125 Motor & Viajes
sábado, 16 de octubre de 1999
viajes

Salpicado de suaves colinas y pequeñas aldeas, este territorio que se extiende al este de Guadalajara ha tenido en las letras de Camilo José Cela a sus principales valedoras. Cuarenta años separan sus dos visiones de una tierra árida y despoblada que conserva el sabor de otra época. Este es un recorrido por sus nombres, sus pueblos y sus campos. Porque la Alcarria son sobre todo sus pueblos, de esos a los que no va nadie porque no salen en la televisión. Y son sus campos silenciosos alfombrados de cereal, encinas solitarias, cerros y collados

La Alcarria en tres palabras
Los viajes verbales

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ALBERTO OLMOS

I. NOMBRES

Por Juan Ramón Jiménez sabemos que el motivo que llevó a Valle-Inclán a visitar México fue que México se escribía con equis. Quizá por eso, por ir allí de visita lingüística, de viaje verbal, se trajo don Ramón un troj de vocablos cristalinos con los que armar una novela polifónica donde México suena más que se ve. El viaje verbal es un viaje al idioma y por el idioma, y los monumentos y su historia dan un poco lo mismo pues, como dice don Camilo, ya vienen en el Espasa.

Un texto sobre un lugar de lo único de lo que no tiene que hablar es del lugar. El texto es ese aroma que nos hemos traído para que el lector desee ir a la flor. No importa tanto lo que hay en una ciudad como lo que esa ciudad deja en el viajero: eso es lo que hay que contar.

La Alcarria es un territorio que abarca gran parte de la provincia de Guadalajara. Su árida orografía y su pertinaz despoblamiento la han hecho especialmente refractaria a los inútiles adelantos de la modernidad. Fue por eso por lo que, en 1946, un Camilo José Cela de 30 años tomó el primer tren del alba hacia Guadalajara y luego estuvo 11 días recorriendo la Alcarria paso a paso para poder más tarde contarla letra a letra.

Don Camilo levantó una Alcarria paralela en su célebre Viaje donde los protagonistas no eran las gentes y su tierra, sino el habla de las gentes y los nombres de su tierra. Cuando leemos Viaje a la Alcarria no sólo vemos la Alcarria de los años 40, oímos además la Alcarria, saboreamos en cada palabra el gusto de toda una época. ¿Quién de entre los lectores de hoy puede entender palabras como talabartería o testera sin echar mano del diccionario? Pero, ¿cómo habría sobrevivido una realidad si no se la salvara con el nombre? ¿Cómo íbamos a ir los lectores de hoy a la Alcarria del año 46 si don Camilo no nos llamara a las cosas por sus nombres?

Cuarenta años después, Cela, el señor Cela, el ilustrísimo señor don Camilo José Cela, siguió las huellas de sus propios pasos y compuso un escandaloso, aplastante y procaz Nuevo viaje a la Alcarria. Este segundo viaje lo hizo su ilustrísima en Rolls Royce, con choferesa y acompañado de dos juglares que, de cuando en cuando, le brindaban al señor una copla o una cancioncilla.

La metamorfosis no acababa en el medio de locomoción: ahora, además, es la propia Alcarria la que se predispone a recibir a su mayor apologista: le esperan banquetes bestiales, obsequiosos alcaldes, presidencias de concursos literarios, aplausos en mitad de la calle, firma de autógrafos y hasta un niño que exclama: "¡Me cago en la leche, si es Camilo José Cela!".

Por si esto fuera poco, en cada parada que hiciera el joven Camilo hay ahora un recordatorio compuesto por 16 azulejos de color tostado donde figura la fecha de paso y alguna de las frases que el lugar le sugirió. El resultado de este segundo viaje es un libro muy distinto del primero.

En aquél, la tercera persona era auténtica, modesta, nominal, de ver, apuntar y callar, de no entrar en disputas con nadie, de pasar desapercibido.

Ahora, el ir en Rolls indica la clase de desapercibimiento que espera protagonizar. El estilo se ha tornado cínico y burlón, jalonado de diatribas contra el disparate cotidiano y barnizado de prepotencia y estrellato, pues Cela se ha convertido ya en el Marlon Brando de la literatura.

II. PUEBLOS

La Alcarria son sobre todo sus pueblos. A los pueblos no va nadie porque no salen por la tele. De los pueblos no suele esperar la gente nada nuevo ni moderno, pero luego un pueblerino como Pedro Almodóvar marcha a Madrid a enseñarle a todo el mundo lo que es la modernidad. La Alcarria son varias villas, aldeas, pueblos, aldehuelas y pedanías. La única ciudad a visitar es Guadalajara.

