115 Motor & Viajes
sábado, 10 de julio de 1999
viajes

Este es un retrato del silencio de la capital polaca. Del lento silencio que humedece la ciudad, procedente quizá de la reconstrucción, de la piedra histórica que yace bajo su suelo. Los nazis dinamitaron toda Varsovia y después los polacos tuvieron que vivir entre las ruinas y edificar desbocadamente, en un estilo arquitectónico que hoy se llama "tristeza socialista"

VARSOVIA.
Versiones del silencio

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ALBERTO OLMOS

Capital del dolor. Varsovia es una bonita palabra llena de puentes y el nombre de una ciudad que no existe, que sólo fue, y si sigue siendo lo hace como espuma e historia, como una hoguera en el espejo, como máscara sobre los escombros y la muerte. Varsovia no es la capital de Polonia, es la capital del dolor, la capital de un país vapuleado por el tiempo, despedazado por las potencias hegemónicas, borrado de los mapas y vuelto a dibujar con su propia sangre.

Sobre Varsovia han caído bombas en todo los idiomas y han germinado todos los miedos, el miedo a los prusianos, el pavor ante los austriacos, el temor a los rusos y el terror ante los alemanes. De Varsovia querían hacer los nazis una ciudad militar y, al parecer, los monumentos y las estatuas no les hacían juego con los tanques, no les pegaban las fuentes y las metralletas, y los palacios reales quedaban francamente mal con los misiles tierra-aire. De modo que dinamitaron toda Varsovia para instalar sus barracones de hombres-bala, de hombres-muerte, de hombres-antihombre. El noventa por ciento de la ciudad perdió su altura, se arrodilló ante las botas ensangrentadas de los nazis, en una genuflexión horrísona y definitiva.

Cuando Alemania claudicó, los polacos tuvieron que aprender a vivir entre las ruinas, tuvieron que edificar desbocadamente, desechando toda concesión estética. A ese estilo arquitectónico se le llama hoy tristeza socialista: los varsovitas llevaban la tristeza dentro y ahora debían vivir en ella. Basándose en la propia memoria, en dibujos y en algunos cuadros de Canaletto, se inició finalmente la reconstrucción de la parte histórica de la ciudad.

Los polacos acudieron a lo que hay entre la pupila y el párpado, a ese ser de las cosas dentro de nosotros mismos, y empezaron a levantar un sosia con planos de nostalgia, arquitectos del recuerdo y pétreo amor propio. Abastecieron su labor de testimonios, y le preguntaron al niño que cómo recordaba su casa, y el niño les respondía que su casa era grande y amarilla, que olía a pan, que había cerca un puente y una estrella, y más allá un cielo azul lleno de pájaros. Hoy ya nadie puede recordar Varsovia, porque Varsovia es el recuerdo de un niño, de una población; porque Varsovia es otra ciudad con el mismo nombre, tocaya de sí misma y de sí misma ataúd; condenada a ser su propio facsímil.

El capital.

Frederic Chopin nació cerca de Varsovia y marchó a París cuando contaba 20 años. Allí murió y allí descansa su cuerpo. Sin embargo, su corazón pertenece a Varsovia. En serio: lo tienen en una caja, y contribuye a engrosar el capital cultural de la ciudad. No he visitado la iglesia donde guardan la ornacina, ni otros monumentos y lugares históricos. Creo que carecen de interés. Yo estoy jugando a no ser extranjero, jugando a perderme por las calles de Varsovia y a pillarla in fraganti, cuando no se lo espera, en el revés del turismo. No me gustan los monumentos. No me gustan las estatuas ni las calles bonitas.

No me gusta Chopin con su corazón separado de su cuerpo. Me tiene sin cuidado la historia y sus monarcas, los reyes con sus tronos y las grandes batallas donde nunca ganan los buenos. Quiero hacerme mi álbum particular al margen de los catálogos, tan profilácticos y optimistas.

Con la cámara que me ha dejado una amiga voy robando pedacitos de Varsovia. Retrato el tráfico, manada heterogénea de coches nuevos y coches viejos, y tranvías que no son ni nuevos ni viejos, sino grandes máquinas de coser que zurcen la ciudad. Retrato los grises edificios de la tristeza socialista, donde un cartel indica To let (antes estaba prohibido alquilar apartamentos).

Retrato las grúas que se alzan por doquier, como veletas del progreso, y retrato cómo, poco a poco, van espesándose edificios de cristal, que alojarán el capital extranjero. Retrato a los polacos de rostros lácteos, ojizarcos y tristes. Retrato el silencio, el lento silencio que humedece la ciudad como una lluvia blanca, el cauto silencio procedente quizá de la reconstrucción, de la piedra histórica que yace bajo su doble, ese remake al que ha legado su nombradía.

Pecados capitales.

