¿Qué recuerda de su primer coche?
Era un Renault Dauphine, al que se le conocía como el coche de las viudas porque corría una barbaridad y causaba muchos accidentes. Tenía el motor atrás y reculaba muy a menudo. Me lo compré nuevo, porque nunca me he fiado de los coches de segunda mano.

¿Cómo fue su examen de conducir?
Muy cómodo. Antes de llevar por primera vez un coche ya había conducido moto muchos años. Lo sabía casi todo y aprobé el examen en el parque del Retiro sin mayores dificultades.

¿Soñó con algún coche en su infancia?
En mi infancia no soñaba más que con pan y chorizo.

¿Qué coches ha tenido?
No me acuerdo de todos, pero lo que sí recuerdo es que a un Renault 6 le hice algo así como medio millón de kilómetros, y en la casa estaban muy contentos conmigo. Aunque lleve el coche marrano, cuido mucho el motor.

¿Qué es lo que más le gusta de su coche actual?
Tengo un Opel Astra que anda bien y no me da problemas. Cuando quiero acelerar, lo hace rápidamente, pero soy un conductor muy precavido. No me gusta correr. Las veces que llevo a gente en el coche se exaspera porque voy a 90 kilómetros por hora, o a 120 por autovías.

¿Su viaje en coche más inolvidable?
Mis viajes inolvidables lo han sido por la gente con la que he ido, no por el coche, que lo considero un instrumento al que sólo pido que no se averíe.

¿Y el de peor recuerdo?
Afortunadamente, siempre he llegado bien a donde y cuando me he propuesto. He tenido buenos caballitos.

¿Cuál ha sido la situación más insufrible dentro de un atasco?
Estoy todo el día cabreado sobre las desdichas de los coches. En una ocasión, en la M-30 de Madrid, empecé a pensar que los que me rodeaban no eran coches, sino espermatozoides, con su cabecita y su rabito, que querían llegar los primeros a fecundar el óvulo. Odio a los que conducen egoístamente y se colocan detrás de mi coche con cara de ferocidad, mientras yo lo único que hago es lo que me mandan: ir a la velocidad adecuada.

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