencia en los difíciles años de la guerra. Al hablar del cine de Capra, se resalta siempre su idealismo y su candidez política. No obstante, buena parte del éxito de sus películas radicaba en su dominio del oficio, su gran habilidad narrativa y su maestría en la dirección de actores.


La influencia de su mensaje es enorme. En 1987, un juez de Florida impuso la obligación de ver la película, como parte de la condena, a un hombre que había matado a su esposa enferma y después había intentado suicidarse

En ¡Qué bello es vivir! reunió a su troupe habitual de intérpretes, encabezados por James Stewart, que ya había hecho con él Vive como quieras (1938) y Caballero sin espada (1939). El actor había ganado un Oscar por Historias de Filadelfia (1940), de George Cukor, pero se alistó como piloto al estallar la contienda y llevaba cuatro años sin trabajar.

Actor recuperado. La experiencia bélica influyó tanto en Stewart que al licenciarse no tenía ánimos para volver a Hollywood y pensó en retirarse para trabajar en la ferretería de su padre. "Frank (Capra) salvó mi carrera", reconoció después él mismo. Fue esencial, también, el apoyo que tuvo del veterano Lionel Barrymore -tío abuelo de Drew- que encarna en el filme al malvado señor Potter.

¡Qué bello es vivir!, con su mezcla de drama y comedia, reveló al público a un nuevo James Stewart, con un lado oscuro impensable hasta entonces en él. Su imagen en la pantalla dio un giro y directores como Alfred Hitchcock y Anthony Mann -precursor de los westerns psicológicos- explotaron esa nueva y turbia faceta del otrora chico bueno de la pantalla.

El papel que más le costó cubrir a Capra fue el de la esposa que recayó en Donna Reed, tras rechazarlo Jean Arthur, Ginger Rogers, Olivia de Havilland y otras estrellas. Por cierto, parece probable que Epi y Blas de Barrio Sésamo, el programa infantil más popular que ha existido en televisión, estén inspirados en los personajes del taxista y el policía de la película.

La historia original de ¡Qué bello es vivir!, filme que recapitula todos los temas del cine de Capra, que la consideró siempre su mejor película, nació de un modo insólito. Lo escribió Philip van Doren Stern en 1939 y como no encontró editor, se lo envió en 1943 a sus amigos, junto a una tarjeta navideña. El estudio RKO compró los derechos para Cary Grant pero acabó vendiéndoselos a Capra y su Liberty Films.

El filme fue un fracaso. Su productora quebró y fue absorbida por la Paramount que olvidó renovar los derechos de autor de la película que pasó al dominio público en 1974. O sea, que no hay que pagar por emitirla. Eso ha provocado que las televisiones del mundo la programen cada Navidad y ha sido, paradójicamente, la pequeña pantalla la que ha hecho de ¡Qué bello es vivir! el clásico del cine que es hoy.

La película en escenas



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