153 Motor & Viajes
sábado, 20 de mayo de 2000
viajes  
       
GIRONA
Los secretos de las piedras doradas
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Óscar López-Fonseca

Provincial y provinciana. Monumental y humana. Ignorada durante años y puesta de moda recientemente. Girona, una de las ciudades españolas con mayor nivel de vida, propone al visitante un hermoso juego: desvelar los secretos que encierran sus piedras. Girona es como ese primer amor de juventud que todos tenemos. Que nos prende con la primera mirada y, aunque luego descubramos sus defectos, nunca dejará de ser algo especial para los que admiramos los lugares con encanto. Girona hechiza a todo aquel que la visita, lo hace desde antiguo –Ptolomeo ya la citaba, pese a que las primeras noticias de su fundación datan de tiempos de la invasión romana, época en la que se fundó Gerunda– pero no ha sido hasta hace pocos años cuando ha empezado a ser descubierta por la mayoría de los viajeros.

Laberínticas calles de piedra.

La bella y monumental Girona, de piedras doradas por el paso del tiempo y callejuelas cargadas de historia, siempre ha estado ahí. Lo que no saben los que ahora se acercan por primera vez a la urbe es que no se conoce en una visita. Ni en dos ni en tres. Porque, sabia como ciudad vieja que es, juega con el visitante a esconder sus secretos en las piedras. Enigmas que no aparecen en las guías de viaje ni en los folletos turísticos. El primero de esos secretos es el origen de su evidente calidad de vida, que recogen incluso las frías estadísticas. Una calidad de vida que se respira en la calma, bienestar y satisfacción de la ciudad vieja. Un núcleo histórico donde las piedras hablan o callan, según les convenga. Que se lo pregunten si no a la calle de la Força, la antigua Vía Augusta de los romanos, que durante la Edad Media fue la arteria principal de la ciudad, y que entre el 890 y 1492 se convirtió en la columna vertebral del Call.

Secretos de vida y muerte.

Porque si el barrio judío hablase, si lo hiciesen sus retorcidas y empinadas calles, que se estrechan hasta la nada, contaría la vida cotidiana de los hebreos y los tristes episodios de xenofobia que les tocó vivir. Pero prefiere el silencio laberíntico de piedras que parecen no llevar a ningún sitio. Como el que guarda el patrón de la ciudad, San Narciso, quien se llevó a su sepulcro –hoy vacío en una capilla barroca de la ex colegiata de Sant Feliu– el misterio de su ejército de moscas venenosas, con las que derrotó hasta tres veces a las tropas francesas que sitiaban el lugar. O el que encierra la leona rampante de la cercana plaza, que ofrece sus nalgas al viajero bajo la amenaza de que quien no acerque sus labios a ellas no será considerado digno de permanecer en tan insigne ciudad. Secretos del tiempo, como los que guardan el monasterio de Sant Pere de Galligants, el Palacio de los Agullana y los restos de las antiguas murallas. O esos baños árabes, que no son árabes, pero qué más da. También podría contar sus secretos la catedral, esa mole espectacular de piedra que se encarama en la cima de la villa antigua. Su impresionante y única nave encierra complejidad y sencillez al mismo tiempo.

Combinación de gótico y barroco.

Quizá por eso la escultura de la condesa Mafalda traza con su boca una enigmática sonrisa de complicidad. O tal vez esa dulce mueca sea un guiño a la vieja catedral, por ese juego de gótico y barroco, de nave y cabecera frente a fachada, campanario y escalinata. Secretos escondidos en el propio museo del templo, donde se guarda el gran tesoro de la ciudad: el tapiz de la Creación, bordado en el siglo XII en cáñamo, lana y lino para cubrir una bóveda de la catedral. Secretos difuminados en el aire que cruza una y otra vez los capiteles románicos del hermoso claustro. Un aire que huele a humedad.

De enigmáticos colores.

Tal vez el mismo olor que hizo afirmar al gran escritor catalán Josep Pla que "Girona es una ciudad reumática, si es que el reúma tiene la capacidad de evocar un determinado color". Porque esa curiosa tonalidad es otro de los secretos que se ha de descubrir. Quizá esté en el descolorido arco iris de las fachadas que se asoman a la ribera derecha del río Onyar, como Florencia lo hace en las aguas del Arno. Tal vez se encuentre en el tono de las piedras del puente que se halla al final de la Rambla desde el siglo XVIII. O es posible que lo posean los edificios de la Plaza del Vi, donde antaño se celebraba el mercado del vino. Si el viajero descubre este último secreto, que esté seguro de que se enamorará de Girona como sólo lo ha hecho con su primer amor.


GUÍA PRÁCTICA
La ciudad cuenta desde hace pocos años con el Museu del Cinema. Pasada la Semana Santa, una ocasión idónea para visitar Girona es este fin de semana, cuando todavía se celebra el Temps de Flors, días en los que las flores adornan las calles en una explosión de color. Las fiestas por el patrón Sant Narcís (del 29 de octubre al 1 de noviembre) y el Corpus son también buenos momentos para visitarla. (Más información en la Oficina de Turismo: 972 22 65 75).
CÓMO LLEGAR. Aunque se ha vuelto a poner en servicio la línea aérea Girona-Madrid, otra posibilidad es partir del aeropuerto de Barcelona, que se encuentra a 100 kilómetros por autopista y ferrocarril de la capital gerundense.
DORMIR. La mejor opción, sin lugar a dudas, es buscar hospedaje en el centro de la ciudad. El establecimiento más lujoso es el Hotel Carlemany (Plaza Miquel Santaló, 1; 972 21 12 12), con categoría de cuatro estrellas. También es posible alquilar apartamentos en el Històric Barri Vell (Bellmirall, 4; 972 20 91 59), con una buena relación entre calidad y precio.
COMER. A mitad de camino entre el Pirineo y el Mediterráneo, la cocina de Girona mezcla los productos del mar y de la montaña. Arroces, cocidos, la botifarra dolça y el suquet de pescado son sólo una parte de la amplia oferta. Célebres son las pastelerías que pueblan la ciudad y en las que se pueden degustar los xuixos, bollos muy dulces rellenos de crema.
 

Mapa

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