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sábado, 5 de julio de 1997
un coche / un viaje

La furgoneta 2 CV de Suso de Toro, con el perro dentro, organizada para el descanso de los viajeros (Semana Santa de 1987).

SUSO DE TORO
FURGONETA CITROEN 2 CV
COSTA DA MORTE

Para mí la sensación de libertad que puede dar el viajar conduciendo un vehículo atravesando lugares, "Easy rider", va asociada al Dos Caballos, en concreto, un 2 CV furgoneta de segunda mano que tuve hace años. Para mí, el viento en la cara y la velocidad y todo eso van asociados a meter la cuarta marcha, hasta el fondo, en aquel cambio de marchas al lado del volante (siguen sin gustarme las marchas ahí en el medio, no entiendo por qué las ponen ahí).

Ya sé que no se compara con correr en un Ferrari o en una moto de las de antes, cuando aún no había la gilipollada esa de las concentraciones de "moteros", pero qué le vamos a hacer. Por otro lado, a mí la furgoneta me sirvió además para ganarme la vida como repartidor, y ya me dirán ustedes cómo iba a ir por ahí con mi Ferrari lleno de cajas de cartón y sacas.

El caso es que el colmo del viaje pobre pero honrado y apañado lo hicimos tres personas y un perro en la Semana Santa del año 87 por la Costa da Morte. Le pusimos unas planchas de aglomerado en horizontal a la furgoneta 2 CV en la caja y así nos hicimos un lecho en el que dormir los tres; debajo de las tablas guardábamos todo el equipaje e instalamos unas cortinillas muy cucas para que entrase la luz lo menos posible.

El perro, eso sí, dormía separado de las personas, ¡faltaría más!, en el asiento del conductor y cada vez que se rascaba, porque se rascaba, todo el coche oscilaba. Dormíamos en cualquier lugar apartado y tranquilo, la verdad es que de noche hacía frío y para colmo se condensaban en el techo de lata el vapor de agua de la respiración, de modo que por la mañana empezaban a caer gotas, además de que el perro ladraba sus cosas al lado de nuestras cabezas cuando oía o veía algo que se moviese, pero ¿qué hay perfecto?

De aquel viaje recordaré siempre el viento, como si fuese aquél el país donde nacen los vientos; la luz del océano en la arena, grandes y mágicas piedras, algunas oscilantes; los lugares con la belleza de la desolación, como Fisterra o el Mar do Rostro, lugares creados por algún arquitecto secreto para enseñarnos que existe lo no humano, lugares donde a la gente se le permite vivir poca y encogida. También recordaré las explicaciones de una señora que vivía al lado de la iglesia de San Xian Moraime (Muxía) y que hacía de guía turística aficionada y que nos explicaba todo aquel precioso románico de esculturas y pinturas deterioradas en un relato en que se enredaban datos de excavaciones y leyendas del lugar. A la puerta del templo permanecía sentado vigilante un gran perro absolutamente negro, y ya nunca saldré de dudas, no sabré si era o no el demonio, la mujer no nos lo quiso aclarar.

Y hay una escena de aquel viaje que tengo grabada y sin embargo a veces dudo de que sea memoria real y no algo imaginado o visto en una película de Fellini. Buscando un lugar donde parar el coche a pasar la noche dimos con un apartado campo de fútbol; al lado había una explanada para los coches completamente ocupada, pero ya caía la noche y no había partidos de fútbol... Todos los coches, unos al lado de los otros, cubiertos con periódicos, ropa, ramas, estaban ocupados por parejas que se dedicaban a darse gusto. Tardamos un buen pedazo en comprenderlo y creerlo, éramos unos burros pero aquel día aprendimos algo nuevo. De vez en cuando salía alguien, él o ella, a estirar y arreglarse la ropa. Qué maravilla, cuánto amor.

La verdad, no sé si esa romería gozosa de fin de semana sigue celebrándose, ojalá perdure esa buena vecindad del deseo, por si acaso no les digo en el campo de fútbol de qué localidad se celebra, ustedes seguro que tienen donde practicar deporte y yo no quiero perjudicar a una multitud que se desahoga en una intimidad tan apacible como colectiva.

En aquel viaje, apenas separados de tanto cielo y océano por unas latas vivimos los días expuestos a la humedad y las rinitis, pero lo pasamos de miedo. Y si el coche hacía un ruido raro o se paraba, pues abrías el capó y lo ponías a andar. De aquel trato tan confiado con el 2 CV nació mi confianza en la marca, que me llevó a cambiarla luego por un modelo superior, todo muy bien, y luego por otro de gama asimismo superior, y fue ese coche el que me dejó tirado porque traía de fábrica una pieza de una aleación chapucera, que por lo visto estaban cambiando discretamente por otra mejor cuando ibas a un concesionario, aunque eso sí, no informaron a los compradores; lo peor es que cuando reclamé me mandaron al maestro armero.

Un defecto de los coches caros es que son complicados, de modo que ya no podía levantar la tapa y mirar qué pasaba en sus escuetas tripas, así que el hermanito grande de mi 2 CV con unos pocos miles de kilómetros me dejó tirado en la cuneta. Algunas veces lo barato es bueno y lo caro no lo es tanto.

Suso de Toro es autor de Tic-Tac (Ediciones B), Premio de la Crítica 1994.

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