153 Motor & Viajes
sábado, 20 de mayo de 2000
viajes
TURISMO EN LA NATURALEZA
 
       
En las faldas del monte Guajara, el segundo pico más alto de esta isla canaria tras el mítico Teide, se esconde un hermoso paraje
de chimeneas, roques y extraños picos de piedra volcánica blanca

TENERIFE
Cita con la Luna
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MARÍA ZABALEGUI

Hay pagos que se ocultan de la vista del hombre. Que saben pasar inadvertidos. Parajes que sólo están dispuestos a ser admirados por unos pocos. Pisados por elegidos. Uno de esos lugares es, sin lugar a dudas, la llamada luna de Tenerife, en el municipio de Granadilla de Abona. Una curiosa concentración de caprichosas formas esculpidas por el viento durante siglos en blanca piedra volcánica. Un paisaje al que, si hubiera que adjudicarle una cualidad humana, sería la timidez. Cómo si no se puede calificar un lugar desconocido incluso para la mayoría de los tinerfeños. Fuera de las rutas turísticas. Escondido a la sombra del imponente Teide, ese volcán que recuerda a un seno materno.
Que no espere el viajero en este paraje grandes extensiones ni tamaños espectaculares. La luna de Tenerife es un lugar coqueto, pequeño. No apabulla. Pero sí impresiona. Dicen los geólogos que las blancas chimeneas –largos dedos rocosos y blancos que apuntan hacia el cielo señalando a su compañera, la que ejerce de satélite de la Tierra– están formadas por material volcánico, como todo en esta isla, pero que aquí tiene un peculiar color blanquecino, tirando a beige, que se transforma en dorado cuando el sol empieza a ocultarse. Un material que recibe el nombre de pumita y que, aseguran los expertos, es ligero y poroso, tanto que se asemeja a la espuma que forman las olas del cercano Atlántico.
Afirman los estudiosos que el viento se encargó de modelar, de limar, de cincelar cada una de estas puntas hasta darle su peculiar forma actual. Aseveran los que saben que no hay que dejarse llevar por la fantasía y pensar que estas hermosas rocas tienen un origen extraterrestre, que todo es obra de la sabia Naturaleza y del paso del tiempo, que sabe tallar la piedra como nadie.

BELLEZA Y FUEGO
Qué fácil es decir, asegurar, afirmar y aseverar. Lo realmente difícil es no dejarse llevar por la imaginación y ver en esas puntas afiladas picos
lunares. Colmillos que salen de la tierra para hincarse en el azul celeste. Pitones de color vainilla que derrotan al aire. Incluso hay quien asegura que la primera visión que tuvo de este paraje le hizo recordar las torres de la Sagrada Familia, de Antonio Gaudí. Que la Naturaleza había copiado con este edificio telúrico al genial artista catalán. No van descaminados, aunque sería mejor decir que ha sido el arquitecto el que parece haberse fijado en este remoto lugar para inspirarse, porque el viento se puso aquí manos a la obra mucho antes.
Y antes que Eolo, quien se puso a trabajar fue la madre tierra. Las erupciones de hace millones de años convirtieron esta tierra en un caos de fuego y lava, de muerte y destrucción. Pero también de belleza y originalidad. Cosas de lo espontáneo, que es capaz de convertir el infierno en armonía, lo árido en hermoso, lo inhóspito en admirable. Es curioso. Algo vivo dinámico, como es una erupción volcánica, ha legado un paisaje estático, quieto, que parece perenne. Y a pesar de ello, no ha perdido el encanto. Por ello es fácil dejar pasar el tiempo observando las curiosas formaciones pétreas. Sin más compañía que el silbido del viento
constructor azotando los pinos y el grito de los cernícalos que sobrevuelan el lugar.
Es el momento de cerrar los ojos y rememorar las historias guanches que los lugareños cuentan sobre esta zona de la isla. Y es que la parte sur, tierra recia y seca, fue sede del antiguo menceyato de Abona, uno de esos reinos nativos que dominaron estas tierras hasta la llegada de las tropas de Castilla. De hecho, el propio nombre del monte Guajara, que da cobijo al lugar con sus dos mil setecientos dieciocho metros de arrogancia, remite a la mujer de uno de los jefes aborígenes. Y el cercano pueblo de Vilaflor, el que dicen que es el municipio de España situado a mayor altitud, debe su nombre a una triste historia de amor protagonizada por una aborigen y un conquistador.
Y es que el capitán Pedro de Bracamonte perdió la razón cuando la joven guanche de la que se había enamorado consiguió escapar de su cautiverio. Roto de amor, tres meses después perdía la vida. Durante todo este tiempo sólo salió por su boca una frase referida a su amada: "Ví la flor del valle".

