Cristóbal Halffter

Cristóbal Halffter

NO MERECE LA PENA DECIR NADA DE CRISTÓBAL HALFFTER porque todo lo que importa lo dice él. Merece la pena escucharlo, que para eso es compositor de música contemporánea: rebelde aún, vanguardista, cargado de esperanza. Y sobre todo merece la pena su quijotismo, tan culto el músico, erguido en cruzada personal contra la vulgaridad.

Pregunta.-¿Qué son aquellos gigantes de brazos largos que por doquier se aparecen?

Respuesta.-Los molinos de viento en El Quijote representan el poder, la fuerza. Son los gigantes, o sea los necios; y los tuertos y los enanos en el sentido figurado: gentes marginadas voluntariamente porque no quieren darse cuenta de la dignidad inherente al ser humano.

P.-¿Ambos se identifican?

R.-Indudablemente, el poderoso siempre oculta su debilidad, porque pretende no ser como los demás. No merece la pena perder el tiempo describiendo la sobriedad de su camerino en el Auditorio Nacional, donde ensaya. Es un cuarto largo y estrecho de acústica imperfecta que lastima el oído del maestro: "Mejor siéntate aquí, porque hay un eco terrible en esta sala". Y te coloca, como a un violín, formando nuestras voces un triángulo escaleno con vértice en la grabadora. Mago o sabio el músico, porque sólo a partir de entonces la cinta registró la conversación. "¿Sabes lo que más le interesa a un español cuando busca piso?", me pregunta.

P.-Pues no.

R.-Quiere saber si el portal tiene tresillo junto al ascensor, aunque nunca se siente en él porque el portero no deja. A nadie se le ocurre reparar en la acústica de la vivienda: ¿tiene la casa al menos una habitación con acústica agradable donde se pueda hablar, comunicarse, sin molestar al vecino?

P.-Señor Halffter, ¿el espíritu que le anima a rescatar El Quijote es una especie de cruzada contra la vulgaridad?

R.-Es un grito contra la vulgaridad y en defensa del libro. El libro es el enfrentamiento personal con la cultura universal. Se lee en la intimidad, con el libro entre las manos, anotando por encima. Si esto se pierde, cambiaremos de cultura. A mí me parece imposible leer a Aristóteles en una pantalla, o leer una partitura (y me enseña un facsímil de su Quijote: "aquí hay mucha artesanía, y eso nunca se puede transmitir a través de una pantalla").

P.-¿Y qué cultura surgirá si nos faltan los libros?, ¿ésa de los modelos?

R.-Sí, ya estamos ahí. La aldea global tiene cosas muy buenas, como curar una enfermedad antes incurable en Afganistán, pero hay que dejar opción a apartarse del rebaño.

P.-Ofrece esa cultura un espejismo de unicidad...

R.-La gente se cree única por sus vaqueros, y son millones los que usan idéntico modelo. Es un juego peligroso.

P.-Creo que llevaba usted cerca de 30 años buscando el libreto oportuno para esta obra.

R.-Le conté mi idea a Andrés Amorós y él ha ido buscando los textos adecuados, que no son sólo de Cervantes, también son de él y míos, y hay citas de toda la literatura. Es una visión muy personal.

P.-Hay en ese libreto un momento en que don Quijote se vuelve hacia Cervantes y le pide explicaciones: ¿por qué me has creado...

R.- ...si todo en mi vida han sido derrotas y fracasos? Y Cervantes le dice que él no es un ser humano sino un mito, que no nace por ley de naturaleza, sino en la mente de los seres humanos que luchan por desfacer entuertos y traer la justicia a este mundo. Le dice además que su misión es velar para que ni gigantes ni corderos ni caudillos nos prohíban leer, pensar, sentir, ser distintos, elegir el camino y apartarse del rebaño. Y esto es cada vez más difícil: consumimos lo que nos mandan.

P.-Esa posibilidad de tener razón y perder, que es en suma la hazaña del Quijote, ¿es en cierto modo un alegato contra la cultura del triunfo y el éxito rampante?

R.-Indudablemente. El juicio de Nuremberg es el proceso de los vencedores sobre los vencidos, y tan poca razón tenían unos como otros: se practicó la violenta justicia del ganador. Los que juzgaron venían de tirar la bomba de Hiroshima, tan salvaje como la aniquilación de los judíos. La justicia no nace de la victoria: se puede estar derrotado y tener razón. Véanse personajes como Jesucristo, Gandhi, Martin Luter-King, el Quijote...

