La crítica. Día 1

Cortado al biés
por CARLOS GARCIA-CALVO

El color no ha sido nunca el punto fuerte de Javier Larraínzar y ayer quedó de manifiesto por enésima vez. El diseñador madrileño presentó una colección, la primera de Cibeles, que resultó, aunque breve, un tanto confusa e insatisfactoria. Recalco lo de breve, pues Larraínzar suele ser de los que se extienden pensando que más es mejor. Esta vez debe de haber decidido que menos era más, pero se equivocó.

Sus propuestas, casi todas en una paleta sucia, estaban destinadas, en su gran mayoría, a una mujer noctámbula: vestidos largos confeccionados en materiales desconcertantes, como una tela que parecía de sofá marroquí, un buclé más propio del día que de la noche, y piel de pelo. Unos vestidos largos de mohair en tono tomate, con bordados en el ruedo, fueron la única nota de color puro.

Lo que pasa es que estamos hasta la coronilla del mohair, que hemos visto ad nauseam durante varias temporadas en las colecciones de Valentino, Macarena Kindelan o Roberto Verino. Lo mejor del desfile de Larraínzar fue su banda sonora.

Lemoniez, antiguo miembro del dúo compuesto por Palacio & Lemoniez, se presentó en solitario ayer, después de cuatro temporadas de ausencia de la pasarela madrileña. Su colección fue breve, concisa, bien planteada y algo aburrida. Era todo en marfil y negro, con pinceladas de color, como un verde guisante seco y un azul petróleo. Está destinada a la señora que tiene un almuerzo, o sale después de las seis de la tarde y acaba en un cóctel. Precioso, aunque no original, un trajecito negro muy vestido con un cuello a lo Halston y unos jerséis de matelot en lana erguida, que contrastaban con un horrendo abrigo de mohair mezclado con poliuretano.

Agatha Ruiz de la Prada presentó su colección más comercial hasta la fecha, sin abandonar toda esa simbología que la ha hecho famosa: labios, lunas, corazones y tulipanes, que aplicó generosamente en sus prendas de sport destinadas a un público joven. Hubo profusión de prendas en punto, que sacó superpuestas en varias ocasiones. Preciosos sus cardigans de distintos largos, sus abrigos de pana y sus plumíferos en naranja fosforescente. Las modelos desfilaron con grandes picos de ave y largas pestañas a lo Pata Daisy, y costaba reconocer a Nieves Alvarez detrás de ese disfraz.

Las propuestas de Roberto Torretta resultaron preciosas en lo que a color y tejidos se refiere. Pero siempre fue la misma falda, el mismo pantalón, la misma chaqueta y el mismo abrigo los que vimos pasar una y otra vez, hasta tener ganas de gritar «¡Basta!». Torretta es el tipo de diseñador que piensa que es imperativo llenar las primeras filas de sus desfiles con famosos a lo Donatella Versace. Después de una actividad telefónica frenética por parte de su mujer, consiguió tener unas siete celebridades que iban desde la Princesa de Vidin hasta Bibiana Fernández, vaya contraste, que hicieron las delicias de los paparazzi.

Joaquin Verdú presentó una colección que fue una oda a la lana. Jugó con los volúmenes tan pronto abultados como lamidos al cuerpo.

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Un especial del diario EL MUNDO