EL SILENCIO
Y mientras esos pensamientos se agolpan, hay que dejar a la vista surcar las coladas de lava negra que enmarcan en hermoso contraste esta peculiar luna terrestre. Permitir trepar a nuestra mirada por los pinos breados de los que se extraía tiempo atrás la savia para utilizarla en los barcos. Incitar a las pupilas a emborracharse de la quietud para que puedan fijarse en los detalles. Es también el momento de acercar nuestra mano para tocar y percibir la aspereza de la roca.
Y de escuchar el silencio. Ese silencio que sólo en los pagos olvidados puede disfrutarse. Ese silencio que hace creer al viajero que finalmente ha llegado a la Luna. Silencio, que no ausencia de sonidos. Que la Naturaleza sabe hablar a quien quiera escuchar. Contar los secretos que guardan esas torres blancas, de estructura pétrea y aspecto frágil. Pedir al viajero que sólo cuente la existencia de este hermoso lugar a unos pocos, para que las masas de turistas de pantalón corto no rompan el encanto con sus gritos y sus visitas de diez minutos.
Cuando cae la tarde es hora de deshacer el camino. Los verdes pinos canarios, esa curiosa especie de flora autóctona que es capaz de regenerarse tras un incendio, se convierten en compañeros. El pico Guajara nos observará, pidiéndonos a cada paso que le guardemos el secreto. Poco a poco el camino nos devuelve a la civilización y al ruido. A la realidad y a la rutina. Es como pisar de nuevo la Tierra tras haber estado en la Luna.


GUÍA PRÁCTICA

CÓMO LLEGAR. Hay vuelos directos diarios desde Madrid y Barcelona hasta Tenerife. Uno de los dos aeropuertos de la isla, el conocido como Tenerife-Sur, está situado precisamente en Granadilla de Abona. No obstante, desde el norte es fácil llegar por la autopista del Sur TF-1, y desviarse en la salida 22 que conduce hasta esta localidad. Una vez allí hay que tomar la serpenteante carretera que sube hasta Vilaflor. Sobrepasado en dos kilómetros este pueblo, hay que tomar la pista conocida como Lomo Blanco. Tras nueve kilómetros en ella, hay que dejar a un lado el coche y recorrer a pie un sendero de lava que, tras una hora de marcha de baja dificultad, desemboca en la luna de Tenerife.
QUÉ VER. Granadilla cuenta con numerosos conos volcánicos: Cruz de Tea, Las Chozas, Chiña- ma o Montaña Gorda, y con dos de las playas más grandes de Tenerife, la de Leocadio Machado y la Tejita. Precisamente separando ambas se encuentra la Montaña Roja, un pico de 170 metros de altura con sus propias leyendas. Muy cerca está la laguna denominada La Mareta, que sirve de hogar a numerosas aves en su tránsito desde el continente africano. Las costas de esta localidad se han convertido en un paraíso para los windsurfistas.
DORMIR. El municipio está apartado de los grandes núcleos turísticos de la isla. Aunque no muy amplia, la oferta de camas es de buena calidad: Hotel Rural Senderos de Abona , (La Iglesia, 3; 922 77 02 00), Hotel Médano (Playa de El Médano; 922 17 70 00) y el Hotel Atlantic Playa (Avenida de Europa; 922 17 62 40). Más información en el Ayuntamiento de Granadilla de Abona( 922 75 99 53).

 


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