137 Motor & Viajes
sábado, 22 de enero de 2000
viajes
BALNEARIOS
 
       

Los modernos balnearios son establecimientos que no paran de llenar sus arcas con el triple negocio de la hostelería, la salud y la estética. Pero, ¿qué se hace en ellos? ¿para qué sirven?

ARNEDILLO
Un novato a 52 grados

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FRANCISCO LOPEZ-SEIVANE

La solitaria camilla del pequeño cuarto me recuerda la asepsia de una sala mortuoria. Junto a ella, un foso demasiado parecido a una sepultura como para no resultar inquietante, completa el extraño decorado de la estancia. Afortunadamente, la voz imperativa del bigotes disfrazado de cirujano que me atiende ahuyenta momentáneamente mis macabras elucubraciones. "Desvístase por completo y échese boca arriba sobre la mesa".

Hago lo que me dicen y, en la incómoda soledad de la espera, repaso los sorprendentes giros del destino que me han llevado hasta allí. Han sido precisos 50 años de vida azarosa para llegar, finalmente, al remanso de un balneario a vivificarme con sus aguas milagrosas y a embadurnarme el cuerpo de barros curativos, pero me encuentro con un spa informatizado.

Siempre había pensado que los balnearios eran lugares remotos, tristes y deshabitados, donde algunos ancianitos se aferraban a su última esperanza en un marco de decadencia y desolación. O también un refugio romántico para aventuras otoñales, un lugar solitario y secreto donde vivir el amor a hurtadillas. Pero no. Las cosas son muy distintas ahora, tal y como voy descubriendo. El viaje me ha traído por un angosto valle de laderas abruptas y escarpadas, sin apenas vegetación. Serpenteando por el fondo, encajonado entre las empinadas paredes de estratos rocosos, los chopos que jalonan el río Cidacos discurren vestidos de increíbles tonos amarillos, como un río de oro. La naturaleza ha mezclado los colores de su paleta mágica de un modo tan irreal que los mismísimos padres del impresionismo habrían palidecido de haber podido contemplarlo.

EL BAÑO

De pronto, tras un recodo, cuando ya casi había olvidado el destino de mi viaje, fascinado por la belleza del recorrido, aparece el balneario, pegado a la roca, junto al río, en el fondo de un estrecho circo hendido diametralmente por el implacable discurrir del Cidacos. Apenas han transcurrido dos horas desde mi llegada y ya estoy aquí, desnudo, yaciendo en el blanco lecho de plástico, en espera del bigotes que me ha de embadurnar.

Aparece enseguida, con una caldereta humeante de lodo marrón. "Siéntese". Me siento sobre la camilla. Extiende una capa de barro donde ha de recostarse mi espalda. Me restriega una mano ardiente y embarrada por el lomo para acostumbrarme a la temperatura y me pide que me acueste. Antes de que mi cabeza cumpla el recorrido, la sujeta hábilmente y coloca, a modo de almohada, un montón de barro bajo la nuca. Se lo agradezco en silencio, mientras observo cómo deposita pegotes arcillosos sobre mis hombros, rodillas, codos, muñecas, manos, tobillos y pies. Mi cuerpo los recibe con deleite, acostumbrado ya al olor y aliviado por el intenso calor concentrado. Acto seguido, me cubre con unos faldones de plástico y echa por encima una manta blanca que me hace romper a sudar.

Veinte minutos más tarde reaparece para arrancarme del mundo de los sueños. Manipula en un rincón y la tumba de frío mármol comienza a llenarse con agua caliente. Comprendo que se trata de una bañera y me tranquiliza pensar que pronto mi cuerpo quedará limpio. Me envuelve en un blanco sudario que cubre incluso mi cabeza y me deja caer sobre una silla de ruedas. Alguien a mis espaldas me lleva hasta el ascensor y me introducen en una sala con cuatro camas y otras tantas cortinas ocultándolas.

¿Es realmente eficaz todo esto? El médico del balneario, un especialista en reumatología, me sorprende afirmando que no existe ninguna conclusión científica que establezca la manera en que las aguas y los barros actúan sobre el cuerpo. Al parecer, nadie ha querido financiar estudios en este campo. Resulta más rentable investigar en farmacología y producir medicamentos que cuentan con un mercado inagotable. Sí se ha llegado a establecer, en cambio, que las aguas de Arnedillo contienen una alta radiactividad y una rica mezcla de minerales que, unidas a su elevada temperatura (52 grados), producen notables efectos balsámicos sobre las dolencias reumáticas. Pero se trata de apreciaciones empíricas que no todos los especialistas bendicen.

PASADO ARISTOCRATICO

Mientras me aso en la estufa, pienso en el valor sagrado que el baño ha tenido siempre para hindúes y musulmanes, en contraste con el uso lúdico y pagano que le daban los romanos. Allí se relajaban, mientras se procuraban salud y hacían negocios. Se han encontrado evidencias de que los romanos se bañaron en las aguas de Arnedillo. Y, tal vez antes, los iberos.

Estos establecimientos se pusieron de moda en el siglo pasado, al convertirse en lugares de encuentro y esparcimiento de la aristocracia. Nombres como Saint Moritz o Badem Badem adquirieron fama internacional. Tras la II Guerra Mundial, se produjo una gran depresión y el número de visitantes decayó de modo alarmante. Parecía que los balnearios estaban condenados a desaparecer cuando, en la última década, han experimentado un extraordinario resurgimiento.

Ya no son lugares exclusivos de la aristocracia, ni refugio de ancianos dolientes, sino hoteles de montaña que ofrecen atractivos programas antiestrés. Los fines de semana se llenan de un público joven que no tiene otra enfermedad que la tensión del trabajo.

Aunque se ha perdido aquel maravilloso espíritu romántico, pienso volver a un balneario. A reposar el cuerpo y a despejar la mente. Pero, por favor, no le digan a nadie que he venido a la Rioja, precisamente a la Rioja, a tomar agua.


GUIA PRACTICA

LLEGAR. Desde Soria, tomar la carretera de Logroño y, después, la primera desviación a la derecha, en dirección a Arnedo. No tiene pérdida. Se tarda una hora, siguiendo el curso del río Cidacos. Desde el norte, la referencia es Calahorra.

DORMIR. El Hotel Spa Arnedillo (941 39 40 00) ha sido recientemente renovado. El precio de dos días de estancia, con desayuno y tratamientos incluidos, es de 26.500 pesetas. Los amantes de la tranquilidad pueden alojarse en El Molino del Cidacos (941 39 40 63), un molino del siglo XVII. Precio: 11.000 pesetas.

COMER. Casa Petra es una cueva-bodega con cierto carácter. Florida tiene una terraza cubierta y soleada y una carta abundante. Otra buena opción es el restaurante del hotel El Molino.

EXCURSIONES. El senderismo es una alternativa complementaria al ritual de las aguas. La visita a Enciso, donde se encuentran los mejores yacimientos de huellas de dinosaurios de la comarca, es obligatoria.

 


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