208 Motor & Viajes
sábado, 21 de julio de 2001
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Memoria viva del románico y solar fecundo del romancero, tierra de queso y vino encaramada sobre el Duero, esta bella ciudad muestra una honda personalidad que cautiva al visitante y conquista sus sentidos

ZAMORA
Ciudad del alma
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SABAS MARTÍN. Escritor y periodista. Acaba de publicar el ensayo La Danza de la Muerte, con grabados de Holbein, en Miraguano Ediciones.

Afirmaba Claudio Rodríguez que todos llevamos una ciudad dentro: la ciudad del alma que nos alienta y nos acusa. La suya fue Zamora. «Calles, sonidos de campanas y de pasos. Y la luz, sobre todo, el aire, el temple del Duero, las piedras que nos fecundan». Así la evocaba. Y, en verdad, la antiguamente llamada Azemur (olivar silvestre) y Samurah (ciudad de las turquesas) fecunda y seduce a quien la conoce.

A su rica tradición se contrapone un presente de expectativas con las que cumplir su ilusión de futuro. Porque aparte de ser la provincia número uno de España en éxitos en piragüismo y en producción de leche de oveja, otras cifras estadísticas se empeñan en ofrecer una oscura imagen de pobreza y aislamiento.

El postergamiento de Zamora arranca ya del Romancero, cuando Fernando I reconoce que «Allá en Castilla la Vieja/ un rincón se me olvidaba./ Zamora tiene por nombre./ Zamora la bien cercada». Sin embargo, las murallas que testimonian su milenario pasado, no son una frontera que vuelva y encierre sobre sí misma a la ciudad. Con el mismo ánimo indomable del Viriato que sumó batallas ganadas y cuyo brazo armado figura en el escudo, Zamora se abre a un horizonte esperanzado con que recuperar el esplendor de cuando era Casa de Posta en la Ruta de la Plata y territorio codiciado por estratétigo y feraz. La celebración de la novena edición de Las Edades del Hombre, el Encuentro Europeo de Folklore, Europeade, o el Congreso Internacional sobre Claudio Rodríguez, marcan 2001 como fecha crucial en la vida zamorana. Sin olvidar la Copa del Mundo de Piragüismo. Porque en Zamora los niños casi nacen con una piragua en las manos. El Duero es el húmedo y espejeante culpable.

Como un cuerpo tendido junto a la margen derecha del Duero, entre la Tierra del Pan y la Tierra del Vino, sobre las peñas tajadas de Santa Marta, Zamora en una ciudad de tres ciudades que ha crecido, no en torno, sino a continuación del casco monumental, estirándose hacia el este. De la Catedral y el Castillo a las inmediaciones de la Plaza Zorrilla, se dispone el casco antiguo, declarado Conjunto Histórico-Artístico. Le sigue la ciudad nueva con la calle Santa Clara como arteria comercial por excelencia que la recorre. Sus construcciones modernistas y funcionales desembocan en el verdor exuberante del Parque de la Marina y en el de León Felipe, zamorano de Tábara.

Cruce de culturas
A partir de ahí se dispone la ciudad crecida a partir de la segunda mitad del siglo XX, con edificios sobresalientes de arquitectura contemporánea, con espaciosas calles, polideportivos, zonas residenciales, de servicios y campus universitario. Recorrer esta ciudad de ciudades, abierta y cálida, amable y sosegada, es ser testigo del fluir del tiempo, del fecundo cruce de culturas y convivencias.

El mejor preámbulo para adentrarse en la Zamora histórica es acudir al Puente de Piedra sobre el Duero y contemplar desde allí la bella silueta de la ciudad. El Puente, románico, lo forman 16 arcos y se levanta aguas arriba de otro de la época romana del que aún se conservan algunos restos y una leyenda: la del Anillo de San Atilano.

La tradición cuenta que el primer obispo de Zamora, al marchar de peregrino a Tierra Santa desilusionado por la poca eficacia de su labor entre sus fieles, arrojó al río su anillo episcopal. En ese momento, un terremoto destruyó el puente. Tras 10 años de viaje, Atilano regresó sin darse a conocer y se hospedó en un mesón donde realizaba faenas domésticas para pagar su estancia. Un día le entregaron un hermoso pez para que lo limpiara. Al destriparlo halló el anillo que había arrojado al marcharse. Conocido el suceso y tomado como hecho milagroso, Atilano fue aclamado por segunda vez como prelado y gobernó hasta su muerte la iglesia zamorana.

