100 Motor & Viajes
Sábado, 20 de marzo de 1999
Viajes


México
De Chihuahua a El Fuerte
Es un enigma de casi dos millones de kilómetros cuadrados en el que coexisten las más diversas geografías en 33 estados. Playas en Cancún y Acapulco; pero también la sierra virgen de los tarahumaras y el desierto de Chihuahua, con estupendos recorridos en tren. Tras su máscara turística de mariachis y tequila, este país esconde un auténtico tesoro
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JOSE ANGEL MAÑAS
Historias del Kronen le lanzó como escritor. Ha publicado Mensaka, Soy un escritor frustrado o Ciudad rayada. Historias del Kronen y Mensaka han sido llevadas al cine.

La llegada no puede ser más espectacular. Sobrevolamos la ciudad de los chilangos, que les llaman a los del DF, una megalópolis monstruosa de 23 millones de habitantes que ya ha engullido el aeropuerto en que aterrizamos. Dicen que hay barrios de chabolas que crecen de un día al otro. Horas después, mirando desde el avión que nos lleva al norte, el DF ya ha desaparecido bajo el manto de la noche y millones de lucecillas alumbran artificialmente la ciudad.

En Chihuahua tomo contacto con la realidad mexicana. Es una ciudad en extensión, de edificios de una planta y anchas avenidas. Yendo en coche hacia el hotel, me fijo en que hay muchas rancheras y mucho coche americano, Ford, Chrysler, Buick, sin matrícula. "Los traen de Estados Unidos. Ya se imaginan cómo", explica Raúl, nuestro guía mestizo. Los chicanos de acá llevan casi todos sombreros y camperas; se nota la influencia de Texas, el estado vecino. Llegado al hotel y viendo la botella de agua mineral junto al lavabo, uno no puede evitar pensar que Hernán Cortés conquistó un imperio con 400 hombres, mientras hoy los españoles que viajan a América ya no pueden ni con los microbios.

Chihuahua es uno de los focos principales de la Revolución de 1910. Pancho Villa nació en Durango, pero vivió y luchó aquí. Se puede visitar el museo de la Revolución, la casa donde vivió con doña Luz, una de sus 25 mujeres, casi una por estado. "Para los americanos, Pancho es un villano; para nosotros, un héroe, el único que se ha atrevido a invadir EEUU", dice Raúl. Al recorrido por la casa sigue un recorrido por el pueblo. La catedral de Chihuahua, construida a lo largo del XVIII, la financiaron los mineros a razón de un real por cada marco de plata extraído. Está llena a rebosar. Indios, mestizos, blancos, todos escuchando con gran reverencia la misa. Un hombre, de rodillas, reza y acaricia los pies de la estatua de un santo. En el palacio del Gobierno, varios murales cuentan la historia de la región desde que llegaron los conquistadores hasta el fusilamiento de Hidalgo, padre de la patria, en 1811, aquí mismito. A las puertas, en la plaza de Hidalgo, hay un par de establecimientos donde los boleros te limpian las botas por unos pesos. Dos indios venden jícama, una fruta insípida y refrescante aliñada con polvo de chile.

Chihuahua quiere decir "lugar seco y arenoso", y se entiende por qué en cuanto sales de la ciudad. Un autobús nos lleva hasta Creel, a través del desierto de Chihuahua, un secarral con granjas de protestantes menonitas, zonas de papeo y una multitud de huertas de manzana. Cruzamos varias veces la vía del tren, donde no hay barreras, tan sólo una pancarta: "Alto, cuidado con el tren". El tiempo se deshace en la inmensidad del paisaje. Llegando a la sierra, el aire refresca, aparecen los primeros pinares, y pasamos por San Juanito, envuelto en una nube de polvo, lugar donde dicen los mexicanos que sólo conocen dos estaciones, la del invierno y la del ferrocarril.

El tren que nos lleva de Creel a Divisadero es de primera clase, pero sólo difiere del de segunda en cuanto a la gente que transporta. El tren no pasa de los 40 kilómetros por hora. Desde el vestíbulo, la vista es alucinante. La sierra se va haciendo más densa, el paisaje se va asilvestrando. En cada estación hay al menos dos tiarrones con fusil al hombro, y en el tren llevamos unos cuantos policías, todos de negro, gafas de sol y pistola al cinto. Uno de los empleados del ferrocarril, después de enseñarme, orgulloso, su tarjeta de trabajo, me explica que están aquí para protegernos. "Mire", señala dos impactos de bala en el quicio metálico de una puerta. "Nos asaltaron hace tres meses. Cinco chavalitos. Con Uzis. Las caras tapadas con pañuelos, verdad". Por lo que entiendo, pararon el tren en el interior de uno de los túneles y pasaron un saco pidiendo a punta de pistola todo lo que llevaran los pasajeros. Cuenta que mataron a un suizo que estaba filmando. "No quería darles la cámara, verdad. Hubo pelea y ¡bum! Muy fuerte, sí".

