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sábado, 24 de Mayo de 1997
viajes

KENIA. El corazón del Africa negra sigue siendo un misterio para los viajeros occidentales. Tan sólo Kenia ha logrado salir del anonimato gracias a sus más de 50 parques naturales y reservas. Es el gran observatorio de la fauna salvaje, donde el rifle fue sustituido por la cámara fotográfica a la hora de obtener los mejores trofeos. La antigua colonia británica está impregnada de la estética filtrada por Hollywood a través de los largometrajes basados en las novelas de Hemingway, Karen Blixen y Hunter

El safari aguarda
Su variado paisaje incluye volcanes, extensas praderas y grandes lagos. El amanecer y las últimas horas de la tarde son los mejores momentos para ver a los animales. En Nairobi se mezcla lo moderno con lo tribal
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Acacia Dominguez Uceta

Eran los tiempos de los grandes safaris, palabra que en swahili significa "viaje". Ahora, sin hilera de porteadores ni caza real, Kenia ha dejado de ser un territorio de aventuras para unos cuantos multimillonarios. Realizar un safari implica cruzar el umbral del enigma africano y penetrar en un ritmo de vida peculiar. Los vehículos todoterreno avanzan por caminos polvorientos en busca de una fauna apasionante.

Las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde son las mejores para ver a los animales salvajes, que se resguardan del calor del centro del día en los sotos y bosques de los parques. Un árbol o un abrevadero natural son buenos lugares para instalar un lodge de ensueño, rememorar a Mogambo y pasar las horas del calor disfrutando de la piscina y aprendiendo que akuna matata significa "no hay problemas", jambo quiere decir "hola" y pole-pole, "despacio". Cada parque nacional está especializado en mostrar determinadas especies y cualquier viajero debe regresar satisfecho si logra ver a "los ocho grandes": rinocerontes, elefantes, jirafas, hipopótamos, leones, búfalos, avestruces y leopardos.

Un recorrido inicial debe incluir una reserva de montaña, preferentemente los Aberdares o el Monte Kenia y adentrarse en el gran valle del Rift. Esta gran falla, con sus 8.700 kilómetros de longitud, divide Africa desde el valle del Jordán hasta el delta del Zambeze.

Los grandes lagos.

Producto del rompimiento de la placa africana, el tramo keniano se caracteriza por la gran variedad de paisajes, desde volcanes y extensas praderas, a colinas de apariencia inglesa y siete grandes lagos. El de Nakuru está habitado por pelicanos y millares de flamencos que tiñen de rosa el cielo. Se puede pasear por sus orillas y adentrarse en vehículo todoterreno por el espeso bosque tropical que lo rodea. El verdor del gigantesco valle continúa hasta el territorio de los Masai, que se prolonga por la vecina Tanzania bajo el nombre de Serengueti. Posiblemente, Masai-Mara es el Parque Nacional que posee una fauna más abundante y el que deja ver a "los ocho grandes" con más facilidad, junto al guepardo, las cebras, los antílopes y los miles de ñus, que son como la gran despensa de carne de esta reserva.
Desde las praderas de Masai-Mara se contempla el mítico Kilimanjaro.

Al amanecer, los más sofisticados sobrevuelan en globo Masai-Mara y descienden a tomar un desayuno con champán en mitad de la reserva. Otros parten en los vehículos todoterreno por los polvorientos caminos del parque. El guía va al ojeo por los sotos en busca de los mejores trofeos. Salvo en raras ocasiones, no está permitido descender de los vehículos y, si además de usar los prismáticos se pretende regresar con buenas fotos, hay que utilizar el zoom y pedir al conductor que apague el motor.

La vida salvaje y los amplios horizontes sin una sola huella de la presencia humana son el mejor trofeo del safari. Luego, las cenas y la posibilidad de ver algunas danzas indígenas dejan paso a las noches abiertas del Ecuador. A las afueras del parque, los poblados Masai permiten la entrada de los visitantes y las mujeres aprovechan para vender artesanía. Los hombres, famosos entre los europeos por su estatura y su valor de cazadores de leones, suelen abandonar las chozas de excremento de vaca al ver llegar a los extranjeros. Cuesta trabajo creer el rumor de que hay dinero Masai invertido en la Quinta Avenida. Aunque en Kenia, donde conviven poblados prehistóricos con estaciones de seguimiento de satélites, todo es posible.

Nairobi es el más claro ejemplo de la extraña mezcla de la modernidad implantada en una sociedad primitiva de estructura tribal. Junto al rascacielos se alza la choza arcana, y se impone el lujo de la colonia diplomática a las urbanizaciones de planes de desarrollo. Hay discotecas instaladas en los pisos intermedios de las torres conviviendo con los mercados de artesanía, donde el viajero puede realizar las mejores compras a precios más asequibles.

La vegetación tropical, entre la que se abren paso las grandes plantaciones coloniales de la zona centro del país habitada por los kikuyu, la tribu más evolucionada y una de las más numerosas, rodea la capital de Kenia.

Desde Nairobi se pueden visitar otros parques nacionales, pero si se quiere descansar del safari es mejor tomar rumbo a Mombasa, en la costa del Indico. Un romántico tren realiza el trayecto, adecuado para los que buscan el cliché difundido por Hollywood. Mucho más práctico y cómodo es tomar el avión y desembocar directamente en los inmensos arenales blancos rodeados de palmeras y sembrados de grandes hoteles.

Las playas del Indico.

La ciudad de Mombasa y sus alrededores se han convertido en un importante centro turístico, muy frecuentado por habitantes del norte de Europa. Los hoteles, entre la vegetación lujuriosa del Ecuador, abren sus puertas sobre las playas protegidas por los arrecifes coralinos. Hay una calma y lentitud contagiosa que merece la pena romperse para visitar el antiguo barrio árabe de Mombasa y los maravillosos arrecifes coralinos de Malandi, donde el submarinismo completa la visión de la fauna más fascinante del planeta.

Las paradisíacas islas de Wasindi también invitan a abandonar la poltrona y los combinados de frutas en la piscina del hotel. Navegar en los antiguos veleros que los árabes utilizaban para el transporte de esclavos y mercancías trae una calma que no parece real. Luego, en una pequeña isla aguarda un suculento picnic y un baño en unas aguas increíblemente limpias. Igual que hiciera Ernest Hemingway, muchos viajeros practican la pesca de altura.

Pero la mayor aventura es llegar hasta el archipiélago de Lamu. La única posibilidad de acceso es la avioneta, y luego el barco. En la isla no hay coches y el transporte de mercancías se realiza a lomos de burros. Artesanos de la madera y la plata trabajan en sus talleres, mientras las mujeres caminan cubiertas por un manto negro. Están a las afueras de la civilización actual y es uno de los últimos refugios de una colonia de hippies que ha sobrevivido apartada de todos.



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