Desde el puente se contempla el telón de piedra de la Muralla, levantada sobre las fortificaciones árabes entre los siglos XI y XIII. Zamora tuvo tres recintos amurallados, lo que le valió el calificativo de «la Bien Cercada». El primero de ellos es el que se conserva casi en su integridad y compone una de las imágenes más características de la urbe, con los muros emergentes de la Catedral y del Castillo y las puertas de acceso cargadas de historia y leyenda. Las más notables son la Puerta de Olivares, lindante con la que fuera Casa del Cid, la Puerta de Doña Urraca y el Portillo de la Traición.

Una amplia explanada surcada de árboles acoge los que son, sin duda, los monumentos más representativos de Zamora. Uno es la Catedral, del siglo XII, que exhibe una inconfundible cúpula de singular originalidad y belleza. De aires bizantinos, conjuga el gusto orientalizante y la sobriedad ornamental. Está formada por 16 estrechos ventanales sobre los que, a modo de gajos, se reparten otros tantos gallones cóncavos que al exterior se adornan con escamas semicirculares de piedra. La recia solidez de la torre-campanario, del gótico tardío, inconclusa y de planta cuadrada, contrasta insólitamente con las redondeces del cimborrio.

Al lado de la Catedral se alza el Castillo, dispuesto en torno a los restos del antiguo Alcázar. Habilitado actualmente para fines docentes, conserva el foso, la puerta de acceso y la torre del homenaje de una inusual forma pentagonal. Desde el Parque del Castillo la vista se regala con el paisaje de la Vega del Duero y el Campo de la Verdad. A partir de ahí, y hacia el centro de la ciudad, la de San Isidoro será la primera de una veintena de iglesias que le han valido a Zamora el sobrenombre de Ciudad del Románico y que constituye uno de sus más notables tesoros.

Atravesando la Rúa de los Notarios, en cuyo número ocho se halla Lucina, la emblemática editorial del zamorano Agustín García Calvo, nos adentramos en la Zamora de las calles empedradas y estrechas; la de las torres, espadañas y cigüeñas; la del tiempo detenido en el sueño de las piedras. Zamora posee uno de los más notables legados románicos de Europa y, consecuentemente, el mayor patrimonio artístico de esas características de Castilla y León. Es difícil escoger una iglesia sobre otra. Todas y cada una tienen su atractivo particular que las hacen únicas sin dejar de ser parte de un conjunto extraordinario.

Templos románicos
En Santiago el Viejo sostiene la leyenda que fue armado caballero el Cid. La Magdalena tiene la portada más rica en ornamentación del románico zamorano. San Cipriano se asienta en uno de los más bellos miradores de la ciudad. En San Juan, junto al Ayuntamiento en la Plaza Mayor, sobresale su magnífico rosetón. En San Vicente, la esbelta elegancia de su torre. En San Esteban se ubica la sede del Museo del escultor vanguardista zamorano Baltasar Lobo. Santa María la Nueva, al lado del Museo de Semana Santa, recuerda el desarrollo del Motín de la Trucha, allá en 1158. Al parecer, la campana de Santa María avisaba al pueblo llano de que ya podía acudir al mercado tras la retirada de los nobles. Un conocido artesano acababa de comprar una trucha de la que se encaprichó un noble rezagado. Al negarse a cedérsela, fue apaleado por los siervos del caballero, lo que ocasionó un violento tumulto, prolongado en el incendio de la iglesia de Santa María donde los nobles se habían reunido para escarmentar a los villanos. La reconstrucción popular de la iglesia fue la condición impuesta por Fernando II para perdonar aquella violenta sublevación...

Y junto a los templos románicos, los palacios renacentistas como el de los Condes de Alba y Aliste, sede del Parador, con su elegante patio de doble arcada, magnífico escenario de conciertos. O el Palacio del Cordón, sede del Museo de Zamora. O el Palacio de los Momos, lugar de las primeras representaciones teatrales en castellano y actual sede de la Audiencia Provincial.

