152 Motor & Viajes
sábado, 13 de mayo de 2000
viajes  
       
Encajada en un doblez del Tajo, la ciudad imperial es un hervidero de turistas, iglesias y espadas. La historia, la riqueza monumental y el negocio se dan la mano en esta ciudad de calles estrechas y laberínticas, que han conocido los más ilustres personajes, desde El Greco a Luis Buñuel. Un cuadro del primero, "El entierro del conde de Orgaz", sigue siendo el mayor reclamo de la capital manchega

TOLEDO
Turistas en el laberinto
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ALBERTO OLMOS

Autor segoviano, acaba de publicar su segundo libro, Así de loco te puedes volver, con la Caja de Ahorros de Segovia.

Vemos un obispo anaranjado y su edecán, vemos varios deudos de luto levítico y puñetas blancas, frailes encapuchados que miran al suelo, acólitos con casulla preguntando a las nubes, antorchas que lamen el lienzo, y una niña oscura que señala al conde con el índice. El conde está muerto y lo entierran. Plegado sobre sí mismo, con las manos montadas y la gorguera asomando por el collarín de la armadura, el difunto acumula miradas y pinceles, tristeza contenida, remembranzas de última hora y tópicos mortuorios. Sobre su cabeza, en ese mundo paralelo que se abre en la mitad superior del cuadro, le espera Dios, blanco y altísimo, rodeado de alas y hombres, seriote en su augusta labor de decidir a qué lado de la raya vamos a pasar cada uno la prórroga infinita de la muerte. Esto pintó Doménico Theotocópoulos, conocido como El Greco, en su magno cuadro El entierro del conde de Orgaz. Lo que no sabía El Greco, tan pío y extático, era que, para ver su cuadro, miles de personas se desplazarían a Toledo, y que alrededor de la ascesis azul de su pintura se cierne hoy el inevitable ateísmo del dinero. El Greco vino a parar en Toledo, año 1577, porque no le dejaron parar en Madrid, que era la Corte. En Toledo tuvo trabajo porque Toledo, levítica ciudad, estaba llena de iglesias y conventos y una catedral huérfana de todo gran cuadro. Allí le surgieron pronto hercúleos encargos, como el de El Expolio (para la catedral), y más tarde retratos para las familias adineradas. El entierro se lo encargaron para la iglesia de Santo Tomé. El cuadro tiene dos partes. Una la tierra y otra el cielo. La tierra es el reino de la especulación y el engaño, la apariencia y la mentira acechante. El cielo, por contra, es la verdad a quemarropa, final y definitiva. Así puede verse Toledo, como un rostro sobre el que han espolvoreado souvenirs y comercios para que no lo veamos tal y como es, sino que sólo vayamos allí a dejarnos el dinero.
Así, hay un Toledo que se expone y se vende, que está para que le miren; y hay un Toledo que no se sabe visitable, que es tan sólo un accidente alegre de la Historia, que vino a cubrirle sucesivamente con el manto de diversas culturas. Todas se fueron haciendo hueco entre sus calles, levantaron sus monumentos y pusieron sus banderas.

