140 Motor & Viajes
sábado, 12 de febrero de 2000
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TURISMO RURAL
 
       

La ilusión de Fernando el Católico era que Aragón se derramara en el Mediterráneo por las aguas de un Ebro navegable. Y el siglo de las luces español alargó la frágil Acequia Imperial de Carlos V hasta Zaragoza

CANAL IMPERIAL DE ARAGON
Camino de incrédulos

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PEPO PAZ SAZ

Todavía hoy se halla en pie en un extremo de la capital aragonesa, junto a la esclusa de Casablanca, la fontana que mandó levantar Ramón de Pignatelli y Moncayo como celebración y memoria de la llegada de las aguas del Ebro por la vía del Canal Imperial a la ciudad. Es la conocida Fuente de los Incrédulos, erigida allí en 1786 "para convicción de los incrédulos y comodidad de los caminantes".

Ahora la rodea un parque donde charlan apaciblemente los más mayores. Muy cerca, el estruendo de la espuma que acompaña a la espectacular esclusa ovalada, junto a la carretera de Valencia, desplaza la imaginación al siglo XVIII y más atrás, iluminándola. En 1783, para gozo de las generaciones venideras de ingenieros y de los amantes de las ideas, Agustín de Betancourt elabora su Noticia de la Acequia Imperial o Canal Real de Aragón, donde se plasmaba por vez primera y en el sentido ilustrado de la palabra, el espíritu de renovación e integración que condujo la construcción del canal bajo la dirección de Ramón de Pignatelli.

Se trataba de aunar en un proyecto la necesidad de saciar los regadíos de la ribera alta del Ebro y de cubrir los deseos de hacer la vía navegable. Y Pignatelli, frente a las intrigas y los enemigos de su trabajo, llevó el agua a buen puerto.

PARALELO AL EBRO

Lo construido del canal todavía se mantiene en pie y continúa abasteciendo de agua en un 60% de sus necesidades a Zaragoza, a lo largo de unos 100 kilómetros de recorrido, aunque ya no sea navegable. Su trazado discurre por la comunidad de Navarra y la provincia de Zaragoza: tan sólo 18 kilómetros en la primera y el resto en la segunda, hasta Fuentes de Ebro. Dibuja una línea paralela a la ribera del río, con el que sólo casi se tropieza en Gallur, y bordea la capital por el lado opuesto al que lo hacen las aguas del río. La aventura comenzó en El Bocal, una vez superadas las disputas sobre el lugar donde debería situarse la presa de derivación a fin de que hubiera nivel suficiente para llevar las aguas a Zaragoza. Allí se emplazan la presa y el palacio de Carlos V, con un escudo del monarca labrado en piedra en su fachada, además de la Casa de Compuertas de Pignatelli y la Colonia.

El horizonte lo cubren ahora rimeros de chopos y, en la lejanía, un campo eólico. También el recuerdo de que la ínsula Barataria de Sancho Panza se emplazaba no muy lejos de estos campos, cauce abajo. Caminando hacia la presa, una obra de sillería de la época de Carlos V, el agua discurre vertiginosa y produce el efecto óptico de hacer parecer que el suelo la sigue en su alocado paso.

Es fruto de aquel lecho mal labrado, con fuertes escarpes y feroces recodos, que dio al traste con el proyecto original. Hay por contra un aire romántico, como de tiempo detenido, en los edificios y el camino que conducen a la Casa de Compuertas, una mole con aspecto de castillo encantado. A un lado, el agua reposada fluye con disimulo; al otro, se estremece en remolinos, parece retorcerse de dolor por atravesar los portillos sumergidos. En el silencio del día hay una apariencia de paisaje novelado, como si Tom Sawyer fuera a aparecer dando brincos por la orilla.

VIEJAS JUDERIAS

El puente de Formigales, a espaldas de la Colonia, deja ver la lanza cristalina del canal hacia Ribaforada y Buñuel. Aquí hay que tomar una de las dos riberas. Lo recomendado es seguir la margen izquierda, apta para bicicletas, caminantes y vehículos hasta el final. Es la zona más desnuda del camino, tan sólo algunas concentraciones de altos juncos acompañan la vista.

Es a partir de las murallas de Grisen, sobre el Jalón, donde el sentimiento emocionado por la naturaleza que mostraron los Ilustrados cobra mayor presencia: colonias de álamos, pinos, chopos, olmos y robles se acercan a sus orillas y las embellecen. Puede el viajero, bajo la mirada atenta del Moncayo, derivar hacia poblaciones que jalonan las riberas del Ebro y su canal: viejas juderías de Tudela y Tarazona; iglesias románicas de ladrillo en Tauste; torres mudéjares en Utebo, Villamayor y Torres de Berellén; pinturas de Goya en Remolinos; monasterios cistercienses como el de Veruela...

El Canal Imperial es una magnífica obra hidráulica repleta de interesantes objetos. No nos referimos a las modernas esclusas que parecen extrañas estaciones de servicio en mitad del cauce, sino a las almenaras de riego, puentes, sifones y dársenas originales. Si en el sueño de Fernando el Católico el mar era Tortosa, en el de la razón ilustrada sólo se llegó a Zaragoza. No fue un fracaso, sino el resultado de haber acabado en una época que ya no les correspondía. A partir de la capital, hasta El Burgo y Fuentes de Ebro, el canal es ganado para el regadío. Es el final de una leyenda de barqueros y galeras.


HOTEL RECOMENDADO / ELMA

Abierta al público en la Semana Santa del pasado año, la Casa Rural Elma (de alquiler compartido) se encuentra en Alcalá de Moncayo, un pueblo del Somontano que apila su caserío medieval en una peña sobre las aguas del río Huecha, a la sombra de la cumbre mágica de Bécquer. Es una construcción de tres plantas que respeta la vieja estructura de la vivienda y la difícil orografía del lugar: su puerta principal, en la calle Mayor, dista una cuesta empinadísima de la trasera, tan sólo una calle más arriba. Para ello se han reconstruido las partes inferiores de la casa, es decir, la cuadra y la bodega. Madera vista, viejos ladrillos, piedra, suelos de gres y calefacción, además de un pequeño comedor. Lo mejor: su proximidad al Parque Natural del Moncayo y a Gallur.

FICHA
Habitaciones: Cinco dobles.
Precio: desde 4.400 pesetas.
Sirven desayunos y comidas.
Dirección: Mayor, 13. Alcalá de Moncayo (Zaragoza).
Teléfono: 976 19 88 02.

 


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