Una de las razones del poco éxito comercial logrado por el anterior Passat reside sin duda en el escaso atractivo de su carrocería. Sólo la última, tras los retoques estéticos que sufrió, inspirados en los que el centro de estilo de Seat había preparado para el Toledo, adquirió alguna prestancia.
El nuevo Passat rompe con esa tradición con una carrocería en la que se mezclan formas clásicas con líneas realmente modernas. No es un coche llamativo que se distinga de los demás en medio de un atasco, pero sí es cierto que la gente se interesa por conocer de él cuando se llega a algún sitio a su volante. Y eso que la paternidad queda clara debido a las dimensiones del emblema VW que lleva en el frontal y en la parte trasera, que se reproduce también en el centro del volante.
Sin embargo, bajo esa elegante carrocería se esconde un coche que ha perdido la principal cualidad de su antecesor: la habitabilidad. El posicionamiento del motor hace que el habitáculo pierda algo de su longitud interior que dejaba, en el asiento posterior, un amplísimo espacio para las piernas de sus ocupantes. En el actual, pese a que su mayor distancia entre ejes trata de paliar la pérdida de espacio disponible, éste es mucho menor. No es pequeño, pero no se puede evitar el agravio comparativo con el anterior.
Y otro tanto se puede decir del maletero, que ha perdido casi un 5% de su cubicaje, aunque sigue ofreciendo una interesante capacidad de carga que se puede ampliar abatiendo el asiento posterior.
Volviendo al interior del coche hay que mencionar, en cambio, un aumento de la anchura disponible, así como la de los asientos delanteros. Estos han mejorado en su forma, siendo mucho más ergonómicos que en el pasado.

La presentación es muy cuidada, manteniendo, e incluso mejorando, la calidad de acabado característica de la marca. Dicen que Ferdinand Piëch ha impuesto en el Passat unas tolerancias menores que en cualquier otro modelo del Grupo. Y debe ser verdad por el perfecto encaje de todas las piezas en la unidad probada.
Esta iba equipada con el propulsor 1,8 litros con turbo, de origen Audi, cuyo rendimiento ya habíamos ponderado en el A4. En este coche más grande y con mayor capacidad de carga parece que queda más y mejor dimensionado, sin que en ningún momento aparezca un exceso de potencia. Además hay que alabar la progresividad de la entrega de esa potencia, poco habitual en los motores turbo; algunos de los cuales son tan bruscos que han creado una injusta fama a esta técnica que permite mejorar el rendimiento a motores pequeños.
La caja de cambios manual está perfectamente escalonada. Lo que es mejorable es la precisión de la palanca, de desplazamientos largos, con la que nunca se acaba de tener la certeza de si la marcha se ha engranado o no.

El capítulo del comportamiento es en el que saca mejor nota el nuevo Passat. Gracias a una suspensión más firme, supera en cualquier condición el del A4, demasiado blando con la suspensión normal y muy pasado de dureza con la deportiva. Si su antecesor ya era muy noble, el actual se conduce con una precisión total. Ha perdido buena parte de la tendencia típica de los coches de tracción delantera a querer seguir rectos a la entrada de las curvas y se maneja con gran facilidad. Ade-más, la dirección está bien adaptada y los frenos son poderosos.
La suspensión no compromete el confort de marcha. Absorbe bien las irregularidades del pavimento y su escaso balanceo en curva evita que los ocupantes sean agitados inutilmente. A destacar también la buena insonorización, tanto de la mecánica como de la rodadura.

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