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sábado, 20 de febrero de 1999
viajes

James Joyce estuvo prohibido durante mucho tiempo en Irlanda, pero su obra maestra, "Ulises", es la mejor forma de descubrir las calles, los "pubs" o los alrededores de su capital. El hispanista Ian Gibson ofrece su visión de este clásico de la literatura en la ciudad donde ambos nacieron

Dublin.
El "Ulises" como guía

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IAN GIBSON

Historiador e hispanista, acaba de ganar el Premio Así Fue de la editorial Plaza & Janés por su último libro Dalí-Lorca: la pasión que no pudo ser, sobre la relación entre el artista y el poeta. Aquí escribe sobre su ciudad natal.

Si el niño es padre del hombre, también lo es el lugar donde el hombre viene al mundo. A mí me tocó Dublín. Hoy capital de la República de Irlanda, y otrora, en días de esplendor, segunda ciudad del Reino Unido, Dublín ha sido y sigue siendo padre ­o madre, o incluso a veces madrastra­ de grandes escritores. Para limitarnos a los nacidos en la segunda mitad del siglo XIX, y a los realmente preclaros, allí están Yeats, Shaw, Wilde y Joyce (Beckett ya es de 1906) para que no nos olvidemos de ello.

El fenómeno literario irlandés es producto en no pequeña medida del cruce de lo celta y de lo británico. Los irlandeses perdieron su propio idioma, objeto de brutal persecución siglos atrás por parte del invasor, pero aquél subyace en el ritmo, el acento y los giros del inglés que se habla en la mayor parte de la isla (el del norte es de otra índole). Inglés manejado con jubilosa fruición por un pueblo que goza con la expresión verbal y el arte de la conversación (sobre todo cuando ésta se enciende y se extiende al calor de una buena pinta de Guinness). El pico de oro de los irlandeses es proverbial, a decir verdad, en todo el mundo de habla inglesa, donde se le conoce como gift of the gab (don de la palabra). Apenas se concibe a un irlandés silencioso.

Escritor prohibido.

De los escritores mencionados, ninguno ha ejercido más influencia sobre la conciencia de la juventud irlandesa que Joyce. Y ninguno es más presente en el sentir del Dublín de hoy. Cuando, en los años cincuenta, uno tenía el privilegio de ser alumno del Trinity College ­la vieja universidad dublinesa situada en el mismo corazón de la ciudad, oasis de paz con campos de deporte incluidos­, Ulises estaba todavía prohibido. Estábamos en plena época de tenebrismo eclesiástico y Joyce era considerado, ¡todavía!, como el diablo. Poniendo empeño en el asunto, sin embargo, se podía conseguir bajo cuerda la nefanda novela, importada clandestinamente desde Londres. Y un portentoso día de 1957 cayó en mis manos un ejemplar.

La lectura de Ulises fue para mí, como para muchos de mi generación, una deslumbradora revelación que nos sacudió los mismos cimientos de nuestra existencia. A partir de entonces Dublín nunca pudo ser el mismo. Imposible ya darse un paseo por la inmensa playa de Sandymount, por ejemplo, donde yo había retozado de niño, sin evocar al protagonista de la novela, Leopold Bloom ­Ulises en guisa de errabundo judío irlandés, vendedor de anuncios­ mientras contempla, libidinoso, a la encantadora Gerty McDowell, que finalmente se levanta y resulta coja. Imposible entrar en Davy Byrne's, uno de los pubs más famosos de Dublín, sin recordar las tumultuosas conversaciones que allí tienen lugar en el libro. Imposible contemplar el río Liffey desde cualquiera de sus puentes sin tener presente su preponderante papel dentro de la trama del texto. Para maltraducir unos versos de Yeats: "Todo había cambiado; cambiado del todo; había nacido una terrible belleza".

Salir de la isla.

No me cabía duda de que Joyce era un héroe, un coloso, por su obra y por la valentía que le había permitido hacerla realidad. ¿No había huido a París, incapaz ya de aguantar más a un Dublín estrecho de miras, apoyado sólo en la fe en su obra futura y en el amor de su novia, Nora Barnacle? ¡Qué lección para nosotros! ¿No había puesto en boca de Stephen (Retrato del artista joven, traducido al español por Dámaso Alonso) un programa vital que encandilaba e inspiraba? El programa se hizo carne de mi carne. "No serviré más una causa en la ya no creo (declara Stephen antes de abandonar la isla, rumbo a Europa), llámese mi casa, mi patria o mi iglesia. Y trataré de buscar algún modo de vida o de arte donde me pueda expresar lo más libre y lo más plenamente posible, utilizando para mi defensa las únicas armas que me permito utilizar: el silencio, el exilio y la astucia". Ante tales palabras, ¿qué joven de mi generación podía quedarse indiferente? Para mí, además, Ulises tenía otro interés inesperado: las numerosas alusiones que contiene a España, nunca visitada por Joyce pero intuida por la lectura de guías, sobre todo de Gibraltar (lugar de nacimiento de Molly Bloom).