Guadalajara es voz que significa río de piedras y palabra que se deshace en la boca nada más decirla. En Guadalajara principia todo viaje a la Alcarria, aunque la modesta ciudad tiene poco que ofrecernos. Es bonito ir a Guadalajara, sin embargo, sólo por su nombre, por tener esa bella palabra enjoyando la conversación. En Guadalajara hay un palacio, el de los Duques del Infantado, que don Camilo vio en ruinas en su primer viaje y en plena restauración en el segundo.

Ahora, el palacio impone su majestuosa presencia de piedra y floritura y sirve de biblioteca, de archivo, de casa de cultura, de todas esas cosas para las que sirve un palacio cuando ya no sirve para nada. Este mismo año, a pocos metros de sus paredes han erigido una estatua a un obispo del siglo XV. El obispo sale con las manos demasiado grandes y una mirada torva y atea y el manto clerical se le arrebuja a los pies en pliegues puntiagudos, de hojalata.

Subiendo por la calle Fluitiers, el viajero observa casas viejas y escaparates que parecen aguardar la mirada de un cliente de los años 50. La calle es larga y triste, rancia. Sobre una pared amarillenta puede leerse: "Carnecería Pepita Rodrigálvarez". Un poco más adelante se abre una pequeña plaza, la del doctor Román Atienza. Más que una plaza es un rincón.

Allí se encuentra la talabartería Montes, que aparece en Viaje a la Alcarria como Casa Montes. Su fachada es estrecha, ni dos metros de ancho, y sobre la puerta cerrada con cadena y candado un tímido toldo azul reza: "Lonas Cueros Montes", en letras rojas y severas. A su lado, 16 azulejos ocres conforman la primera remembranza celiana.

Unos pasos más arriba se encuentra la plaza mayor. La plaza mayor de Guadalajara no tiene nada, si acaso peligro. La plaza es cuadrada, pequeña, con soportales a un lado y árboles a otro, un quiosco, un ayuntamiento reformado con excesiva alegría (rosa, nada menos) y una esquina donde cuatro edificios convalecen tristemente. Sus fachadas, desvaídas, muestran los mordiscos del tiempo: desconchones, herrumbre, cristales rotos...

Saliendo de Guadalajara se llega a Torija, que tiene un castillo. El castillo está rehabilitado y les ha quedado una plaza homogénea y medieval, muy cuca salvo por un armatoste de acero que no pega ni con cola. La modernidad, en fin.

En Brihuega, pueblo próximo al anterior, norte de la Alcarria, hay muchas cosas que ver. En Brihuega hay una picota, varios jardines, iglesias varias, tres puertas históricas y unas cuevas árabes. Para visitarlas se depende de que la carnicería cercana tenga poca clientela y esté de buenas: resulta que para verlas hay que darles aviso, pues son los dueños de las cuevas, y cobran 20 duros por entrar.

En Brihuega, los domingos, aún venden churros recién hechos. Los dan atados con un junco, lo cual no viene contemplado en la directiva europea sobre alimentación. El otro gran pueblo de la Alcarria es Pastrana, situado al sur. Pastrana es pueblo de calles nervudas, capilares, y casas apretujadas.

Sus tejados son casi blancos y casi ocultan el cielo, de tan próximos como se encuentran los unos de los otros.

En Pastrana también hay mucho que ver y admirar y además tienen una palabra dulcísima: Eboli. La princesa de Eboli, que nació en el alcarreño pueblo de Cifuentes, sufrió en Pastrana encierro y muerte y es uno de los principales reclamos del lugar. Su nombre sirve para bautizar dulces y mieles, que tampoco es mala idea.

III. CAMPOS

El mar no conoce este silencio. Lo mejor de los pueblos es la distancia que media entre ellos. La distancia es cereal y encina, cerros y collados, paisaje. La Alcarria es un paisaje. En casi todas las tierras de cultivo hay alguna encina solitaria. La encina es árbol asocial y pensativo, poco dado a gregarismos. La palabra encinar tiene poco sentido en Castilla.

Este árbol se ve siempre en medio de un campo, solo, dando jaquecas a los agricultores, que han de sortearlo para poder arar, para poder sembrar, para poder cosechar. Pero ningún campesino de ley tala nunca la encina, porque la encina es el árbol que piensa mientras el trigo crece tontamente, mientras la cebada no sabe aún nada de la vida, mientras el centeno coquetea con las amapolas.