El Papa es polaco, y Polonia es casi más católica que España, y ambos países podrían montar un campeonato para dirimir quién reza mejor y acabar para siempre con esta incómoda rivalidad. Sin embargo, los jóvenes polacos (como los españoles) no parecen muy afectos a los designios del Señor y prefieren asumir el mandamentario de la música y la cerveza, dando pábulo así al Programa Anual Sobre Por Qué Beben Los Jóvenes.

Al atravesar la Ciudad Vieja (donde se encuentra el Palacio Real y la bella Plaza del Mercado, de fachadas polícromas) hemos dado con una buena tienda de música. El dueño es muy amable y nos deja escuchar los compactos antes de comprarlos.

Volviendo sobre nuestros pasos, descubrimos un curioso lugar al que llaman Barbakan. Son un copioso grupo de adolescentes vestidos de negro que se juntan al socaire de las murallas a beber, cantar y bailar despreocupadamente. Recuerda al típico botellón hispano, pero con las latas en las papeleras y gente tocando la guitarra. Al poco de instalarnos, tres chicas se nos acercan para pedirnos dinero y tabaco. Hablamos en inglés sobre Barbakan y sobre su modo de vida. La que más habla se llama Marie Anne. Bajo una arcada, un joven de pelo largo rasga la guitarra y canta. Marie Anne nos va traduciendo la letra. Trata de un chico que ya perdió las esperanzas y sólo quiere beber whisky; sus padres no le entienden. Toda la retahíla nos resulta familiar y hasta sospechosa. Pero pensamos que si sus padres pudieron reconstruir una ciudad que sólo era ceniza, tal vez ellos consigan desescombrar los ideales, que hace tiempo que volaron por los aires.

Alberto Olmos fue finalista del Premio Herralde 1998 con A bordo del Naufragio


LLEGAR. Las Líneas Aéreas Polacas LOT (91 559 18 62) vuelan de Madrid a Varsovia por 41.000 pesetas. El aeropuerto de Varsovia está a 15 minutos del centro de la ciudad. Si toma un taxi, que no le cobren más de 30 zlotys (1.500 pesetas). Vars-Turintia (91 442 48 16) organiza viajes de ocho días para visitar el norte o el sur de Polonia desde 130.000 pesetas, alojamiento incluido.

DORMIR. El mejor hotel de Varsovia es el Bristol, en la calle Krakowski, 42 ( (22 625 25 25). Algo más económico es el Hotel Jan III Sobieski, en la plaza Zawiszy, 1 (22 659 44 44). Entre los más baratos están Harenda (22 826 00 71), Praski (22 18 49 89) o Port Bema (22 37 68 97). Dada la condición nemorosa del país, proliferan los cámpings, que pueden ser una salida más económica y original. Destacan: Astur (823 37 48), Turysta (610 63 66) y Gromada (825 43 91). COMER. La comida polaca es plúmbea y amarga. Destacan las sopas agrias y la carne de cerdo o de jabalí. También los diversos postres y salsas a base de frutas del bosque. Si su estómago no está acostumbrado a digerir cristales, llévese altas cantidades de Almax. Los polacos beben zumo de naranja en las comidas. Pocas cenas tan exquisitas como las del restaurante francés La Bohéme, en los sótanos del Teatro de la Opera.

VISITAS. Aparte de la Ciudad Vieja (Palacio Real, Plaza del Mercado, calles cerradas al tráfico), resulta interesante el Museo de Carteles, con obras de Warhol, Picasso y artistas locales, situado en el parque Lazienki, donde se alza la estatua de Chopin. Para los españoles resulta curiosa Ksiazki Hiszpañskie (librería española) en Tarczynska, 1. El Museo de las Ciencias o la casa natal de Chopin en Zelazowa Wola, a 50 kilómetros de Varsovia, pueden ser otras dos visitas interesantes.


No olvide...

1. Que ni los polacos más desalmados arrojan envoltorios o colillas al suelo. No es recomendable que lo haga usted.

2. Visitar, si es un melómano, la casa natal de Chopin, donde se organizan conciertos todos los domingos del verano.

3. Conocer también Cracovia, a dos horas y media en tren, segunda ciudad más importante de Polonia.

4. Cambiar moneda en hoteles: es más seguro. Un zloty son 40 pesetas y se divide en 100 groszy.

5. Que en la televisión polaca las películas extranjeras son dobladas por una sola voz superpuesta a la de los actores.

6. Que además del tráfico rodado, existen los tranvías, y que éstos no frenan cuando te pones delante.

7. Que las bebidas nacionales (consumidas en cantidades altísimas) son la cerveza y un vodka cercano al salfumán.

8. Que si desea asistir a un concierto de música de Chopin le costará unas 4.000 pesetas y su mejor traje.

9. Que si desea pasearse por la Ciudad Vieja en coche de caballos le costará otras 4.000 pesetas y su reputación.

10. Decir la palabra "nasdroviev" antes de arrancar a beber. El polaco no es un idioma difícil, simplemente es otro idioma.


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