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sábado, 1 de noviembre de 1997
viajes

Ruta de la plata. Los romanos trazaron definitivamente este recorrido histórico, repleto de obras de arte, que enlaza dos extremos de la Península Ibérica. Supuso el pilar fundamental de las tierras del Occidente, ansiado trofeo de todos los conquistadores

Roma, en Extremadura
Mérida pone el broche de oro a este itinerario entre ciudades monumentales
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Acacia Dominguez Uceta

Entre encinas avanza la calzada romana a las afueras de Plasencia, en dirección a la ermita de la Virgen del Puerto. Caminar por ella es entrar de inmediato en la máquina del tiempo para desembocar en la época romana, cuando tuvo su esplendor esta vía de comunicación que articulaba todo el occidente peninsular.

Las losas del Imperio son una alfrombra de la historia para los caminantes solitarios que se enfrentan a un paisaje magnífico. Los encinares se suceden y, entre las montañas, aparecen las aguas prisioneras del embalse y las lejanas tierras del Jerte y de La Vera.

A esta primera imagen de la ruta se superpone la de una Extremadura monumental que se aprieta en torno a la catedral de Plasencia o, mejor dicho, a las dos catedrales, ya que a la renacentista le sigue la gótica que se salvó de la picota por razones económicas. La piedra dorada refulge en el barrio antiguo de Plasencia y se convierte en obra de arte maestra en los palacios de Mirabel y de Monroy.

El teatro romano de Mérida abre sus puertas al público durante los meses de verano con su famoso festival de teatro

De nuevo aparece la presencia romana de la Ruta de la Plata a nueve kilómetros de Plasencia, en Oliva de Plasencia, cuyas columnas preludian el cercano yacimiento arqueológico de La Cáparra, donde un arco triunfal de cuatro frentes, bajo el que pasaba nuestra calzada, es una auténtica rareza en la Península. El puente romano cruza el Ambroz y la antigua ciudad es pasto de la más absoluta melancolía.

Rumbo a Cáceres, la ruta se sumerge bajo las aguas del Tajo remansadas por el Embalse de Alcántara. De la destrucción apenas se han salvado unos arcos del puente romano de Alconétar, que pudieron ser trasladados varios miles de metros. Cáceres no parece cierta cuando de noche deja sus edificios iluminados ante el absorto caminante. Sus fachadas medievales y renacentistas emergen entre profundas sombras y un silencio absoluto. Palacios que hablan de reyertas entre familias nobles, iglesias sobrecogedoras y algún bar para tomar una copa son el telón de fondo para la caminata más sobrecogedora. Con luz de día, el barrio antiguo de Cáceres muestra la impronta de las ciudades italianas de los condotieros, pero las cigüeñas, que se adueñan de toda torre, devuelven de inmediato a la realidad.

Seguramente, el balcón esquinero del Palacio de Carvajal es el símbolo de los extremeños que quisieron asomarse a todo y llegaron a América. Las piedras, labradas por el paso del tiempo, son las únicas protagonistas de una época, cuyo esplendor ha sido reconocido por la Unesco con la declaración de Patrimonio de la Humanidad.

Conquistadores.

Muy pocos recuerdan que antes fue una colonia romana, la Norba Caesarina, que vivió bajo la impronta de la poderosa Mérida, la capital de la Lusitania. La Ruta de la Plata avanza hacia las tierras de Badajoz por la N-630 cuando, a cinco kilómetros de Mérida, hay que realizar una parada en el emblemático embalse romano de Proserpina, un digno antecesor de los numerosos pantanos que jalonan nuestro país. Las obras hidráulicas del imperio siguen asombrando a través del acueducto de Los Milagros que extiende su arquería entre el verdor del campo.

Llevaba el agua de Proserpina hasta la gran Mérida, la ciudad fundada por Augusto, en el año 25 antes de Cristo, para ser la cabeza visible de la Ruta de la Plata y de todo el occidente peninsular. Rápido, encuentra el viajero el gran puente sobre el río Albarragas, por donde los legionarios y ciudadanos del imperio entraban y salían de la gran urbe, de Augusta Emérita.

La pujanza de la romanidad de Hispania despliega todos sus encantos en los dignos sobrevivientes de una historia densa y rica. Mérida es el final del viaje, pero puede ser el punto de partida de una breve escapada al balneario de Alange, que todavía mantiene las termas.


Guía práctica
Mérida, un don de Augusto

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