La estación de Divisadero es un mercadillo de lo más pintoresco. Hay indias sentadas en el suelo haciendo cestitas con hojas de cáctus y agujas de pino, puestos de antojitos y tacos, y una cuestecita bordeada de puestos de artesanía, al final de la cual está el mirador que da sobre las barrancas, un panorama de 160 kilómetros, cuatro veces más profundo que el Gran Cañón del Colorado. Abajo, a casi 2.000 metros de profundidad, confluyen tres de los seis cañones que forman las Barrancas del Cobre. La vista es sublime como un paisaje de Friedrich. Dos zopilotes planean pegados a los cantiles, dejándose llevar por las corrientes del cañón.

De vuelta al tren quedan más de seis horas, la parte más bonita del viaje, la bajada a las barrancas. Cada vez que pasamos un puente, mirando abajo, da la impresión de que el vagón se ha echado a volar. El paisaje va dejando de ser serrano. Pasamos de los pinos tristes a los cactus candelabros, a los Palo Santo floridos, las amapas, los plátanos, papayas y aguacates. Toca escala en El Fuerte, en un hotel con jardines llenos de palmeras y de bugambilias rosas y carmesí. La gente, esa noche en la cantina, nos acoge con entusiasmo. Después de unos cuantos tequilas, un chavalote agarra la guitarra. Y un viejo nos hace los honores cantando una canción de Rocío Durcal.

No olvide...

1. La moneda es el peso (15 pesetas), pero aceptan dólares. Pida billetes pequeños. Las tiendas de artesanía no tienen cambio.
2. Cuidado si bebe agua no "purificada", la venganza de Moctezuma podría estropearle el viaje. Llévese pastillas, por si acaso.
3. No olvide las botas Santiago que tiene escondidas en el armario. Por 20 pesos, las limpian y las tiñen del color que quiera.
4. Si ha abusado del tequila, desayune unos buenos Chilaquiles en un "Hospital de Crudos" (estar "crudo" es tener resaca).
5. Coger el tren Chihuahua Pacífico, que le llevará de una altura de más de 2.000 metros hasta el fondo de las barrancas. Es una maravilla de ingeniería.
6. En Divisadero, bájese corriendo del tren y disfrute de la vista del Mirador, una de las más impresionantes del mundo. Para 15 minutos.
7. Dése una o muchas caminatas por los seis cañones de las Barrancas del Cobre, y si se atreve, súbase a la Piedra Volada.
8. Respete la naturaleza, y recuerde: matar nada más que el tiempo, tomar nada más que fotografías, dejar nada más que las huellas.
9. En Guadalajara, ir a la plaza de los Mariachis. Pero cuidado: la gracia puede salir cara. Conozca el precio antes de dejar que le canten. 10. Si está en Mazatlán y es época de ballenas, a primeros de año, coja el ferry que le llevará en 15 horas a la Baja California.


Datos prácticos

LLEGAR. Iberia tiene un vuelo diario Madrid-México DF. Y hay una oferta hasta el 31 de mayo: ida y vuelta desde cualquier aeropuerto español, por 75.000 pesetas más tasas (excepto entre el 26 y el 28 de marzo y el 3 y el 11 de abril). Serviberia: 902 400 500.

MOVERSE. México es un país inmenso. Hay muchas compañías como Aero California, que proponen vuelos internos. Para las barrancas, lo mejor es el tren. El más lujoso es el South-Orient Express, operado por Mexican American Railway (00 1 281 872 01 90), desde Tucson (USA) a Los Mochis (240.000 pts.), con 86 túneles y 37 puentes. El Chihuahua al Pacífico (Copper Canyon Railway) tiene dos trenes: el primera especial (1.600 pts.) es más rápido, limpio y confortable que el segunda clase (440 pts.), pero éste último ofrece la posibilidad de sumergirse en la vida mexicana. Para tener mejores vistas, consiga un asiento con ventanilla en la izquierda.

CUANDO IR. La mejor temporada es mayo-junio. En invierno el clima es bastante frío en el Altiplano y la sierra, donde puede haber nevadas. Y en verano, es temporada de lluvias en casi todo el país. De todas maneras, las temperaturas varían según la localidad. Infórmese antes de meter en la maleta el bañador.

DORMIR. En las barrancas, es mejor reservar. Merece la pena pasar una noche en el Hotel Divisadero (00 52 14 15 11 99) o en el Hotel Posada Barrancas (reservas a través del Hotel Santa Anita. 00 52 68 18 70 46), con vistas al Canyon. Cuestan unas 7.000 pesetas.

COMER. La comida mexicana es estupenda y por poco dinero se come de maravilla en cualquier restaurante. Casi todos los platos tienen chile (picante) y se sirven con tortillas de maíz o de harina. Los desayunos son fuertes, con frutas tropicales y huevos con carne seca de res, frijoles con nachos o chilaquiles, por ejemplo. No olvide probar la sopa de tortilla, el guacamole, las quesadillas, las enchiladas y los camarones, especialidad de Mazatlán. El licor de Chihuahua es el sotol, y encontrará tequila en cualquier parte.

INFORMACION. Turismo de México. Tfno: 91 561 18 27.


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