MILENARIA Y TURÍSTICA
Toledo, ciudad milenaria, pasa las horas a orillas del Tajo, que se arquea dulcemente para enmarcar la urbe. Toledo es una fortificación, y por eso la encontramos en lo alto de un cerro, inaccesible y altiva, con varias puertas que dosifican la entrada.
Como toda ciudad nacida en un tiempo sin coches, las calles son estrechas y alocadas, muy largas, casi todas en cuesta. Es bello pasearlas de mañana, lentamente, y leer sus nombres antiguos como el agua: Calle del Pozo Amargo, Locum, Trastamaras, Comercio, Clérigos menores, Alfileritos; o sacros como la ciudad: San Ginés, San Marcos, Jesús y María, San Lorenzo, San Justo, Trinidad.
Más que el hito arquitectónico (la catedral, la sinagoga, el cuadro de El Greco cuya cola no conoce fin), lo bonito de una ciudad como Toledo es que todas sus calles participan de un mismo sabor, hay una unidad en el tiempo y la historia, y a cada paso el visitante parece ir integrándose, él también, en un mundo ajeno a la modernidad y sus enchufes. Pero llega la tarde, y con ella, la modernidad, justamente.
Es el turismo en su apogeo, ese trajín de colores y voces, y las callejuelas que antes se recorrían en silencio, son ahora pasillos de turistas, borboteo de bares y tabernas, tiendas abiertas con las espadas a la puerta, coches que se empeñan en pasar por donde no caben. El Toledo turístico es lo de siempre. Extranjeros, fotos, dinero. En cada calle de Toledo hay 10 tiendas que quieren que compres una espada. Está todo lleno de espadas y puñales y dagas y hasta sables japoneses que no pegan ni con cola. Y si no, los escaparates se llenan de mazapanes o cerámica o damasquinados. Y por todo ese laberinto circula un comboy incesante de guiris que se hacen fotos y comen con miedo el producto típico.
A Toledo vienen mucho los de siempre: ingleses y orientales; pero también acuden con notable frecuencia los madrileños, que lo tienen a tiro de piedra y les sale más barato que irse a Nueva York. De modo que, ciertos días, lo más difícil en Toledo es encontrar toledanos. A la ciudad Imperial (así la llaman) venía también Luis Buñuel, con los de la residencia de estudiantes, a armarla. Se denominaban a sí mismos la Orden de Toledo, y hacían lo que todo el mundo: darse al vino. Para ello hay muchos sitios, todos con el resabio castizo de la taberna, pocos de barniz moderno. Acogedor y con music-box es el bar Ludeña, en la plaza de san Clemente. Curioso es el restaurante Fuensalida, cuyo peculiar mobiliario se debe a que el restaurante ha sido construido en unas antiguas caballerizas (concretamente del siglo XIV) respetando sus paredes y tabiques.
Resulta asombroso, si no milagroso, pensar cómo los monumentos que a lo largo de la historia se han ido levantando en Toledo, ya sean éstos de estilo romano, árabe, mozárabe, románico o gótico, han cuajado perfectamente y no desentonan en absoluto los unos con los otros, sino que se dan la mano amigablemente como en un encuentro de viejos amigos.
Resulta asombroso, si no bochornoso, cómo las incorporaciones urbanísticas debidas a la contemporaneidad, ya sean Mcdonald’s, tiendas de Levi’s, Mango o Benetton, o el espeluznante Archivo Municipal, no sólo no sincronizan con el resto de edificios sino que disuenan y estorban la mirada como un móvil entre rosales. Es más, el Ayuntamiento ha dispuesto que el color de sus vallas de señalización sea el rosa chillón, fosforescente, que es un horror.

SIEMPRE PRIVILEGIADA
Cabe suponer, en un ejercicio de optimismo digno del Guinnes, que dentro de mil años, gentes de todo el mundo vendrán a Toledo a apreciar el arte gótico de la catedral, las herraduras de aire de la sinagoga, y la nariz de payaso de Mcdonald. Sin embargo, los reyes y gerifaltes de entonces, los dirigentes políticos y sus adláteres, no contaban con programa político ni tenían en cuenta para nada el entorno urbano a la hora de alzar nuevas construcciones y, sí, a veces destruían ciudades enteras o la biblioteca de Alejandría, pero hasta esos actos desoladores los hacían sin perturbar el contexto urbanístico.
Toledo tiene el privilegio del tiempo. Por mucho que se avance hacia el automatismo y Blade Runner, esta ciudad, afilada de aceros, dulce de mazapán, cristianísima de iglesias, será siempre ella misma, monócroma, con edificios tan viejos que ya no envejecen, y cuestas en lugar de calles. El meandro del Tajo rubricará sin pausa el contorno adusto de la ciudad y en la plaza del Ayuntamiento la catedral se sobrepondrá cada día a miles de fotos y visitas.
Sin embargo, sería bello que existiera una ciudad preciosa, admirable, única, y que nadie supiera de ella. Sería bello que sus habitantes, los lugareños, se levantaran cada día felices sin saber por qué, y salieran a sus calles sin darse cuenta de su excelencia y volvieran a casa sin más, inocentes del privilegiado lugar que habitan. Sería bello que nadie fuera a esa ciudad a verla, que todo el que pasase lo hiciera por casualidad o por negocio, y que, al llegar, quedara arrobado por lo visto, temblara, llorara, y luego se fuera de allí para no volver nunca, para no decir nunca a nadie que existe un lugar así.


