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sábado, 26 de julio de 1997
un coche / un viaje

Javier Villán y su esposa Ana se disponen a repartir confites, caramelos y peladillas en Torre de los Molinos (Palencia). Es día de bautizo y hasta allí se han acercado en el coche que aparece detrás.

JAVIER VILLAN
SIMCA
PALENCIA

Los días quedan lejos y evoco ahora un viaje que fue retorno a la niñez, a la casa de adobe. Una llamada de la tierra que me reconcilió con la única parte reconciliable de mí mismo: la inocencia perdida. Por la tierra de campos. Conducía Ana asombrada de la lejanía y la profundidad del horizonte, de la inquietante placidez de la llanura. Díaz Caneja ha sido el genio que mejor ha pintado estas tierras, que son como un inmenso cuadro suyo.

Palencia, Villoldo, Torre de los Molinos. Y un bautizo del que me habían pedido que fuera padrino. Los viejos confites, los caramelos artesanos, las peladillas y las monedas, todo revuelto en una cesta; las campanas repican a Gloria y niños y mayores se arremolinan ante los padrinos que, a puñados, arrojan al aire la confitería. A la tarde, retorno al camino de Santiago, a un tramo especialmente significativo de la Ruta Jacobea: Carrión de los Condes, Villasirga, Frómista, en orden a la proximidad a Torre de los Molinos.

Carrión fue villa importante y populosa, según la vio Aymerich Picaud: "Villa rica y trabajadora, abundante de pan, de vino y de carne". En Carrión lucharon castellanos y leoneses por definir los perfiles y los límites de ambos reinos; los infantes de Carrión fueron yernos del Cid Campeador, cosa que el Cantar del Mío Cid narra con cierta base histórica, y con amplitud novelesca. Tuvo dos hospitales, en los momentos cumbres de las peregrinaciones jacobeas. Recuerdo de ellos, y restos, son la Iglesia de Santa María y el Monasterio de San Zoilo. Aquí, en este monasterio, que fue convento de jesuitas, sitúa Pérez de Ayala su novela A.M.D.G. (Ad Majorem Dei Gloriam). En Carrión nació el Marqués de Santillana y el rabino Sem Tob. El primero, que es un gran poeta, conocido fundamentalmente por las Serranillas. El rabino alcanzó fama por su libro Proverbios morales. En este pueblo, que es casi el centro geométrico de la provincia de Palencia, resiste contra el tiempo y contra el olvido el Apostolado de la Iglesia de Santiago, imponente expresión del mejor Románico del siglo XI. Cerca de aquí, patria del historiador don Ramón Carande, y residencia infantil del economista Fuentes Quintana, Villalcázar de Sirga, con una iglesia que parece una fortaleza. En esta iglesia se venera la Virgen Blanca, la virgen de las Cantigas de Alfonso X el Sabio. Se trata de una arquitectura maciza del siglo XIII que estuvo bajo la férula de los Templarios.

Y más atrás, hacia las raíces del inicio del camino, Frómista. Frómista posee el más bello ejemplar del Románico, el más perfecto. Un campesino, que hace de sagaz guía, cuenta una historia de comercio y motines sobre la Iglesia de San Martín, que quiso comprar un millonario yanqui. Ya estaban numeradas las piedras para ser desmontadas. Pero los vecinos cercaron su templo y obligaron al alcalde a deshacer el trato. A Frómista la llamaron en tiempos la Villa del Milagro. Y quizá fuera porque en ella encontró la santidad un deán al que su caballo derribó, arrojándolo al fango. Avergonzado de su lamentable aspecto, don Pedro González Tello renunció a la vanidad humana y se metió en un convento. Llegó a santo y hoy está en los altares con el nombre, creo, de San Telmo. Aunque el verdadero milagro de Frómista es la Iglesia de San Martín: la levedad de la piedra, la insuperable levedad del tiempo que no pasa. San Martín es exacta, bellísima y perfecta como una plegaria. O como una fórmula matemática. Tierra de campos. Un largo camino, algunos chopos de vez en cuando. Y a uno y otro lado inmensos campos de mieses o de barbecho, según la época del año. En primavera son una ondulación suave, verde y amarilla, rizada por un viento invisible. En otoño el paisaje es más austero, pero igualmente rico en matices: sobre todo, el oro de las hojas de los álamos. El oro, por poniente, del cielo en el atardecer. Oro, incendios en el azul limpio y profundo del cielo; oro, destellos, en el ocre de los campos y en el costurón de un ribazo.

Javier Villán es autor, entre otros, del libro de viajes Rumbo a Santiago y del Diccionario de Francisco Umbral: la escritura absoluta.

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