P.-¿Por qué se malinterpretó durante tanto tiempo a don Quijote como un personaje bufo, en lugar del trasunto de su autor, a disgusto con el mundo? R-Porque la obra tuvo un éxito inmediato como pieza de mucho humor, los tercios de Flandes llevaban El Quijote en sus mochilas. Así pues se vulgarizó y no se supo ver lo que había detrás, hasta el siglo XIX. Y fueron los ingleses, ya en el siglo XVIII, quienes lo hicieron ver. Luego ya vinieron las visiones de Américo Castro, de Ortega, de Unamuno, incitando a buscar la tumba de don Quijote, y esta última de Francisco Rico: todas ellas profundizaron en el relato que no son las aventuras de un pobre loco, sino la extorsión de la sociedad española a principios del XVII.

P.-Y con todo se sigue estudiando mal.

R.-Muy mal, porque además a los niños de ahora no les hace gracia. Convendría situarlos en la época y explicarles ciertas cosas.

P.-Halffter, se ha metido usted en un buen lío: Don Quijote, el Teatro Real, el siglo XXI... ¿sólo así encuentra el artista su razón de ser: frente a la comodidad?

R.-Yo creo que sí. Hemos olvidado lo que el arte ha representado en nuestra cultura: deberíamos recordar. Por ejemplo, en torno a 200 kilómetros de París, en un plazo de 80 años, plena Edad Media, se están construyendo ocho catedrales góticas, en lugares con poblaciones mínimas, como Chartres, ¿de dónde sacaban tanta mano de obra? Y los artesanos, ¿cómo se transmitían los conocimientos? Era gente que tenía muy pocos datos pero poseían un conocimiento de la naturaleza y una sensibilidad superiores: tal vez así suplieran las carencias materiales. Eran pobres con una gran riqueza espiritual. Ahora hay muchas más personas que no pasan hambre, pero espiritualmente son pequeñísimas. ¿Por qué no hacemos compatibles las dos cosas?

P.-Hay una impresión general de vuelta a la espiritualidad, que por ejemplo en la música es bastante evidente.

R.-Sí, yo también lo creo.

P.-Incluso parece una búsqueda desesperada.

R.-Creo que sí, yo estoy muy esperanzado. Hay algo muy curioso, que es lo que está sucediendo con El camino de Santiago: es impresionante, desde mi casa de Villafranca se ven riadas de peregrinos. Algunos van por turismo o lo que sea, pero muchos lo hacen con sentido espiritual, y dicen que pisar la tierra durante ese tiempo les cambia la vida: ver cómo amanece, cómo está la Luna, si llueve, y sentir que eso se ha hecho durante muchos siglos...

P.-Muchos no sabrán lo que buscan, pero ¿no cree que lo importante es ir buscando?

R.-Sí, y lo que me da pena es que lleguen a Santiago. Lo ideal es que siempre estuvieran en el camino, que nunca llegasen: ésa es la utopía.

P.-Volviendo a la utopía de la música, sostiene usted que si la gente pudiera escuchar música adecuadamente no habría guerras, ¿me lo explica?

R.-Escuchando la música con la sensibilidad abierta (no como en la Alemania nazi: esto es lo mejor, Wagner, nacionalismo), cualquier tipo de manifestación acústica sensible nos hace cambiar, y cuanto más compleja mejor.

"Hay que volver al despotismo ilustrado, donde un conocedor opina según su conocimiento, no según lo que el partido indica"

P.-¿Cuáles serían las manifestaciones acústicas sensibles, para entendernos?

R.-Tenemos una cultura visual y una acústica, y esta cultura acústica ha de educarse para hacerla sensible. Continuamente estamos sometidos a una ruptura acústica: cuando llegas a un aeropuerto, a un restaurante, un ascensor, oyes ruidos que te impiden escuchar el silencio. Hay quien no puede entrar en el coche sin enchufar la radio. Como dijo el poeta: calla si no puedes mejorar el silencio.

P.-Dicen que la música es tan consustancial a Cristóbal Halffter como al manzano las manzanas.

R.-Totalmente. Escuchaba música ya antes de nacer. Mi madre tocaba el piano y cantaba muy bien. Sus nanas fueron un fracaso rotundo, porque yo en lugar de dormirme lo que quería era que mi madre siguiera cantando, para escucharla. Y así es que no puedo soportar el ruido, sobre todo el que te sorprende.

P.-Así que usted en Madrid debe de sufrir muchísimo.