Cuaderno de Viaje...
1. Para los cinéfilos puede resultar interesante intentar localizar las calles que aparecen en la película Tristana, de Buñuel, además de comprobar cómo el cine se inventa la ubicación de unas respecto a otras.
2. Para los menos exigentes puede ser entretenido encontrar la callecita que filmó el director polaco Polanski.
3. Otro reto consiste en encontrar algún cajero automático. Dificilísimo.
4. Las bombas son unos peculiares pinchos que consisten en una patata rellena. Junto con la carcamusa (picante guiso de carne), constituye lo más peculiar del aperitivo toledano.
5. Cuando uno se canse de pasear entre paredes, puede alcanzarse alguno de los miradores y admirar el terreno que rodea a la ciudad.
6. La calle Alfileritos se llama así porque hace tiempo las mujeres iban a pedir novio a la virgen a cambio de depositar un alfiler en su hornacina.
7. La cafetería Fuensalida, en la calle Reyes Católicos, llama la atención por su barra de medio metro de altura.

QUÉ VER.
La catedral es una enciclopedia de piedra de inexcusable visita. Gótica, del siglo XIII, tiene la peculiaridad de haber ido incorporando el arte de siglos sucesivos. Tiene tres puertas, en buen estado de conservación, y cinco naves, algo infrecuente en el gótico. Una calles más arriba, está la iglesia de Santo Tomé, con el famoso cuadro de El Greco. Hay que verlo. Y, al lado, la sinagoga de Santa María la Blanca: todo un contraste con lo anterior. También hay que rendir pleitesía turística al Taller del Moro y a los museos Sefardí y Casa del Greco (ambos en la calle Samuel Leví s/n) y al del Ejército (en el Alcázar). Por último, merece la pena darse un paseo para admirar la Puerta de Bisagra.
DE COMPRAS.
Las tres manufacturas básicas que se exponen por doquier son la de espadas, cerámica y dulces de mazapán. Nada es excesivamente caro y siempre queda bien como detalle. También hay muchos comercios de damasquinados: arte que consiste en incrustar piedras preciosas o finas en el metal. La profusión de espadas que se observa en la ciudad de Toledo procede de que en la antiguedad eran las más reputadas del Reino. En los clásicos literarios podemos encontrar, por ello, la metonimia acero toledano en referencia a la alta calidad de este tipo de armas.
COMIDAS.
Aparte de adquirir mazapán, es recomendable hacerse con un buen queso manchego y alguna botella del vino de la tierra. Para comer in situ puede sobrevivirse a base de pinchos o irse a un restaurante a degustar el plato típico: la perdiz. Para los que no miran el precio están el restaurante Casón López de Toledo, Sillería, 3 (925 25 47 74); el Parador Turístico, Cerro del emperador, s/n (925 22 18 50); o El Ábside, Marqués de Mendigorría, 1 (925 21 32 02). Entre 2.000 y 3.000 pesetas, el Reyes Católicos, de platos italianos (Ángel, 3) o El Quijote, especializado en perdiz (Plaza Filipinas). Por menos de 2.000, se puede comer en La Estrella (Ariosas, 1), La muralla (Diputación, 1), o probar la comida moruna de El Rincón (Santo Tomé, 30).
DÓNDE DORMIR.
El hotel de cuatro estrellas Alfonso VI, General Moscardó, 2 (925 22 26 00) desde las 13.500 pesetas. Algo más barato es el Hotel Beatriz Toledo, Carretera de Ávila (925 22 22 11), también de cuatro estrellas, con precios mínimos de 9.500 pesetas. El Parador y el Hotel Doménico pueden alcanzar las 24.000 pesetas por noche. Por menos de 6.000 pesetas, nos podemos alojar en el Hotel Sol, Azacanes, 15 (925 21 36 50), o en el Hostal Imperio, Cadenas, 7 (925 21 36 50). Por menos de 3.000, en pensiones como Segovia, Recoletos, 2 (925 21 11 24), Belviseña, Cuesta del Can, 5 (925 22 00 67) o El estudiante, Callejón de san Pedro, 2 (925 21 47 34).
POR LA NOCHE.
Tener una noche toledana es pasarla sin dormir. La locución procede de un acto de especial sevicia sucedido en el año 807. El califa Al Hakan reunió en el Alcázar a la clase alta de la ciudad y según iban llegando se les decapitaba y arrojaba al foso. Hoy, pasar una noche toledana no tiene por qué ser tan desagradable, y menos aún en Toledo. Zonas para ello son la plaza de Zocodover y la calle Alfileritos. Dos clásicos son La Escondida (Rojas, 3) y La Venta del alma (Carretera de Piedrabuena, 35).
 

Gráfico

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