Y, además, edificios civiles como el Hospital de la Encarnación, actual Diputación, situado en la Plaza consagrada a un Viriato hecho escultura por Eduardo Barrón. O como el Convento de San Francisco, remodelado hasta convertirse en la modernísima sede del Instituto hispano-luso. No es la única muestra de la más actual arquitectura. A ella se le suman, como significativos ejemplos, el módulo cúbico de la ampliación del Museo de Zamora, de Tuñón y Mansilla, y el galardonado Recinto Ferial.

Ciertamente Zamora, donde dijo Clarín que «le nacieron», no se ganó en una hora. Conocer su hondo latir es entregarse a una luminosa emoción. Es Zamora, ciudad del alma, quien gana al visitante, quien lo enamora, quien conquista sus sentidos.


Imprescindible...

1. Percibir la mágica fascinación que desprenden la luz y el aire bajo el cimborrio de la bella Catedral, del siglo XII.

2. Visitar el Museo de Semana Santa (plaza Santa María la Nueva), declarado de interés turístico internacional.

3. Admirar la Custodia de plata y los valiosísimos Tapices flamencos que se guardan en el Museo Catedralicio.

4. Disfrutar de las Fiestas de San Pedro, con sus célebres Ferias del Ajo y de la Cerámica, verdadero festival para los ojos.

5. Acudir al bosque de Valorio, a las afueras de la ciudad, para visitarla ermita del Cristo de Valderrey.

6. Conocer la tradición del encuentro de la Virgen de la Concha, patrona de Zamora, y la de Hiniesta y del Niño que se pierde.

7. Y, por supuesto, disfrutar sosegadamente de las más de 250 piezas, algunas excepcionales, de Las Edades del Hombre.


DORMIR.
Parador Conde de Alba y Aliste (980 51 44 97), en la Plaza de Viriato. Un admirable palacio del siglo XV en pleno centro histórico. Meliá Horus (980 50 82 82) de reciente apertura, en la Plaza del Mercado 20. Hostería Real (980 53 45 45), en Cuesta Pizarro 7, ocupa el antiguo palacio de la Inquisición. El Sayagués (980 52 55 11), en Puentica 2, está muy próximo al entorno histórico.

COMER.
Tierra agrícola y ganadera, los productos autóctonos sostienen la cocina zamorana, caracterizada por los condimentos fuertes. De sus potentes entrantes destacan las sopas de ajo y de boda, con jamón y chorizo, y el arroz a la zamorana cuyo sabor proviene de la oreja, el morro y la pata de cerdo. Entre los asados nada hay más zamorano que el cabrito Dios nos libre y la ternera de Aliste. También merece la pena la trucha a la sanabresa. Los vinos de Toro, Fermoselle y Benavente son tan imprescindibles como los quesos. El rebojo y las diversas clases de empiñonadas y almendrados culminan el capítulo dulce. El Rincón de Antonio (980 53 53 70), ofrece una cocina moderna e imaginativa. Serafín (980 53 14 22), buenos platos zamoranos. La Posada (980 51 64 74), cocina castellana con novedades. Sancho 2 (980 52 60 54), complementa su cocina regional de gran calidad con jornadas gastronómicas. Además de las bondades de sus platos y del peculiar encanto de Casilda, su dueña, el restaurante España (980 53 17 31) ofrece un eco literario: es el antiguo Café Iberia de la esposa de Ramón J. Sender, fusilada en Zamora al comienzo de la guerra civil.

ALREDEDORES.
Los Arribes del Duero, las Lagunas de Villafáfila, la Sierra de la Culebra o el Parque Natural del Lago de Sanabria son rutas turísticas de considerable interés para el viajero.

LAS EDADES DEL HOMBRE.
El antiguo Laboratorio Municipal, la Iglesia de San Isidoro y la Catedral son las sedes de RemembranZa: Las Edades del Hombre. Hasta noviembre. Los lunes cierra. De martes a viernes, horario de 10 a 14 horas y de 16 a 20 horas. Sábados, domingos y festivos, de 10 a 20 horas. Entrada gratuita. Visita guiada, con un máximo de 20 personas: 5000 pesetas. Información en los teléfonos 980 30 84 15 y 980 53 14 47. En internet: www.lasedades.es

 



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