El periplo de 18 horas de Leopold Bloom por las calles, tiendas, redacciones, pubs, tugurios y demás recovecos de Dublín, narrado con todo detalle en Ulises, tiene lugar el 16 de junio de 1904. La selección de fecha representa un apasionado homenaje de Joyce a su mujer, que en dicha efemérides salió por vez primera con el joven escritor. Hoy, Dublín ya no se asusta de Ulises (ni de los curas), al contrario, y el 16 de junio se ha consagrado como Bloomsday, el día de Bloom, cuando joyceanos del mundo entero se congregan en la capital irlandesa para celebrar al genio y su obra, empezando el día, como lo hace el bueno de Leopold, con la consumición de un copioso desayuno de riñones fritos y, luego, siguiendo paso a paso, con las obligadas paradas tabernarias, la ruta de Bloom por su "querido sucio Dublín" (dear, dirty Dublin), a estas alturas, en honor a la verdad, mucho más limpio que entonces. Pero no hace falta ser admirador de Joyce, empedernido o en potencia, para disfrutar de Dublín, en junio o cualquier otro momento del año. Se trata de una ciudad pequeña (un millón más o menos) con numerosos alicientes para el turista. Hay que adentrarse en el Trinity College (el Libro de Kells, allí expuesto, es una de las joyas celtas más conocidas mundialmente), admirar las bellísimas plazas dieciochescas de la villa (con sus célebres puertas), deambular por el céntrico Stephen's Park, ir de compras por Grafton Street (sede de Bewley's, el más renombrado famoso café de Dublín), alquilar un coche para conocer los bellos alrededores de la capital (playas, montañas, praderas)...

Y, sobre todo, hay que comunicarse con los lugareños, recalar en los pubs, no importa cuáles (muchos tienen música en directo) y darse cuenta, en fin, de que entre España y Irlanda existe una honda corriente de simpatía mutua, enraizada, si podemos creer a Salvador de Madariaga ­que de ello sabía mucho­ en una consanguinidad antiquísima. Después de todo, pensándolo bien, las gentes que llegaron a Irlanda hace milenios procedían de Europa, y quién sabe si no desde la península ibérica. Yo, de todos modos, siempre intuía que mi alma era mediterránea. Ahora estoy convencido de que tenía razón. España... es Irlanda con sol.


No olvide...

1. Recorrer los itinerarios relacionados con James Joyce y su Ulises. Le informarán en su museo, la Torre de Sandycove.

2. Ver la catedral de San Patricio, donde se guardan muchos tesoros y la tumba de Jonathan Swift autor de Los Viajes de Gulliver.

3. Probar las tres bebidas nacionales: la cerveza negra Guinness, el whisky y, naturalmente, el café irlandés más genuino.

4. Apreciar el arte contemporáneo del Museo Nacional de Arte Moderno, en las afueras, en el antiguo hospital de Kilmainham.

5. Perderse en el Temple Bar, el barrio bohemio a orillas del río Liffey con multitud de tiendas, teatros, galerías y toda la marcha nocturna.

6. Probar el encanto de un Pub Crawl, para conocer los mejores pubs. El más popular comienza en Oliver St. John Gogarty's a las 19.30h.

7. Tomarse un café o un té en el Bewleys Cafe, tanto en el original de Grafton Street como en la sucursal de Westmoreland Street.

8. Ir a Windmill Lane. Allí estaba el estudio de U2. Las paredes de la calle se han convertido en un museo con graffitis y mensajes.

9. Conocer de cerca el ambiente de las carreras de galgos. Tienen lugar todo el año, excepto domingos, desde las 8 a las 20 horas.

10. Desplazarse al cercano valle monástico de Glendalough con sus monasterios altomedievales y cruces celtas en un paisaje verde.


LLEGAR. Iberia tiene un vuelo diario desde Madrid a Dublín con escala en Barcelona. A partir de la primavera Aer Lingus ofrece conexiones desde Madrid-Barajas y otros aeropuertos españoles.

CUANDO IR. El clima en Irlanda es templado oceánico con temperaturas relativamente suaves durante todo el año, aunque en verano pueden superarse los 20 grados. Tanto en Dublín como en el resto del país llueve con abundancia en todas las estaciones.

QUE VER. Trinity College, una de las universidades más prestigiosas del mundo anglosajón fundada por Isabel de Inglaterra en 1592. En su riquísima biblioteca se puede ver el libro de Kells del siglo XI. El Museo Nacional contiene tesoros de la Edad del Bronce y de la Alta Edad Media incluido el broche de Tara y el relicario de San Patricio. La National Gallery tiene más de 2.600 pinturas, incluidos excelentes Murillos.

DORMIR. En Dublín lo más agradable es alojarse en alguno de los numerosos pequeños hoteles con encanto que se han abierto en estos últimos años. Buenos ejemplos son el Anglesea Town House (63 Anglesea Rd. Ballsbridge. Tfno: 00 7353 16 68 38 77), con siete habitaciones en un palacete eduardiano, o el Clifden House (32 Gardiner Place. Tfno: 00 7353 18 74 63 64) o el Fitzwilliam (41 Upper Fitzwilliam St. Tfno: 00 7353 16 62 51 55), dos casas de estilo georgiano perfectamente conservadas.

COMER. Dublín ha experimentado en esta última década una verdadera revolución en oferta gastronómica, con numerosos restaurantes de alta cocina. Le Coq Hardi (35 Pembroke Rd.) y The Grey Door Irish Restaurant (22-23 Upper Pembroke St.) son representativos del nivel más alto de la cocina irlandesa. Hay también muchos restaurantes especializados en pescado como el Latchfords Bistro o Le Caprice en pleno centro urbano.

RECURSOS. Hay varias guías sobre Dublín publicadas en castellano. Para más información acudir a la Oficina de Turismo de Irlanda en España. Paseo de la Castellana, 46-3º. Madrid. Tlfno: 91 577 17 87. O en Internet: http:/ www.ireland.travel.ie / POR JAVIER MAZORRA.

 

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