Lamentablemente, la Alcarria ha visto acuchillada su sobriedad por uno de los cánceres de la sociedad moderna: las centrales nucleares. En la Alcarria hay dos, una en Trillo (al norte) y otra en Almonacid de Zorita. Se conoce que con una no se hacía ya bastante daño.

El asunto es grave y por todas partes se ven pancartas contra las centrales y carteles convocando manifestaciones. Ahora, además, quieren instalar un cementerio nuclear en Trillo.

La central de Trillo se divisa desde cualquier parte una vez pasado Brihuega. La central de Trillo son dos torres enormes que, en términos geométricos, se conocen como hiperboloides circulares de hoja. Algo llamado hiperboloide no puede ser bueno.

La central de Trillo no deja de echar humo para el cielo, un humo blancuzco que se amalgama con las nubes de tal modo que parece que la central estuviera aspirándolas, robándoselas a la Alcarria.

Yendo hacia el sur desde Cifuentes nos encontramos la zona más inaccesible de la comarca. Es zona de embalses y pueblos pequeños. Las carreteras son malas y ahora están en obras.

Uno de los pueblos más pintorescos es Viana de Mondéjar. Apenas alcanza los 100 habitantes. Desde allí pueden verse las llamadas Tetas de Viana: dos cerros de unos 1.150 metros de altura que parecen parodiar las torres de la central nuclear.

Cuando la central no existía, ellos, los cerros, ya estaban allí, esperando. Y cuando la central vuele por los aires o la tiren, seguirán esperando, tan tranquilos, porque los avatares de la vida moderna, Almodóvar y los azulejos del ilustrísimo señor don Camilo José Cela les tienen sin cuidado.

ALBERTO OLMOS. Fue finalista del Premio Herralde 1998 con A bordo del Naufragio.


VISITAS.

En Torija son interesantes el castillo del siglo XV, que alberga el Museo del Viaje a la Alcarria de Cela en la Torre del Homenaje, y la iglesia de nuestra señora de la Asunción. En Brihuega, la iglesia de Santa María, el castillo de Peña Bermeja, el Arco de Cozagón y la Real Fábrica de Paños. En Cifuentes destacan la fortaleza militar del siglo XIV y la Plaza Mayor. En Trillo, el Pozo y los Baños Termales. En Pastrana, el Palacio Ducal, la Plaza de los Cuatro Caños y Plaza de la Hora, además del convento de San Francisco y el del Carmen, y la casa de Leandro Fernández de Moratín.

ACTIVIDADES.

La Alcarria es una comarca ideal para dos aficiones deportivas: el senderismo y el ciclismo de montaña. En los centros de información turística de las principales localidades hay folletos con rutas preestablecidas y muy detalladas.

DORMIR.

La opción más interesante entre los alojamientos de la Alcarria es sin duda la de las casas rurales. En Brihuega: Casa rural Jardín de la Alcarria (949 28 00 71). Precio: 4.200 pesetas por persona, con desayuno; Casa rural Don Gonzalo (619 68 19 37). Precio: 5.300 pesetas por persona y día, con desayuno incluido; Hostal El Torreón (949 28 03 00). Precio: 4.000 pesetas la habitación doble. En Budia: Casa del obispo (949 28 36 91). Precio: desde 7.000 pesetas. En Cifuentes: Hostal San Roque (949 81 00 28). Precio: 4.800 pesetas. En Durón: Fonda La cabaña del tío Paco (949 28 36 54). En Mantiel: Hostería Entrepeñas (949 35 75 00). Precio: 7.400 pesetas.

COMPRAS.

La Alcarria es famosa por su miel. En Brihuega puede adquirirse en la tienda de Jesús Moreno Cerrato (949 28 01 24). Además, el establecimiento de Carlos Rodrigo ofrece artesanía en hierro, madera y piedra (949 28 04 98). En Durón, López Alcolea realiza obras en mimbre y caña; y en Trillo, Esther Batanero vende sus trabajos en cerámica.

BIBLIOGRAFIA.

Camilo José Cela tiene dos libros dedicados a la Alcarria: Viaje a la Alcarria, en la editorial Espasa Calpe, colección Austral, número 131, vigésimo octava edición, 1998; y Nuevo viaje a la Alcarria, publicado por Plaza y Janés, tercera edición, 1989. El primero es políticamente correcto; el segundo, por el contrario, es políticamente incorrecto. Recomendamos el segundo.


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