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sábado, 19 de Abril de 1997
viajes

CANARIAS. Los volcanes han sido el origen de tres enclaves de mar y sol, perfectos para ofrecer al visitante todo el esplendor del contraste, la diversión y la tranquilidad. Con el Teide guardándonos las espaldas, el horizonte queda interrumpido por tres islas misteriosas que parecen flotar sobre las nubes: Gomera, La Palma y Hierro, que junto con Tenerife forman la provincia del mismo nombre. Tres maravillas de la naturaleza, las más desconocidas del archipiélago canario

Las hijas del volcán
El centro natural de Gomera es el Parque Nacionalde Garajonay. La Palma tiene una geografía abrupta y un privilegiado clima. Hierro enamora. Parece que en ella se ha detenido el tiempo
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MYRIAM SAGASTIZABAL

Ya en tiempo de Homero llegaron naves fenicias hasta sus costas. Los restos míticos situaban los Campos Elíseos en estas islas, llamadas Islas Afortunadas y Felices. A Gomera se llega en barco. Pronto se divisa su forma redondeada y su abrupto perfil. San Sebastián es la capital y el puerto de llegada.Tan sólo mide 22 kilómetros de norte a sur y 25 de este a oeste pero, por su orografía, ir de un extremo a otro puede suponer varias horas. Su centro natural es el Parque Nacional de Garajonay. Desde allí, se extienden sus barrancos, valles empinados que caen hacia el mar formando cordilleras y laderas de cultivo. Garajonay conserva uno de los últimos bosques en el mundo con la especie subtropical laurisilva. Tiene dos miradores con vistas excelentes, Roque de Agando y Alto Garajonay. La isla de Gomera se divide en seis términos municipales, contando con San Sebastián. Se puede empezar por Alejero, uno de los pueblos más antiguos.

Valverde, la capital de Hierro, está enclavada en un fértil paisaje
Es la zona más árida, pero la garganta de Imada merece una excursión a pie. El Calvario, de 807 metros, es un mirador con unas vistas impresionantes. Hacia el norte, y entre vides y plataneros sobre la negra tierra volcánica, llegamos a Agulo, el pueblo más bonito. Desde los acantilados de Besquite se contempla la mejor perspectiva del Teide.

Al oeste llegamos a Vallehermoso. Su nombre no engaña, pues el valle está cubierto por cultivos de árboles frutales, palmeras y platanales. Allí se produce el guarapo (miel de palma), delicioso. Ver cómo la sacan de las viejas palmeras es un espectáculo poco frecuente, una tradición difícil de encontrar en otros lugares. El pueblo está presidido por el Roque Cano (650 metros), y sus tortuosas calles descubren casas coloniales. Desde su playa se coge un barco que lleva a los arganos, columnas basálticas que sólo se ven desde el mar. Al oeste, está el Valle Gran Rey, el más rico y espectacular. Antes de partir, conviene no perderse la tradición más singular de la isla, el silbido gomero, un sonido articulado que se ha conservado de padres a hijos hasta nuestros días. Es un lenguaje que servía, y sirve, para comunicarse de valle a valle.

La Palma.

De vuelta a Tenerife, se coge el avión hacia la Isla Bonita, la Isla Verde: San Miguel de la Palma. Su geografía es muy abrupta, pero tiene un clima privilegiado y una vegetación exuberante. Sus costas escarpadas, sus playas de arena negra, sus numerosos conos volcánicos y los paisajes de lava descubren su origen. Su tamaño es mayor que el de Gomera: 47 por 28 kilómetros llenos de contrastes. Pasas, en poca distancia, del negro más profundo de los volcanes al verde más intenso de los frondosos bosques, sin olvidar ese azul ultramar del océano Atlántico. Santa Cruz es la capital. En su centro, la plaza de España está presidida por el Ayuntamiento y la iglesia del Salvador. Las casas que la rodean exponen con orgullo coqueto la policromía de sus fachadas. El Parque Nacional de La Caldera de Taburiente fue el antiguo refugio del rey guanche Tanausú, y hoy su enorme cráter en forma de herradura, con 20 kilómetros de circunferencia, que se abre al mar por el barranco de las Angustias, es el mayor argumento de su visita. Entre los picos que lo componen destaca el impetuoso Roque de los Muchachos, máxima altitud de toda la isla con sus 2.426 metros. Sobrecoge la belleza abrupta de esas panorámicas. Dentro de la Caldera fluyen los únicos ríos canarios originando majestuosas cascadas, un espectáculo.

La zona norte es la más agreste, misteriosa y la menos visitada. Allí se encuentra Garafía. Más allá, los pueblos de Gallegos y Franceses. En el noreste, las plantaciones de plataneras se suceden. Desde Punta Cumplida hacia el sur, parecen cubrir todo el espacio que abarca la mirada. Pero, cerca del pueblo de Los Sauces, rompe el paisaje el bosque de Los Tilos. Entre la vegetación aparece San Andrés, el pueblo más bonito de la isla, con sus calles empedradas y una iglesia del siglo XVIII perfectamente integrada en el paisaje. Para ir al oeste hay que cruzar por San Pedro. Puerto de Naos es uno de los pocos centros turísticos de La Palma. Los dragos (árboles milenarios) aparecen como si el tiempo no hubiera pasado. Dicen que con su sabia roja se logran magníficos tintes para tejidos; y que ahuyentaban a los malos espíritus. Desde Los Llanos de Aridane se coge la carretera para ese oscuro y misterioso sur, cubierto de lava y, aunque parezca raro, de pinos. El paisaje de la ruta de los Volcanes es impactante. Fuencaliente es el final del camino y casi de la isla.

La más pequeña.

Por último, queda Hierro. El aterrizaje es espectacular: el avión cae en picado sobre la isla más chica de las Canarias (227 kilómetros cuadrados). También es la más alejada de Europa, la menos poblada (8.000 habitantes) y posee el hotel más pequeño del mundo. En Hierro parece que el tiempo se ha detenido; las sabinas centenarias contemplan el cielo azul, trepan por el Roque Salmor lagartos prehistóricos; y las gentes son tranquilas. Al noreste está Valverde, la capital. Por las mañanas, una nube baja se extiende entre sus calles, pero pronto nos descubre una pequeña y tranquila población. Toda ella mira al mar y está enclavada en uno de los paisajes más fértiles. Hierro parece un triángulo cuyos vértices son, al noreste, la punta del Guanche; al sur, la punta Restinga; y al oeste, la punta Orchilla. Todas ellas con acantilados de sorprendente belleza. La primera parada en la carretera que cruza la isla es La Frontera, que está en medio del Gran Golfo. El mirador de la Virgen de la Peña es el mejor lugar para disfrutar de toda su amplitud. Al oeste está Sabinosa y el Pozo de la Salud, cuyas aguas tienen propiedades para el cuerpo y el espíritu, según dicen. En la punta de Orchilla encontramos la ermita de Nuestra Señora de los Reyes, con una de las romerías más singulares de nuestro país. El paisaje que la rodea es impresionante: sabinas retorcidas por los fuertes vientos y tierras negras que evidencian su origen volcánico. Hierro enamora, pero, sobre todo, da una tranquilidad difícil de volver a encontrar.


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