R.-Mucho, sí, sí. Ir por la calle y baum... (Su voz tiene una musicalidad enorme, tesituras y registros que modula a lo largo de la conversación como sí, en realidad, estuviera escenificando una ópera: la ópera de su sabiduría). Y otra cosa que me da pánico son los cohetes. Por fortuna nunca he vivido un bombardeo, pero creo que el ruido me molestaría incluso más que el efecto real.

P.-¿Por qué vivió en Alemania durante la Guerra Civil?

R.-Mi padre es de origen alemán y al estallar la guerra pidió asilo en la Embajada alemana, se lo dieron y desde Madrid nos enviaron allí. Regresamos en junio del 39, tres meses antes de empezar la II Guerra Mundial.

P.-¿Tiene algo que ver la vuelta a lo espiritual con la recuperación de músicas antiguas y étnicas?

R.-Siempre que no se recuperen como arma arrojadiza del nacionalismo. También hay que tener en cuenta que esas músicas están hechas por personas con altísimo grado de sensibilidad pero muy poca inteligencia cultural, entonces son músicas muy sencillas y no se pueden trasladar a otros parámetros: hay que tocarlas tal y como están. Una gaita, una guitarra, unas castañuelas tocando una jota es algo impresionante. Ahora, esa jota la tocas con un stradivarius y ya no tiene gracia, porque el stradivarius necesita una complejidad. Estos grupos que pretenden pasar la música étnica por un tamiz cultural elevado le están quitando la fuerza que tiene y lo están trasladando a un grado intelectual muy bajo. Es como hacer un tebeo con el Ulises de Joyce.

P.-O sea, que a usted la fusión le parece aberrante.

R.-Claro, la reelaboración de las músicas étnicas mezcladas con el jazz y similar destruye su esencia para dar un mensaje cultural que es muy bajo. Para eso toquen ustedes música de Bartók, o de Stockhausen, o mis propias obras, que tienen una complejidad cultural. La técnica del cante de ópera es pasar la voz a la cabeza para alcanzar mayor tesitura, mientras que el flamenco canta desde el pecho y ésa es su fuerza; si pasas eso a la cabeza, hombre, para eso canto una Traviata.

P.-¿Por qué en este país tenemos tanta falta general de oído?

R.-Porque no se educa la sensibilidad acústica, y es un gran handicap. No se educa ninguna sensibilidad, pero menos aún la musical. Un dato revelador es la dificultad del español medio para hablar otros idiomas. Los sordomudos no hablan porque no oyen. Ni se enseña a escuchar el silencio ni tampoco que los ruidos pueden ordenarse con sentido. Por ejemplo, porque se dedica un minuto de silencio a una víctima del terrorismo: lo que habría que dedicarle sería un minuto de grito.

P.-¿Ha mejorado la enseñanza musical desde que usted abandonó la dirección del Conservatorio Nacional en el 66?

R.-Los problemas, que en aquel entonces no se resolvieron, se han multiplicado.

P.-Entonces Halffter era un vanguardista, ¿lo sigue siendo?

R.-Bueno, creo que sí; pero eso lo dirán los demás.

P.-Un revolucionario armado de ilusión.

R.-Mucha, eso sí que no se me ha quitado.

P.-Sorprende en un intelectual luchador por la libertad su afinidad política a la derecha.

R.-Yo soy afín a personas que pertenecen a la derecha, y también a otras de la izquierda. Yo tiendo a la izquierda por la utopía. La derecha va más hacia el conservadurismo. Me gustaría que se fundara el partido ácrata-dictatorial.

P.-¿Y eso qué es, con perdón?

R.-Yo no pregunto a nadie de qué partido es, me interesan las personas y en cuanto se convierten a un partido político con intenciones pierden su auténtico sentido. En ese partido ácrata-dictatorial no podríamos estar más de tres.

P.-¿Y por qué dictatorial?

R.-Hay que volver al despotismo ilustrado, donde un señor conocedor de las cosas opina según su conocimiento y no según lo que el partido indica. Es muy difícil arreglar los problemas de una ciudad de forma democrática. La sociedad está organizada gracias a los logros de la izquierda durante el siglo pasado y principios de éste: los sindicatos acabaron con la tiranía, pero como se hicieron los amos, acabaron siendo ellos dictadores: ahí está su peligro.

P.-¿Qué Quijotes nos quedan, salvando a Cristobal Halffter?

R.-Ah, quedan muchos: cualquier músico puede ser un Quijote. Dedicarse a escribir una cosa así (agarra la partitura, kilométrica)... Si trasladaras las horas empleadas a cualquier otra actividad, podrías obtener una fortuna, material, que a nosotros (Quijotes) no nos interesa: no es nuestro fin último.


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